—Filadelfia es una ciudad muy grande, Bianca. ¿No puedes utilizar tu magia esa del metro para regresar allí y describirme el lugar?
—Ya lo he intentado —espeté. Los viajes espectrales exigían mucha concentración, por lo visto, y estaba demasiado asustada para concentrarme. Entonces caí en la cuenta de que tenía una pista, una pista en la que habría pensado antes si no me hubiera puesto tan nerviosa—. Es un cine que lleva mucho tiempo abandonado. Está lleno de grafitis. ¿Te dice algo?
Para mi gran alivio, la cara de Vic se iluminó.
—El McCrory Plaza Six cerró hace dos años. ¡Sí, tiene que ser ese! —Se volvió hacia Ranulf, que había salido tranquilamente y se dirigía al garaje—. Ranulf, tío, ¿estás con nosotros o no?
—Voy a recoger algunos objetos que podrían sernos útiles —respondió Ranulf.
—Armas. —Cómo no se me había ocurrido—. Vic, necesitamos armarnos para esto. ¿Sabes pelear?
La idea no pareció entusiasmarle.
—Esto, asistí a clases de kárate…
—¡Eso es fantástico!
—… dos meses —continuó Vic—. Cuando tenía siete años. La primera vez que intenté partir una tabla me hice un esguince en la muñeca. Mis padres me sacaron. Eso no cuenta, ¿verdad?
En qué estaba pensando, tratando de montar un escuadrón de rescate. Vic no tendría nada que hacer frente a una tribu de vampiros asesina. Ranulf era fuerte, más fuerte que la mayoría por su edad, pero me costaba imaginármelo siquiera levantando la voz. Eso me dejaba a mí como la única luchadora.
Recordé lo que la espectro había logrado hacerle a Charity, su dolor y desconcierto cuando le hundió un puño gélido en el estómago. ¿Sería yo capaz de hacer algo así? Por Lucas, desde luego que sí.
«Dos mejor que una —pensé—. ¿Maxie? Maxie, ¿hay alguna posibilidad de que nos acompañes? ¿De que puedas hacer algo alucinante con el hielo?».
«Me parece que no».
«Si vinieras te lo agradecería. Podríamos hablar de… de qué quieren los espectros».
«Tarde o temprano acabarás hablándonos de eso».
«Maxie, por favor».
«No podría ayudarte aunque quisiera —confesó—. Para esa clase de magia necesitamos ayuda de verdad. Necesitamos a Christopher».
¿Quién demonios era Christopher? Entonces me acordé del hombre de escarcha, el primer fantasma que se me había aparecido en Medianoche, el que me había salvado de Charity. ¿Era uno de los líderes de los espectros? No tenía tiempo de averiguarlo. Ese misterioso Christopher no estaba aquí y por tanto su poder poco importaba.
«No te preocupes. La pulsera te apoyará vayas dónde vayas. Eres fuerte».
Puede que Maxie no hubiera sido capaz de decirme algo tan alentador de haber tenido que mirarme a la cara. Pero poco importaba eso ahora. Seguíamos siendo solo tres para luchar contra la tribu de Charity.
Frente al garaje, Vic examinó el montón de objetos que Ranulf había reunido. Cuando me acerqué, Ranulf dijo:
—Creo que Vic no debería intentar clavar estacas. Dudo mucho que sobreviviera.
—Me ofendería si no creyera que tienes razón —replicó Vic.
Ranulf sostuvo en alto una lata grande de líquido para encendedores y un encendedor de plástico.
—Vic podría iniciar un fuego. Eso dispersaría a los vampiros.
—Sería peligroso para vosotros —dije—, y también para Balthazar y Lucas.
—Estoy de acuerdo en que solo debemos recurrir al fuego como último recurso. —Entregó la lata y el mechero a Vic antes de regresar al garaje.
—¡Eh, que ya tenemos un montón de cosas! —grité, y cogí las estacas para jardinería—. Has encontrado la tira de armas, Ranulf. ¡Vámonos!
—No servirán de nada —repuso con una tranquilidad exasperante mientras regresaba con una enorme hacha en la mano. Antes de que pudiera abrir la boca, Ranulf arrojó el hacha en dirección al árbol más cercano. El hacha giró a una velocidad cegadora y se hundió tan profundamente en el tronco que pude oír el crujido de la madera. El mango vibró.
Vic y yo le miramos boquiabiertos. Ranulf sonrió con satisfacción.
—El hacha es útil.
—¿Dónde aprendiste a hacer eso? —preguntó Vic.
—¿Recuerdas que te conté que los vikingos saquearon mi pueblo y me llevaron con ellos? —Ranulf hablaba a Vic; yo nunca había oído esa historia—. Todos los hombres jóvenes entre los vikingos aprendían a luchar.
—Por eso arrasas en Mundo Guerrero —dijo lentamente Vic.
Teníamos a un guerrero vikingo en nuestro bando. Puede que, después de todo, lo consiguiéramos.
Vic condujo pisando el acelerador a fondo hasta el McCrory Plaza Six, que afortunadamente resultó no estar demasiado lejos. Nunca había sido un gran cine, a diferencia del antiguo cine de Riverton al que Lucas y yo habíamos ido en nuestra primera cita. Aquí no había cortinas de terciopelo rojo ni trabajo de marquetería. Era un edificio ancho que se extendía a lo largo de un enorme aparcamiento lleno de grietas invadidas por los hierbajos. Con su aspecto abandonado y su inhóspito entorno, se había convertido en la clase de lugar que los niños se retaban a cruzar en Halloween.
—Quédate fuera —dije a Vic cuando bajamos del coche. Ranulf iba en cabeza, con el hacha sobre el hombro—. Si gritamos tu nombre, inicia el fuego. Si oyes… no sé, alguna otra cosa, algo malo, llama al nueve uno uno. Ranulf y yo no podemos recurrir a la policía, pero tú sí.
—Entendido. —Vic estaba aterrorizado, pero sostenía con fuerza el líquido para mecheros. Tenía la certeza de que jamás abandonaría a sus amigos mientras éstos estuvieran en apuros.
Le di un beso rápido en la mejilla y eché a correr con Ranulf.
Planeaba entrar con sigilo, pero Ranulf tiró bruscamente de la puerta de cristal agrietado y varios fragmentos cayeron al suelo. De detrás del bar salió una figura de pelo largo y enmarañado.
—¿Qué ocurre aquí? —dijo la vampiro, preguntándose sin duda de dónde había salido ese otro vampiro.
Ranulf blandió el hacha con todas sus fuerzas y la decapitó al instante. Impactada, solté un grito que resonó en todo el cine. Ranulf se volvió hacia mí con expresión de enfado.
—Gritar no nos ayudará.
—¡Lo siento!
Alertados por mi chillido, en el vestíbulo empezaron a aparecer vampiros, primero dos, luego tres, cinco. Dos de los más grandes saltaron sobre Ranulf, que iba armado y era la amenaza más obvia, pero Ranulf se los quitó de encima como si fueran plumas. El hacha se clavó en el suelo, haciendo añicos la baldosa, y la cabeza de un vampiro pasó rodando junto a mis pies.
—Tú. —Un vampiro caminó hacia mí. Presa del pasmo, reconocí a Shepherd. Ya no llevaba las rastas, de hecho no tenía ningún pelo y le faltaba una oreja. El fuego le había quemado la cara con tanta virulencia que parecía que sus facciones se hubiesen fundido, y su piel tenía el repugnante color de la carne muy hecha—. Tú provocaste el incendio.
Su cruel mirada me llenó de espanto… dos segundos, hasta que me dije «En realidad ya estoy muerta. No puede hacerme mucho daño».
—Debiste dejarnos ir cuando tuviste la oportunidad —dije mientras forcejeaba con el cierre de la pulsera.
—¿Cuándo tuve la oportunidad? —Shepherd sacudió la cabeza—. Tienes mucho que aprender.
—Tú también.
Cuando saltó sobre mí, tiré la pulsera al suelo y le hundí la mano, ahora espectral, en el pecho.
Tuve la misma sensación que al introducir una mano congelada en agua caliente, abrasadora y heladora al mismo tiempo. La palma de mi mano atravesó cada capa con una nitidez nauseabunda: piel, costillas, corazón, columna. Shepherd se puso rígido y empezó a temblar, agarrándose inútilmente el pecho mientras éste se deshacía en un polvo azul alrededor de mi brazo.
Quería que le soltara y yo estaba deseando soltarle, pero tenía que aprovechar la situación.
—¡Dime dónde está Lucas!
—Arriba —jadeó—. Cabina de… proyección.
Retiré la mano y Shepherd cayó desplomado al suelo. Cogí la pulsera; a esas alturas solo tenía que concentrarme en sostenerla y enseguida adquiría solidez.
En ese momento Balthazar entró tambaleándose en el vestíbulo. Un hilo de sangre le manchaba el nacimiento del pelo, tenía la ropa desgarrada y un corte en el labio, pero portaba una estaca en cada mano y tenía pinta de haber librado la batalla más virulenta de su vida. Cuando me vio soltó una exclamación ahogada.
—¿Bianca?
—¡Ayuda a Ranulf! —grité. Ranulf estaba junto a la puerta, manteniendo a raya a cuatro vampiros con una pequeña sonrisa en la cara, pero ignoraba cuánto tiempo podría resistir. Balthazar se sumergió en la refriega y yo empecé a correr—. ¡Lucas! ¿Dónde estás, Lucas?
No obtuve respuesta.
Encontré las escaleras que conducían a la cabina de proyección y las subí todo lo deprisa que pude, maldiciendo cada peldaño y el hecho de que aún no pudiera controlar mis poderes lo bastante como para simplemente aparecer al lado de Lucas. Para cuando alcancé el rellano, ya podía oír sus voces.
—¿Por qué no te rindes? —Charity sonaba realmente apesadumbrada—. Sin Bianca, ¿te queda algo por lo que valga la pena luchar?
Lucas no respondió.
Cuando llegué a la entrada de la cabina de proyección tuve que tomar una decisión: soltar la pulsera o conservarla. Si la soltaba, me sería más fácil derribar a Charity; si la conservaba, Lucas vería que estaba con él y juntos podríamos luchar contra Charity. Consérvala, me dije.
La cabina de proyección estaba decorada con carteles de películas de diferentes décadas, unos encima de otros: Angelina Jolie sobre Meg Ryan y Meg Ryan sobre Paul Newman. En el suelo había un proyector y la pila de rollos negros eran viejos carretes auténticos, la copia abandonada de la última película que se proyectaría aquí. Las telarañas invadían todos los rincones, tan densas que semejaban sábanas de seda. Alguien había golpeado la pared que daba a la sala y había abierto un enorme boquete. Lucas y Charity estaban en medio de la cabina, desaliñados y cubiertos de sangre. Puede que los vaqueros de Charity hubieran estado destrozados desde el principio, pero sospechaba que algunos desgarros eran nuevos. Lucas tenía el cuello de la camisa hecho jirones. En la mano llevaba una estaca.
Se disponía a atacar, a saltar de nuevo a la arena, cuando me vio. Pensé que su cara se iluminaría de felicidad, pero solo vi incredulidad.
—¿Bianca?
—¡Lucas, estoy bien! ¡Todo se arreglará!
Charity me vio. Su rostro no se inmutó. Giró rápidamente y le clavó a Lucas una patada en la mandíbula.
Lucas retrocedió a trompicones, no inconsciente pero aturdido. Charity sonrió y me di cuenta de que podría rematarlo ahí mismo.
Soltando la pulsera, salté hacia delante con la intención de atravesarle el pecho y darle al fin su merecido, pero Charity simplemente se agachó, agarró algo del suelo y me lo lanzó.
«¡No!». El dolor recorrió hasta el último recodo del lugar donde habría estado mi cuerpo de haberlo tenido y más allá. Hasta el aire a mi alrededor me dolía. Me envolvió una neblina azul y desaparecí casi por completo. Sentí que caía al suelo y me hacía añicos. Fragmentos de hielo cubrieron el suelo y la angustia de deshacerme en pedazos fue peor de lo que jamás habría imaginado.
Y, sin embargo, seguía allí. Ni siquiera sentía el alivio de la muerte.
—Hierro —dijo Charity—. Creo que formaba parte del proyector. Nada inmoviliza tanto a un espectro como el hierro.
Agarré la pulsera y traté de materializarme, pero herida como estaba no pude conseguirlo del todo. Por lo menos se me veía algo, una tenue luz azulada titilando sobre el suelo.
Lucas se puso de rodillas, pero volvió a desplomarse. Solo entonces me di cuenta de lo destrozado que estaba; ya lo estaba antes del último golpe de Charity.
—¿Bianca? —gimió—. No puede… no puede ser… ¿Eres tú?
—Necesito una familia —susurró Charity—. ¿Es que no podéis entender eso? ¿Lo sola que he estado? Mi tribu me sigue, me ayuda, pero no es mi familia.
—Tienes un hermano. —Me sorprendió que pudiera hablar en voz alta—. Podrías estar con él si dejaras de…
—Deja de actuar como una vampira. —Charity bajó la cabeza y la rubia melena rizada le cayó sobre los hombros. Avanzó un paso—. La solución no está ahí. Por lo menos ahora sé lo que debo hacer. Para ligar a Balthazar a mí, tengo que ligarme a ti. Eso significa que necesitamos tener algo en común.
—¡No le hagas daño! —Lucas cargó contra Charity, que se volvió justo a tiempo para esquivar el golpe. Lucas estaba demasiado aturdido aún, demasiado débil para luchar como él sabía. Rauda como un rayo, Charity agarró a Lucas, le echó la cabeza hacia atrás y le clavó los colmillos en el cuello.
Grité. Sentí que el mundo entero gritaba, que no había nada salvo mi grito y la imagen de Lucas forcejeando con Charity y perdiendo el conocimiento y ella bebiendo una y otra vez. La sangre de Lucas le oscurecía los labios y su cuerpo temblaba de placer con cada trago.
Finalmente se apartó y soltó a Lucas. Su cuerpo cayó al suelo con un ruido sordo. Mis gritos dejaron paso a un silencio espeluznante.
—Ya está —susurró Charity. Me miró con cara de lástima antes de volverse bruscamente. Me di cuenta de que subía gente y que eso no le gustaba.
Corrió hasta el boquete abierto en la pared de la cabina de proyección y saltó. Durante un segundo vi su oscura figura dibujada contra la pantalla blanca, hasta que finalmente desapareció.
«No puede ser. No puede ser. No, por favor, no».
Logré controlar los nervios. Estaba deseando correr junto a Lucas, pero primero fui hasta la puerta y cogí la pulsera. Recuperé la solidez al instante. Ahora podía ayudarle. Podía llevarle abajo o practicarle una resucitación o sentarlo, lo que hiciera falta.
Lucas estaba tumbado en la penumbra, inmóvil. Gotas de sangre manchaban el suelo y la marca del mordisco en su cuello era truculenta. Cuando yo le mordía, únicamente le dejaba la marca de mis colmillos. Charity le había desgarrado la carne. «No importa. Cicatrizará».
—¿Lucas? —susurré. Le acaricié la mejilla. No reaccionó—. Lucas, soy yo. Estoy aquí. —Nada.
Asustada, le puse la mano en el pecho y no noté su corazón. Estaba muerto.
No quería aceptarlo. No podía negarlo. Charity había matado a Lucas delante de mis propios ojos. Había vuelto para intentar rescatarle, pero había llegado tarde.
«No, por favor, no». Pero no tenía a nadie a quien suplicar, ningún poder que pudiera hacer realidad mi deseo de retroceder en el tiempo, de deshacer lo que acababa de ocurrir. Estaba atrapada en el horror de lo que era real e irrevocable.