Misty dice:
—¿Quieres llevarte un sándwich, cariño?
Tabbi niega con la cabeza y dice:
—La abuelita me ha dicho que no me los coma.
Luego se gira y echa a correr, agitando un brazo por encima de la cabeza a modo de despedida hasta que se pierde de vista.
Ángel sostiene la hoja de papel para acuarela, cogiendo las esquinas con las yemas de los dedos. La mira, luego mira a Misty y dice: —¿Has dibujado una silla?
Misty se encoge de hombros y dice:
—Hacía años que no dibujaba. Ha sido la primera cosa que se me ha ocurrido.
Ángel le da la espalda y sostiene el dibujo para que le dé la luz del sol en varios ángulos distintos. Sin dejar de mirarlo, dice:
—Es bueno. Es muy bueno. ¿De dónde has copiado la silla?
—Me la he imaginado —dice Misty, y le habla de quedarse tirada todo el día en el cabo de Waytansea solamente con sus pinturas y un par de botellas de vino.
Ángel mira la pintura con los ojos guiñados, sosteniéndola tan cerca que casi se pone bizco, y dice:
—Parece una Hershel Burke. —Ángel la mira y dice—: ¿Te has pasado el día en un prado lleno de hierba y te has imaginado una silla de brazos neorrenacentista de Hershel Burke?
Esta mañana ha llamado una mujer de Long Beach para decir que estaba repintando su lavadero, así que sería mejor que vinieran a ver la guarrada que había hecho Peter antes de que empezara.
Ahora mismo Misty y Ángel están en el lavadero desaparecido. Misty está haciendo bocetos de las inscripciones fragmentarias de Peter. Se supone que Ángel está fotografiando las paredes. En cuanto Misty ha abierto su portafolio para sacar un cuaderno de dibujo, Ángel ha visto la pequeña acuarela y le ha pedido que se la enseñe. La luz del sol entra por una ventana con el cristal esmerilado y Ángel sostiene la pintura bajo la misma.
Alguien ha pintado a espray en la ventana: «... poned el pie en nuestra isla y moriréis...».
Ángel dice:
—Es una Hershel Burke, lo juro. De Filadelfia, mil ochocientos setenta y nueve. Su gemela está en la casa Vanderbilt, en Biltmore.
A Misty se le debió quedar en la memoria en la clase de Historia del Arte 101, o en Visión General de las Artes Decorativas 136, o en alguna otra clase inútil de la facultad de bellas artes. Tal vez lo vio en la televisión, en algún recorrido en vídeo de casas famosas emitido en algún programa de la televisión pública. Quién sabe de dónde le ha venido la idea. O por qué imaginamos lo que imaginamos.
Misty dice:
—Tuve suerte de poder dibujar algo. Me puse muy enferma. Me intoxiqué con la comida.
Ángel está mirando la pintura y dándole la vuelta. El músculo
corrugator
que tiene entre las cejas se contrae en forma de tres arrugas profundas. Se le marca el músculo glabelar. El
triangularis
le estira de los labios hasta que de cada comisura de la boca le salen unas líneas que le hacen parecer una marioneta.
Misty aboceta los garabatos de las paredes y no le habla a Ángel de los retortijones. Se pasó la maldita tarde entera intentando dibujar una roca o un árbol y acabó arrugando el papel, asqueada. Intentó dibujar el pueblo que se veía a lo lejos, con el campanario y el reloj de la biblioteca, pero también arrugó aquello. Arrugó una pintura asquerosa de Peter que había intentado dibujar de memoria. Arrugó una pintura de Tabbi. Luego un unicornio. Se bebió un vaso de vino y buscó algo más que estropear con su falta de talento. Luego se comió otro bocadillo de ensalada de pollo con su extraño sabor a cilantro.
La mera idea de entrar en el bosque en penumbra para dibujar una estatua hecha trizas le erizaba el vello de la nuca. El reloj de sol caído. La gruta cerrada a cal y canto. Dios. En el prado el sol calentaba. La hierba estaba infestada de bichos. Más allá del bosque, las olas susurraban y rompían.
Mirando simplemente los márgenes a oscuras del bosque, Misty se imaginó al imponente bronce rompiendo el pincel con los brazos manchados y mirándola con sus ojos sin pupila y ciegos. Como si él hubiera matado a la Diana de mármol y cortado su cuerpo en pedazos, Misty lo imaginaba saliendo del bosque sigilosamente y yendo hacia ella.
De acuerdo con las normas del Juego Alcohólico de Misty Wilmot, cuando uno empieza a pensar que una estatua desnuda de bronce va a envolverte con sus brazos metálicos y aplastarte con su beso mientras tú te dejas las uñas intentando defenderte y le golpeas el pecho musgoso hasta tener sangre en las manos, bueno, es hora de tomar otra copa.
Cuando te encuentras a ti misma medio desnuda, cagando en un agujero que has cavado detrás de un arbusto y luego limpiándote el culo con una servilleta de hotel, tómate otra copa.
Llegaron los retortijones y Misty empezó a sudar. La cabeza empezó a pincharle con cada latido del corazón. Se le movieron las tripas y no pudo bajarse las bragas lo bastante deprisa. La mierda le cayó sobre las piernas y los zapatos. El olor la dejó asfixiada y la hizo inclinarse hacia delante y apoyar las manos abiertas sobre la hierba caliente y las floréenlas. Las moscas negras la encontraron a millas de distancia y empezaron a subirle y bajarle por las piernas. Apoyó la barbilla en el pecho y un puñado doble de vómito rosa llovió sobre el suelo.
Cuando te encuentres a tí misma, media hora después, con mierda todavía cayéndote por la pierna y una nube de moscas a tu alrededor, tómate otra copa.
Misty no le cuenta nada a Ángel de esa parte.
Mientras ella está dibujando sus bocetos y él sacando fotos, los dos allí en el lavadero desaparecido, Ángel dice:
—¿Qué puede decirme del padre de Peter?
El padre de Peter, Harrow. A Misty le encantaba el padre de Peter. Misty dice:
—Está muerto, ¿por qué?
Ángel saca otra foto y hace avanzar la película de su cámara. Señala con la cabeza las inscripciones de las paredes y dice:
—La forma en que una persona escribe las íes es muy importante. El primer trazo habla de su apego hacia su madre. El segundo trazo, el que va de arriba abajo, se refiere a su padre.
Al padre de Peter, Harrow Wilmot, todo el mundo lo llamaba Harry. Misty solamente lo conoció una vez que fue de visita antes de que se casaran. Antes de que Misty se quedara embarazada. Harry la llevó de gira por la isla de Waytansea, caminando y señalando la pintura descascarillada y los tejados caídos de las enormes casas con sus tejas de madera. Usando una llave del coche sacó argamasa suelta de entre los bloques de granito de la iglesia. Vieron que las aceras de Merchant Street estaban resquebrajadas y combadas. Las fachadas de las tiendas tenían manchas crecientes de moho. El hotel cerrado estaba negro por dentro, la mayor parte del mismo había quedado destruida en un incendio. El exterior estaba maltrecho, las mosquiteras de las ventanas se habían oxidado hasta quedar de color rojo oscuro. Las persianas crujían. Los canalones se combaban. Harrow Wilmot no paraba de decir:
—De pobres de solemnidad a pobres de solemnidad otra vez en tres generaciones —dijo—. No importa lo bien que lo invirtamos, eso es lo máximo que dura el dinero.
El padre de Peter murió después de que Misty regresara a la universidad.
Y Ángel dice:
—¿Puede conseguirme una muestra de su caligrafía?
Misty sigue haciendo bocetos de los garabatos y dice:
—No lo sé.
Solamente para que conste en acta, quedarse pringada de mierda y desnuda en el bosque, salpicada de vómito de color rosa no te convierte necesariamente en una artista de verdad.
Ni tampoco las alucinaciones. En el cabo de Waytansea, con los retortijones y el sudor cayéndole por el pelo y por los lados de la cabeza, Misty empezó a ver visiones. Intentó limpiarse con las servilletas del hotel. Se enjuagó la boca con vino. Apartó con la mano la nube de moscas. El vómito todavía le escocía en la nariz. Es estúpido, demasiado estúpido contárselo a Ángel, pero las sombras del margen del bosque se movieron.
La cara de metal estaba allí entre los árboles. La figura dio un paso adelante y el peso terrible de su pie de bronce se hundió en el borde blando del prado.
Si uno va a la facultad de bellas artes, sabe reconocer una alucinación de las malas. Sabe lo que es un flashback. Uno ha tomado muchas sustancias químicas que se le pueden quedar en los tejidos grasos, listas para inundarle el flujo sanguíneo de pesadillas a la luz del día.
La figura dio otro paso y hundió el pie en el suelo. El sol hizo que algunas partes de sus brazos emitieran un resplandor verde. Tenía la coronilla y los hombros cubiertos de mierda blanca de pájaro. Los músculos de sus muslos de bronce se elevaron, tensados con alivio cada vez que levantaba una pierna, y así la figura caminaba. A cada paso se le movía la hoja de bronce entre los muslos.
Ahora, mirando la acuarela colocada encima de la bolsa de la cámara de Ángel, resulta más que embarazosa. Apolo, el dios del amor. Misty enferma y borracha. El alma desnuda de una artista salida de mediana edad.
La figura se acercó otro paso. Una alucinación estúpida. Intoxicación alimentaria. Aquella cosa desnuda. Misty desnuda. Los dos increíblemente sucios en el círculo de árboles que rodeaban el prado. Para despejarse la cabeza, para hacer desaparecer la visión, Misty empezó a dibujar. Para concentrarse. No era un dibujo de nada en concreto. Cerró los ojos, llevó el lápiz a la hoja de papel para acuarela y lo sintió rascar allí y trazar líneas rectas y también cómo el costado de su pulgar frotaba para crear contornos de sombras.
Escritura automática.
Cuando su lápiz se detuvo, Misty había terminado. La figura había desaparecido. Su vientre estaba mucho mejor. La mierda se había secado lo bastante como para poder rascar la mayor parte y enterrar las servilletas, su ropa interior estropeada y los dibujos arrrugados. Llegaron Tabbi y Grace. Encontraron la taza de té que habían perdido, la jarrita de teche o lo que fuera. Para entonces ya no quedaba vino. Misty estaba vestida y olía un poco mejor.
Tabbi dijo:
—Mira, por mi cumpleaños. —Y estiró el brazo para mostrar un anillo que le brillaba en un dedo. Una piedra verde y cuadrada, cortada en forma de brillante—. Es un peridoto —dijo Tabbi, y lo sostuvo en alto, haciendo que se reflejara en él la luz del sol poniente.
Misty se quedó dormida en el coche, preguntándose de dónde había salido el dinero, mientras Grace conducía por División Avenue en dirección al pueblo.
No fue hasta más tarde que Misty miró su cuaderno. Se quedó tan sorprendida como todos los demás. Después Misty se limitó a añadir unos pocos colores con sus acuarelas. Es asombroso lo que puede crear la mente subconsciente. Algo sacado de sus años de infancia, una imagen de las clases de arte.
Los sueños predecibles de la pobre Misty Kleinman.
Ángel dice algo.
Misty dice:
—¿Cómo?
Ángel dice:
—¿Cuánto aceptarías por este?
Está hablando de dinero. Pidiendo un precio. Misty dice:
—¿Cincuenta?
Misty dice:
—¿Cincuenta dólares?
La imagen que Misty dibujó con los ojos cerrados, desnuda y atemorizada, borracha y con el vientre enfermo, es la primera obra de arte que vende. Es lo mejor que Misty ha hecho nunca.
Ángel abre su cartera y saca dos billetes de veinte y uno de diez. Dice:
—Así pues, ¿qué más puedes decirme del padre de Peter?
Para que conste en acta, cuando se alejaba del prado, vio dos agujeros profundos junto al sendero. Los agujeros estaban a medio metro el uno del otro, demasiado grandes para ser pisadas y demasiado separados para ser de una persona. Un rastro de agujeros como aquellos se adentraba en el bosque, demasiado grandes y demasiado separados para ser huellas de alguien caminando. Misty no le cuenta eso a Ángel. Pensaría que está loca. Loca como su marido.
Como tú, Peter de mi alma, cariño.
Ahora lo único que le queda de la intoxicación es un dolor de cabeza punzante.
Ángel se acerca la pintura a la nariz y la huele. Arruga la nariz y la vuelve a oler, luego la mete en un bolsillo lateral de la bolsa de su cámara. Sorprende a Misty mirándolo y dice:
—Oh, no me haga caso. Por un momento me ha parecido que olía a mierda.
Si el primer hombre que te mira las tetas en cuatro años resulta ser un poli, tómate una copa. Si resulta que ya sabe qué pinta tienes desnuda, tómate otra copa. Que sea doble.
Hay un tipo sentado a la mesa ocho del Comedor de Madera y Oro, un tío de tu edad. Es fornido y tiene unos hombros encorvados. La camisa le sienta bien, un poquito estrecha en la barriga, un globo blanco de polialgodón que se le monta un poco por encima del cinturón. El pelo le clarea en las sienes y sus entradas son sendos largos triángulos de calva encima de los ojos. Los dos triángulos están rojos y quemados por el sol, de manera que parece que le sobresalgan dos cuernos diabólicos de la parte superior de la cara. Tiene un pequeño cuaderno de espiral abierto sobre la mesa y está escribiendo en él mientras observa a Misty. Lleva una corbata a rayas y una chaqueta azul marino.
Misty le lleva un vaso de agua y la mano le tiembla tanto que se oye traquetear el hielo. Solamente para que lo sepas, ya va por el tercer día de dolor de cabeza. Su dolor de cabeza es como si tuviera gusanos hurgándole en la masa blanda y grande del cerebro. Gusanos cavando. Escarabos abriendo túneles.
El tipo de la mesa ocho dice:
—Aquí no vienen muchos hombres, ¿no?
Su aftershave huele a clavo. Es el hombre del ferry, el tipo del perro que creía que Misty estaba muerta. El poli. El detective Clark Stilton. El tipo de los delitos extremistas.
Misty se encoge de hombros y le da una carta. Mira la sala con los ojos en blanco, la pintura dorada y los paneles de madera, y dice:
—¿Dónde está su perro?
Misty dice:
—¿Puedo traerle algo para beber?
Y él dice:
—Necesito ver a su marido. —Dice—: Usted es la señora Wilmot, ¿verdad?
Lleva el nombre en su etiqueta identificativa, sujeta al uniforme de plástico rosa: Misty Marie Wilmot.
Su dolor de cabeza es como si le estuvieran clavando un clavo a martillazos en la nuca, pam, pam, pam, una obra de arte conceptual, golpeando más y más fuerte en un punto concreto hasta que se le olvida todo lo demás.
El detective Stilton deja el bolígrafo sobre el cuaderno, le ofrece la mano para que se la estreche y sonríe: