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Authors: Adolfo Bioy Casares

Tags: #Otros, #Biografía, #Memorias

Descanso de caminantes (18 page)

BOOK: Descanso de caminantes
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He sido buen hijo y he querido ser buen padre. Lo que a otros exime de todo sentido de culpa hacia los hijos, en mí lo infunde: el haberles dado vida.

Idiomáticas
.
Elemento
. Concurrencia (o los alumnos o los profesores de un colegio; o los socios de un club; o los obreros de una fábrica, etcétera). «El elemento es muy malo», exclamó la señorita, frunciendo la boca.

Después de morir mi padre, yo noche a noche tenía con él sueños agradables (porque habíamos conversado). Ahora esos sueños vienen de vez en cuando. Anoche hablé con él por teléfono, pero de pronto la comunicación se cortó y ayer no pude restablecerla. De todos modos quedé feliz de haber oído su voz.

Refrán para significar que frente a muchachas jóvenes tenía pocas esperanzas de conseguirme como jinete: «A burro viejo, pasto tierno».

2 diciembre 1980
. El escritor Roman Gary se suicidó hoy. Como yo había nacido en 1914, por lo que me siento sobreviviente. Deberé escribir textos eximios para justificar mi privilegio.
Les promesses de l'Aube
es una admirable novela (¿autobiográfica?) de Gary.

De solicitado a postulante
. Fernando Sánchez Sorondo me dijo que mandara a la revista
Claudia
un «diccionario»: sección de ese título que aparece en todos los números de la revista y que consiste en una serie de epigramas, versos, referencias, correspondientes a tantas palabras como letras hay en el abecedario (para cada letra va una palabra cualquiera). Yo entendí que él estaba en
Claudia
y me pedía la colaboración. Le dije que me «diera» dos semanas.

Cuando tuve listo mi «diccionario» llamé al director de
Claudia
para darle la noticia. El hombre, que hacía poco me había pedido un cuento, se alegró, pero me dijo que podían pagarme solamente 20 o 30 millones viejos. Me pareció una miseria y le pedí 50 millones (medio millón en plata de ahora). Dijo que si le autorizaban a pagar eso, al día siguiente mandaría a retirar el original. A la noche me llamó una señorita de
Claudia
: pasaría a buscarlo al día siguiente a la mañana. Estuve muy contenta, porque el Diccionario me había salido bien. A la una de la mañana, ya acostado y cansadísimo, me acordé no sé por qué del papa urbano y me pregunté qué palabra con U yo había incluido en el Diccionario. Para salir de dudas, fui a mi escritorio y pude comprobar que me había olvidado de la u. Me las arreglé para escribir el parrafito correspondiente, lo que me llevó una hora por lo menos.

A la otra mañana apareció la señorita, que ojeó el Diccionario y lo celebró con risas y exclamaciones admirativas. A la tarde me llamó el director de la revista y me dijo que no había conseguido el visto bueno, que la situación de la empresa era mala, que para pagarme una suma así tendría que hacerme esperar tres o cuatro meses, que por si yo quería publicar mi colaboración (¿un «diccionario»? ¿dónde?) en otra parte, me lo devolvía. Hubiera querido…

Dicho
: Se le pasea el alma por el cuerpo: se deja estar, no se apresura debidamente, no es expeditivo, es lerdo. «El tren sale dentro de una hora, y al gordo se le pasea el alma por el cuerpo».

5 diciembre 1980
.

Cuando el objeto perdido

ya es un objeto encontrado

por un momento es querido
,

antes de ser olvidado
.

De 1979 a 1980
.

Curiosa década, la del setenta
.

No sé si me entristece o me contenta
.

El año 70, en cuanto al reconocimiento público de mi literatura, fue un
annus mirabilis
. Recuerdo que en Pau yo pensaba: «Tantos triunfos no presagian nada bueno». En el 71 llegaron, en dos ocasiones, los más horrorosos tirones en la cintura. En ambas ocasiones el fulminante dolor llegó con un ruido: estoy seguro de que en la primera se rompió un disco y en la segunda, otro. El lumbago cambió mi vida; tuve que abandonar para siempre el tenis; no volví a montar a caballo; y por un tiempo bastante largo me reduje al analfabetismo: escribir era impensable y la mera tensión de la lectura me reavivaba los dolores; no fui un evidente lisiado; fui un lisiado que circulaba como cualquiera, en el mundo de los sanos. No solamente el lumbago me hostigó en esos años; contribuyeron con molestias y miedos la prostatitis y una suerte de bocio.

Como refugio las mujeres no se lucieron; ya dijo Machado que no son demasiado hospitalarios. De todos modos, para mí son el único refugio.

Escribí también: no mucho y no mal. En el 78 me extirparon las tiroides y, veinte días después, la próstata. El lumbago progresivamente va cediendo.

En el 80, por primera vez en vida, me endeudé; conocí —por qué no decir conozco— el ansia estéril de las dificultades económicas. Mis médicos, en la materia, dicen que saldré de ésta. Espero salir también de las dificultades de salud que se presenten y tirar por muchos años. Aclaro que por ahora me encuentro bien y que he reanudado la natación, que me siento firme y que vigorosamente copulo. Desde el comienzo de la década, esporádicamente ensayé ejercicios de versificación; en los 80, las prácticas fueron asiduas.

A Europa viajé en el 72 y en el 73. En el 73 la familia se me unió en Francia. En el 75 volví a Francia.

Diciembre 1980
.
Sueño
. Soñé con mi padre. Por la abertura de una puerta lo vi en una silla de mimbre, de hamaca, riéndose, en el cuarto de al lado. Tuve entonces la mala suerte de despertar.

Willing ladies are enough
. Verdadero fue esto, en mis mocedades; pero no hoy en día. Aún me aceptan, me acompañan, pero con moderada disposición para la alcoba. Por más que emule a Jonson, el jinete circense, cuando la semana concluye raramente paso de dos veces, una con cada una. Ni ellas ni otras reclaman la energía o efusiones que sobran.

Personajes para cuento o novela
. Un hombre modesto, que por pudor le dice a la mujer: «para salir de esa murria te convendría una acostada», y una mujer que, orgullosa, una y otra vez se le enoja, porque él vuelve el acto del amor impersonal, externo a la compartida pasión, un ejercicio profiláctico.

Breves rachas inútiles
.

26 de diciembre de 1980. Dos personas, en distintos momentos, me dicen que miembros de su familia partieron en viaje y me preguntan con patetismo cómo pasaré la noche de Año Nuevo.

27 de diciembre de 1980. Dos relojes, en distintos momentos, se me deslizan de la mano y caen al suelo, sin malas consecuencias.

Cuando quería estar con ella, no sabía por qué ella no quería estar con él. Ahora que estar con ella o no estar con ella le importa poco, no sabe por qué ella quiere estar con él a todas horas. Basta que las quieras para que no te quieran.

Nadie congenia con la gente.

Quiero creer que no es feminista, porque su libro sobre las mujeres se titula
Socias de mierda
.

Es inútil evocar la compasión. Tu interlocutor no la conoce.

Vaudeville
. Con la escritora habíamos copulado repetida e intensamente. Me eché a un lado, en la cama, para descansar, cuando llamó el teléfono. No lo atendió; dio por seguro que la llamaba el marido. Se incorporó, se lavó y en menos de cinco minutos estaba lista para irse. No tuve más remedio que levantarme.

«El flaco viejo si engorda un poco se quita años de encima, pero si pierde uno o dos kilos ya envejece», dijo Domínguez, de los baños del Jockey Club.

La Legión de Honor
. De chico yo admiraba una vidriera, en el Palais Royal, donde se exhibían condecoraciones. La que más me gustaba tenía una cinta celeste y blanca. Mi padre me explicó que las más prestigiosas, o deseables, eran la Legión de Honor y la Cruz de Guerra. Creo que le expresé el deseo de que me las regalara. Mi padre me explicó que las condecoraciones no se compraban, se ganaban. Deseé mucho ganar la Legión de Honor, la Cruz de Guerra y la que tenía una cinta celeste y blanca, como nuestra escarapela, Cuando era chico yo era muy vanidoso. Después me curé del ansia de condecoraciones, aunque me sentía honrado de que mi padre hubiera ganado la Legión de Honor y hubiera ascendido en ella de caballero a gran oficial.

Mi padre se ponía la cinta y después la roseta, cuando estábamos en Francia. «A uno lo tratan mejor», me aseguraba. Yo encontré así una buena razón para volver a desearla. La afirmación de mi padre fue confirmada por la anécdota que oí no sé dónde: de Moreas, muy viejo, sorprendido por un vigilante con ánimo de detenerlo o apercibido, en el acto de orinar en la vía pública; sin interrumpir la micción Moreas mostró la solapa condecorada y el policía se cuadró e hizo la venia hasta que Moreas retomó su camino. A personas elegantes les oí decir que la cinta colorada de la Legión de Honor era muy «chic».

Leí en el
Grand Dictionnaire
de Larousse el artículo «Légion d'Honneur» y comprobé que había dos condecoraciones, las que se daban a franceses y las que se daban a extranjeros. Los franceses condecorados son por grandes méritos y sus nombres quedan grabados no sé en qué monumento o registro; los extranjeros, bueno, pueden ser diplomáticos y personalidades de otros países a los que por conveniencia se los condecora. Ya me dijo mi prima (francesa) Paulette: «Hay Legión y Legión».

A fines del 79, el
attaché technique
y el
attaché cultural
de la embajada de Francia nos mandaron a Silvina y a mí, como regalo de año nuevo, un libro, hermoso y carísimo, con reproducciones de pinturas y grabados persas. Al poco tiempo me llamó por teléfono el
attaché technique
y me dijo que el embajador había pedido para mí «une certaine décoration»: no dudé de que me dijo «une certaine décoration» porque no me darían la Légion d'Honneur como a Borges, a Sabato o a Manucho, sino las Palmes Academiques. Siempre me pareció que las Palmes eran para personas demasiado subalternas para la Legión de Honor. Por lo demás, cuando yo era chico las aborrecía por el violeta de la cinta, que me parecía triste. El
attaché technique
me pidió un currículum, con énfasis en mi vinculación con Francia, o mejor dicho con cosas francesas. Después de escribirlo consideré que mi único título para ser condecorado por los franceses era mi amor a Francia. No creo que ese título merezca un premio.

Ayer, cuando leí el telegrama del embajador francés,
Chaleureuses félicitations pour votre nomination au grade de Chevalier de la Légion d'Honneur
, me sentí sorprendido, contento, un tanto conmovido. No parece poco el hecho de que Francia lo haya notado a uno… Es claro que en todos los países del mundo, año tras año, nota a unos cuantos varones oscuros.

9 enero 1981
. En la esquina de Callao y Sarmiento, a la 7 y 35 de la tarde, frente al quiosco de los diarios, un caballero que explica a otro el fallo del Vaticano sobre el conflicto del Beagle, en tono de profunda melancolía concluye: «Su Santidad nos cago».

Sueño
. En casa viven dos hermanos, un hombre y una mujer, de edad madura, que en el sueño quiero y estimo (en la vigilia no los conozco). Él es corto de vista, de cara fea, pero buena persona, con sentido del humor. Un día el hombre muere, Admito que por horrible que me parezca debo ocuparme del velorio, entierro, etcétera. Voy a una de las dos empresas fúnebres o cocherías, Como se las llama, más conocidas de Buenos Aires, Mirás o Lázaro Costa. Me tratan muy amistosamente, con mucha consideración personal (después me diré que es especialidad de esas casas, y que saben ganarse la momentánea simpatía de gente que espontáneamente los mira con un poco de horror). Yo me siento cómodo, hablando con esos amigos que saben expresar tan agradablemente el respeto y la admiración que les merezco. Cuando llega el momento de pronunciar el nombre del difunto, Perisset, creo recordar que su familia es dueña de una empresa fúnebre, y me digo que si contrato el entierro con un competidor mi amiga se pondrá furiosa. Me pregunto cómo salgo de la situación. Si digo que el difunto se llama Perisset sospecharán que perdieron el tiempo conmigo, y se preguntarán si soy un bromista o un idiota.

Cuando despierto creo recordar que existe una empresa de pompas fúnebres llamada Perisset. Me olvido de consultar la guía telefónica.
Post scriptum
(dos días después). El día del entierro del Cabito Bioy llego a lo de Margot, donde lo velan. En el furgón fúnebre leo la inscripción
Casa Perisset
.

Al rato soñé que leía en un diario: «El ejército argentino reconquistó la mitad del territorio que por el fallo del Papa nos tomó Chile».

Si quiero la mejor vida, soy escritor, pero si los achaques o las enfermedades me hostigan, soy palafrenero de mi cuerpo.

Expresión
. Observó que antes la gente salía a tomar aire.

Aseguró que se pasaba las horas frente a la televisión en color. Dos veces dijo: «Es mucho más divertida que la televisión en blanco y negro». Pensé que si lo decía de nuevo descubriría que estaba diciendo una estupidez. Lo dijo de nuevo, pero no descubrió nada.

21 enero 1981
.
Humilde portento
. Sin necesidad de despertador, habitualmente despierto a las 8 o poco antes. Anoche me acosté muy tarde, así que no me sorprendió demasiado ver esta mañana, al despertarme, que el reloj marcaba las nueve menos cuarto. Me levanté y cuando me asomé al corredor, me pareció raro que la casa estuviera tan oscura y silenciosa. Volví a mi cuarto y de nuevo miré el reloj: marcaba las seis de la mañana. Me acosté y me dormí. Al despertar miré el reloj: marcaba las 9 menos cuarto.

Cansado de la dureza del piso, ocasionalmente, a eso de las seis de la mañana, dejo la estera y subo a la cama. Diríase que, hasta entonces, mi sueño había avanzado por sinuosos caminos vecinales y que ahora desembocó en una autorruta.

Un día me llamó por teléfono Carolina Muchnik. Me dijo que era tía de Hugo Santiago (Muchnik), que era pintora, que había hecho mi retrato y que si yo la autorizaba me lo regalaría. La autoricé, por cierto, y olvidé el asunto.

Pocos días después, al volver a casa, a las ocho o nueve de la noche, encontré a Silvina muy extraña: parecía feliz de que yo hubiera vuelto, pero asustada, como si quisiera algo y no pudiera, por los nervios y la angustia que la dominaban. Finalmente me confesó que había ocurrido un hecho sumamente desagradable. Las explicaciones nada claras dejaron entrever que había recibido una amenaza contra mí. Era aquella una época de peronismo en el poder, diariamente nos informábamos de secuestros y frecuentemente recibíamos (aún nosotros, que nunca participamos de un gobierno, ni teníamos figuración política) amenazas telefónicas, anónimas siempre, y las más veces disfrazadas de amistoso consejo. Por fin Silvina accedió a mostrarme lo que había llegado a casa.

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