Read De La Noche a La Mañana Online
Authors: Federico Jiménez Losantos
Tags: #Ensayo, Economía, Política
—No estoy muy lejos de pensar como tú. Lo que no me ha parecido es que lo de Ussía le gustara particularmente, y a mí me parece fantástico.
—Claro, es que a lo mejor tú no sabes por qué lo echaron.
—¿A Ussía? ¿De la COPE?
—De la COPE. Unas Navidades les pidió Luis del Olmo a todos sus humoristas que hicieran un villancico, y Ussía hizo uno que decía:
En el portal de Belén
ya no tocan la zambomba,
porque un hijo de Setién
ha colocado una bomba.
—¡No me digas!
—Hay una versión que me parece más redonda, pero no sé si está retocada:
En el portal de Belén
ya no tocan la zambomba
porque le han puesto una bomba
unos hijos de Setién.
—Todavía mejor, sí. ¿Y no había vuelto? ¿No lo habíais intentado traer?
—Luis lo intentó dos veces, pero le dijeron que no, que es que verás, que si los obispos vascos, que si tal, que si cual. Yo se lo he dado como cosa hecha y sólo de humor. Y si no ha dicho que no, será que sí. Chico, después de tanto sacrificio, yo creo que nos hemos ganado el derecho a reírnos un rato.
—Hombre, yo creo que sí.
Y, efectivamente, en la temporada siguiente, la 2005-2006, nos reímos mucho con «La jaranera». Fue lo único divertido en la COPE, porque el año resultó terrorífico.
En vista de la desorganización parcial del Partido Popular tras perder las elecciones, la cadena radiofónica COPE proporcionó la crítica mediática más eficaz contra la nueva legislatura socialista.
S
TANLEY
G. P
AYNE
,
El catolicismo español
S
i la importancia de algo o de alguien se mide por el número y poder de sus enemigos, la COPE es importantísima. Si alguien o algo alcanza tanta importancia que para destruirlo se subvierten todas las garantías que protegen las libertades cívicas en una sociedad, o bien esa sociedad está realmente amenazada de muerte por ese algo y debe destruirlo para sobrevivir o bien esa sociedad es incapaz de garantizar la libertad de todos y cada cual debe defenderse como pueda de un despotismo generalizado, reñido con el pluralismo, la democracia, la moral, la Ley y la libertad. La campaña desarrollada contra la COPE durante la temporada 2005-2006, que empezó en la anterior y continuará en la siguiente, nos coloca ante una alternativa dos veces triste: o España sólo puede sobrevivir destruyendo la COPE, como buscan sus enemigos, o la COPE está en peligro de muerte porque España es una nación en estado de coma y el Estado de Derecho es un cadáver insepulto.
Obviamente, no es la COPE lo que supone un peligro para España, pues su único y declarado empeño es defender la Nación española y la Constitución que hace a los españoles ciudadanos libres e iguales. Pero si los que han decidido liquidar la Nación española como base del Estado y al Estado como ámbito de las libertades individuales se empeñan en destruir la COPE, que es lo que podremos comprobar en este capítulo, cabe suponer que el papel de esta cadena que sólo escucha el 20 por ciento de la audiencia total en la radio española es semejante al de los pequeños testigos de un gigantesco crimen. Hay que cerrar la COPE para que no hable. Para que nadie hable.
Es corriente que cualquier crítica sufrida por un político, una empresa, un club deportivo o incluso un árbitro de fútbol se achaque a «una campaña» contra ellos. Yo espero que después de ver, a cuenta de la COPE, lo que es realmente una campaña de destrucción, se limite el recurso retórico. Por mi parte, voy a ceñir a tres meses y a los medios de prensa escrita el estudio de esa campaña para liquidar la COPE. Los meses serán los de octubre, noviembre y diciembre de 2005. El juicio, del lector.
En
El País
del 10 de octubre, Miguel Ángel Aguilar publicaba un artículo titulado «La COPE no se calla», respondiendo al director de Informativos de la cadena, Ignacio Villa. Además del tono despectivo («Se impone reconocer que el colega Villa después de años de cuidadoso cultivo del
low profile
ha cobrado una gran imagen pública y se ha convertido durante la última temporada en figura del toreo»), desarrolla la idea básica de la campaña dirigida a la derecha: la COPE es un aliado objetivo del PSOE. Cuesta creer que, de ser cierto, eso molestase al principal apoyo mediático del Gobierno socialista. Sin embargo, lo propio de una campaña totalitaria no es apoyarse en hechos reales y racionales sino repetir infinitas veces una fórmula breve hasta que cale en la gente y se convierta en parte de su paisaje intelectual. Lo curioso de esta estrategia dictatorial es que obliga a los voceros a tragar el propio mensaje podrido que venden. Aguilar dice que el secretario de Estado de Comunicación, Miguel Barroso, había dicho a los grandes empresarios y/o anunciantes: «Tenéis que apoyar a Federico». Y lo explica: «Se trata del frío cálculo que considera los beneficios inducidos por el maximalismo de los sembradores de odio, que además acaban dictando la conducta del PP y le mantienen echado al monte. El miedo al regreso del aznarismo guarda la viña».
Lo importante de esta campaña contra la COPE no es, por tanto, el hecho paradójico y absurdo de que los medios de izquierdas protesten por el favor que le hace al Gobierno de izquierdas un medio de derechas supuestamente errado o radicalizado, puesto que en el pecado o el error llevaría la penitencia que a ellos debería solazarles. Lo esencial es la repetición de unos cuantos lemas para estigmatizar o, como suele decirse ahora, satanizar al enemigo. En este caso, es «odio». La COPE será acusada, en los tres meses siguientes, cientos, miles, millones de veces, de «sembrar el odio». Obviamente, se entiende que los que quieren cerrarla actúan en nombre del amor.
Sin embargo, la finalidad política inmediata de esa campaña era neutralizar la COPE en la campaña sobre el Estatuto de Cataluña, que suponía en la práctica la liquidación del sistema constitucional. Todos los medios exclusivamente catalanes se alineaban con la mayoría parlamentaria que apoyaba el Estatuto, a excepción del PP. De los medios audiovisuales de ámbito estatal sólo había dos que, por su cercanía al PP, podían atacarlo: la COPE y Onda Cero. Pero esta última, como Antena 3, es propiedad del Grupo Planeta, cuyo presidente, José Manuel Lara, había pedido públicamente un nuevo Estatuto de Autonomía en carta a
La Vanguardia
del 31 de agosto junto a los otros nueve empresarios más importantes de Cataluña. Neutralizada, pues, la única televisión no izquierdista y una de las dos cadenas de radio de centro derecha, el único medio que se oponía al Estatuto era la COPE. Y siendo ésta propiedad de la Conferencia Episcopal, lo primero que se movilizó fue a los obispos catalanes, tan fácilmente movilizables a favor de las tesis nacionalistas. El 4 de octubre, el
Diari de Girona
abría fuego titulando: «
Els bisbes catalans podrien plantejar detnanar canvis ais continguts de la COPE
» («Los obispos catalanes podrían plantear pedir cambios en los contenidos de la COPE»). El 7, Àlex Masllorens lo desarrollaba en el
Avui
: «
L'Estatut, la COPE i els bisbes catalans
». Y el 8 de octubre, llegaba el ataque en tromba: «Los obispos catalanes piden moderación a la COPE» (
El País
); «El episcopado catalán tratará de poner freno a las ofensas de la COPE» (
El Periódico
); «El episcopado catalán ve legítimo el Estatut y reclama mutuo respeto entre los españoles», «Los obispos harán gestiones para corregir la línea de la COPE, de titularidad católica. Quejas por las ofensas y descalificaciones» (
La Vanguardia
, edición Madrid); y «
Els bisbes catalans volen corregir el to d'alguns programes de la COPE
» (
El Punt
), un titular que tuvo éxito, porque saltó literalmente a las agencias de noticias y a la prensa regional: «Los obispos catalanes quieren cambiar el "tono" de la cadena COPE» (Diario
Atlántico
de Vigo).
Nótese que las críticas al proyecto de Estatuto —criticable por definición en una democracia— se convierten desde el principio en «ofensas», terminología típica de la extrema izquierda o la extrema derecha totalitarias, y nunca dirigidas contra alguien concreto, un político o un partido, sino contra «Cataluña», obviamente atacada también por los catalanes que en la COPE y fuera de ella se oponían al Estatuto y que, por el hecho de hacerlo, merecían el anatema de «anticatalanes». Otra táctica muy típica de los grupúsculos extremistas es utilizar la sección de Cartas al Director para crear la sensación de que una determinada opinión política se está generalizando en la calle. Y en esos mismos días empezó el bombardeo de misivas contra la COPE: el 8,
El Punt
publica una carta llamando a retirar la publicidad de la COPE, y el día siguiente, el 9, pese a tener que haberla ya leído, publica la misma carta el
Avui
.
Los columnistas continúan en la línea marcada por los titulares de sus diarios. En
El Periódico
del 10 de octubre Joan Barril titula su comentario «Hartos antes de empezar» (se supone que a debatir el Estatuto que aún no se ha empezado a debatir en el Parlamento) y en él dice: «No hay día sin insulto. Eso de ser catalán se está poniendo difícil. Hablar con España casi obliga antes a jurar bandera». En realidad, sucedía exactamente lo contrario: ser catalán y no nacionalista era y es dificilísimo. Y hablar con los que se proclaman la encarnación de Cataluña obliga previamente a abjurar de España, empezando por la bandera. Una prueba es la viñeta que me dedicaba el
Avui
del día siguiente, el 11, en la que aparecían Goebbels y Satán en el infierno. Y decía Goebbels: «Un tal Jiménez Losantos, de la COPE, me está haciendo la competencia». Y respondía un Lucifer muy venido a menos: «Mira que era difícil, Herr Goebbels».
Al día siguiente, en
La Vanguardia
, Oriol Pi de Cabanyes decía en «Nación de naciones»: «Desde el "Escolta Espanya" de Joan Maragall hasta hoy han pasado más de cien años. Aunque si entonces no faltaron ya quienes alimentaban el miedo a la desmembración de la España una (como hace irresponsablemente el PP), no existía un tan poderoso medio de intoxicación masiva como es ahora la COPE (dependiente, para escándalo de tantos cristianos, de la Conferencia Episcopal Española), que siembra a diario la cizaña del odio étnico». Nótese el triple disparate lógico de este discurso: hace cien años, dice, ya había quien temía la desmembración de España, pero omite La Razón fundamental: ya se había puesto en marcha el nacionalismo catalán. Ese miedo, según el articulista, lo tiene y lo manifiesta el PP, que representa a diez millones de electores y a la mitad de la opinión pública española, pero en vez de preguntarse por qué una fuerza política tan importante sostiene esa opinión, minimiza el casi todo para cargar contra la parte: más importante que el PP sería la COPE, que siembra el «odio étnico». Atención a esta gansada, porque, cien mil veces repetida por los papagayos nacionalistas, llegará a convertirse en argumento dentro del Parlamento Europeo: ¿qué entenderá por «étnico» el filósofo Pi? ¿Cómo los defensores de la unidad de España podrían sostener que los catalanes son españoles, sí, pero que, a la vez, constituyen una etnia diferente a la que se debe odiar? En todo caso, serían los separatistas los que proclaman una diversidad «étnica» de Cataluña y el resto de España, algo rigurosamente insostenible atendiendo a la historia, la cultura, la religión o la raza, al menos desde que los teóricos de la supremacía racial catalana como el doctor Robert cayeron en el descrédito.
Algunos catalanes se resistían a la manipulación étnica e ideológica. Así, al día siguiente, también en
La Vanguardia
, escribía Francesc de Carreras: «No sigamos cultivando en Catalunya esta eterna manía persecutoria. Dejemos de fabricar falsos mitos anticatalanes: no son únicamente la COPE y Federico Jiménez Losantos quienes discrepan del Estatut, sino otra mucha gente, muy diversa y distante, con razón o no, tanto de Catalunya como de fuera de Catalunya». Pero, ay era una gota de agua en el océano, al que en Zaragoza, por fastidiar, llaman charco; por otra parte, pedirle al nacionalismo que no cultive el victimismo es como invitarle a no respirar. Ese mismo día, 13 de octubre, Josep Pernau publicaba en
El Periódico
y en su sección «Opus mei» la melopea judeonazi «Con una estrella en el pecho», donde el rebaño agresor se proclamaba ovejita agredida y además me imputaba a mí el proyecto de su exterminio: «Se propondría la creación de un distintivo que los catalanes que simpatizan con el tripartito deberían lucir en el pecho. Tendría forma de estrella, por ejemplo. Amarilla, además». En realidad, la mayoría aplastante e intolerante en Cataluña es la que forman ellos, y la minoría señalada, estigmatizada y perseguida es la de los pocos catalanes o no catalanes que se oponen al nacionalismo. Sin embargo, para legitimar su agresión, todo nacionalista debe proclamar previamente que ha sido agredido, por muy falso que sea.
En Madrid, la campaña contra la COPE tenía —tuvo siempre—- un sesgo distinto al de Barcelona, porque iba más dirigida a la clase política de derechas que a la base electoral de izquierdas. El mismo 11 de octubre en que el
Avui
me comparaba ventajosamente con Goebbels, Miguel Ángel Aguilar aseguraba en
El País
que «los ayatolás de la COPE incendian desde la madrugada el ánimo de los oyentes»; y en
La Razón
, Enrique Curiel, veterano dirigente comunista pasado al PSOE, explicaba a la derecha lo que realmente le conviene, que es para lo que ha quedado cierta izquierda baldía. Curiel titulaba «Serenidad», pero se notaba enfadado: «Las cosas que se han dicho durante estos días contra Zapatero —al que la derecha extrema cree insultar llamándole Rodríguez— resultan inauditas. Hasta los obispos catalanes hacen públicas las gestiones que realizan en la COPE para frenar las ofensas y descalificaciones que escandalizan a quienes las escuchan. Dejémoslo claro: no habrá Estatut anticonstitucional». Y concluía: «Aznar debe tener cuidado con el abismo: se puede caer y llevar el PP al arroyo».
Dentro de esa sorprendente y casi obsesiva preocupación de las izquierdas por asegurar el futuro de las derechas, caridad suicida que veremos una y otra vez en la campaña contra la COPE, es de reseñar la amenaza que, cada vez más claramente, transmiten los bienintencionados reconductores del rebaño a los prebostes ovinos: ¿a qué clase de abismo, a qué arroyo podría llevar Aznar al PP? ¿Al de la derrota electoral? Eso siempre sería bueno para España, según el análisis lógico de las izquierdas. ¿Qué peligro les ronda, pues, más allá del error conceptual y de eternizarse en la oposición? ¿La ilegalización, quizá? ¿Pasar de ser un partido tolerado por la izquierda en el Poder a un partido perseguido y fuera del sistema? No hay otra forma de entender la amenaza. Y sin duda así la entienden los profesionales de la política que en los andurriales de la derecha están dispuestos a perder casi todo, excepto dos cosas: la carrera y la cartera.