Después del silencio (10 page)

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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga

BOOK: Después del silencio
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—Está bien, está bien.

Levantó las manos en gesto conciliador y evitó pensar en lo que diría Lucy sobre aquella conversación. Se habría indignado. En realidad se habría pasado la vida indignada, porque Phillip siempre se comportaba del mismo modo. El martes había anulado su paseo en el último momento para ir a ver a Patricia Roth, pero por la noche le dijo que al final no había conseguido verla. No le pidió disculpas, ni dedicó un solo segundo a demostrarle lo mucho que lamentaba haber estropeado la tarde que tenían previsto pasar juntos. «Iré a verla mañana», fue lo único que se dignó decir, y ella no se atrevió a poner el grito en el cielo por temor a alejarlo aún más de su lado.

—¿Cómo te fue ayer? —le preguntó desde la cama—. ¿Fuiste por fin a Stanbury House?

—Sí. Los encontré a todos allí, reunidos como si hubieran estado esperándome. Con copas de champán en la mano. Sólo faltó brindar por nuestro encuentro.

—Supongo que no tendrían muchas ganas de brindar.

—No, más bien no. ¡Jamás había visto unas caras tan tensas como las suyas!

Phillip intentaba restarle importancia al asunto, pero Geraldine, que lo conocía muy bien, comprendió que estaba preocupado y tenía un humor de perros.

—¿Y…? —preguntó con tacto.

Él cogió el pomo de la puerta, sin disimular en absoluto sus ganas de marcharse de la habitación!

—Pues que no me creen.

—Era de esperar.

—Se lo demostraré.

—¿Qué harás? ¿Les explicarás detalles?

—Sí. Eso para empezar.

—¿Piensas que te escucharán? ¿Crees que volverán a dejarte entrar en su casa así como así?

—Ya veremos.

—Phillip… —Geraldine advirtió que su voz adquiría un tono de súplica y supo que él lo interpretaría como un intento de manipularlo—. Phillip, ¿qué pretendes? Crees que esa Patricia nosequé temía que algún día apareciera un extraño haciéndose pasar por pariente suyo para…

—Yo no estoy haciéndome pasar por pariente suyo; ¡soy pariente suyo!

—¡Pero eres el único que lo sabe! ¿Cómo pretendes convencerla? No importa los detalles que puedas darle sobre su abuelo: era un hombre muy conocido y hay archivos repletos de documentación sobre él. Podrías haber sacado de allí toda la información. ¡Y lo cierto es que mucho de lo que sabes lo has descubierto así! ¿Y ahora esperas que esa mujer esté dispuesta a compartir su herencia contigo? No te saldrás con la tuya…

A Phillip sólo le quedaba una pizca de educación, que de vez en cuando también demostraba ante ella. Eso fue lo único que le impidió marcharse dando un portazo. Temblaba de impaciencia. Geraldine conseguía sacarlo de sus casillas.

—En el peor de los casos, la exhumación acabará demostrándolo todo —dijo—. Los resultados de un análisis genético son irrefutables.

—Pero ¿cómo puedes estar tan seguro de que lo conseguirás? No sé cómo funcionan estas cosas, pero imagino que no se trata sólo de ir y pedir la exhumación de un cadáver. Primero tendrán que aceptar tus argumentos, y para ello deberás aportar razones suficientes que demuestren que…

—Mis razones son más que suficientes. De hecho, no puedo imaginar mejores razones que las mías.

—No tienes modo de justificar tu teoría. Sólo cuentas con la palabra de tu madre enferma, que en su lecho de muerte te aseguró que eras hijo de Kevin McGowan. Pero ¿acaso sabes con certeza…? —Se interrumpió de golpe y se mordió el labio.

—¿Sí…? —Entornó los ojos y la miró con recelo—. ¿Sí…? —insistió.

—Bueno… —Geraldine habría pagado por poder retirar la frase inconclusa, pero ya no había marcha atrás—. Bueno, me refiero a que no puedes estar seguro de que tu madre te dijera la verdad —musitó—. Estaba muy enferma cuando te lo contó, y a veces… a veces se confundía un poco. Quizá deliraba cuando te comentó…

El rostro de Phillip reflejaba tanto desprecio y tanto odio que, por primera vez en su vida, Geraldine tuvo miedo de él.

—No me hagas caso —se apresuró a añadir—, sólo estaba pensando en voz alta. Por supuesto, tú conocías a tu madre mucho mejor que yo.

Desde que se confirmó que la señora Bowen tenía cáncer, Geraldine había pasado a su lado todo el tiempo que le permitía su trabajo, quizá incluso más, para desesperación de Lucy, que estaba segura de que la chica no lo hacía por la pobre anciana sino sólo para ganarse el amor y el agradecimiento de Phillip, un objetivo imposible en cualquier caso. Con el tiempo la enfermedad fue complicándose y Phillip se vio obligado a ingresar a su madre en un hospital, donde ésta luchó seis semanas enteras contra la muerte, hasta que perdió. Pero antes de aquello, Geraldine había comprobado en muchas ocasiones que la señora Bowen sufría fases de enajenación en las que inventaba historias increíbles sobre su vida. ¿Cómo podían estar seguros de que la historia de Kevin McGowan, el famoso corresponsal televisivo, no se trataba de otra de esas invenciones con las que parecía querer dar sentido a una vida que muchas veces había descrito como un completo fracaso?

Pero hablarlo con Phillip resultaba imposible, y menos teniendo en cuenta la importancia que había dado al asunto y las esperanzas de futuro que había depositado en esa historia.

—Será mejor que no me esperes —se limitó a responder él—. No sé a qué hora volveré. —Y se marchó dando un portazo.

Geraldine se quedó sola.

Y tuvo miedo.

Leon observó a su mujer. Había saltado de la cama en cuanto sonó el despertador, a las ocho en punto, y se había metido en el cuarto de baño para darse una ducha de agua fría y frotarse el cuerpo con un guante de crin que, según decía, potenciaba la circulación y renovaba el tejido epitelial. Ahora volvía a la habitación para vestirse. Se dirigió desnuda hacia el armario, pero él sabía que no pretendía provocarlo sino todo lo contrario: aquélla era una muestra de la distancia que los separaba. Ella ya no lo veía como un hombre, aunque tuvo que reconocer que él también había contribuido a que llegaran a ese punto.

El cuerpo de Patricia era perfecto. Al ser tan menuda cualquier gramo de más habría llamado la atención, pero es que no le sobraba ni le faltaba nada. A sus treinta y un años, y tras haber dado a luz en dos ocasiones, continuaba pareciendo una niña. Menos por la cara. Como Leon volvió a comprobar ahora, el rostro de su mujer transmitía dureza, autoestima, voluntad de hierro y férrea disciplina.

Se puso la ropa interior —blanca, limpia, de algodón—, pantalones de chándal y una camiseta negra con la leyenda
It's me
en letras blancas.

—¿No quieres levantarte? —le preguntó, inclinándose sobre la cómoda para mirarse en el espejo mientras se pintaba los labios de rojo oscuro—. Son las ocho y veinte.

Leon bostezó.

—Pero estamos de vacaciones, ¿no?

—El desayuno es a las nueve, y eso es inamovible.

—Exacto. Así que, ¿por qué quieres que me levante? Sólo son las ocho y veinte. ¿Qué esperas que haga hasta las nueve?

—Bueno, yo voy a correr un poco. Y a ti no te iría mal imitarme, la verdad.

Leon volvió a bostezar. Era delgado y atractivo, y lo sabía, de modo que no se tomó en serio las palabras de su mujer. A Patricia le encantaba criticar a quienes la rodeaban, y él ya se había acostumbrado a no prestar atención a sus agudezas.

Ella se sentó en la cama para atarse las zapatillas de deporte.

—Después de desayunar iré a montar con Diane y Sophie —le dijo.

Él se incorporó.

—Parece que vuelves a estar tranquila, ¿no? Ayer por la tarde no dejaste de hablar de Phillip Bowen y de la increíble escena que protagonizó, y hoy ni siquiera lo has mencionado.

—Ni volveré a mencionarlo jamás. Esta noche he estado pensando mucho, y he decidido que ese hombre está loco. Así que si vuelve a poner un pie en mis tierras, llamaré a la policía. Me negaré a hablar con él y al final el asunto quedará en nada.

Acabó de atarse los cordones, se levantó y flexionó un poco las rodillas.

—Espero que no lo subestimes —dijo Leon—. No parecía de los que tiran la toalla a la primera. Me temo que no será tan fácil sacárnoslo de encima.

—Le prohibiremos que entre en Stanbury House. Y si intenta acercarse a alguno de nosotros en el pueblo o cuando vamos a montar… Pero bueno… —Lo miró casi indignada, como si no pudiera creer que su marido estuviera preocupado por aquel chalado—. ¡Tú eres abogado, Leon! ¡Sabes lo que se hace en estos casos! ¡Consigue una medida cautelar en su contra, una orden de alejamiento o algo así, y asunto arreglado!

Leon asintió, lenta y pensativamente.

—No conozco bien el sistema judicial inglés. No sé lo difícil que puede resultar aquí solicitar una exhumación.

—¡Seguro que muy difícil! No creo que a los ingleses les guste ir desenterrando cuerpos sólo porque alguien crea que el muerto es su padre, ¡por el amor de Dios! Y seguro que yo también puedo oponerme a que saquen a mi abuelo de su tumba.

—Si un juez le da la razón no podrás hacer nada.

—¡Pero qué tonterías dices! —Empezó a hacer sus ejercicios de calentamiento, inclinándose para tocarse el pie derecho con la mano izquierda y luego el izquierdo con la derecha—. Ese tipo es un impostor —resopló sin dejar de cimbrearse—; cualquier juez sabrá verlo.

—¿Te has parado a pensar que su historia podría ser cierta?

Patricia se detuvo y lo miró fijamente.

—¿Te has vuelto loco? ¡No irás a decirme que tú lo crees!

—No he dicho que lo crea. Sólo he pensado en la posibilidad…

—Voy a correr —lo cortó Patricia, dirigiéndose a la puerta de la habitación—. Creo que tendrías que tomarte un café para dejar de pensar tonterías. ¿Bajarás a desayunar?

—Claro. Oye, Patricia… —Hacía tiempo que tenía algo que decirle, pero no sabía cómo—. Respecto a las horas de equitación…

—¿Sí? —Estaba ya en la puerta, con la mano en el pomo, y seguía flexionando las rodillas—. ¿Qué pasa?

A Leon le faltó valor para proseguir.

—Nada. No pasa nada.

En el fondo esperaba que ella siguiera preguntándole, pero no lo hizo. Se hundió de nuevo en la cama. Más tarde. Hablaría con ella más tarde. Tenía que hacerlo.

10

—Mi madre sufrió lo indecible toda su vida por haber tenido un hijo bastardo —dijo Phillip Bowen—. Creo que lo que más le dolía no eran las cuestiones morales, sino la sensación de haber significado tan poco para un hombre que ni siquiera había querido formar una familia con ella. Eso la hirió profundamente.

Estaban sentados en el césped, en la misma colina donde se habían conocido dos días atrás.
Barney
, que había estado correteando como un poseso, había caído rendido a dos pasos de ellos y dormía profundamente. Sólo movía la oreja izquierda de vez en cuando, y su barriga subía y bajaba regularmente, al compás de su respiración.

Jessica había superado las náuseas de la mañana y había salido a dar el paseo de costumbre después del desayuno. Decidió seguir el mismo camino que dos días antes había tomado por error, porque el valle donde rescató a
Barney
le había encantado y le apetecía volver a verlo. Ya de lejos había visto una figura sentada en la hierba, y el instinto le dijo que era Phillip Bowen. Iba a dar media vuelta cuando él se volvió hacia ella y la saludó. Debió de oírla llegar. Jessica supo que tenía que seguir caminando hacia él, pero no se sintió del todo bien al hacerlo. Le pareció que hablar con aquel hombre era traicionar a Patricia, quien durante el desayuno les había dado instrucciones muy claras: «Nos limitaremos a no hacerle caso. Os ruego a todos que no le dirijáis la palabra si volvéis a verlo en alguna ocasión. No debemos permitir que intente volver a explicarnos su disparatada historia. Si pone un pie en nuestro terreno lo echaremos inmediatamente. Deberá emprender acciones legales contra mí, y eso le llevará mucho tiempo. Además, me da la impresión de que no cuenta precisamente con los medios económicos necesarios para ello».

Así pues, Jessica sabía que tenía que evitarlo y seguir caminando, pero le pareció muy difícil comportarse así con un hombre que, apenas dos días antes, la había ayudado cuando estaba en apuros y no le había exigido nada a cambio. Es cierto que tenía problemas con Patricia, pero ¿qué motivos tenía ella para decantarse por un bando?

—Debería haberme puesto al corriente de sus asuntos cuando le dije que me alojo en Stanbury House —le había reprochado al sentarse a su lado.

—Pero entonces habría puesto a Patricia sobre aviso.

—¿Y qué? ¿Qué habría cambiado? En cualquier caso va a tenerlo muy difícil. Es muy dura de pelar. Además, no pensaría que ella saltaría de emoción y se fundirían en un fraternal abrazo al enterarse de que usted pretende la mitad de su herencia, ¿no?

—Al final tendrá que ceder.

—Ni siquiera volverá a escucharlo.

Él la miró y sonrió, pero sus ojos no brillaban.

—Es un hueso duro, ¿no?

—Sabe mantenerse firme.

Phillip empezó a juntar unos tallos de hierba y hacer trenzas con ellos.

—Me sorprendió la tensión que reinaba en el ambiente ayer por la tarde —dijo, cambiando de tema—. Cuando entré en la sala me encontré con todas esas personas de las que en el pueblo se comenta que son íntimos amigos desde hace años, pero tuve la sensación de que algo no funcionaba bien. De que aquello no era real. Había mucha crispación, mucha agresividad contenida, mucha… no sé, muchas cosas que no encajaban, aunque no sepa decir cuáles exactamente. —La miró de nuevo—. ¿Entiende a lo que me refiero?

Jessica, para su desgracia, lo entendía perfectamente.

—No —le respondió en cambio, aunque supo que él no la creía.

—La mujer rolliza, ya sabe, la que llevaba ese vestido tan vaporoso que debe de haberle costado una fortuna, parecía muy triste. No —se corrigió moviendo la cabeza—, más que triste. Parecía… desesperada. Sí, eso, desesperada. Como si algo en su interior hubiese muerto.

—Evelin —dijo ella, sorprendida por su capacidad de observación y lo acertado del comentario, aunque él por supuesto no podía saberlo. «Como si algo en su interior hubiese muerto»— perdió a su bebé hace unos años. Estaba en el quinto o sexto mes de embarazo. Después de aquello pasó mucho tiempo deprimida. A veces creo que sigue estándolo. Y parece que no logra volver a quedarse en estado.

Phillip asintió.

—Parece muy sola. Y Patricia también, por cierto.

—¿Patricia? Qué va. Ella no para en todo el día, tiene siempre un montón de planes y conoce a media humanidad…

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