—Pero eso no significa que no se sienta sola. Se escuda, a sí misma y a su perfecta familia, tras un muro de actividad. Vi su dormitorio cuando estuve en la casa. Jamás me había topado con tantos retratos de una misma y sonriente familia reunidos en una sola habitación. Me pareció demasiado evidente, demasiado forzado. Y el guaperas de su marido no parece muy enamorado de ella…
—Da usted demasiadas vueltas a las cosas —objetó Jessica con dureza—, y me temo que no soy la persona más indicada para escucharlo. Apenas nos conocemos.
—¿Usted me cree?
—¿Cuando dice que espera obtener la mitad de Stanbury House?
—Sí.
—Ya le digo que apenas nos conocemos. ¿Cómo voy a creerlo?
—¿Qué sabe usted de Kevin McGowan?
—¿Del abuelo de Patricia? Sólo que fue un reputado corresponsal de televisión, que salía mucho por la tele y que se hizo muy famoso en Inglaterra. En Alemania, en cambio, apenas oí hablar de él.
—Sin embargo, vivió un tiempo en Alemania. Allí se abrió camino como periodista.
Jessica se encogió de hombros.
—Por entonces yo aún no había nacido.
—Se especializó en la actualidad política irlandesa. Debió de tener buenos contactos con el IRA. Aunque nadie puede asegurarlo, muchos consideran que aquellos contactos fueron a más, como es propio de un inglés.
—Lo que más me sorprende —dijo Jessica— es por qué no ha aparecido usted antes. Según me han dicho, el abuelo de Patricia, es decir, el hombre del que afirma ser hijo, murió hace diez años. Fue entonces cuando Patricia heredó Stanbury House. ¿Por qué no exigió sus derechos inmediatamente?
—Porque la identidad de mi padre fue el secreto mejor guardado de mi madre. Y la mayor fuente de sufrimiento de mi vida, no sólo en mi juventud, sino también, y sobre todo, en mi etapa de adulto. No supe la verdad hasta el verano pasado, cuando mi madre vio que llegaba su fin.
—¿Por qué tan tarde?
Fue entonces cuando Phillip le habló del dolor y del sentimiento de fracaso de su madre, que no logró sobreponerse a la vergüenza de ser abandonada por el padre de su hijo.
—Lo borró de su vida. Ni siquiera intentó que reconociera su paternidad. Ni le pidió dinero. Lo suprimió; así, sin más. Creo que nadie podría haber sido más radical: lo eliminó de su mente como si nunca hubiese existido.
—Pero usted le preguntaría por él, ¿no?
—Desde luego. Todos los niños que conocía tenían un padre. Yo era el único que no. Ella me dijo que había muerto en un accidente de coche antes de que yo naciera, y que ni siquiera habían tenido tiempo de casarse. Durante un tiempo lo creí.
—Pero se hizo mayor…
Él asintió.
—Me hice mayor, más crítico y más curioso. Le pedí que me enseñara fotos, que me dejara visitar su tumba, que me presentara a sus familiares. Debía de tener una familia, ¿no?, padres, hermanos… Empecé a ponerla entre la espada y la pared, hasta que un día me lo confesó todo. Bueno, no todo; jamás logré que me diera el nombre de mi padre.
—¿Ella lo crió sin ninguna ayuda económica?
—Así era mi madre. Autosuficiente. Si rompía su relación con alguien, tampoco aceptaba su dinero. Era profesora en una escuela para discapacitados. No ganaba mucho, pero íbamos tirando, y de hecho… —lo dijo con una expresión melancólica y triste— de hecho nunca me faltó de nada.
—Sólo un padre.
—Ya. —Volvió a trenzar tallos de hierba—. Me faltó un padre.
Barney
irguió la cabeza. Parecía opinar que ya había descansado lo suficiente y que iba siendo hora de ponerse otra vez en movimiento. Echó a trotar por la hierba como un potrillo salvaje, y sus patas, demasiado grandes, le hicieron tropezar varias veces. Parecía feliz y satisfecho.
—¿Cuándo murió su madre?
—En noviembre del año pasado. Todo comenzó hace tres años, cuando le diagnosticaron un cáncer de mama que acabó en metástasis generalizada. Vivió en casa mientras pudo. Una vecina se ocupaba de ella y yo iba a visitarla siempre que podía. Además, debo admitir que Geraldine la cuidó con mucho cariño… —Al ver que Jessica enarcaba las cejas, explicó—: Es mi novia. Llevamos juntos una eternidad. —Había hecho ya una trenza de varios centímetros, pero no parecía que fuera a parar—. En fin, el caso es que al final de su vida decidió revelar su secreto. Me habló de mi padre y me contó su historia. Yo me quedé muy impresionado al saber que se trataba del gran Kevin McGowan. Su época dorada como corresponsal coincidió con mis años de juventud y de interés por la política, así que… en cierto modo, crecí con él. Su figura marcó mi vida. Yo creía en lo que él decía y me gustaba el modo en que lo decía. Y de pronto me entero de que era mi padre, el sinvergüenza que había abandonado y herido a mi madre en lo más profundo de su alma. Al principio no pude asimilarlo.
Se pasó la mano por la cabeza, despeinándose el pelo un poco más. Jessica observó su jersey y sus pantalones, la misma ropa desgastada que llevaba el día anterior, y el anterior. Parecía bastante pobre. Seguro que la herencia de McGowan le ayudaría más a él que a Patricia. Bueno… siempre que el hombre fuera realmente su padre.
—¿Y está usted seguro —le preguntó con cautela— de que su madre… bueno… de que pese a su enfermedad estaba suficientemente lúcida como para…?
En el rostro de Phillip se dibujó una mueca de desprecio.
—Habla usted como Geraldine. Siempre con la misma cantinela. Mire usted, durante su enfermedad mi madre tuvo etapas mejores y peores, al menos hasta octubre, cuando empezó a estar cada vez peor. El cáncer es así. En sus malos momentos tomaba calmantes muy fuertes que solían dejarla desorientada y le impedían ordenar correctamente a las personas en el tiempo y el espacio. En los buenos, en cambio, apenas tomaba medicación, pues temía más a la desorientación que al dolor. Y le aseguro que yo, que estaba acostumbrado a escucharla, sabía distinguir perfectamente cuándo tenía la cabeza lúcida y cuándo no. En este sentido sé que puedo valorar el grado de veracidad de sus palabras.
Jessica tuvo la sensación de haberlo molestado, pero aun así se atrevió a formularle otra pregunta:
—¿Y su madre podía estar segura de que Kevin McGowan era su padre?
Phillip no entendió y la miró arrugando la frente, pero de pronto comprendió el significado de la pregunta y palideció. Se quedó blanco como el papel y Jessica se arrepintió de haber hablado con demasiada precipitación.
—Quiero decir…
—He entendido perfectamente lo que quiere decir —la interrumpió él con acritud—. Quiere decir que mi madre podría haber estado tirándose a varios a la vez y que por tanto ni ella misma podía estar segura acerca del padre de su hijo bastardo. —Se levantó y la miró con odio—. ¡Y como no sabía cuál de sus amantes era, escogió al más conocido, que además era perfecto porque estaba muerto y había dejado una bonita herencia!
Jessica también se levantó. Intentó apoyar su mano en el brazo de Phillip, pero éste se apartó.
—Phillip…
Él se limitó a lanzarle una última mirada enfurecida, se dio la vuelta y empezó a bajar la colina alejándose de ella. Por el porte de sus hombros y el ritmo de sus pasos ella comprendió cuán indignado estaba y cuánto lo había herido. No lo había hecho a propósito y se entristeció, pero estaba claro que ahora no era momento para seguir hablando con él.
Llamó a
Barney
, que acudió corriendo, y emprendió el camino de vuelta a casa.
EL DIARIO DE RICARDA
19 de abril
.
Antes mi padre era mi mejor amigo, pero ahora todo ha cambiado. Ya no le interesan mis asuntos, estoy segura. Sólo me pregunta de vez en cuando porque espera enterarse de algo y ejercer su poder sobre mí. Pero no pienso hablarle de Keith. ¡Seguro que me diría que soy demasiado joven para tener una relación!
Mamá me dijo en una ocasión que papá depende totalmente de sus amigos y que ella no pudo soportarlo. Cuando me lo dijo me puse hecha una furia porque no quería que hablara mal de él, aunque ahora pienso que tenía razón. Es extraño, pero en estas vacaciones lo veo todo mucho más claro. Al principio el ambiente de grupo sólo me ponía nerviosa, pero como siempre había sido así no me paraba a pensar en ello. Sin embargo, ya no soy una niña. Ahora veo que todos se sienten de algún modo perdidos y que las cosas no van bien. Nada bien. ¿Los mejores amigos? ¡Y una porra!
En cuanto la gorda de Evelin sale de la habitación, Patricia empieza a meterse con ella, y está claro que Tim y Leon se han peleado. Un día los oí. No llegué a pillar de qué iba el asunto, pero Tim fue de lo más antipático y Leon parecía súper acobardado. Y luego, durante la cena, los muy hipócritas siempre hacen ver que todo va bien. Es de risa.
Veo a Keith cada día. Solemos sentarnos en su granero y nos pasamos horas charlando de todo lo que nos preocupa. Nunca había conocido a nadie con quien pudiera hablar así. Cuando le explico cómo me siento por la separación de mis padres y la aparición de J. y lo pesados que son los demás, él me escucha con atención y luego me dice algo, lo que sea, que me demuestra que ha entendido exactamente lo que quería decirle. Es la primera persona del mundo que me entiende. A veces nos tumbamos en el sofá que tiene en el granero y nos abrazamos. Entonces me siento protegida, como cuando era pequeña. Su jersey de lana me acaricia la cara y oigo cómo late su corazón. Huele tan bien, y es tan agradable sentirlo…
¡Creo que nunca podré amar a nadie tanto como a él!
Keith también tiene un montón de problemas. No encuentra trabajo y dice que en ese sentido las cosas están muy mal. Quiere estudiar para ser estucador, y en el futuro le gustaría irse a Londres y trabajar en las bonitas casas de la gente rica. Siempre dice que quiere ganar dinero haciendo algo que tenga que ver con el arte. Le gusta mucho pintar. Ayer, cuando me recogió en casa, vio a
Barney
. Yo le dije que
Barney me
encanta pero que no pienso decírselo a nadie para que J. no piense que tiene un arma con la que ganarse mi cariño. Y hoy Keith me ha regalado un retrato de
Barney
hecho por él. ¡Es genial! Se reconoce enseguida su graciosa carita y sus extrañas orejas, demasiado grandes. Keith sólo lo vio un momento, pero le bastó para darse cuenta, y acordarse, de lo que era esencial. Por eso estoy segura de que tiene un gran talento artístico, y siempre le digo que no tire la toalla y que algún día trabajará en lo que le gusta.
Por supuesto, su padre no le pone las cosas precisamente fáciles. Él y su mujer, la madre de Keith, llevan una granja, y les gustaría que Keith se ocupara de ella en el futuro. Tienen otra hija mayor que por el momento trabaja en la granja, pero temen que un día se case y se marche. Según Keith, su padre opina que ser estucador no es un oficio sino una tontería, y muchas mañanas lo despierta diciéndole:
«Vamos, perezoso, ¿con qué modalidad de holgazanería piensas pasar el día de hoy?». A él le duele oír estas palabras. No me extraña, ¡¡si me duelen hasta a mí!! Me encantaría ir a ver a su padre y decirle lo estúpido que es y el daño que está haciendo a su hijo. Pero Keith dice que a su padre le importaría un pito y sólo serviría para complicar las cosas aún más.
Sea como fuere, espero estar dándole fuerzas de algún modo.
Él me las da a mí.
Evelin bajó la escalera. No se oía ni un alma, aunque en realidad no era tan tarde, sólo poco más de las diez.
Lunes de Pascua. El día anterior, domingo de Pascua, habían pasado un buen rato buscando huevos de chocolate por el jardín, aunque la mayoría los había encontrado
Barney
y había intentado comérselos destrozando el papel de plata. Después habían comido juntos en la terraza, por la tarde habían tomado café y pasteles y por la noche habían bebido champán. Había sido un día muy agradable. Todos se esforzaron por que lo fuera, y la verdad es que el ambiente fue distendido y agradable. Y así continuó hasta el lunes. Tim se había pasado casi todo el día sentado a su ordenador, y Patricia había alquilado unos caballos para ella y sus hijas y se habían ido a dar una vuelta. Ella misma, Evelin, había estado leyendo largo rato, bajando de vez en cuando a la cocina a tomarse algún huevo de chocolate.
Pero al llegar la tarde… bueno, su intuición le decía que algo extraño estaba pasando. Todo empezó cuando Leon, inopinadamente, invitó a Patricia a cenar en un restaurante, ellos solos, cosa que no hacían nunca. Ni siquiera se llevaron a las niñas, lo cual resultaba aún más extraño. Al principio, Patricia había rehusado —lo sabía porque en aquel momento estaban todos presentes—, pero Leon insistió con un tono tan sorprendentemente autoritario que ella no pudo más que mirarlo con desconcierto y aceptar la invitación.
Ricarda no se había presentado a cenar, aunque eso ya no era una novedad, y Alexander había permanecido en silencio, con cara de preocupación, sin levantar la vista del plato pero sin probar apenas la comida. Todo había transcurrido en medio de un gran silencio. Sin la protección de sus padres, hasta Diane y Sophie habían dejado de reírse. Tim estaba de mal humor —quizá había trabajado demasiado—, y Jessica, sumida en sus pensamientos. El único que parecía feliz era el pequeño
Barney
. Tumbado sobre la alfombra, dormía profundamente y lanzaba suaves y profundos suspiros.
Hacia las nueve y media, Evelin acostó a las niñas, tal como había prometido a Patricia. Disfrutó viéndolas jugar con sus pijamas de lana multicolor, cepillarse sus largas melenas rubias, cuchichear y reírse juntas. Después fue a echar un vistazo a la habitación de Ricarda, que seguía vacía. Todavía no había vuelto de su misteriosa excursión. Aquello no la obsesionaba tanto como a Patricia, ni mucho menos, pero empezaba a estar de acuerdo en que el comportamiento de la chica ya pasaba de castaño oscuro. Además, era evidente que Alexander estaba muy preocupado. ¿Por qué le hacía eso a su padre?
Salió a dar un paseo por el jardín y se dijo que la esperaba una noche complicada. Sus depresiones —o como quiera que las llamaran los psicólogos— no solían atacarla de repente, sino que iban cercándola lenta e irremisiblemente. Sin embargo, ahora había varios componentes que las favorecían: un ambiente enrarecido, un temporal meteorológico en ciernes, alteraciones en el orden de las cosas… Sobre todo eso: alteraciones en el orden de las cosas. Dichas alteraciones podían hacer temblar los cimientos de su salud mental. Las cosas se desbarajustaban y ella tenía la sensación de encontrarse en medio de un temporal.