¿Yabrán intentó un apriete de último momento al poder? Garganta Uno sonríe como diciendo: "Ni mamado te voy a contestar eso". Sin embargo, en la prensa de esos días hay indicios de una posible presión hacia arriba. En una edición especial del semanario
Trespuntos
se relata un diálogo entre el ministro del Interior, Carlos Corach, y su jefe de asesores, el opulento sindicalista Jorge Triaca, que —de ser cierto— resultaría bastante significativo. Triaca, amigo de Yabrán desde los tiempos de la dictadura militar, cuando ambos mantenían excelentes relaciones con algunos jefes del Proceso, le habría dicho al Ministro el lunes 18: "Si Yabrán va en cana va a hablar". "¿Y quién le cree a un preso?", habría sido la fulminante respuesta de un Corach dispuesto a pintarse de cualquier color, menos de amarillo. En la misma nota se citaba una frase, al parecer dicha en privado por el dueño del hotel Alvear, Mario Falak —amigo servicial del Presidente—, que los interesados dejaron pasar sin escándalo: "Hay cinco mil millones en juego. Dos mil de Alfredo y tres mil que le maneja para Carlos afuera".
Mientras tanto, Eduardo Duhalde, el Delfín que admiraba, temía y odiaba al Príncipe, el hombre que le había aconsejado a Yabrán "buscarse un buen abogado", guardaba un astuto silencio mientras sus fuerzas se movían en el tablero. El Príncipe, por su parte, también se mantuvo callado y distante hasta que Graciela Fernández Meijide dijo que la lucha interna del menemismo era "mafiosa" y pisoteaba el derecho de José Luis Cabezas (y todos los ciudadanos) a la verdad y la justicia, en su "pelea de elefantes". El Presidente respondió desde La Rioja: "Yabrán corre por cuenta de los tribunales. Son unos miserables los que quieren darle un tratamiento político al tema para procurar algún tipo de ventaja electoral".
Las luces que Lazo y el vago Carmelo habían espiado a la distancia, alumbraban efectivamente al hombre que medio país buscaba y el otro medio temía encontrar. Un Yabrán agobiado, con dolor de espalda y zumbidos en los oídos, que parecía haber perdido su impronta hiperkinética, escribía en el cuadernillo de hojas cuadriculadas con caligrafía prolija de escolar. La carta encabezada "Querida Ester" estaba dirigida a su secretaria de confianza, Ester Rinaldi, la misma a cuyo nombre había puesto el Ford Mondeo en el que fue a declarar por primera vez al juzgado de Dolores. Luego seguían unas pocas líneas:
Te mando estos
$
que no los necesito. Revisá el
attaché
y mandá a casa lo que creas que debe tener Cristina. El que queda al mando de todo en mi reemplazo es H.C ponete a sus órdenes y seguí trabajando con la misma fuerza y fe "Sos de oro
"
y no pierdas esa condición NUNCA
.
Un besote a vos, Gustavo y todos muchissii.
..
isimas gracias
Chau.
Cuando terminó de escribirla se levantó y fue hasta la
suite
donde dormía, la más cercana a la sala de estar. Sacó de la cómoda un sobre de papel manila y guardó la esquela. Luego abrió el
attaché
y sacó cuatro fajos de billetes de cien pesos que totalizaban cuarenta mil y también los guardó en el sobre, que cerró con cinta Scotch, y firmó sobre las dos junturas. Al guardar el sobre en la cómoda no pudo evitar ver su rostro en el espejo: canoso como siempre, pero envejecido. Apagó la luz y regresó a la sala de estar para redactar la carta más difícil, la que debía dirigir al "Señor Juez" —como marcaba la tradición—, porque pensaba en Macchi y no en las juezas locales. La carta decía:
Ante esta formidable campaña de condena pública dirigida por el gran director DOMINGO F. CAVALLO
en sociedad con todos los inescrupulosos políticos comprometidos en hacerlo a DUHALDE
dueño de la verdad y el País, quiero expresarle mi decisión de quitarme la vida ante la imposibilidad de seguir sufriendo y haciendo sufrir a todos mis seres queridos esta patraña montada quién sabe con qué diabólico fin y sin garantía jurídica que permita soñar que al final la verdad triunfe!! Siempre que creí en la justicia, di todas las respuestas y pongo de testigos a quienes me conocieron que nunca pedí ninguna protección y/o favor. A partir del caso
"CABEZAS"
comencé a recibir distintos tipos de extorsiones de parte de muchos intervinientes en el caso
(CAMARISTAS, INVESTIGADORES, POLÍTICOS, ABOGADOS
,
gente que no da la cara pero sí datos precisos) que me convencieron de
que
ha
(sic)
pesar de la honorabilidad del juez JOSÉ L. MACCHI
,
en la Provincia de Buenos Aires NO HAY JUSTICIA
.
Lo denuncié y ni siquiera lo tuvieron en cuenta; lo pulverizaron en la prensa. Como no aguanto ser el payaso de este circo montado por
"DUHALDE Y SUS BOYS
"
es que JURO
mi inocencia por si se quiere limpiar el país de estos personajes y me someto a la Justicia Divina.
Y a continuación la firma y la fecha: 19/5/98.
¿La escribió realmente el 19? ¿Por qué no se mató en ese momento? ¿Quería asegurarse la presencia de la policía en el instante del escopetazo, para que no hubiera dudas sobre lo que había ocurrido? ¿No pensó, dados los antecedentes históricos, que se dudaría de la propia policía? ¿Lo planificó todo con exquisitez de samurai como pretende HC, o, por el contrario, recibió una llamada terrible que esperaba desde hacía muchos años? ¿Alguien, que no era Lazo ni el vago ni Aristimuño, estuvo allí con él en San Ignacio? ¿Existió la 4 X 4 que los vecinos vieron alejarse de la estancia el día del suicidio, o alguien le dijo a la distancia que la custodia de Melina era una armadura de papel?
—Nadie hubiera tenido los huevos de amenazar a Yabrán. Y menos con Melina —dice sorpresivamente enojado Garganta Uno.
—Puede ser, pero no se olvide que en uno de sus escritos a la Justicia, él mismo denunció que lo amenazaron. Dijo, si mal no recuerdo, que después del asesinato de Cabezas alguien lo llamó por teléfono y le susurró: "Ahora sí vas a bailar".
—No lo creía tan primitivo —desafía con una sonrisa perversa—. Hay formas de inducir más sutiles e indirectas que las que imaginan algunos simples que se quedaron en
El Padrino.
La forma en que Yabrán fue descubierto ha sido guardada hasta este momento en riguroso secreto por la policía entrerriana, que ni siquiera quiso decírsela a la jueza de Instrucción de Concepción del Uruguay, María Cristina Calveyra. La jueza llegaría a descubrirla mucho después de que el caso saliera de sus manos. Si es cierto lo que logró averiguar la doctora Calveyra, volvería a evidenciarse que la realidad es un narrador sin prejuicios de preceptiva literaria, que apela a los símbolos más groseros para urdir sus tramas. Porque el hombre que habría entregado al
Cartero
era otro cartero. Y nada menos que de OCA. El cartero en cuestión fue a llevar correspondencia para Yabito SA al casco nuevo de San Ignacio y vio la 4 X 4 doble cabina que manejaba Leonardo Aristimuño. No hizo ningún comentario y se fue. Pero esa noche le confió el secreto a un amigo, suboficial de policía en la Departamental de Concepción del Uruguay, y éste, para anotarse un triunfo, se lo comentó a uno de sus jefes, que simuló no creerle, pero pasó el dato hacia arriba. Pocas horas después, el comisario mayor Adolfo Ramón Alloatti, jefe de la Departamental "Uruguay", acompañado por el jefe de Inteligencia, comisario inspector Jorge Cabrera y el director de Investigaciones, comisario principal Alberto Carlos Seves, se presentaron en el despacho de la jueza Calveyra, con la que venían trabajando desde que Macchi les requirió ubicar y detener al prófugo, y le informaron con inocultable excitación: "Nos dicen que Yabrán está en su estancia de San Ignacio". La magistrada, escaldada por el fracaso del allanamiento a La Selmira —en el que habían participado hombres de la Bonaerense— pidió mayores certidumbres antes de actuar. Esa fue la primera vez que preguntó por el origen de la información y se lo escamotearon. Era el lunes a la noche y la demora en actuar hubiera podido permitir que Yabrán se escapara diez veces al verdadero Uruguay.
El martes 19, un equipo de "inteligencia" comandado por el comisario inspector Jorge Cabrera —un morocho corpulento con cara de boxeador— hizo algunas averiguaciones en la zona y recogió testimonios de algunos vecinos que habían visto una, dos y hasta tres 4 X 4 de vidrios polarizados. A pesar de sus contradicciones y diferencias, las averiguaciones llevaban a un punto común: había por lo menos en el área un vehículo extraño que, por sus características, bien podía pertenecer al dueño del predio. Con esa certeza volvieron al despacho de la doctora Calveyra y el comisario Seves dijo: "Pudimos determinar que está en la estancia San Ignacio, en San Antonio". Y enseguida acotó: "Hay un problema de competencia: la mayor parte del campo está en el departamento Uruguay, pero el casco principal está dentro de la jurisdicción del departamento Gualeguaychú". La doctora Calveyra tomó el teléfono y llamó a su colega de Gualeguaychú, Graciela Pross Laporte y la puso al tanto de la situación. "No hay problema, mandame el exhorto", dijo la jueza. Y comenzó la papelería de rigor: Alloatti dirigió a la Calveyra una solicitud de allanamiento y registro domiciliario "para la finca y demás dependencias ubicadas en ESTANCIA SAN IGNACIO, perteneciente a la firma YABITO SA ubicada en Rincón del Genas por Ruta N° 39 y a 17 km de Villa Mantero ocupada y/o frecuentada por el ciudadano ALFREDO YABRÁN. Fundamentando dicha solicitud en diligencias investigativas llevadas a cabo por personal de esta departamental y teniendo en cuenta que en dicha estancia habría más de una pista de aterrizaje y se estaría dentro de la viabilidad que el ciudadano ALFREDO YABRÁN, habría llegado a ese lugar". Luego se pedía la detención del ciudadano, en caso de "ser habido" y se informaba que el procedimiento estaría a cargo del comisario principal Alberto Carlos Seves.
Por su parte, la jueza Calveyra libró el exhorto a su colega de Gualeguaychú informándole, también, que el allanamiento sería conducido por la policía de Concepción del Uruguay. Pross Laporte no contestó de inmediato y la Calveyra no pudo localizarla esa noche del martes hasta bien tarde. Hizo una objeción formal, pero era evidente que subsistía el problema de jurisdicción: "Recibí el exhorto, pero no consignaste en manos de quién quedaría Yabrán si aparece allí". La jueza de Uruguay admitió la omisión y convino en que policías de la Departamental Gualeguaychú participaran también del procedimiento que, de todas formas, quedaría bajo el mando de Seves. Esto obligó a postergar las actuaciones para el día siguiente. Yabrán hubiera podido ir hasta la pista de aterrizaje de la que hablaba el jefe Alloatti y perderse en los cielos de la Mesopotamia, pero no quiso hacerlo. El nuevo exhorto fue emitido el miércoles 20 de mayo. Pero todavía, en su fuero íntimo, la jueza Calveyra no estaba muy segura de que fueran a encontrarlo.
¿Fue así realmente? ¿Fueron los vecinos en general? ¿O cierto vecino en particular? El
señor Maldonado
llegó a la zona y conversó con un médico, amigo del
Señor Cinco.
Garganta Uno carraspea:
—Estuvieron trabajando toda la noche del martes. Los de Inteligencia, digo.
Sin embargo, hay un dato escueto, preciso, que se descubrió al mes del episodio y que pasó inadvertido en el fárrago de versiones. En la memoria del celular Sony CMR1—RX100, que la jueza Pross Laporte remitió a su colega Macchi y que Yabrán hizo comprar a una persona cuyas iniciales son GS, quedaron registradas cinco llamadas que presuntamente hizo el prófugo. Cuatro fueron a la Capital Federal y una a Gualeguaychú, al número (0446) 26244, que corresponde a la jefatura de policía.
Manuel Lazo llegó al rancho excitado por el riesgoso descubrimiento que había hecho en San Ignacio. Él era, casualmente, uno de los periodistas de LT41, la emisora que escuchaba todos los días Don Alfredo. Pese a la hora no dudó y llamó por teléfono a la jueza de Gualeguaychú, Graciela Pross Laporte para decirle: "Graciela, Yabrán está en San Ignacio", y comprobar, frustrado, que no le estaba dando una primicia.
—Está, sí, está cerca —admitió la jueza y cambió de tema.
Lazo insistió:
—Yo sé que vos no podés hablar. Vamos a hacer una cosa: si mañana tenés novedades haceme sonar el celular dos veces. Yo lo voy a dejar prendido durante el programa.
El miércoles a las nueve de la mañana fue a la radio y mientras hacía el programa que parcialmente escuchó el prófugo, oyó con emoción los dos timbrazos del celular. Se sacó los auriculares, salió del estudio y le dijo al vago: "Carmelo, vamos". Fueron hasta su carnicería favorita y compraron unos churrascos. "Vamos al campo", dijo Lazo al salir de la carnicería. "Vamos al campo a esperar ahí y mientras esperamos nos comemos los churrascos". Carmelo lo miró. "Vamos a San Ignacio". A Carmelo no le gustó porque, de día, los teros "te corren". Eran las once de la mañana. Dieron una vuelta por los lugares que habían recorrido durante la noche y cuando se acercaron al camino que lleva a la Aldea San Antonio, los vieron venir en dirección a la entrada que lleva al casco viejo.
Eran ocho patrulleros. Lazo se preparó mentalmente para transmitir, en directo, el procedimiento.
El miércoles 20 de mayo amaneció algo frío en la zona, pero limpio y soleado. El ánimo de Don Alfredo parecía un espejo del tiempo. Tomó mate con Leo y Andrea y luego le dio al muchacho algunas instrucciones. Al rato anunció, frotándose las manos:
—Hoy hago yo el asadito.
Después insistió en acompañar al falso casero a buscar leña para los hogares. Caminaron sobre la afelpada grama del parque, con las palmeras que eran costumbre en sus jardines y pasaron junto al quincho y las casas auxiliares, más allá del molino de viento y los árboles frutales que habían comenzado a dorarse y perder las hojas. Lejos de las conspiraciones y las rebatiñas de los hombres, la vida continuaba con sus hábitos allí, en los campos que en su niñez recorrían con el
Toto,
pasando entre viejas gomerías que anunciaban su presencia con enormes ruedas de tractor pintadas de blanco, galpones de zinc para guardar la hacienda o el forraje, postes de madera con los infaltables nidos de hornero y las lomadas bajas, festoneadas de arboledas, creando la ilusión de un futuro más allá del horizonte.
Leo iba junto a su dios, silencioso, oyendo el ruido de las trilladoras a la distancia. En los días anteriores Don Alfredo había dicho una y otra vez que debían "ser fuertes", como un consejo genérico que no se aplicaba a ninguna situación concreta. Pero esa mañana no dijo nada serio. Se reía, con cierto chillido característico, mezclando una frase con la risa, en el empaste de una voz afónica, por momentos gutural, como la de muchos árabes.