Don Juan Tenorio (4 page)

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Authors: José Zorrilla

Tags: #Clásico, Drama, Teatro

BOOK: Don Juan Tenorio
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DON GONZALO.—Ya lo es por mí;

vamos.

DON DIEGO.—Sí; vamos de aquí,

donde tal monstruo no vea.

Don Juan, en brazos del vicio

desolado te abandono;

me matas… mas te perdono

de Dios en el santo juicio.

(
Vanse poco a poco
DON DIEGO
y
DON GONZALO.)

DON JUAN.—Largo el plazo me ponéis;

mas ved que os quiero advertir

que yo no os he ido a pedir

jamás que me perdonéis.

Conque no paséis afán

de aquí adelante por mí,

que como vivió hasta aquí,

vivirá siempre don Juan.

Escena XIII

DON JUAN, DON LUIS, CENTELLAS, AVELLANEDA, BUTTARELLI,
curiosos y máscaras.

DON JUAN.—¡Eh! Ya salimos del paso;

y no hay que extrañar la homilía;

son pláticas de familia

de las que nunca hice caso.

Conque lo dicho, don Luis,

van doña Ana y doña Inés

en puesta.

DON LUIS.—Y el precio es

la vida.

DON JUAN.—Vos lo decís;

vamos.

DON LUIS.—Vamos.

(
Al salir, se presenta una ronda que les detiene.
)

Escena XIV

Dichos y una ronda de Alguaciles.

ALGUACIL.—¡Alto allá!

¿Don Juan Tenorio?

DON JUAN.—Yo soy.

ALGUACIL.—Sed preso.

DON JUAN.—¡Soñando estoy!

¿Por qué?

ALGUACIL.—Después lo verá.

DON LUIS.—(
Acercándose a
DON JUAN
y riéndose.
)

Tenorio, no lo extrañéis,

pues mirando a lo apostado,

mi paje os ha delatado

para que vos no ganéis.

DON JUAN.—¡Hola! Pues no os suponía

con tal despejo, ¡pardiez!

DON LUIS.—Id, pues; que por esta vez,

don Juan, la partida es mía.

DON JUAN.—Vamos, pues.

(
Al salir, les detiene otra ronda que entra en la escena.
)

Escena XV

Dichos y una ronda.

ALGUACIL.—(
Que entra.
) Ténganse allá.

¿Don Luis Mejía?

DON LUIS.—Yo soy.

ALGUACIL.—Sed preso.

DON LUIS.—¡Soñando estoy!

¡Yo preso!

DON JUAN.—(
Soltando la carcajada.
)

¡Ja, ja, ja, ja!

Mejía, no lo extrañéis,

pues mirando a lo apostado,

mi paje os ha delatado

para que no me estorbéis.

DON LUIS.—Satisfecho quedaré

aunque ambos muramos.

DON JUAN.—Vamos:

conque, señores, quedamos

en que la apuesta está en pie.

(
Las rondas se llevan a
DON JUAN
y a
DON LUIS;
muchos los siguen. El Capitán
CENTELLAS, AVELLANEDA
y sus amigos quedan en la escena mirándose unos a otros.
)

Escena XVI

El Capitán
CENTELLAS, AVELLANEDA
y curiosos.

AVELLANEDA.—¡Parece un juego ilusorio!

CENTELLLAS.—¡Sin verlo no lo creería!

AVELLANEDA.—Pues yo apuesto por Mejía.

CENTELLAS.—Y yo pongo por Tenorio.

Acto II

DON JUAN
Tenorio
, DON LUIS
Mejía
, DOÑA ANA
de Pantoja
, CIUTTI, PASCUAL, LUCÍA
y
BRÍGIDA.

Tres embozados del servicio de
DON JUAN.

Exterior de la casa de
DOÑA ANA,
vista por una esquina. Las dos paredes que forman el ángulo se prolongan igualmente por ambos lados, dejando ver en la de la derecha una reja, y en la de la izquierda una reja y una puerta.

Escena I

DON LUIS Mejía,
embozado.

DON LUIS.—Ya estoy frente de la casa

de doña Ana, y es preciso

que esta noche tenga aviso

de lo que en Sevilla pasa.

No dí con persona alguna

por dicha mía… ¡Oh, qué afán!

Por ahora, señor don Juan,

cada cual con su fortuna.

Si honor y vida se juega,

mi destreza y mi valor

por mi vida y por mi honor

jugarán… mas alguien llega.

Escena II

DON LUIS, PASCUAL.

PASCUAL.—¡Quién creyera lance tal!

¡Jesús, qué escándalo! ¡Presos!

DON LUIS.—¡Qué veo! ¿Es Pascual?

PASCUAL.—Los sesos

me estrellaría.

DON LUIS.—¿Pascual?

PASCUAL.—¿Quién me llama tan apriesa?

DON LUIS.—Yo. Don Luis.

PASCUAL.—¡Válame Dios!

DON LUIS.—¿Qué te asombra?

PASCUAL.—Que seáis vos.

DON LUIS.—Mi suerte, Pascual, es esa.

Que a no ser yo quien me soy

y a no dar contigo ahora,

el honor de mi señora

doña Ana moría hoy.

PASCUAL.—¿Qué es lo que decís?

DON LUIS.—¿Conoces

a don Juan Tenorio?

PASCUAL.—Sí.

¿Quién no le conoce aquí?

Mas, según públicas voces,

estabais presos los dos.

¡Vamos, lo que el vulgo miente!

DON LUIS.—Ahora acertadamente

habló el vulgo; y juro a Dios

que a no ser porque mi primo,

el tesorero real,

quiso fiarme, Pascual,

pierdo cuanto más estimo.

PASCUAL.—¿Pues cómo?

DON LUIS.—¿En servirme estás?

PASCUAL.—Hasta morir.

DON LUIS.—Pues escucha.

Don Juan y yo en una lucha

arriesgada por demás

empeñados nos hallamos;

pero a querer tú ayudarme,

más que la vida salvarme

puedes.

PASCUAL.—¿Qué hay que hacer? Sepamos.

DON LUIS.—En una insigne locura

dimos tiempo ha; en apostar

cuál de ambos sabría obrar

peor, con mejor ventura.

Ambos nos hemos portado

bizarramente a cual más;

pero él es un Satanás,

y por fin me ha aventajado.

Púsele no sé qué pero,

Dijímonos no sé qué

sobre ello, y el hecho fue

que él, mofándose altanero,

me dijo: «Y si esto no os llena,

pues que os casáis con doña Ana,

os apuesto a que mañana

os la quito yo».

PASCUAL.—¡Esa es buena!

¿Tal se ha atrevido a decir?

DON LUIS.—No es lo malo que lo diga,

Pascual, sino que consiga

lo que intenta.

PASCUAL.—¿Conseguir?

En tanto que yo esté aquí,

descuidad, don Luis.

DON LUIS.—Te juro

que si el lance no aseguro,

no sé qué va a ser de mí.

PASCUAL.—Por la Virgen del Pilar,

¿le teméis?

DON LUIS.—No; ¡Dios testigo!

Mas lleva ese hombre consigo

algún diablo familiar.

PASCUAL.—Dadlo por asegurado.

DON LUIS.—¡Oh! Tal es el afán mío

que ni en mí propio me fío

con un hombre tan osado.

PASCUAL.—Yo os juro, por San Ginés,

que con toda su osadía,

le ha de hacer, por vida mía,

mal tercio un aragonés;

nos veremos.

DON LUIS.—¡Ay, Pascual,

que en qué te metes no sabes!

PASCUAL.—En apreturas más graves

me he visto, y no salí mal.

DON LUIS.—Estriba en lo perentorio

del plazo, y en ser quien es.

PASCUAL.—Más que un buen aragonés,

no ha de valer un Tenorio.

Todos esos lenguaraces,

espadachines de oficio,

no son más que frontispicio

y de poca alma capaces.

Para infamar a mujeres

tienen lengua, y tienen manos

para osar a los ancianos

o apalear a mercaderes.

Mas cuando una buena espada

por un buen brazo esgrimida

con la muerte les convida,

todo su valor es nada.

Y sus empresas y bullas

se reducen todas ellas

a hablar mal de las doncellas

y a huir ante las patrullas.

DON LUIS.—¡Pascual!

PASCUAL.—No lo hablo por vos,

que aunque sois un calavera,

tenéis la alma bien entera

y reñís bien, ¡voto a bríos!

DON LUIS.—Pues si es en mí tan notorio

el valor, mira, Pascual,

que el valor es proverbial

en la raza de Tenorio.

Y porque conozco bien

de su valor el extremo,

de sus ardides me temo

que en tierra con mi honra den.

PASCUAL.—Pues suelto estáis ya, don Luis,

y pues que tanto os acucia

el mal de celos, su astucia

con la astucia prevenís.

¿Qué teméis de él?

DON LUIS.—No lo sé;

mas esta noche sospecho

que ha de procurar el hecho

consumar.

PASCUAL.—Soñáis.

DON LUIS.—¿Por qué?

PASCUAL.—¿No está preso?

DON LUIS.—Sí que está;

mas también lo estaba yo,

y un hidalgo me fió

PASCUAL.—Mas, ¿quién a él le fiará?

DON LUIS.—En fin, sólo un medio encuentro

de satisfacerme.

PASCUAL.—¿Cuál?

DON LUIS.—Que de esta casa, Pascual,

quede yo esta noche dentro.

PASCUAL.—Mirad que así de doña Ana

tenéis el honor vendido.

DON LUIS.—¡Qué mil rayos! ¿Su marido

no voy a ser yo mañana?

PASCUAL.—Mas, señor, ¿no os digo yo

que os fío con la existencia?

DON LUIS.—Sí; salir de una pendencia,

mas de un ardid diestro, no.

Y en fin, o paso en la casa

la noche, o tomo la calle

aunque la justicia me halle.

PASCUAL.—Señor don Luis, eso pasa

de terquedad, y es capricho

que dejar os aconsejo,

y os irá bien.

DON LUIS.—No lo dejo,

Pascual.

PASCUAL.—¡Don Luis!

DON LUIS.—Está dicho.

PASCUAL.—¡Vive Dios! ¿Hay tal afán?

DON LUIS.—Tú dirás lo que quisieres,

mas yo fío en las mujeres

mucho menos que en don Juan.

Y pues lance es extremado

por dos locos emprendido,

bien será un loco atrevido

para un loco desalmado.

PASCUAL.—Mirad bien lo que decís,

porque yo sirvo a doña Ana

desde que nació, y mañana

seréis su esposo, don Luis.

DON LUIS.—Pascual, esa hora llegada

y ese derecho adquirido,

yo sabré ser su marido

y la haré ser bien casada.

Mas en tanto…

PASCUAL.—No habléis más.

Yo os conozco desde niños,

y sé lo que son cariños,

¡por vida de Barrabás!

Oíd: mi cuarto es sobrado

para los dos; dentro de él

quedad; mas palabra fiel

dadme de estaros callado.

DON LUIS.—Te la doy.

PASCUAL.—Y hasta mañana,

juntos con doble cautela

nos quedaremos en vela.

DON LUIS.—Y se salvará doña Ana.

PASCUAL.—Sea.

DON LUIS.—Pues vamos.

PASCUAL.—Teneos.

¿Qué vais a hacer?

DON LUIS.—A entrar.

PASCUAL.—¿Ya?

DON LUIS.—¿Quién sabe lo que él hará?

PASCUAL.—Vuestros celosos deseos

reprimid, que ser no puede

mientras que no se recoja

mi amo don Gil de Pantoja

y todo en silencio quede.

DON LUIS.—¡Voto a…!

PASCUAL.—¡Eh! Dad una vez

breves treguas al amor.

DON LUIS.—¿Y a qué hora ese buen señor

suele acostarse?

PASCUAL.—A las diez;

y en esa calleja estrecha

hay una reja; llamad

a las diez, y descuidad

mientras en mí.

DON LUIS.—Es cosa hecha.

PASCUAL.—Don Luis, hasta luego, pues.

DON LUIS.—Adiós, Pascual, hasta luego.

Escena III

DON LUIS,
solo.

DON LUIS.—Jamás tal desasosiego

tuve. Paréceme que es

esta noche hora menguada

para mí… y no sé qué vago

presentimiento, qué estrago

teme mi alma acongojada.

Por Dios que nunca pensé

que a doña Ana amara así,

ni por ninguna sentí

lo que por ella… ¡Oh! Y a fe

que de don Juan me amedrenta,

no el valor, mas la ventura.

Parece que le asegura

Satanás en cuanto intenta.

No, no; es un hombre infernal,

y téngome para mí

que si me aparto de aquí

me burla, pese a Pascual.

Y, aunque me tenga por necio,

quiero entrar; que con don Juan

las precauciones no están

para vistas con desprecio.

(
Llama a la ventana.
)

Escena IV

DON LUIS
y
DOÑA ANA.

DOÑA ANA.—¿Quién va?

DON LUIS.—¿No es Pascual?

DOÑA ANA.—¡Don Luis!

DON LUIS.—¡Doña Ana!

DOÑA ANA.—¿Por la ventana

llamas ahora?

DON LUIS.—¡Ay, doña Ana,

cuán a buen tiempo salís!

DOÑA ANA.—¿Pues qué hay, Mejía?

DON LUIS.—Un empeño

por tu beldad con un hombre

que temo.

DOÑA ANA.—¿Y qué hay que te asombre

en él, cuando eres tú el dueño

de mi corazón?

DON LUIS.—Doña Ana,

no lo puedes comprender

de ese hombre sin conocer

nombre y suerte.

DOÑA ANA.—Será vana

su buena suerte conmigo;

ya ves, sólo horas nos faltan

para la boda, y te asaltan

vanos temores.

DON LUIS.—Testigo

me es Dios que nada por mí

me da pavor mientras tenga

espada, y ese hombre venga

cara a cara contra ti.

Mas como el león audaz,

y cauteloso y prudente

como la astuta serpiente…

DOÑA ANA.—¡Bah! Duerme, don Luis, en paz,

que su audacia y su prudencia

nada lograrán de mí,

que tengo cifrada en ti

la gloria de mi existencia.

DON LUIS.—Pues bien, Ana, de ese amor

que me aseguras en nombre,

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