Descanso de caminantes (12 page)

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Authors: Adolfo Bioy Casares

Tags: #Otros, #Biografía, #Memorias

BOOK: Descanso de caminantes
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Visitó un departamento en un séptimo piso de la calle Juez Tedín. Dijo que hacía calor y que abrieran el balcón. La señora que le mostraba el departamento le dijo: «Mire qué linda vista». «Es verdad —comentó Carmen— no quiero una linda vista, sino morir tranquila». Se tiró a la calle.

15 mayo 1979
.
José H
. Tiene 84 años, Hoy, en la comida del Jockey Club, tuvo un patatús. Quizá un infarto o un preinfarto. Ese día, a las 9 y media estuvo tomando unas copas en la Rural. Antes del almuerzo, otras. Almorzó lo más bien. Fue a un departamento y con una amiga se metió en cama. Durmieron después una merecida siesta. Tomaron té con masitas con crema y bocaditos, que había comprado en una confitería. Pasó por su casa, a buscar a su mujer, y fue al Jockey Club, a la comida que daba la Comisión a los miembros cuya renuncia fue aceptada. Estuvo tomando whisky, antes de la comida. «Un día así vale la pena vivirlo», comentó otro socio, que es médico. Ojalá que yo recorra los veinte años que me separan de José H. dando los mismos pasos (excluido lo excluible: la vida pública, las copas y hasta las masitas de crema).

22 mayo 1979
. En la reunión de la Comisión Directiva del Jockey Club, apareció con su habitual sonrisa, un poco más alegre que de costumbre, José H., viviente desmentido al diagnóstico de infarto, que dio el médico el 15. «Me pateó el hígado», explicó el invulnerable. Estaba de muy buen color, etcétera.

23 mayo 1979
. Me llega el artículo de Georges-Oliver Châteaureynaud, en
Nouvelles Litteraires
, del 1/2/79
[7]
, pidiendo a Laffont la reedición de
Le Songe des Héros
. Me digo que sólo podría mostrarlo a mis padres, si vivieran. Quizá también a Drago.

Hoy vi
El mujeriego
, film de Broca, con Jean de Rochefort. Trátese acaso de mi vida, en versión de
daydream
. Al final, en el casamiento de la hija, fotografían al héroe rodeado de mujeres: sus mujeres, amigas entre ellas, lo que un hombre como yo siempre desearía. Digo desearía, porque precisamente esa amistosa reunión es lo que me llevó a escribir «versión de
daydream
»; perfectamente sabemos cómo son de ásperas las mujeres entre ellas.

Alguna vez he fantaseado con un club de mis mujeres, en el que encontraran por azar (ignorando todas que yo era una circunstancia común entre ellas), y descubriendo costumbres, no muy importantes, como la de tomar té cargado, con tostadas, por las tardes. «¿Cómo? —se preguntarán con asombro—. ¿Vos también tomás té chino? ¿Sin leche? ¿Cargado?». Quizá por ese catecismo recíproco llegaran a la verdad. ¿O la sabían y me la ocultaron?

25 mayo 1979
. El 25 de mayo, el viejo día de la patria, que los provincianos reemplazaron con el 9 de julio. Desde chico, una buena intuición porteña, mejor dicho argentina, me llevó a querer el 25 de mayo y a ver las fiestas julias como advenedizas, como las fiestas de los otros. «Por fin un presidente argentino —dijo alguien, cuando asumió Quintana—, después de tanto tucumano y cordobés». No negaré, sin embargo, que, excepto Mitre, nuestros mejores presidentes fueron provincianos: Sarmiento, Roca… ¿y no habrá sido Avellaneda mucho mejor que cualquiera de los del siglo XX?

Sueño de la noche del 1.º junio 1979
. Dos mujeres jóvenes, muy bellas, que habían estado en el infierno, volvían con un sentimiento de superioridad, cuyo más notable atributo era la estupidez.

Mi amiga no había oído nunca la frase «tener a uno al estricote», por «tenerlo a mal traer». No consigo averiguar el significado de
estricote
.

A cambio de mis acciones de La Martona, Vicente Lorenzo Casares me da de su campito de Arrecifes. Me entero de que el campito es parte de La Esperanza que compró mi tío Vicente, y que antes Silvina y yo hubimos de comprar (hacia 1940). Me arrepentí siempre de no haberlo comprado. Por lo visto (perdón, Wittgenstein) estaba en mi destino ese campo.

Idiomáticas. Es sí o sí
. No hay alternativa. Frase argentina o por lo menos porteña, de comienzos del 79.

Leo en Benjamin Constant,
Journaux Intimes
sobre la muerte de Mme. Talma: «Ciertamente, si se tomara lo que la hacía pensar, hablar, reír, lo que había en ella de inteligente; en una palabra, lo que ella era, y aquello por lo que la amé, y se lo transportara a otro cuerpo, ella reviviría en plenitud.
Nothing is impaired
». Todo esto podría servir como epígrafe (final) para
Dormir al sol
.

Más adelante leo: «Que será de la inteligencia que se forma de nuestras sensaciones, cuando ya no existan esas sensaciones».

La primera cita es del 14 Floreal (4 de mayo) y la segunda del 15 Floreal (5 de mayo), ambas de 1805. Copiado ella de junio de 1979.

Proyecto para
daydreaming
. Encontrar la narración (¿un diario?; así parece) de la vida de Benjamin Constant entre el 28 de diciembre y el 12 de abril de 1808, escrita por él mismo.

Desde la primera infancia me gusta perderme, como en un bosque, en los dos volúmenes de las fábulas de La Fontaine.
Nel mezzo del cammin
, pasados los sesenta años, descubro que La hombre muy querible.

Sueño, con vista sobre secretos del forjador de sueños
. Era el anochecer. Mi madre y yo nos bañábamos en el mar. Si rodeábamos un murallón que sobresalía del agua, cruzábamos La Mancha. El mar se extendía hasta el horizonte. De pronto la perdí de vista. Un hombre expresó temor de que «le hubiera pasado algo». Yo sabía que no podía pasarle nada, porque mi madre había muerto hacía muchos años. De algún modo entendí que decir eso —reconocer que la bañista no era más que una imagen soñada— no sería bien recibido por mis interlocutores. El hombre insistió:

—El mar es peligroso. Y no olvide la edad de su madre. Ha de tener casi noventa años.

—Mi madre no es tan vieja —contesté sinceramente, y en vano traté de calcular su edad.

Improvisé una explicación que podía ser falsa, pero que satisfacía mi aseveración de que mi madre no tenía noventa años:

—Se casó muy joven…

Al despertar recordé el sueño. Cuando llegué a la parte referente a la edad de mi madre, hice cálculos. Mi madre murió a los 62, en el 52. En el 79 tendría 89 años.

En mi sueño, un personaje lo sabía; yo, no.

Sueño, que por prudencia no debiera contar
. Salgo a caballo, en el campo. Me alejo bastante de las casas, quizá demasiado, porque siento alguna angustia sobre la posibilidad de volver, ya que mi cabalgadura está cansada y, por lástima, no quiero exigirle un esfuerzo penoso. Mi cabalgadura es una muchacha fina, alta, blanca, desnuda, linda. Me lleva en su espalda, «a babuchas».

Sueño
. Tal vez porque a la tarde vi a alguien con un impermeable de muy buen corte, en mi sueño apareció Julito Menditeguy con un impermeable de muy buen corte. Al rato esa persona era mi padre (no digo que Julito fuera mi padre; digo que el personaje de mi sueño era mi padre). Yo comenté para mí que estos cambios eran frecuentes en los sueños. Sabiendo, pues, que soñaba, seguí soñando, ya olvidado de que soñaba, tomando el sueño por realidad. En esa parte del sueño mi padre se paró de cabeza. Le pregunté por qué lo hacía. «Tu madre dijo que me haría bien», contestó. Parecía triste.

Sueño
. Yo estaba en un país extranjero, ahora no recuerdo en cuál. Monté a caballo, con alguna prevención, por no conocer el sistema de equitación del país. ¿Llevarán las riendas en una mano, como nosotros? Etcétera. Me sobrepuse a los temores, con la reflexión de que yo era argentino y de cualquier modo andaría a caballo mejor que esos maturrangos. Entré en un potrero parecido al 2, del Rincón Viejo. De pronto vi cuatro o cinco mujeres que venían corriendo, que se apretujaban para pasar todas juntas por una tranquerita estrecha. Tenían aspecto de gitanas y cara de furia. A una de ellas se le cayó algo que llevaba en las manos. La hija de los caseros del Rincón Viejo, una chiquita inocente y un poco boba, recogió lo caído y se lo ofreció a la gitana. Ésta aprovechó la ocasión para tomar de un brazo a la chica y llevársela. Comprendí que la robaría. Espoleé mi caballo y cargué contra la gitana. Ésta se asustó, y soltó a la chica. Fue ése un momento de triunfo, más aparente que real, porque, no había la menor duda, mi caballo no era caballo de guerra: no cargaba de veras contra la gitana. Cuando estaba casi encima, se detenía o la sorteaba. Traté de que la mujer no se diera cuenta de que no corría ningún riesgo. En ese momento otra gitana vino en apoyo de la que había agarrado a la hija de los caseros. Traía una enorme caja de cartón, en forma de libro: metió adentro a la chiquilina. Yo me disponía a lanzar mi caballo entre la caja y las gitanas cuando desperté.

Desde el miércoles faltaban J. y su sobrina. A ésta su madre le había pedido que fuera al escritorio de su tío, a buscar un dinero. Llegó a pensarse en un secuestro o en un accidente. El viernes, un hermano de J. fue al departamento de este último y los encontró muertos. Parece que todo el mundo sabía que andaban juntos desde hacía ocho años. J., de 57 años, casado, con once hijos, gozaba de una buena posición económica, gracias a la fortuna de su mujer. Su sobrina, de 28, soltera, liberal, despreocupada, tenía pocos bienes personales. Desde hacía cuatro años estaba de novia con P., de 24 años.

Se dice que J. mató —posiblemente estranguló— a su sobrina y se suicidó después. Algunas mujeres dicen, tal vez con fundamento, que ella quería casarse; que le habría dicho: «Si no te casás conmigo, me caso con P.» o algo así. Por no saber cómo resolver la situación, por celos quizá, J. habría reaccionado violentamente. Mi amiga comentó: «En un momento de furia le puede pasar a cualquiera». Y Pepe Bianco: «¿Qué me decís? Parece una historia del siglo XIX».

Los enterraron juntos y más o menos la misma gente invitada, en los avisos de los diarios, a uno y otro entierro. Uno de los avisos fúnebres para el entierro de la sobrina estaba encabezado por «P., su novio». La gente se reía porque el pobre P. lloraba en el cortejo, parecía comprender que tal vez la quisiera a pesar de todo. Según el farmacéutico del barrio, la policía tuvo demorado a P. durante dos o tres días y finalmente lo soltó, cuando hubo confirmado sus coartadas.

Apuntes para la historia del suburbio literario de Buenos Aires
.

En la comida de la Cámara del Libro, en la mesa de Emecé, me encontré con Gudiño Kieffer. Fui muy amable con él. Nos reímos bastante. Cada uno contó historias que habían lastimado su propia vanidad. De pronto, en voz más baja y mirándome fijamente, me dijo:

—No creas que lo que voy a decirte es una manifestación de homosexualidad: sos un hombre lindísimo.

Desde ese momento encaminé la conversación preferentemente hacia mi vecina de la izquierda, María Esther de Miguel, y hacia Silvina Bullrich, que estaba un poco más lejos. Me enteré de que la primera había sido, durante diez años, monja. En vano traté de obtener de ella un recuerdo, una observación, expresivas de esa experiencia para mí tan misteriosa. Alguien habló de una mujer que últimamente publicó un libro, y Silvina Bullrich dijo:

—Yo le hice un prólogo. Creo que le sirvió de espaldarazo. El libro se vende bien y hasta van a llevarlo al cine.

—Si lo sabré —dijo Gudiño—. Yo trabajé en la adaptación.

—Mirá cómo es la gente —dijo Silvina Bullrich—. No le basta una película. Me llamó para pedirme que le presentara a Saslavsky, para que le filme otro libro.

—¿Sos amiga de ella? —preguntó alguien,

—Fui, pero no quiero verla. Cuando pueda ayudarla, la ayudaré, pero verla, no. Un día yo estaba en mi casa. Ella se puso a chupar. Al rato me dijo: «Quiero darte un beso. Sos una mujer muy linda. Quiero que seas la mujer de mi vida. Lesbiana de mierda», le dije. Cuando vi que iba a manotear su bolso, algo me dijo que se lo sacara. Menos mal, porque adentro había un revólver. Lesbiana de mierda, imaginate si me mata, iban a decir que fue un crimen pasional y no me saco de encima la lápida de homosexualidad.

En un aparte me dijo Silvina Bullrich que iba a escribir sus memorias, a las que titularía
Recuerdos o Memorias o Autobiografía de una sobreviviente
.

—Yo quisiera recordar y mencionar por su nombre a todas las personas con las que tuve relaciones íntimas —no hablo de acostadas de una noche— pero está mi hijo y están mis nietos.

—No permitas que consideraciones de ese tipo impidan que escribas tu libro como te parece mejor.

—Tenés razón —me dijo—. Mi hijo no me quiere y mis nietos tampoco. ¿Qué tengo que ver con esa gente? Me gustaría hablar con vos, para que me aconsejes.

Recordamos nuestra juventud y coincidimos en deplorar la vejez.

—Es que para vos y yo —dijo— lo más importante de la vida ha sido encamarnos. Lo demás venía después.

—Me acuerdo de que una vez me dijiste que Pepe (Bianco) fue el mejor de tus amantes.

—Sí. Con él éramos como dos violines. Está mal que yo haga esa comparación, porque soy idiota musical. Pero cuando nos acostábamos era como si arrancáramos acordes, música, a nuestros cuerpos.

Diálogo inmundo
.

MÉDICO: ¿El vientre lo mueve bien?

ENFERMO: A pedir de boca.

La señora es viuda y no se tiene por vieja; participa con el mejor ánimo en la rueda de la vida; observa con interés las vidrieras, compra trapos, perfumes, aspira a un tapado de pieles y, desde luego, sueña con encontrar un marido millonario. Su hijo, de veintitantos años, le anuncia que le manda, por un amigo que viajará en estos días a Buenos Aires, un regalo: una gran sorpresa. Desde ese momento una sucesión de atractivas hipótesis desvela a la señora: ¿recibirá una blusa? ¿Un perfume? ¿Un vestido? ¿Botas? ¿Guantes? ¿Un traje de baño? ¿Una alhaja? No, nada de eso. El amigo trae un tubo de cartón del que saca una lámina que extiende ante la señora: la bendición papal.

A lo largo del día converso con Juana Sáenz Valiente de Casares y otras personas, para recoger información sobre los fundadores del Jockey Club, para un trabajo que prepara Francis Korn sobre la inmigración en la Argentina: quién era la llamada «gente bien», en qué consistía la «distinción»; lo publicará en un libro colectivo, de un grupo de sociólogos. A la noche sueño que estoy en una casa mía, probablemente el departamento de Cagnes, donde tengo de huéspedes a unos muchachos Blaquier, hijos de primas. Los baños funcionan mal. Abro las canillas para lavarme las manos, y sale un poderoso chorro de agua caliente, que me hace soltar el jabón; debo buscado en el agua servida que hay en el lavatorio, porque los desagües están tapados. Llegan sirvientes, o enfermeros, con bebes desnudos, que son hijos de las Blaquier. Dicen que se hacen cargo de mis ganas de verlas, ya que tengo pocas ocasiones de estar con ellos; los dejarán en casa todo el día. Pienso que con tanta gente en el departamento, y con los desagües tapados, ni siquiera podré ir al baño. Decido salir, sin dar explicaciones, y mudarme a un hotel. En realidad, salgo a pasear a mi perro Ayax. Lo miró con entrañable ansiedad, porque sospecho que está enfermo.

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