DON GONZALO.—Ya lo es por mí;
vamos.
DON DIEGO.—Sí; vamos de aquí,
donde tal monstruo no vea.
Don Juan, en brazos del vicio
desolado te abandono;
me matas… mas te perdono
de Dios en el santo juicio.
(
Vanse poco a poco
DON DIEGO
y
DON GONZALO.)
DON JUAN.—Largo el plazo me ponéis;
mas ved que os quiero advertir
que yo no os he ido a pedir
jamás que me perdonéis.
Conque no paséis afán
de aquí adelante por mí,
que como vivió hasta aquí,
vivirá siempre don Juan.
DON JUAN, DON LUIS, CENTELLAS, AVELLANEDA, BUTTARELLI,
curiosos y máscaras.
DON JUAN.—¡Eh! Ya salimos del paso;
y no hay que extrañar la homilía;
son pláticas de familia
de las que nunca hice caso.
Conque lo dicho, don Luis,
van doña Ana y doña Inés
en puesta.
DON LUIS.—Y el precio es
la vida.
DON JUAN.—Vos lo decís;
vamos.
DON LUIS.—Vamos.
(
Al salir, se presenta una ronda que les detiene.
)
Dichos y una ronda de Alguaciles.
ALGUACIL.—¡Alto allá!
¿Don Juan Tenorio?
DON JUAN.—Yo soy.
ALGUACIL.—Sed preso.
DON JUAN.—¡Soñando estoy!
¿Por qué?
ALGUACIL.—Después lo verá.
DON LUIS.—(
Acercándose a
DON JUAN
y riéndose.
)
Tenorio, no lo extrañéis,
pues mirando a lo apostado,
mi paje os ha delatado
para que vos no ganéis.
DON JUAN.—¡Hola! Pues no os suponía
con tal despejo, ¡pardiez!
DON LUIS.—Id, pues; que por esta vez,
don Juan, la partida es mía.
DON JUAN.—Vamos, pues.
(
Al salir, les detiene otra ronda que entra en la escena.
)
Dichos y una ronda.
ALGUACIL.—(
Que entra.
) Ténganse allá.
¿Don Luis Mejía?
DON LUIS.—Yo soy.
ALGUACIL.—Sed preso.
DON LUIS.—¡Soñando estoy!
¡Yo preso!
DON JUAN.—(
Soltando la carcajada.
)
¡Ja, ja, ja, ja!
Mejía, no lo extrañéis,
pues mirando a lo apostado,
mi paje os ha delatado
para que no me estorbéis.
DON LUIS.—Satisfecho quedaré
aunque ambos muramos.
DON JUAN.—Vamos:
conque, señores, quedamos
en que la apuesta está en pie.
(
Las rondas se llevan a
DON JUAN
y a
DON LUIS;
muchos los siguen. El Capitán
CENTELLAS, AVELLANEDA
y sus amigos quedan en la escena mirándose unos a otros.
)
El Capitán
CENTELLAS, AVELLANEDA
y curiosos.
AVELLANEDA.—¡Parece un juego ilusorio!
CENTELLLAS.—¡Sin verlo no lo creería!
AVELLANEDA.—Pues yo apuesto por Mejía.
CENTELLAS.—Y yo pongo por Tenorio.
DON JUAN
Tenorio
, DON LUIS
Mejía
, DOÑA ANA
de Pantoja
, CIUTTI, PASCUAL, LUCÍA
y
BRÍGIDA.
Tres embozados del servicio de
DON JUAN.
Exterior de la casa de
DOÑA ANA,
vista por una esquina. Las dos paredes que forman el ángulo se prolongan igualmente por ambos lados, dejando ver en la de la derecha una reja, y en la de la izquierda una reja y una puerta.
DON LUIS Mejía,
embozado.
DON LUIS.—Ya estoy frente de la casa
de doña Ana, y es preciso
que esta noche tenga aviso
de lo que en Sevilla pasa.
No dí con persona alguna
por dicha mía… ¡Oh, qué afán!
Por ahora, señor don Juan,
cada cual con su fortuna.
Si honor y vida se juega,
mi destreza y mi valor
por mi vida y por mi honor
jugarán… mas alguien llega.
DON LUIS, PASCUAL.
PASCUAL.—¡Quién creyera lance tal!
¡Jesús, qué escándalo! ¡Presos!
DON LUIS.—¡Qué veo! ¿Es Pascual?
PASCUAL.—Los sesos
me estrellaría.
DON LUIS.—¿Pascual?
PASCUAL.—¿Quién me llama tan apriesa?
DON LUIS.—Yo. Don Luis.
PASCUAL.—¡Válame Dios!
DON LUIS.—¿Qué te asombra?
PASCUAL.—Que seáis vos.
DON LUIS.—Mi suerte, Pascual, es esa.
Que a no ser yo quien me soy
y a no dar contigo ahora,
el honor de mi señora
doña Ana moría hoy.
PASCUAL.—¿Qué es lo que decís?
DON LUIS.—¿Conoces
a don Juan Tenorio?
PASCUAL.—Sí.
¿Quién no le conoce aquí?
Mas, según públicas voces,
estabais presos los dos.
¡Vamos, lo que el vulgo miente!
DON LUIS.—Ahora acertadamente
habló el vulgo; y juro a Dios
que a no ser porque mi primo,
el tesorero real,
quiso fiarme, Pascual,
pierdo cuanto más estimo.
PASCUAL.—¿Pues cómo?
DON LUIS.—¿En servirme estás?
PASCUAL.—Hasta morir.
DON LUIS.—Pues escucha.
Don Juan y yo en una lucha
arriesgada por demás
empeñados nos hallamos;
pero a querer tú ayudarme,
más que la vida salvarme
puedes.
PASCUAL.—¿Qué hay que hacer? Sepamos.
DON LUIS.—En una insigne locura
dimos tiempo ha; en apostar
cuál de ambos sabría obrar
peor, con mejor ventura.
Ambos nos hemos portado
bizarramente a cual más;
pero él es un Satanás,
y por fin me ha aventajado.
Púsele no sé qué pero,
Dijímonos no sé qué
sobre ello, y el hecho fue
que él, mofándose altanero,
me dijo: «Y si esto no os llena,
pues que os casáis con doña Ana,
os apuesto a que mañana
os la quito yo».
PASCUAL.—¡Esa es buena!
¿Tal se ha atrevido a decir?
DON LUIS.—No es lo malo que lo diga,
Pascual, sino que consiga
lo que intenta.
PASCUAL.—¿Conseguir?
En tanto que yo esté aquí,
descuidad, don Luis.
DON LUIS.—Te juro
que si el lance no aseguro,
no sé qué va a ser de mí.
PASCUAL.—Por la Virgen del Pilar,
¿le teméis?
DON LUIS.—No; ¡Dios testigo!
Mas lleva ese hombre consigo
algún diablo familiar.
PASCUAL.—Dadlo por asegurado.
DON LUIS.—¡Oh! Tal es el afán mío
que ni en mí propio me fío
con un hombre tan osado.
PASCUAL.—Yo os juro, por San Ginés,
que con toda su osadía,
le ha de hacer, por vida mía,
mal tercio un aragonés;
nos veremos.
DON LUIS.—¡Ay, Pascual,
que en qué te metes no sabes!
PASCUAL.—En apreturas más graves
me he visto, y no salí mal.
DON LUIS.—Estriba en lo perentorio
del plazo, y en ser quien es.
PASCUAL.—Más que un buen aragonés,
no ha de valer un Tenorio.
Todos esos lenguaraces,
espadachines de oficio,
no son más que frontispicio
y de poca alma capaces.
Para infamar a mujeres
tienen lengua, y tienen manos
para osar a los ancianos
o apalear a mercaderes.
Mas cuando una buena espada
por un buen brazo esgrimida
con la muerte les convida,
todo su valor es nada.
Y sus empresas y bullas
se reducen todas ellas
a hablar mal de las doncellas
y a huir ante las patrullas.
DON LUIS.—¡Pascual!
PASCUAL.—No lo hablo por vos,
que aunque sois un calavera,
tenéis la alma bien entera
y reñís bien, ¡voto a bríos!
DON LUIS.—Pues si es en mí tan notorio
el valor, mira, Pascual,
que el valor es proverbial
en la raza de Tenorio.
Y porque conozco bien
de su valor el extremo,
de sus ardides me temo
que en tierra con mi honra den.
PASCUAL.—Pues suelto estáis ya, don Luis,
y pues que tanto os acucia
el mal de celos, su astucia
con la astucia prevenís.
¿Qué teméis de él?
DON LUIS.—No lo sé;
mas esta noche sospecho
que ha de procurar el hecho
consumar.
PASCUAL.—Soñáis.
DON LUIS.—¿Por qué?
PASCUAL.—¿No está preso?
DON LUIS.—Sí que está;
mas también lo estaba yo,
y un hidalgo me fió
PASCUAL.—Mas, ¿quién a él le fiará?
DON LUIS.—En fin, sólo un medio encuentro
de satisfacerme.
PASCUAL.—¿Cuál?
DON LUIS.—Que de esta casa, Pascual,
quede yo esta noche dentro.
PASCUAL.—Mirad que así de doña Ana
tenéis el honor vendido.
DON LUIS.—¡Qué mil rayos! ¿Su marido
no voy a ser yo mañana?
PASCUAL.—Mas, señor, ¿no os digo yo
que os fío con la existencia?
DON LUIS.—Sí; salir de una pendencia,
mas de un ardid diestro, no.
Y en fin, o paso en la casa
la noche, o tomo la calle
aunque la justicia me halle.
PASCUAL.—Señor don Luis, eso pasa
de terquedad, y es capricho
que dejar os aconsejo,
y os irá bien.
DON LUIS.—No lo dejo,
Pascual.
PASCUAL.—¡Don Luis!
DON LUIS.—Está dicho.
PASCUAL.—¡Vive Dios! ¿Hay tal afán?
DON LUIS.—Tú dirás lo que quisieres,
mas yo fío en las mujeres
mucho menos que en don Juan.
Y pues lance es extremado
por dos locos emprendido,
bien será un loco atrevido
para un loco desalmado.
PASCUAL.—Mirad bien lo que decís,
porque yo sirvo a doña Ana
desde que nació, y mañana
seréis su esposo, don Luis.
DON LUIS.—Pascual, esa hora llegada
y ese derecho adquirido,
yo sabré ser su marido
y la haré ser bien casada.
Mas en tanto…
PASCUAL.—No habléis más.
Yo os conozco desde niños,
y sé lo que son cariños,
¡por vida de Barrabás!
Oíd: mi cuarto es sobrado
para los dos; dentro de él
quedad; mas palabra fiel
dadme de estaros callado.
DON LUIS.—Te la doy.
PASCUAL.—Y hasta mañana,
juntos con doble cautela
nos quedaremos en vela.
DON LUIS.—Y se salvará doña Ana.
PASCUAL.—Sea.
DON LUIS.—Pues vamos.
PASCUAL.—Teneos.
¿Qué vais a hacer?
DON LUIS.—A entrar.
PASCUAL.—¿Ya?
DON LUIS.—¿Quién sabe lo que él hará?
PASCUAL.—Vuestros celosos deseos
reprimid, que ser no puede
mientras que no se recoja
mi amo don Gil de Pantoja
y todo en silencio quede.
DON LUIS.—¡Voto a…!
PASCUAL.—¡Eh! Dad una vez
breves treguas al amor.
DON LUIS.—¿Y a qué hora ese buen señor
suele acostarse?
PASCUAL.—A las diez;
y en esa calleja estrecha
hay una reja; llamad
a las diez, y descuidad
mientras en mí.
DON LUIS.—Es cosa hecha.
PASCUAL.—Don Luis, hasta luego, pues.
DON LUIS.—Adiós, Pascual, hasta luego.
DON LUIS,
solo.
DON LUIS.—Jamás tal desasosiego
tuve. Paréceme que es
esta noche hora menguada
para mí… y no sé qué vago
presentimiento, qué estrago
teme mi alma acongojada.
Por Dios que nunca pensé
que a doña Ana amara así,
ni por ninguna sentí
lo que por ella… ¡Oh! Y a fe
que de don Juan me amedrenta,
no el valor, mas la ventura.
Parece que le asegura
Satanás en cuanto intenta.
No, no; es un hombre infernal,
y téngome para mí
que si me aparto de aquí
me burla, pese a Pascual.
Y, aunque me tenga por necio,
quiero entrar; que con don Juan
las precauciones no están
para vistas con desprecio.
(
Llama a la ventana.
)
DON LUIS
y
DOÑA ANA.
DOÑA ANA.—¿Quién va?
DON LUIS.—¿No es Pascual?
DOÑA ANA.—¡Don Luis!
DON LUIS.—¡Doña Ana!
DOÑA ANA.—¿Por la ventana
llamas ahora?
DON LUIS.—¡Ay, doña Ana,
cuán a buen tiempo salís!
DOÑA ANA.—¿Pues qué hay, Mejía?
DON LUIS.—Un empeño
por tu beldad con un hombre
que temo.
DOÑA ANA.—¿Y qué hay que te asombre
en él, cuando eres tú el dueño
de mi corazón?
DON LUIS.—Doña Ana,
no lo puedes comprender
de ese hombre sin conocer
nombre y suerte.
DOÑA ANA.—Será vana
su buena suerte conmigo;
ya ves, sólo horas nos faltan
para la boda, y te asaltan
vanos temores.
DON LUIS.—Testigo
me es Dios que nada por mí
me da pavor mientras tenga
espada, y ese hombre venga
cara a cara contra ti.
Mas como el león audaz,
y cauteloso y prudente
como la astuta serpiente…
DOÑA ANA.—¡Bah! Duerme, don Luis, en paz,
que su audacia y su prudencia
nada lograrán de mí,
que tengo cifrada en ti
la gloria de mi existencia.
DON LUIS.—Pues bien, Ana, de ese amor
que me aseguras en nombre,