Según el padre Cuchetti, Juan XXIII, acosado por gente de la televisión, que le pedían unas palabras de presentación para un informativo sobre su persona que habían filmado, escribió: «Soy la biclioteca de los libros de Pío XII».
Sueño
. Llegamos en automóvil a los Estados Unidos. En un inmenso bosque de pinos estaba nuestra casa. Alguien dijo que la encontraba tristísima. Mientras descargábamos el equipaje, la miré. No, no tenía nada de triste. Se parecía a nuestra casa de Mar del Plata, aunque era menos linda y más chica, Enfrente había un gran espacio abierto que recordaba los
commons
de las ciudades inglesas. Hacia la derecha descubrimos una cabaña rústica donde vendían recuerdos y algunos elementos regionales. Entramos, para curiosear y tal vez comprar algo. En una caja o estuche de madera sobre el mostrador, vi un pan muy blanco, en forma de libro. Como el pan siempre me atrae y me interesa, quise comprarlo, aunque tenía el aspecto de ser desabrido, con mucha miga cruda. Mientras yo buscaba la plata, el hombre puso sobre el mostrador noventa céntimos. Entendí que para no defraudar su confianza yo debía pagar con un dólar. No solamente no encontraba un billete de un dólar: no encontraba ningún dinero. Un poco molesto y bastante alarmado, dije que volvía en seguida por el pan, que había dejado en casa la cartera. El hombre me dijo:
—Llévese por lo menos este vuelto.
Metió en mis manos un montón de hojas de papel carbónico usado. Comprendí que me expresaba su desprecio.
En casa olvidé el asunto, porque oí la voz de mi padre, que preguntaba:
—¿Estás ahí?
Felicísimo le abrí la puerta, lo vi, me dije que había reconocido inmediatamente su voz, que no oía desde aquella mañana horrible de 1962 y me encontré despierto, solo.
Principios de abril de 1981
. Nunca fui propagandista de mis libros y este pelafustán confiadamente espera que lo sea de su película basada en un cuento mío. Casi nunca un texto mío me parece tan bueno como para imponerlo a los lectores. ¿Por qué trataré de infligirles la comedia de este improvisado chambón?
En París, en el 51 o en el 54, conocí a James T. Farrell, cuyo
Studs Lonigan
Borges admiró contra tantos escritores… Era el amante de Suzanne, el padre de su hijo abortado y, sobre todo, un personaje tan bastamente grosero como su lengua, que aparecía aumentada cuando lamía los lentes de los anteojos. Después de conocer a Farrell, el propio Sabato se nos antoja un caballero.
A veces pienso que leyendo las
Vidas de los poetas
de Jonson, no se necesita nada más para la felicidad.
Jean-Pierre Bernès, que fue esta mañana a la recoleta a llevar unas flores para Angélica, me contó que junto a una bóveda había un matrimonio con una chiquita. La mujer, que escrutaba a través de la puerta de rejas, dijo:
—Me parece que hay un lugar. ¡No se lo vayas a decir a las tías!
Bernès me contó que Coignac le contó que Mujica Lainez está deshecho a causa de mi Legión de Honor. Manucho sostiene que desde luego él tiene más méritos que yo para recibirla, que tradujo esto y aquello, etcétera.
La señora, ante la crisis que conmueve al país: «Yo sólo pido a Dios que sea esta vez una crisis de veras, aunque nos hunda a todos, con tal que le baje el copete al servicio doméstico».
Receta
. La felicidad completa yo la consigo con:
Salud.
Coitos frecuentes y satisfactorios.
Invención y redacción de historias.
Apetito y buenas comidas.
Despreocupada holgura económica.
Una buena compañera a mi lado.
Una casa agradable, en un lugar agradable, para vivir con ella.
Abundancia de libros.
Cinematógrafos, no demasiado a trasmano.
La familia del otro lado del mar.
Pariente
.
Ahora les presento a mi pariente
:
rebuzna cuando dice lo que siente
.
Oh, enfermo: algún día descubrirás que el médico sabe más que tú de medicina, aun de la medicina que se refiere a tu cuerpo. Oh, médico, algún día el enfermo descubrirá que sabe más que tú de la medicina que atañe a tu mal.
14 mayo 1981
. Le pido a Dios que yo salga de ésta. Por no decir de éstas, como habría que decir; como digo.
Mi tío Enrique me previno que, antes del amor, las mujeres reciben mal las ponderaciones de los efectos balsámicos de la cópula y después, bien. Me contó: «En una ocasión encontré a mi amiga tan quejosa y melancólica que le pregunté afectuosamente si no le convendría una buena cogida». No haberlo dicho. Me puso en mi lugar. Ella se acostaba por amor, no por razones de salud, etcétera. Desde luego, ni se habló de ir a la cama. A los pocos días, sin embargo, después de una larga sesión de abrazos, se apresuró a convenir conmigo que el amor lo deja a uno «suavecito por dentro».
Un círculo misterioso
. Hay unos personajes casi famosos, e inevitablemente conocidos, que evidencian una propensión a estar juntos; son ellos Fulano, apellidado a veces de Tal, Mengano, Perengano y Zutano. El primero tiene mujeres e hijos. Autoridad, para la mujer, es el tango
Haragán
:
El día del casorio
dijo el tipo 'e la sotana
:
"El hombre debe siempre
mantener a su fulana
".
Los hijos son Fulanito y Fulanita, que suelen usar el apellido paterno de Tal. Mengano, Perengano y Zutano no tienen mujeres; el primero, eso sí, tiene hijos, Menganito y Menganita, además de un pariente al que no toma demasiado en serio: Mengueche.
Amenazas de principios de 1981
:
—Lumbago: hasta ahora he pasado por dos ataques, fuertes y duraderos.
—Dificultad de regularizar o estabilizar mi vida sexual.
—Situación económica peligrosa: a) personal, peligrosísima, con un programa de ventas desgarradoras, tal vez imposibles, que me salvarían de situaciones difíciles; b) del país (que vuelve improbable toda venta) y que nos llevará tal vez a quién sabe qué infiernos.
Conyugales, I
. La señorita era hija de un jubilado ferroviario, que vivía en Temperley, en uno de esos chalets de ladrillo aparente que el ferrocarril, en tiempo de los ingleses, mandaba construir para ofrecer en venta, en condiciones muy favorables, a sus empleados: una casa espaciosa y sólida, que hoy en día sería un lujo para cualquiera. No sé cómo la señorita llegó a conocer a un candidato de esos que no hay que perder. Hombre serio y fino, en buena posición, ya que era dueño de un obraje en el Chaco. Para asegurar la presa, la señorita no halló mejor modo que pasearlo por Temperley y mostrarle casas suntuosas, quintas, locales de comercio y hasta un cinematógrafo y decirle que todo eso era de su padre. Como llevada por un escrúpulo, atemperaba el embuste con la explicación: «Es claro que con la maldita ley de alquileres, la renta mensual es una miseria». Profundamente impresionado el caballero pidió la mano de la señorita; se casaron; partieron al Chaco. Allá se descubrió que él no era dueño del obraje, sino empleado de administración. A la vuelta de unos años, la artritis impidió al hombre seguir trabajando y ella empezó a vender tortas que preparaba con muy buena mano, tuvo éxito en la empresa y hoy en día ese matrimonio bien avenido goza de una sólida posición.
Conyugales, II
. La mujer, una prima de quien me contó la historia, se casó con un hombre que decía conocer el vicio del trabajo, a lo que debemos agregar que bebía, fumaba, era jugador y mujeriego. Como ella trabajaba bien vivieron en un magnífico departamento, puesto a todo lujo, en La Paternal. Es verdad que ella trabajaba mucho y que volvía tarde a su casa, porque en la oficina la retenían, lo que en realidad era ventajoso, porque le pagaban horas extras. Como se querían mucho y se llevaban bien, la mujer no hacía caso de lo que pensaba su familia: que el marido era un vividor, que no le importaba nada de ella, etcétera. Un día en que la señora volvió muy tarde a su casa, al abrir la puerta creyó que se había equivocado de departamento; en efecto, lo que sus ojos veían eran cuartos totalmente vacíos, salvo por unas hojas de papel que encontró donde debía estar la cama. Eran boletas de empeño, correspondientes a algunos objetos personales de la mujer, a los que ella estaba particularmente apegada. Una fineza, una prueba de consideración, ya que si ella quería recuperados le quedaba la posibilidad… Se supo que el hombre se había ido con la mejor amiga de la mujer. Pasaron los años. Ni el marido ni la esposa pidieron nunca el divorcio, ni siquiera en aquellos años en que hubo divorcio en nuestro país. Veinte años después, tan imprevisiblemente como partió, volvió el hombre. La familia, que lo veía como a Satanás, temió que ella aceptara. Efectivamente lo aceptó. «Nunca dejó de ser mi marido —dijo ella— y, sobre todo, lo quiero». Se fue, pues, a vivir con el marido, al departamento del marido, y por consejo de éste vendió su viejo departamento y puso la plata en el banco. La familia temblaba por ella y vaticinaba desastres. La vida rumbosa que llevaron avivó las peores sospechas. Veraneaban en Mar del Plata; en invierno, viajaban a Europa. Ella fue así la única persona de la familia que había salido al extranjero. Un día el hombre murió. Ella en un primer momento pareció enloquecida por la pena, pero se sobrepuso. Explicó: «No puedo quejarme de la suerte. Si es verdad que un día él me abandonó, también lo es que volvió, para darme todos los gustos y para quererme. A su lado fui siempre muy feliz». Padres y hermanos le dijeron que no fuera a pasar dificultades económicas sin recurrir a ellos. Con el tiempo esas personas debieron enterarse de que ella había heredado del marido una vasta fortuna, con propiedades en Buenos Aires y Mar del plata, amén de no pocas hectáreas de campo y de mucha plata en el banco.
13 junio 1981
. En la comida del Día del Libro dije a Martín Noel:
—En ese tiempo yo jugaba al
tenis
todos los días.
Silvina Bullrich me corrigió en voz alta:
—Hacías
todo
todos los días —y explicó—: Adolfito escribía todos los días, jugaba al
tenis
todos los días, etcétera.
Girri contó que en un café oyó a una mujer que hablaba desde un teléfono público, con alguna amiga o pariente, sobre una sesión de espiritismo de la que venía: «Mamá y papá están de lo más bien y ¡agarrate! Edelmiro ya se ha reencarnado».
Cuando era chico las actitudes de los santos, en las estatuas y estatuitas de las iglesias, en las estampas, no me gustaban. Me parecía que fingían bondad y que eran demasiado sedentarios. Si hubiera tenido que convertirme alguna vez en un personaje del panteón cristiano, me hubiera avenido a ser un ángel o un arcángel; por razones de cuerpo, no me atraía la idea de convertirme en un querubín. Siempre lamenté el desalojo de los dioses griegos y romanos. Pensé que yo hubiera podido dirigir plegarias a las diosas, más que a ninguna a Venus, y aun a Diana y a Minerva; y entre los dioses y héroes, a Hércules, a Pan… Además las causas perdidas tienen siempre encanto para mí…
Por todo esto me asombra mi actitud en los primeros años de la década del 30, cuando estuve con mis padres (y mi perro Ayax, un gran danés) en La Cumbre. Vivimos en el Hotel Olimpo de un tal Naso Prado, que rendía culto a los dioses griegos. En el parque del hotel había estatuas de Zeus, Afrodita, Artemis, Apolo, Dionisio, etcétera, y un anfiteatro. Naso Prado dio a mi padre un libro que había escrito, titulado
Olimpo
. El señor Naso Prado y su templete no me interesaban mayormente. Sería a lo mejor porque las estatuas y templetes parecía de yeso o porque el señor Naso Prado era un poco ridículo, o porque los chicos son muy snobs. De todos modos, el hecho de que un hotelero de Córdoba venerara a los dioses paganos debió alegrarme. Yo sentí nostalgia por el paganismo. Cuando leí en Pardo, en el 36 o en el 37, a Hegel, para quien el cristianismo convierte el destino del hombre en un drama romántico, me pareció que decía la verdad y que explicaba mi espontánea repelencia por el espíritu y las formas de esta religión que nos tocó en suerte. También la nostalgia mencionada.
Idiomáticas. Rondón, de
. De repente, sin dar aviso.
Como una grieta en mi dicha
surgió la preocupación
:
con tal que no se presente
el marido, de rondón
.
Debemos reconocer que raramente apelamos a la lectura, prueba extrema a la que pocos libros admirados resisten.
Un tal Omil rechaza las críticas de Pezzoni a libros de Sur compilados por ella, alegando que es argentina de varias generaciones y que Pezzoni es hijo de extranjeros.
Idiomáticas. Bota fuerte
: de cuero y alta (hasta la rodilla).
Victoria dejó un departamento a Pepe [Bianco], otro a Enrique [Pezzoni]. Las molestias que suelen causar las propiedades: pago de luz y calefacción, de impuestos, desventajas por la falta de teléfonos y por la existencia de bienes similares pero más grandes, más nuevos, más valiosos, azuzan continuamente la irritación de Pepe, y en algún grado de Enrique, contra su benefactora.
Empleo del singular, por el plural, que da cierto énfasis
. Ejemplos, agradablemente «compadres», en letras de tango:
Pero yo sé que metido
vivís penando un querer
,
que querés hallar olvido
cambiando tanta mujer &hellip
;
(Pero
yo sé
, tango de letra ingenua y eficaz, que recuerdo cantado por Azucena Maizani).
Piantá de aquí, no vuelvas en tu vida
.
Yá me tenés bien requeteamurada
.
No puedo más pasarla sin comida
ni oírte así decir tanta pavada &hellip
;
¿No te das cuenta que sos un engrupido
?
¿Te creés que al mundo lo vas a arreglar vos
?
iSi aquí ni Dios rescata lo perdido
!
¿Qué querés vos? iHacé el favor
!
(Qué va cha ché, que Rosita Quiroga y Sofía Bazán cantaron admirablemente).
Nótese pues: «decir tanta pavada» por «tantas pavadas». También: «bien requeteamurada» o una capacidad lunfarda castellana, que no le envidia nada al alemán, de formar palabras compuestas. También, que ya en el 30 se pensó que nadie rescataría lo perdido, lo que hoy se prueba que resultó profético, pero que no lo hubiera sido si el 4 de junio del 43 no hubieran salido las tropas.