De La Noche a La Mañana (34 page)

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Authors: Federico Jiménez Losantos

Tags: #Ensayo, Economía, Política

BOOK: De La Noche a La Mañana
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Por supuesto, sus razones para estar a favor de Aznar no eran las mismas que yo daba en el libro, al menos no todas, pero, siempre dentro de su deseo de marcar las distancias, su defensa de la crueldad del Poder me pareció una forma ingeniosa de pedir disculpas a Aznar por aparecer al lado de un condenado por su faraónica majestad. La cara deYmelda mientras hablaba Pedro iba tomando características pétreas, entre egipcias y toltecas, como si hubiera comprado una máscara de impavidez en el rastro de las civilizaciones extinguidas. En cambio, Luis Herrero me miraba componiendo la vera efigie del pasmo ibérico: ojiplática, boquirrota, sarcástica y dispuesta al contrabofetón.

Menos mal que Pedro no escuchó, aunque oyera, el discurso que Luis traía preparado, léase adivinado, para su rival de pádel. Lo resumió muy bien Gurruchaga: «Luis Herrero afirmó que, en su opinión, existen tres clases de periodistas: los mercenarios, "a los que el poder desprecia"; los utilitaristas, "que son los que dosifican la crítica para conseguir sus objetivos y son los más peligrosos" y los asilvestrados. Estos "actúan a veces mal, pero por propio convencimiento". Aseguró que, desde el principio, el Poder marcó distancias con ellos por lo que no entiende que ahora se lamente de su lejanía».

También yo interpreté esto último como un mensaje en clave al propio Aznar, aunque tomando partido por el pequeño Falstaff y no por el crudelísimo Ricardo, como corresponde a un buen católico. Sin embargo, esa definición de los que «dosifican la crítica para conseguir sus objetivos» y su valoración como «los más peligrosos», que iba directamente dirigida contra el director de
El Mundo
, no le afectó a éste lo más mínimo. Siguió tan sonriente como antes. Y cuando Luis me definió como «un periodista asilvestrado que gusta galopar en libertad», asintió sonriente, como si ambos fuéramos arreando juntos en blanco y negro las reses de
Río Rojo
y no vadeando las trampas rojinegras de
Quiero la cabeza de Alfredo García
. Luis tiene reservado a perpetuidad el papel de héroe discreto en
El hombre que mató a Liberty Valance
. Sin embargo, esa noche cargó contra el éxito de Sergio Leone
Por un puñado de dólares
.

En cuanto a mí, si no fuera por la prensa, habría olvidado todo lo que dije. Me ha quedado más la memoria del ambiente y los discursos arrojadizos de los presentadores, pero, por lo visto, hablé.
El Mundo
decía al día siguiente:

Jiménez Losantos defendió que se puede estar con Aznar y contra él al mismo tiempo, dependiendo de que cumpla o no el contrato que firmó con quienes le votaron. Se declaró votante de Aznar en las cuatro elecciones generales en las que éste se ha presentado y dijo que el presidente del Gobierno, desde el año 1999, con el giro dado, está dilapidando todo lo conseguido en los diez años anteriores en los que defendió una política liberal y conservadora.

Pero no todo fueron críticas, ya que, entre los méritos de Aznar, el autor destacó el haber conseguido que en España, a diferencia de otros países europeos, no haya un partido de extrema derecha, racista o xenófobo. Esto sucede, en su opinión, porque ha incorporado a su discurso esa idea nacional entendida con valores liberales y constitucionales. Concluyó asegurando que en la hoja de servicios del PP «el debe es inferior al haber».

La versión de
Libertad Digital
era más obsequiosa y bastante complementaria:

Casi nadie creía que ese hombre oscuro, bajito y con bigote pudiera llegar a arrebatarle el Poder al todopoderoso Felipe González (…). Entre los pocos que alcanzaron a vislumbrar las posibilidades de liderazgo de José María Aznar se encontraba el autor de este libro, que creyó en él y contribuyó a que lograra sortear los muchos obstáculos que desde todos los frentes, incluido el de la derecha, se interponían en su camino hacia la consolidación del partido y el camino hacia La Moncloa.

Pero FJL no escatima críticas cuando considera que Aznar se ha apartado de la ideología que le llevó a la presidencia del Gobierno (…). Con Aznar, porque el autor sigue creyendo en el programa y el ideario que presentó en 1996 como el mejor para gobernar España. Contra Aznar, porque, sobre todo en los últimos tiempos, el Presidente se está alejando de su ideología y dé los que creyeron en ella y en él.

Con Aznar y contra Aznar es una valiosa aportación a la historia viva de nuestro país y un impresionante testimonio de coherencia intelectual de uno de los creadores de opinión más influyentes de nuestro país, quien ha sabido mantener su independencia profesional y su mirada crítica hacia los errores y abusos de poder del Gobierno del PP, que en este libro culminan con el devastador epílogo «La boda de los Aznar».

Elogios excesivos aparte, ése había sido, seguía siendo y sería por algún tiempo el gran problema: el epílogo del libro recién nacido. Aznar—no digamos su señora— siempre entendió como una afrenta personal la crítica de la boda escurialense. En el precipicio de los sinceramientos, yo estaba convencido de que los lectores creerían que me autocensuraba si un libro que aparecía casi dos meses después de la boda no incluía el artículo de
Libertad Digital
, que por otra parte había provocado una pelea dialéctica bastante fuerte en el programa de Luis Herrero el día 7 de septiembre. Así que decidí ponerlo como colofón al libro, a sabiendas de las dificultades que me traería y de que ni los enemigos lo apreciarían ni muchos amigos lo perdonarían. Creo que un factor decisivo fue de orden moral: si yo no me arrepentía de haberlo escrito, debía publicarlo. Pero hubo otros dos no menos importantes: primero, que fuera
Libertad Digital
el medio en que se publicó, y no
El Mundo
; segundo, que en la radio nos hubiésemos tirado ya los trastos a la cabeza a propósito de «La boda de los Aznar».

—Déjeme decirle, don Federico —empezó Luis Herrero en la primera tertulia después de la boda—, que no estoy nada de acuerdo con su artículo de
Libertad Digital
. Me parece excesivo y muy injusto.

—A mí lo que me pareció excesiva fue la boda. Y muy injusta, desde luego, para los que votamos al PP por razones políticas, éticas y hasta estéticas.

—No me dirá usted que los que asistimos a la boda prescindimos de toda ética —terció Pedro Jota.

—Pues yo no sé si a la boda de su hija usted habría invitado a los Albertos, que son unos presuntos estafadores a punto de entrar en la cárcel. Pero, en todo caso, usted no es presidente del Gobierno ni ha llegado al Poder predicando austeridad y saber diferenciar lo público y lo privado.

—¡Pero Fede, si todos los fines de semana hay bodas privadas en El Escorial!

—Sí, Luis, pero no a todas van los invitados nacionales y extranjeros de la última. Ni todas las televisiones, convirtiéndolo en espectáculo nacional e internacional.

—¡No va a casar uno a su hija en la clandestinidad! Yo no vi lo que usted dice.

—Y yo tampoco.

—¡Cómo lo ibais a ver si estabais dentro! Esas cosas se ven desde fuera. Y para los no invitados, o sea, la mayoría de los españoles, la ceremonia fue un alarde de poder. Que ha alegrado a los enemigos de Aznar y ha entristecido a muchos de sus votantes.

—Si usted hubiera estado allí, lo habría visto de otro modo.

—Pero afortunadamente no estaba allí.

—Así se libró usted de tener que coincidir con nosotros.

—En tan mala compañía, no crean que lo lamento.

—Bueno, dejémoslo aquí. Si casara usted a sus hijos o tuviera una única hija por casar, estoy convencido de que lo vería de otra manera.

—Como el bolero: «Lo dudo, lo dudo, lo dudo».

—O «quizás, quizás, quizás».

La discusión seguía dentro y fuera del micrófono. En realidad, incluso después de la presentación del libro, siguió en nuestro círculo más cercano bastante tiempo. Y aunque entonces yo estaba absolutamente convencido de llevar razón, quince meses después tenía que reconocer que buena parte de los oyentes de la COPE en general y de
La linterna
en particular, incluso de los compradores del libro, consideraron excesiva la crítica. Lo hice en la presentación del siguiente libro de artículos, El adiós deAznar, en estos términos:

Una pequeña reflexión personal

Mi último libro de ensayos y artículos
Con Aznar y contra Aznar
(La Esfera de los Libros, 2002) muestra con toda la claridad que permite un periodo de quince años de observación política, más que los que cuenta de vida el PP, cómo la ilusión liberal en el proyecto de Aznar para cambiar de raíz la derecha española y regenerar la vida nacional, así como el apoyo inquebrantable en los durísimos años de oposición al PSOE y el respaldo en los primeros años de Gobierno, se había ido trocando progresivamente en desilusión, hastío y desengaño. El artículo final del libro, el más duro y triste, dedicado precisamente a la boda de El Escorial, terminaba con una palabra: melancolía. No creo que fuera el único votante del PP que la sintiera en ese otoño de oropeles descompuestos ni, luego, en el «invierno de nuestro descontento» que estuvo a punto de helarnos el corazón. Sin embargo, en los peores momentos de la guerra de Irak, muchas veces sentí cierto remordimiento por la forma en que terminaba ese libro, aunque en conjunto fuera muy favorable a Aznar. No podía dejar de recordar cómo muchos de los que venían a que se lo firmara en cualquier sitio de España me decían lo mismo: «Tiene usted razón, pero es demasiado duro con él; Aznar ha hecho muchas cosas buenas y si vuelve la izquierda, dará igual quién tiene la culpa, lo pagaremos todos, como en el 82».

Aunque la soberbia del intelectual cede en poco a la del político y muchas veces la supera, aquella insistencia en la misma frase, prácticamente con las mismas palabras, dicha por gente del más diverso nivel social o cultural, desde La Coruña a Málaga y de Valencia a Badajoz, personas de cuyo afecto no podía dudar pero tampoco de su sinceridad, me hizo pensar y, en parte, dudar. Soy bastante parecido al aragonés tópico: cabezón por convicción, pero que también presume de la nobleza de rectificar cuando lo convencen, sea en los argumentos, sea en el juicio. No basta con tener razones —yo las demostraba— para tener toda La Razón. No sé si Aznar tendrá también la sospecha de que para llegar hasta donde llegamos tuvo que hacer bastantes cosas mal o se habrá rehecho el embrujo que vuelve infalibles a los gobernantes. Quizá no, aunque ahora ya hay otro bulto sacro al que incensar y a quien va a dejar de mandar le dejan solo hasta para recapacitar. En todo caso, constato la parte que me toca y también cómo muchas veces la gente normal ve los problemas políticos de fondo con mucha más claridad que los intelectuales y que los propios políticos. En la izquierda, algunas veces; y en la derecha, casi siempre.

Todavía hoy, con todas las facturas pagadas y las consecuencias sustanciadas, me pregunto si hice bien en publicar aquello en aquellos términos. Y encuentro razones a favor y en contra. Dos cosas molestarían profundamente a Aznar: una, la comparación con Felipe González y con Mario Conde, que estaba hecha precisamente para eso: para molestar; pero la segunda razón, más importante, que era su voluntad de dejar el Poder, no está justamente tratada. Es cierto, pienso ahora, que Aznar exhibía impúdicamente lo que había decidido abandonar, pero el alarde no anula la ejemplaridad. También es verdad que del cómo y el qué de su adiós ni yo ni nadie, salvo el propio Aznar, sabíamos casi nada. Esas circunstancias gravitan decisivamente sobre la amarga crónica.

Hay otras que retratan sobre todo al crítico, porque el artículo lo escribí real —no metafóricamente— interrumpiendo la corrección de pruebas de
Con Aznar y contra Aznar
para ver las imágenes del bodón. Y hay algo que se salva por ser absolutamente sincero, algo que yo sentía al hacer arqueo de mis sentimientos personales y políticos con respecto a Aznar y, sobre todo, con respecto a España. En cuanto a lo personal, no voy aquí a contarlo todo, porque excede los límites cronológicos de este libro. La frase que aparece en el artículo se refiere a nuestra relación antes y no sólo durante la muerte de Antonio Herrero, primer capítulo de este libro. Lo anterior queda para mis memorias, si alguna vez me acuerdo de escribirlas. Pero lo político, particularmente en lo que afecta a la función de los medios de comunicación y al papel que iba a tener la COPE en los años venideros, me parece justo aunque no necesario. En fin, por terminar con ese artículo que tanto marcó el año posterior, dentro y fuera de la radio, creo que en vez de comentarlo por parcelas, será intelectualmente más honrado ofrecerlo en su integridad:

La boda de los Aznar y el flaco porvenir de una ilusión

Cuando miraba —sin querer ver demasiado— las imágenes de la boda de los Aznar por televisión, me llegaron las pruebas de mi próximo libro. Por esas casualidades tan poco casuales de la vida, se titula
Con Aznar y contra Aznar. Artículos y ensayos
1987-2002. Y es que hace exactamente quince años, casi día por día, que escribí el primer artículo sobre el entonces desconocido presidente de Castilla y León, considerándolo el líder o el modelo de líder capaz de rehacer la derecha española, condenada a una oposición estéril al Partido Socialista y condenando a la democracia española a todos los abusos y a todas las corrupciones que inexorablemente propicia el exceso de poder.

Mentiría si dijera que las imágenes de los que se casaban —parecían más de dos— y la profusión de estampas —alguna noble, bastantes grotescas, y no pocas siniestras— de los mil cien invitados a la fastuosa ceremonia sociosacramental me resultaron entretenidas, aburridas o indiferentes. Cuando uno va a publicar un libro que refleja la atención personal y la estrecha relación política que durante quince años le ha unido a quien, además, ha votado y ha pedido públicamente que se vote cuatro veces como diputado y como presidente del Gobierno de España, la indiferencia ante el espectáculo de El Escorial sólo significaría una absoluta carencia de sensibilidad, socorrida forma de madurez que afortunadamente no alcanzo.

Creo, además, que no habré sido el único en sentir lo mismo entre los que prestaron su apoyo personal, profesional e intelectual a la causa identificada con José María Aznar y el Partido Popular, que era la de una España más liberal, más democrática, más próspera y, sobre todo, más aseada, más austera, más decente. Es decir: menos bochornosa que la que el felipismo regentaba como si fuera una finca particular afanada por unos horteras presuntuosos, borrachos de poder, y notoriamente incapaces de distinguir lo público de lo privado, el Estado del Gobierno, el Gobierno del Partido y el Partido de su Líder. Esa confusión es siempre —también aquí— la base de la corrupción de las instituciones y, naturalmente, de las personas que temporalmente las encarnan y disfrutan.

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