De La Noche a La Mañana (31 page)

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Authors: Federico Jiménez Losantos

Tags: #Ensayo, Economía, Política

BOOK: De La Noche a La Mañana
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Todos, absolutamente todos los movimientos en los medios audiovisuales de centro-derecha tenían como objeto conquistar el «Polanquito de Oro», multipremio con chollobote que Aznar reservaba al presunto empresario de comunicación capaz de crear frente al polanquismo un grupo multimedia tan disciplinado, sectario y poderoso como el mismísimo Imperio prisaico. El problema del «Polanquito de Oro» es que lo tenía que dar Aznar entregando los despojos del imperios
fast and run
, o sea, aprisa y corriendo, que había montado Villalonga en Telefónica en el invierno de 1996, cuando el polanquito primero de Aznar, Antonio Asensio, se pasó a Polanco. Las piezas clave del intento de reequilibrar la descompensación mediática entre la derecha y la izquierda, o entre el aznarismo y el antiaznarismo que amenazaba con derribar al Gobierno al año de llegar al Poder, fueron compradas, recompradas o inventadas con el dinero de Telefónica y eran tres: Vía Digital, para impedir el monopolio de Canal Satélite Digital en la televisión de pago; Antena 3 Televisión, para impedir la hegemonía total de la izquierda en la televisión privada en abierto, y Onda Cero, para crear una alternativa de radio semejante a la SER en número de postes emisores, poderío multimedia y eficaz gestión empresarial.

Los aspirantes eran todos los demás grupos de comunicación, que a su vez aportaban piezas al Contraimperio:
El Mundo
y
ABC
añadían un periódico nacional de referencia al sector audiovisual; el Grupo Correo, solo o en compañía de Prensa Española (
ABC
), aportaba su cadena de diarios regionales y jugaba a todo después de apostar por Polanco en la Guerra Digital, lo mismo que el Grupo Godo y el Grupo Zeta. Y a esto se añadía el zascandileo autónomo o inducido de otros grupos multimedia de envergadura internacional, como Pearson y Murdoch, que también cosquillearon las entretelas decisorias del Faraón, uno en la primera y el otro en la segunda legislatura.

Que la obsesión de Aznar fuera Polanco es lógica. Nunca ha existido en España (tal vez por eso ha sobrevivido hasta hoy) un grupo de comunicación convertido en un poder factico tan aplastante, tan omnipresente y tan contrario a los principios, valores e ideas que pueda alentar un proyecto político liberal y nacional. Pero como el empeño de Aznar nunca fue conquistar la hegemonía ideológica allá donde más acusadamente reina la izquierda, que es en la educación y los medios de comunicación, como no se atrevió a facilitar que la iniciativa privada desarrollara en la derecha proyectos empresariales que equilibraran esa hegemonía, como lo que Aznar buscó siempre era neutralizar al que amenazaba su poder —legítimo pero limitado— y no al que amenazaba ilimitada y permanentemente la libertad en España y la pluralidad de los medios de comunicación, ese antipolanquismo razonable se convirtió en un disparatado polanquismo especular. Y con ese guión era inevitable que Planeta, el único grupo editorial capaz de competir con el de Polanco en España y América, fuera invitado a unirse a esa desequilibrada carrera de equilibrios, a ese antipolanquismo polanquizado, a ese exorcismo satánico que en última instancia buscaba Aznar.

Pero atención: con todo el PP detrás. Y cuando digo todo es todo. Si personifico la responsabilidad en Aznar es porque la tuvo, la asumió y podría decir que hasta la disfrutó, pero ni en el fondo ni en la forma difería lo más mínimo del sentir y el parecer del 90 por ciento de los representantes políticos de la derecha, que, habitualmente recelosos de su base social, son reacios a dejarle respirar y expresarse libremente, en su plural y anárquica complejidad, en su lealtad de fondo a los principios —Libertad, Propiedad, Igualdad ante la Ley, Familia, Nación española— y en su desconfianza ante los políticos en general, incluidos los suyos. Esa derecha sociológica, por su relativo desentendimiento de la política, cultiva siempre la nostalgia de un líder providencial que salve y mejore España y que les permita dedicarse a los asuntos que realmente les interesan: los particulares, familiares o empresariales, mucho más que los políticos.

En la actualidad, eso ha cambiado o está cambiando mucho y a gran velocidad. Ni todo el PP ni, sobre todo, la base social de la derecha se parecen a los de hace tres o cuatro años, los de aquellos años bobos, felizmente bobos, del 2001-2002. Después de dos años de Gobierno ZP, es decir, después del proceso de liquidación nacional y persecución política contra la derecha acometido por la izquierda y los nacionalismos, que empezó por el Pacto del Tinell y el de Perpiñán, que alcanzó su punto álgido en el 11-M y su punto de no retorno golpista el 13-M y que ha continuado desde el 14-M con la práctica liquidación de la herencia política de los años de Aznar, desde la política internacional hasta la hidráulica, desde la educativa hasta la antiterrorista, la derecha social casi al completo y buena parte de la derecha política han cambiado. Desde las leyes contra la familia, la educación y la Iglesia católica, hasta el nuevo Estatuto de Cataluña y el renovado pacto del PSOE con la ETA, el Gobierno de Zapatero ha liquidado el consenso de la Transición que dio lugar al régimen constitucional de 1978, ha anulado el papel moderador de todas las instituciones del Estado de Derecho, y ha demostrado la voluntad de liquidar todos los valores que media España siente como irrenunciables. Y esa España se ha despertado, ha salido a la calle, ha demostrado una capacidad de movilización como jamás había demostrado. Una parte muy significativa del PP, que es su partido, se ha despertado y movilizado con ella. Y la COPE ha tenido un papel esencial en esa reacción popular frente a la descarada agresión de la izquierda.

Pero eso ha sido después. Apenas cuatro años antes, nadie preveía el diluvio ni fabricaba arca alguna. Al revés, el Gobierno parecía disfrutar echando a pique lo poco que en la derecha flotaba, y cuando jugaba a astillero o atarazana, ni reparaba bajeles viejos ni fletaba barcos nuevos. Su única obsesión era controlar y mangonear. En la radio, nombrar un capitán que corrigiera la incorregible singladura solitaria de la COPE.

Lara y Aznar nombran
Dombernardo
a González Ferrari

La COPE Planetaria fracasó cuando Lara, tras haber adquirido en torno al 10 o 12 por ciento de la propiedad, se sintió con la fuerza suficiente para hacerse con el control de la gestión. En ese momento, con un organigrama supuestamente favorable y con Luis Herrero como representante de Planeta en el Consejo de Administración pero designado por la COPE, Lara decidió que la situación estaba suficientemente madura para hacerse con el poder, para lo cual era imprescindible relegar a don Bernardo a la condición de florero honorario, es decir, a una presidencia de honor, nombrando para mandar de verdad a un presidente ejecutivo. Obviamente, éste era el que tenía que conseguir el cambio de línea informativa y política de la cadena pasando de un centrismo liberal que apoyaba críticamente al Gobierno pero no le obedecía a una «línea PSC» tutelada por Moncloa, que permitiese reforzar sus lazos con el catalanismo. Si se mira con un poco de perspectiva, era una apoteosis de la necedad y del regate corto que no podía tener más fruto claro que quitarme de en medio a mí y darle a Luis Herrero una patada hacia el Consejo de Administración, en el mismo sentido de don Bernardo pero sin llegar a las nubes presidenciales. Pero ¿quién le ponía el cascabel al gato?

El elegido por Lara tras consultar con La Moncloa o designado por La Moncloa tras petición de Lara fue Javier González Ferrari, que se declaró cansado de bregar con la fauna sindicalera de RTVE pero dispuesto a sacrificarse por Aznar y el PP con el único consuelo de una supernómina o latisueldo como presidente ejecutivo de la COPE. Cuando Luis se enteró a través de La Moncloa de que la oferta estaba hecha y aceptada, de que el nombre estaba requeteconsensuado y de que el nombramiento era inminente, más aún, que ya era un hecho, llamó a Lara para contrastarlo. Aunque designado por la COPE en vez de José Antonio Sánchez como controlador de contenidos y luego como consejero, Luis representaba a Planeta y, como nadie le había contado nada sobre la operación, se veía en una situación de sorpresa desairada.

Dicho sea de paso, el carácter residual que la COPE tenía a los ojos del Gobierno se nota en que sus cargos políticos fueron adjudicados a José Antonio Sánchez y Javier González Ferrari, comisarios políticos en RTVE y a los que se pagaban los servicios prestados con un dorado retiro en el balneario episcopal. Porque ése era el designio del faraón José Ramsés II para una radio que seguía siendo una referencia esencial en la derecha: convertirla en un balneario centristón de contenidos gubernamentoides cuya gestión se adjudicaba a un señor de Barcelona sin experiencia en el sector y que jamás se había jugado nada apoyando al PP en los años duros, pero muy dispuesto a acabar con las críticas liberales a Rato, los reproches éticos al propio Aznar y, por supuesto, a liquidar esas críticas radicales, exageradas, estridentes y, por ende, contraproducentes, de
La linterna
al nacionalismo vasco o catalán.
Consumatum erat
.

Lara le confirmó a Luis que, en efecto, tras haber hecho la gran inversión que él conocía para hacerse con un paquete significativo de la propiedad y dada la inoperancia de don Bernardo y su equipo para afrontar la crisis de audiencia y publicidad de la casa, había decidido asumir la gestión empresarial y nombrar presidente ejecutivo a Javier González Ferrari, con el visto bueno de La Moncloa. Que Aznar estuviera encantado de poner a uno de sus cancerberos al frente de la COPE no suponía para nosotros la menor sorpresa. Lo que no acababa de creerse Luis es que don Bernardo, cuyo apego al sillón de la COPE merecía un anuncio de pegamento Imedio, se fuera mansamente del poder. Lara le aseguró que sí, que don Bernardo estaba de acuerdo. Adiós, adiós. Y colgaron.

Con la cabeza metida en una nube de granizo y los pies en un charco de niebla, Luis llamó entonces a don Bernardo para corroborar lo que le había dicho Lara.

—O sea, don Bernie, que al final se rinde y deja los trastos ejecutivos a Ferrari.

—¿Que yo dejo qué?

—La presidencia de la COPE. Vamos, el poder ejecutivo; y pasa a florero, je, je, o sea, presidente de honor.

—De ninguna de las maneras. Pero, vamos, de ninguna de las maneras. ¿Y quién dice eso?

—Me lo acaba de decir Lara. Que el acuerdo es total con Ferrari, que La Moncloa está encantada y usted también.

—Con Ferrari puede acordar Lara lo que quiera y La Moncloa puede decir lo que le dé la gana. Pero yo no he dicho que me voy y mucho menos para dejarle esto a un accionista que tiene el 10 por ciento y a un presidente ejecutivo que, con todos mis respetos, verdad, pues no ha tenido demasiado éxito en la casa pese a que tuvo su gran oportunidad cuando sustituyó a Luis del Olmo. Nada de nada, Luis. Yo sigo en mi sitio mientras me digan que siga los que me lo pueden decir. Y si Lara ha nombrado a Ferrari, allá él y Ferrari. Te digo que no hay nada de nada. Ni lo habrá. Gracias, Luis.

La perplejidad de Luis fue total. El nombramiento de Ferrari duró menos de veinticuatro horas y no pasó de acuerdo a contrato, al menos que yo sepa. Pero, según Lara, el que se lo cargó fue Luis Herrero poniendo a don Bernardo contra su sucesor. Lara riñó con Luis y hasta hoy dura el enfado. Ésa sigue siendo varios años después la versión oficial en Planeta del fracaso del asalto a la COPE. A mí don Bernardo me dio tiempo después una versión que yo creo que explica algo lo que realmente pasó.

—Hombre, Federico, es que a mí me dice Lara en un principio que renuncia a la gestión porque Luis le ha explicado claramente que los intentos de
ABC
y del Grupo Correo fracasaron precisamente porque querían hacerse con la COPE teniendo sólo un 5 por ciento, que él ha aprendido la lección y que ellos sólo quieren colaborar en los estudios de
marketing
y todo eso. Y en cuanto tiene el 10 me sale con lo de la gestión. Así que yo le dije: perdone, don José Manuel, a lo mejor yo no me he explicado bien, pero ¿cómo pudo pensar usted que con un 9 o un 13 por ciento, lo que sea, puede usted apartar de la gestión a la propiedad, que yo represento, y que tiene más del 70 por ciento? Me temo que aquí ha habido un malentendido, cosa que lamento de veras. El, Lara, se puso como un basilisco y le echó la culpa a Luis Herrero. ¡No sé por qué!

—Pues porque usted le dejaría creer que metiendo tres mil millones iba a mandar en la cadena. Y una vez los metió… se llevó el chasco. Como él no puede reconocer que usted le engañó y usted tampoco lo reconocerá, la culpa es del que estaba en medio, o sea, Luis Herrero.

—Bueno, ya se le pasará. Las aguas volverán a su cauce. Se le tiene que pasar, Federico, porque tiene aquí una inversión importante y le conviene que esto vaya bien.

—¿Usted no le compraría su paquete de acciones? Porque se lo pedirá.

—Si acepta el precio original, no tengo inconveniente. Pero supongo que para él sería un quebranto grande.

—¿Y al precio que él ha pagado?

—¡Quita, quita! ¡No tenemos tanto dinero! Ya sabes tú que después de lo de García y lo del
Drintím
estamos muy justitos. Pero verás tú como salimos adelante.

—Y de tesorería, mejor, ¿no?

—Hombre, me molesta que sea de una forma tan desagradable. Pero… mejor.

Pasado el tiempo, yo he llegado a la conclusión —pero sin pruebas— de que el cura engañó a Lara dejándole creer lo que Lara quería creer: que él había engañado al cura. Hizo caja, que es lo que necesitaba la COPE en aquellas bajísimas horas, y luego le hizo creer a Lara que el que se había cargado el posible acuerdo era Luis Herrero. No se explica de otro modo que, pasado el tiempo de la penuria y recompradas las acciones de Planeta, con quien tenemos excelentes relaciones comerciales, se mantenga el odio de Lara contra Luis. Está claro que hay engaños que duran más que los hombres. O casi.

Luis Herrero contra Pedro Jota o los escombros arrojadizos del «Dream Team»

En el frente interno de 2002, la sempiterna estrategia monclovita de liquidar la COPE, esta vez a manos de González Ferrari y Planeta, se saldó, pues, con el sempiterno fracaso. En el frente externo, que básicamente consistía en resistir el tirón de audiencia y publicidad del «Dream Team» creado a golpe de talón en Onda Cero, lo difícil no fue resistir, ya que nuestra única alternativa era Numancia o Sagunto. Y pronto quedó claro que aquel agregado de egos y millones estaba abocado a la autodestrucción. Por curiosa paradoja, que en la COPE se había convertido en costumbre, lo peor de la lidia del «Dream Team», que se lidiaba solo, fue la agonía del morlaco, o, más bien, el arrastre con las mulillas de la colaboración de Pedro Jota con Onda Cero-Telefónica: el «Caso Alierta».

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