Le dice a su amiga: «Hice la promesa de conocer a otro hombre antes de morir. Es más fácil que hacerlo. Creo que voy a tener que llamar a licitación». Es casada, madre de dos hijos, de 29 años, linda, inteligente.
Las mujeres como consuelo
. Hastiado de la que tengo en casa, pensé: «Nada mejor que hablar con una mujer encantadora para consolarme». Me pregunté: «¿A cuál llamo?». Sucesivamente las recordé y las deseché a todas. «Mujeres, las de antes», me dije y me pregunté: «Si pudiese llamar a mis amigas de antes, ¿a cuál acudiría?». Dios mío, cómo negar que no eran menos inhóspitas que las actuales. No por nada, el Eclesiastés dice: «He hallado más amarga que la muerte la mujer» y agrega: «El pecador será preso en ella». Puedo decir que tiene razón, porque siempre fui ese pecador. El Eclesiastés, un vanidoso insoportable y gran decidor de evidencias, pero conocedor de las mujeres, no hay duda.
Una mujer se enojaba cuando yo le decía que era el lado divertido de mi vida. No pensé que sobrellevan una gran tradición de mantenidas, esclavas y geishas. Para un hombre como yo el lado divertido de la vida es el mejor. En lo que evidentemente cometí un yerro fue en suponer que ella lo fuese.
Domingo, 25 julio 1982
. Después de ver
Oblomov
(film de Nikita Mijalkov, sobre la novela de Goncharov) en que el protagonista, su familia y sus siervos duermen hasta entrada la mañana, o todo el día porque viajaron y están cansados, o a la hora de la siesta, llego a casa a las cinco y media de la tarde y la persona que abre la puerta me anuncia: «Todo el mundo duerme la siesta». Voy a ver a Silvina, que está en cama, despierta. «¿Qué viste?», me pregunta. Le digo; a su pedido empiezo a contar el film y advierto que está durmiendo.
Libre albedrío
.
¿Libres? Libres no estamos, ni siquiera
,
de no pensar lo que la mente quiera
.
Recuerdos sentimentales
. Me refirió sus aventuras amatorias. La más extraordinaria, según él, habría sido la desfloración de una virgen de 49 años: una señorita de la sociedad paraguaya, bien educada, lo que se llama fina y lindísima. «No me va a creer, señor Bioy —me aseguró—, pero acostarse con una virgen de esa edad es exactamente como comer gallina vieja».
Testut, Juan (1840-1925), el autor de la famosísima (entre nosotros, al menos)
Anatomía
, no figura en el
Grand Larousse
del siglo XIX ni en el
Pétit Larousse
de 1923. Lo encontré en el Espasa.
Idiomáticas. Padre
. Aumentativo, ponderativo, para los mexicanos. Entre nosotros cumple esas funciones en la frase «de padre y señor nuestro» (mejor con mayúsculas, no sea que Se irrite), como en mi
Diario
del 31 de julio de 1982: «Estoy con un resfrío de padre y señor nuestro».
Idiomáticas. Ala
, como masculino, más allá del artículo. «Leí un cuento sobre un ángel que tiene un solo ala y para poder volar busca el otro ala entre los pobladores de la tierra. El cuento es de Syria Poletti» (Isidoro, Conversaciones durante las pruebas). Habría que ver cómo maneja la palabra
ala
Syria Poletti. Le conté el cuento a la doctora, sin recordar que al llegar al restaurante me había dicho «estoy con un hambre bárbaro».
El poncho de los pobres: el sol, en el habla porteña. No digo que la expresión sea exclusivamente porteña; sé que es porteña, y tan grande es mi ignorancia que ignora que a lo mejor es también de otras regiones.
Definición
. Psicoanálisis: Una seudociencia, que halla justificación en su eficacia curativa, que no existe.
Vida ejemplar
. Primero trabajó para vivir tranquilo. Después, para morir tranquilo.
Retrato
.
Plácido y sedentario en alto grado
,
si se para, uno cree que está sentado
.
En todo ve un significado oculto; se engañan así quienes no quieren que los engañen.
Enferma
. Si le dicen que alguien está tan enfermo como ella, se ofende.
Yo elegí, para que me acompañaran en la vida, mujeres. Si pienso en las elegidas me pregunto si no elegí mal.
Frase compuesta de palabras horribles. «Como dijo alguien, en toda hija esquizofrénica se reconoce una madre esquizofrenosa».
«El changador de la esquina» solía decirse en mi infancia. Creo que ya no quedaban changadores en las esquinas.
Recuerdo para «Mi vida con las mujeres
». Cuando Borges, en 1943, se enteró de mis amores con Faustina, me dijo algo que incluía la reflexión: «Nunca uno sabe en qué concluyen esas cosas». Yo le aseguré que el hecho no traería ninguna catástrofe, y sentí que su reflexión parecía dudar de mi control sobre las pasiones. Yo le demostraré, pensé, que no pierdo la estabilidad así nomás.
En realidad, yo tenía razón, porque los amores vienen acompañados de tantas molestias, que uno se siente afortunado de que las tardes concluyan y de poder volver a su refugio.
En el verano del 71, cuando todavía se mantenía en la lista de best-sellers
Diario de la guerra del cerdo
, la escritora me visitó en la estancia. Nuestra conversación Huía cordialmente, hasta que hablé de la nueva novela que tenía en preparación:
—¿Cómo? ¿Ya estás escribiendo otra? —me preguntó, con la cara torcida por el despecho.
Obreros del aburrimiento universal
. ¿Cuántas personas en el mundo, mientras usted lee estas líneas, dirán a su amante que debiera dejarlo? O dejarla, porque no ha de haber menos hombres que mujeres proclives a dar tales tediosos comunicados.
Idiomáticas
.
Perdedero
. Úsase frecuentemente en la frase perdedero de tiempo. Dícese de algo que ocasiona pérdida de tiempo. «Hay que volver a los chasquis. El teléfono es un perdedero de tiempo».
Lo saqué cortito, lo saqué al trote
: lo eché, en el habla porteña. Lo saqué cortito, zapateando, al trote, carpiendo, con cajas destempladas, a espetaperros, vendiendo almanaques, con la cola entre las patas. Modismos que expresan, con diversos matices, la manera violenta y eficaz con que expulsamos a alguien.
Coincidencias inútiles
. El único Arcadio que conozco, Arcadio Bustos, me dijo ayer en el club: «Mire lo que son las coincidencias. Me he pasado la vida sin encontrar un Arcadio, y esta mañana abro
La Prensa
, leo que murió un señor Arcadio Bazán y que en el entierro habló un señor Arcadio Jiménez».
El 15 de septiembre es el día dle los ancianos japoneses (y de un anciano argentino).
El señor Tumey no quería jubilarse. Le preguntaron por qué. Dijo: «En el mismo momento en que un hombre se jubila, pasa a trabajar, en su casa, de mucamo».
Parece que un señor conocido como el Negro Elía dijo:
—Cuando una mujer me gusta, invariablemente me dicen que se acostó con medio Buenos Aires e invariablemente yo me quedo en la otra mitad.
Drago es mi amigo de toda la vida, una suerte de hermano, con el que consulto la realidad, para maravillarme finalmente por el hecho de que cada uno por su lado ha llegado siempre a las mismas conclusiones. Para un libro que están escribiendo sobre mí le preguntaron cómo empezó esta prodigiosa amistad, que viene de cuando teníamos tres años de edad. Drago contestó: «Porque nuestras niñeras, Visi y Pilar, congeniaron y se divertían conversando juntas».
Cuando yo era chico en Francia todavía había gente que decía «Je vais prendre
un fiacre
» por «
un taxi
». (Los primeros coches de alquiler tenían la cochera en la rue Saint Fiacre. Este santo, que llegó de Irlanda, fundó un monasterio en Breuil).
Un taxista, de voz aflautada y doliente, me dijo:
—En este país, los únicos que trabajan son los coreanos y los bolivianos.
El taxista, que parecía un hombre educado, observó: «Son los únicos laburantes». La inclusión de los bolivianos en esa frase me sorprendió. Yo los conocía como vendedores de limones, en la vereda de los mercados. Lo que sé es que tanto bolivianos como coreanos son objeto de animadversión. Me contaron de médicos que no creían necesario gastar anestesia en partos de bolivianas. Mi autoridad en el asunto de palabra defendía a las bolivianas y atacaba a esos médicos. En cuanto a los coreanos, creo saber que hay indignación contra ellos porque no se resignaron, a trabajos rurales y porque son esforzados y prósperos comerciantes.
Veraz pero tonto
. Le dije que empecé mis lecturas con avidez pero sin ningún discernimiento ni criterio. Gamboa replicó:
—Yo empecé con el mismo criterio que tengo ahora. No lo digo con jactancia, sino porque fue así nomás. Yo elegía los libros según la edición: quería ediciones lindas.
A José María Peña se le debe (entre otras cosas, como haber cuidado y hermoseado San Telmo) un libro de admirables fotografías titulado
Buenos Aires anteayer
. Las fotografías son buenas, asombrosas, significativas. Los textos, breves. En uno comenta un aviso (que se ve en la fotografía) del cognac Domecq y en otro un letrerito en un café. A pesar de que la palabra
Domecq
está en la fotografía, Peña escribe:
Domec
; a pesar de que en un avisito de un almacén se lee:
Las ventas son únicamente al contado
, «transcribe», de modo cacofónico,
Las ventas son solamente de contado
. Dicho esto, hay que expresar la mayor gratitud a Peña por el libro, por las fotografías y por las utilísimas acotaciones.
Sueño
.
Presuntos materiales del sueño:
«Encuentro con una amiga», convertida en una matrona asaz diferente de la muchacha que fue en un tiempo de nuestros amores. Cortésmente la felicito y me felicita: «Qué bien estás», etcétera.
Visita de los hijos de una cocinera que tuvimos hace años, una criolla bastante zaparrastrosa. En una ocasión se quedó conmigo sola en Mar del Plata, porque Silvina y Marta habían ido a Buenos Aires. Yo debía de tener fama de acostarme con todas las mujeres, ya que cuando nos quedamos solos deslizó una frase que significaba «ahora que estamos solos». Me hice el desentendido. No tenía ánimo para tanto… Siempre recordé a esa mujer con pena de haberla quizá ofendido.
«Lectura de una entrevista a un soldado de la guerra de Malvinas, donde se cuenta el viaje en avión y la llegada a Puerto Argentino. Dice el soldado: Cuando uno llega a una ciudad desconocida, lo primero que hace es orientarse. Aquí está el Norte, allí el Sur, etcétera. En las Malvinas no me enteré de nada. Ni me dijeron cómo se llamaba la montañita donde acampamos».
«Una amiga me cuenta su visita a un ginecólogo. Me dice: Me pareció más simpático que la primera vez. Quizá porque no me revisó».
Sueño
: Viajo en un avión, con una amiga. Entiendo que para llegar a donde voy, debo tirarme con paracaídas. Aunque sufro de vértigo y siempre he pensado con horror en la hipótesis de tirarme en paracaídas, en el sueño estoy confiado en lo que haré. No llega el momento de ponerme a prueba porque siento los saltos del avión que toca tierra y veo, por la ventanilla, que ya estamos aterrizando por las calles de una ciudad medieval, terrosa, soleada, con casas de piedra. Bajamos del ómnibus (en esa parte del sueño, el avión se había insensiblemente convertido en ómnibus) en la plaza principal. Por ahí encuentro a una amiga, ahora bastante amatronada. Como soy médico (en el sueño, nomás) la reviso. Está vestida con un delantal y debajo no lleva otra ropa. Comenta eso risueñamente y se ruboriza. Le digo que debajo de mi guardapolvo estoy desnudo. Para cerciorarse me palpa. Me despido, porque debo seguir con mis visitas médicas. Me interno en la ciudad. Sucesivamente visito y ausculto a tres hermanas de mi primera paciente: como ella, son mujeres grandotas, pesadas, amatronadas, no muy jóvenes, con aspecto de salud y limpieza. Pienso que no debí avanzar por esa ciudad desconocida sin tomar precauciones. Estoy desorientado. No sé si encontraré a mi compañera de viaje, la que me acompañó en el viaje. La ciudad es chica. Fácilmente encuentro la plaza y, en un banco, a mi amiga. Se alegra de que haya despachado con rapidez mis visitas médicas. Le explico: «Todo es muy simple. Uno mira al paciente, lo toca un poco, le da unos consejos. Creeme: si no fuera médico, lo haría igual».
Otro lector ávido
. Parece ser que Hemingway, antes de volver a su casa, paraba en el quiosco del diarero y compraba un montón de revistas de toda laya, semanarios de actualidad, etcétera, y, después de comer, se quedaba leyendo hasta la madrugada.
Como si fuéramos todos conformistas, en este país está mal visto prever dificultades, por probables que sean. Hay que ser optimistas, y lanzarse a locuras como la guerra de las Malvinas sin pensarlo dos veces. Todo el mundo es patriota y si alguien duda sobre el resultado de la patriada es un traidor. Los patriotas que no vacilaron antes, cuando las cosas se ponen amenazadoras, razonablemente, sin inútiles intentos de resistencia, proceden a una rápida rendición.
La mujer quiere menos al marido que a su matrimonio.
El marido quiere menos a su mujer que a la plata que ahorra por no divorciarse.
La novia quiere sobre todo la fortuna del novio; y si éste es viejo, la herencia.
Sin duda, la enfermera y el médico quieren más a su abnegada profesión que al enfermo.
Demasiada actividad
Aprendí de una bruja, que es un hada
,
El curioso placer de no hacer nada
.
El detalle molesto
. El infartado había reaccionado tan bien que el médico anunció: «Mañana lo damos de alta» y bajó a la sala de médicos del primer piso, a ver una película pornográfica. En eso estaba cuando le avisaron que el enfermo había tenido un paro cardíaco.
Otra negligencia en el libro
Buenos Aires anteayer
. En la página 62, líneas 1 y 2, se lee: «El Pabellón de los Lagos fue construido en 1901». En la página de enfrente, 63, línea 1, se lee: «El Pabellón de los Lagos inaugurado en el año 1900 en Palermo». ¿Lo inauguraron el año anterior al de su construcción? ¿O primero lo inauguraron en Palermo y después lo construyeron? Trop de zéle no es defecto argentino.
Una multitud de peregrinos va a pie de Buenos Aires a Luján. En el camino, una amiga mía vio pasar rápidamente, rumbo a Luján, un automóvil tripulado por un cura y una mujer, que llevaba sobre el techo, en grandes letreros, la inscripción: V
enga con nosotros, a pie, hasta la Virgen
.