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Authors: Federico Jiménez Losantos
Tags: #Ensayo, Economía, Política
Pero la proclamada serenidad cureliana no impregnaba del todo, ay, el vendaval zurdo contra la COPE. El 14 de octubre, la edición valenciana de
El País
publicaba la columna de Francesc de P. Burguera, que, sin haber compartido infancia ni intimidad, suele llamarme «Federiquín», para luego compararme —no es muy original, pero cada uno llega adonde llega— con Queipo de Llano y sus charlas en Unión Radio Sevilla. Más contrastada parece esta denuncia: los obispos «aprovechan las homilías dominicales para transmitir las proclamas federiquinas». El trabajo de campo tuvo que resultarle agotador. Y la música tampoco era bálsamo para sus pesares: Joaquín Sabina publicaba en el
Interviú
del 17 al 24 de octubre unas coplas de orden satírico-injurioso tituladas «Por todos Losantos». Y el mismo 17, Jaume Rexach, en
Cambio 16
, añadía más letra a la música: «España no tiene ningún problema: ni Catalunya, ni el Rey, ni Rodríguez Zapatero. El único problema que tenemos radica en la tontería de cuatro descerebrados que desde la COPE,
El Mundo
e Internet intentan reventar la convivencia democrática en España y en los incautos que, desde las filas del PP, le siguen».
La idea de una desestabilización de la democracia española a manos, o pies, de la COPE,
El Mundo
e Internet (léase
Libertad Digital
) pudo parecer exagerada. Sin embargo, poco después, y a cuenta del Estatuto del Periodista que trataba de imponer la izquierda, Polanco la suscribía editorialmente en El País del 23 de octubre:
A pocos observadores atentos se les escapará que el periodismo atraviesa en España uno de los momentos más críticos de su historia reciente. La lista de males no es corta: quiebra de la deontología profesional; manipulación de la información para someterla a intereses espurios; falta de transparencia de muchos medios sobre su estructura o su ideario y fragilidad laboral de amplios sectores profesionales.Todo ello ha cristalizado en una preocupante indefensión de los ciudadanos ante los abusos de algunos medios. Unos abusos que, en demasiadas ocasiones, derivan llana y simplemente en corrupción.
(…) Nadie niega que los problemas existen y que alcanzan por igual a los periodistas, cuyo prestigio se ve salpicado por las malas prácticas de algunos de ellos, y a los lectores, que asisten con creciente estupefacción a la deriva en la que se ha embarcado un reducido grupúsculo de medios en España, tanto de radio y prensa escrita como, pese a su juventud, también de Internet. Con todo, el proyecto de Estatuto del Periodista que debate la Comisión Constitucional del Congreso constituye la peor solución posible que cabía imaginar.
(…) Otros países de nuestro entorno viven también, o han concluido ya, procesos de regulación semejantes. Casi siempre con vivas polémicas que, no obstante, no han alcanzado el nivel de ruido del caso español, correlato exacto de la amalgama de insultos, infamias, intromisiones en la intimidad, amarillismo o confusión entre información y opinión que diariamente trata de pasar por periodismo de calidad en los quioscos y las ondas de este país. Traspasar el amplísimo territorio de la opinión para adentrarse resueltamente en los pantanos de la desestabilización de las instituciones democráticas constituye otra peculiaridad española que no tiene parangón en el resto de Europa, y en cuya práctica destaca, de forma paradigmática, la emisora radiofónica de los obispos.
Alguno pensará que en este editorial Polanco hace autocrítica de las campañas denigratorias de
El País
contra el juez Liaño y su esposa, de la justificación del vídeo contra Pedro Jota, de la publicación de conversaciones privadas grabadas ilegalmente (Benegas, Jesús Cacho), de la campaña de «agitprop» del 13-M, de tantas operaciones de destrucción personal y chantaje periodístico o político (Antonio Herrero, José María García, Borrell, Redondo Terreros) que, mezclando opinión e información al servicio de la financiación, han hecho temido y temible al imperio PRISA. Pues no. Resumen de ataques pasados y guión de ataques futuros, Polanco proclama la excepcionalidad de la COPE en Europa (hecho que, en sí mismo, no significa nada pero que se repetirá como acusación en meses venideros) y la sitúa en «los pantanos de la desestabilización de las instituciones democráticas». Lástima que no explique de qué pantanos se trata, ni en qué consistía la desestabilización, ni, lo más importante, si las instituciones han sobrevivido a la subversión. Tampoco que el ataque se produzca dos días después de que la COPE contase que la Fundación Atman que preside la señora de Juan Luis Cebrián, consejero delegado de PRISA, había recibido a bombo y platillo, como pieza importante dentro de la Alianza de Civilizaciones, a Tariq Ramadán, propagandista islámico que tiene prohibida la entrada en Estados Unidos y los países europeos más importantes por su relación con las redes de Al Qaeda y el terrorismo fundamentalista.
Pero el editorial polanquista supuso el respaldo definitivo a la campaña contra la COPE, tanto en los medios de comunicación como entre los políticos. Al día siguiente, Alejandrina Gómez firmaba en el semanario político
Tiempo
un reportaje de tres páginas, «La COPE divide a la Iglesia. La crispación por el Estatut preocupa a los obispos», que repetía cansinamente el argumentario del nacionalismo catalán, siempre con los obispos buenos, que son pocos y catalanistas, contra los malos que son muchos pero serían menos malos si amordazaran a la COPE. La guinda del refrito la pone Faustino F. Alvarez, veterano colaborador de Luis del Olmo, con una columna de opinión en la que lamenta que la llegada de Blázquez no haya servido para «reflexionar sobre la beligerancia partidista de algunos espacios de la programación de una cadena cuyos estudios están presididos por la frase evangélica "La verdad os hará libres"». En realidad, a Faustino la verdad no le hace mucha gracia si no es la suya, de ahí la cita machadiana: «…La tuya, guárdatela». Tanto y tan bien lo hace que, al final, nos lía un poco: «La Iglesia sabe que la titularidad de un medio de comunicación le da poder pero también le obliga a mostrar su rostro. Y, de todos los rostros posibles, los obispos catalanes piensan que no se ha optado por el mejor». ¿Quiere volver Faustino con Luis del Olmo a la COPE tras su fracasada experiencia en Punto Radio? ¿O tal vez se trata de una prueba más de ese extraño afecto que despiertan los obispos catalanes en todos los que no van a misa y odian a la COPE?
El mismo día 24 de octubre, Borja Ventura utilizaba uno de los medios más sañudamente anti-COPE,
Periodista Digital
, para abrir de nuevo otro frente contra
La mañana
a cuenta del Grupo Risa. Esta vez, la excusa es una pieza satírica sobre el asalto a las vallas de Melilla, escandalosamente permitidas por la policía marroquí; y se acusa a Echeverría y sus colegas de «reírse del drama humano» y de utilizar frases tan intolerables como «me gusta el jamón», cuando el cerdo está prohibido por el Corán. Tremendo. En el
copypaste
de los hermanos Rojo, Ventura cita a unas Comunidades Cristianas Populares del Estado Español que han escrito a Blázquez una carta contra
La mañana
a la que achacan una «tónica grosera de ataque fascista» y en las que se dicen «dañados en nuestra integridad como seres humanos».
Esto de los cristianos de extrema izquierda atacando a los medios católicos o conservadores para dar cobertura confesional a las campañas polanquistas es una constante del género. En todas las campañas contra la COPE, desde tiempos de Antonio Herrero, siempre han figurado en vanguardia una especie de jenízaros confesionales cuya función es la de rasgarse las vestiduras en perfecta sintonía con los enemigos de la cruz. Además de María Antonia Iglesias, ducha en entrevistar a clérigos arrojadizos, Polanco mantiene un departamento de agitación clerical, poblado por lo que podríamos llamar «bajacuellos en nómina» y dirigido por el jesuíta Martín Patino, cuya función esencial es precisamente la de bendecir cualquier campaña anticlerical, antipapal o directamente anticristiana siempre que se dirija contra la COPE u otros enemigos de Polanco.
También resulta llamativo, por no decir heroico, cómo estas almas sensibles no optan por el cómodo recurso de cambiar de emisora de radio según las costumbres habituales en cualquier democracia. Nada les costaría recurrir, por ejemplo, a la SER, donde han podido oírse conversaciones grabadas en un confesonario y toda clase de injurias contra el Papa y la Iglesia sin que jamás haya sido censurada por estos popularísimos cristianos de base… cero. También podrían frecuentar la auténtica cadena de los obispos catalanes, Radio Estel, cuya íntima audiencia nacionalista componen siete mil oyentes. Pero no: esta piadosa clerigalla progre, cuya única función conocida es la de atacar por lo teológico lo que no pueden derribar de otra forma los enemigos de la cruz, debe vivir junto a los que quemarían iglesias como durante todo el siglo XX si el nacionalismo no las hubiese vaciado. Es cierto que, al ser abiertamente incompatibles con la democracia y el pluralismo, sus ataques no tienen demasiado valor moral, pero reconózcase que estar todos los días condenados a oír y maldecir la COPE, pudiendo oír otras, resulta una penitencia crudelísima. ¿Por qué terrible pecado se la impondrían?
El día 27 de octubre, sólo cuatro después del editorial polanquista, el ministro de Industria y Telecomunicaciones, José Montilla, bajo cuya protección está la radio, abre el frente institucional en la campaña contra la COPE. Durante una rueda de prensa junto al nuevo secretario de comunicación, Fernando Moraleda, y al secretario general del PSOE José Blanco, el ministro dice que le molesta «de manera especial» que «desde alguna cadena de emisoras, para más señas, porque ya saben que a mí me gusta, más o menos, hablar claro, propiedad de los obispos» se lancen «mensajes que incitan al odio, la división y la confrontación y que sólo hacen que sembrar cizaña e ir contra los valores que en teoría defienden los titulares de esa cadena». «Eso sí me parece que no es de recibo, eso no pasa en ningún país de Europa. No encontrarán ustedes en ningún país de Europa ninguna cadena de radio, ni ningún medio de comunicación de la Conferencia Episcopal correspondiente, que haga el papel que aquí está haciendo la que ustedes conocen».
Aunque Montilla a duras penas terminó el bachillerato, es evidente que ha leído provechosamente el editorial de Polanco y, con esa simpática torpeza tan suya, repite y hasta
tripite
eso de que en Europa no hay nada como la COPE. Si a eso vamos, tampoco hay nada como lo de Polanco, ninguna democracia occidental padece un imperio tan gigantesco sobre las conciencias y la opinión pública, a cuyo lado la COPE es empresa pigmea. Pero a Montilla esa euroexcepción no le preocupa: la admira, la obedece. Más aún: sabe armonizar la inquisición valdemorillense de la meseta y el anatema separatista de las Ramblas, y añade, es decir, repite, «odio», «división», «confrontación», «cizaña»… Todo copiado, sí, pero, ¡con cuánto empeño! Casi puede vérsele mordiendo el lápiz.
En la citada rueda de prensa, el esforzado bachiller arremetió también contra el PE, liturgia habitual en la campaña. Por un lado, se dice que la COPE no representa a nadie, y por otro se la identifica con el PP, que representa a media España. ¿En qué quedamos? Quedamos en que, si pudieran, liquidarían a los dos. Olvidando muy injustamente a la facción gallardonita del PP, que se caracteriza por su fervor genuflexo ante el izquierdismo y el nacionalismo, así como por su desprecio contra todo lo que suene a derecha, Montilla criticó «la virulencia de las manifestaciones de destacados protagonistas de la vida política española, particularmente de los principales dirigentes del PP, acompañados por algunos entusiastas líderes de opinión, con sus afirmaciones, en muchos casos, rotundamente falsas y confabulaciones sobre su contenido, el del Estatuto, carentes de cualquier apoyo en el texto de la reforma». Añadió que se estaban «levantando banderas y cavando trincheras» en la defensa de conceptos que, según dijo, «no están cuestionados por la reforma estatutaria que hemos de discutir».
La verdad era —y por desgracia es— que el Estatuto proclama la nación catalana, establece derechos y deberes distintos para los catalanes y el resto de los españoles, discrimina y persigue a los castellano-hablantes de Cataluña y liquida la Constitución de raíz, esa que define a España como «patria común e indivisible de todos los españoles». Tan evidente era eso en el proyecto que por entonces defendía Montilla que, al año siguiente, Zapatero presumió de haber podado los aspectos «más inconstitucionales del texto», presunción excesiva, como todas las suyas, pero cierta. Y no hubo un solo dictamen jurídico que no encontrara docenas de preceptos anticonstitucionales en ese Estatuto que, podado y todo, tiene más artículos que la Constitución de Corea del Norte. Montilla defendió la intangibilidad del Estatuto frente al PP con el mismo empeño con el que más tarde, candidato a la Presidencia de la Generalidad en vez de Maragall, defendió el Estatuto manoseado y retocado por Zapatero y Artur Mas, su nuevo aliado.
Polanco, ante semejante ataque del Gobierno contra un medio de comunicación, se puso, naturalmente, del lado del Gobierno; acaso en recompensa a la aplicación con que el bachiller Montilla repetía sus argumentos editoriales. Y salpimentó el ataque a la COPE con una de esas operaciones típicas en las policías de los regímenes dictatoriales que consiste en recortar fragmentos de una larga charla (en este caso, las seis horas de La mañana) y tergiversar su sentido sacándolas de contexto. Pero como además de liberticidas son chapuceros, la base de datos en que se basaron para descalificar mi programa fue… solamente la del día anterior. La tremenda campaña eran cuatro frases recortadas del día anterior. Exhaustiva investigación la del escriba de cámara destacado por Polanco en el séquito de Zapatero. Pero cuando le conviene, que en Cataluña es casi siempre, Polanco suele presentarse a sí mismo como un simple empresario («también lo eran los tratantes de esclavos», diría cualquiera de sus escribas si no supiese que el que habla es su amo) y, en la campaña a favor del Estatuto y contra la COPE, se identificó, hasta extremos de manipulación coreanos, con ciertas empresas catalanas de cava que el año anterior, a raíz del boicot del nacionalismo catalán a la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos, habían sufrido pequeñas pérdidas de ventas, un 10 o un 15 por ciento.