Dos fantasías memorables. Un modelo para la muerte (4 page)

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Authors: Jorge Luis Borges & Adolfo Bioy Casares

Tags: #Cuento, Humor

BOOK: Dos fantasías memorables. Un modelo para la muerte
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»”Esto es todo, señor. O casi todo. Nunca me fue dado participar en otra visión de don Wenceslao, pero éste me dijo que no eran menos maravillosas. Lo creo porque el señor Zalduendo era platita labrada, sin contar que una tarde, al pasar por su domicilio, todo el campo era un solo olor a fritangas.

»”Veinte días después el señor Zalduendo ya era cadáver y su espíritu recto pudo ascender al firmamento, donde sin duda lo acompañan ahora todas esas minutas y postres.

»”Le agradezco su atención por haberme oído. Sólo me resta decirle que le vaya benítez.

»—Que le garúe finochietto.

Pujato, 19 de octubre de 1946.

Un modelo para la muerte

These insects have others still less than themselves, which torment them.

D
AVID
H
UME
.

Dialogues Concerning Natural Religion
, X.

Le moindre grain de sable est un globe qui roule

Traînant comme la terre une lugubre foule

Qui s’abhorre et s’acharne et s’exècre, et sans fin

Se dévore; la haine est au fond de la faim.

La sphère imperceptible à la grande est pareille;

Et le songeur entend, quand il penche l’oreille,

Une rage tigresse et des cris léonins

Rugir profondément dans ces univers nains.

V
ICTOR
H
UGO
.

Dieu
, I.

A manera de prólogo

¡Tan luego a mí pedirme un «A manera de prólogo»! En balde hago valer mi condición de hombre de letras jubilado, de trasto viejo. Con el primer mazazo amputo las ilusiones de mi joven amigo; el novato, quieras que no, reconoce que no hay tu tía, que mi pluma, ¡como la de Cervantes, qué pucha!, cuelga de la espetera y que yo he pasado de la amena literatura al Granero de la República; del Almanaque del Mensajero al Almanaque del Ministerio de Agricultura; del verso en el papel al verso que el arado virgiliano firma en la pampa. (¡Qué manera de redondearla, muchachos! Todavía manda fuerza el viejito). Pero con paciencia y saliva, Suárez Lynch salió con la suya: aquí me tienen rascándome la calvicie

ante ese compañerazo

que se llama Anotador.

(¡Los sustos que nos da el viejito! No embromen, y reconozcan que es poeta).

Además, ¿quién dijo que le faltan méritos al bambino? Es verdad que como todos los escribas de la clase del 19, recibió de lleno la indeleble marca de fuego que deja para siempre en el espíritu la lectura de un folletito de ese, donde ahí lo ven, todo un literato de campanillas, doctor Tony Agita. Pobre mamón: el encontronazo lírico se le subió a la cabeza. Chocho, al principio, al ver que le bastaba romperse todo para evacuar una parrafada que hasta el mismo doctor Basilio, experto calígrafo, atribuía, si no estaba en su sano, a la acreditada Sónnecken del maestro; luego, con los pies echando humo, cuando constató la
partenza
de la más aquilatada joya del escritor: el sello personal. Al que madruga, Dios lo ayuda; al año, mientras esperaba turno en la razón social de Montenegro, una feliz casualidad le puso en los carpinchos un ejemplar de la provechosa obrita sesuda
Bocetos biográficos del doctor Ramón S. Castillo
; la abrió en la página 135 y, sin más, tropezó con estas palabras que no tardó en copiar con el lápiz-tinta: «El general Cortés, dijo, que traía la palabra de los altos estudios militares del país, para hacer llegar a los elementos intelectuales civiles algo de los problemas atinentes a estos estudios que en las épocas actuales han dejado de ser un asunto de incumbencia exclusivamente profesional, para convertirse en cuestiones de vastos alcances de orden general». Leer esta bonitura y salir como portazo de una obsesión para entrar en otra fue… Raúl Riganti, el hombre torpedo. Antes que el reloj del Central de Frutos diera la hora del mondongo a la española, el
ragazzo
ya se había remachado en el caletre el primer borrador a grandes rasgos de otros bocetos casi idénticos sobre el general Ramírez,
opus
que no tardó en rematar pero que al corregir las pruebas de página le perlaba la frente un sudor frío ante la evidencia en letras de molde de que ese trabajito de preso era carente de toda fecunda originalidad y más bien resultaba un calco de la página 135, arriba especificada.

Con todo, no se dejó marear por el incienso de una crítica proba y constructiva; se repitió ¡qué diantre! que la consigna de la hora presente era la robusta personalidad y, a renglón seguido, se arrancó la túnica de Neso del estilo biográfico para calzar la bota Simón de una prosa más acorde a las exigencias del hombre al día: la que le brindara un párrafo medular del
Príncipe que mató al dragón
, de Alfredo Duhau. Agárrense, marmotas, que ahora les enseño el dulce de leche: «Para una animada y vibrante creación de la pantalla daría seguramente esta pequeña historia, nacida y desarrollada en los barrios más céntricos de nuestra metrópoli, historia de amor, palpitante y conmovedora. Son sus fases tan hondas e inesperadas como las que triunfan en el afortunado cinema». No se hagan la ilusión que ese lingote lo escarbó con sus propias uñas; se lo cedió una testa coronada de nuestras letras, Virgilio Guillermone, que lo había retenido en la memoria para uso personal y que ya no lo precisaba por haber engrosado la cofradía del bardo Gongo. ¡Presente griego! El parrafito resultó a las cansadas uno de esos paisajes ante los que rompe la paleta el pintor; el cadete sudaba tinta para revivir los primores que destaca esa muestra en una novelita de primera comunión, que ya estaba a la firma de ese gran incansable que se llama Bruno De Gubernatis. Pero más adelante don Cangrejo: la novelita le salió más bien un informe sobre el Estatuto del Negro Falucho, que le valió ingresar en la comparsa Los morenos de Balvanera, amén del Gran Premio de Honor de la Academia de la Historia. ¡Pobre lechan! Lo mareó ese halago de la fortuna y antes que amaneciera el Día del Reservista se permitió un articulejo sobre la «muerte propia» de Rilke, escritor de raigambre superficial en la República, católico eso sí.

No me tiren con la tapa de la olla y con el puchero después. Esas cosas pasaban —no lo digo con más voz porque estoy afónico— antes del día que los coroneles, escoba en mano, pusieron un poquito de orden en la gran familia argentina. Hablo, pónganlo en baño María, del 4 de junio (un alto en el camino, muchachos, que vengo con el papel de seda y el peine y les toco la marchita). Cuando brilló esa fecha, ni el más abúlico pudo sustraerse a la ola de actividad con que el país vibraba al unísono; Suárez Lynch, ni lerdo ni perezoso, inició la vuelta al pago, tomándome de cicerone.
[3]
Mis
Seis problemas para don Isidro Parodi
le indicaron el rumbo de la verdadera originalidad. El día menos pensado, mientras me desentumecía el cacumen con la columna de policiales, pegué un respingo al divisar, entre mate y mate, las primeras noticias del misterio del bajo de San Isidro, que muy luego sería otro galón en la jineta de don Parodi. La redacción de la novelita pertinente era un deber de mi exclusiva incumbencia; pero estando metido hasta el resuello en unos bocetos biográficos del presidente de un
povo irmão
, le cedí el tema del misterio al catecúmeno.

Soy el primero en reconocer que el mocito ha hecho una labor encomiable, maleada, claro está, por ciertos lunares que traicionan la mano temblona del aprendiz. Se ha permitido caricatos, ha cargado las tintas. Algo más grave, compañeros: ha incurrido en errores de detalle. No finiquitaré este prólogo sin el doloroso deber de sentar que el doctor Kuno Fingermann, en su calidad de presidente del Socorro Antihebreo, me encarga desmentir, sin perjuicio de la acción legal ya iniciada, «la insolvente y fantástica indumentaria que el capítulo numerado cinco le imputa».

Hasta más ver. Que les garúe finito.

H. B
USTOS
D
OMECQ
Pujato, 11 de octubre de 1945.

Dramatis Personae

Mariana Ruiz Villalba de Anglada
: Señora argentina.

Doctor Ladislao Barreiro
: Asesor legal de la A. A. A. (Asociación Aborigenista Argentina).

Doctor Mario Bonfanti
: Gramático y purista argentino.

«Padre» Brown
: Cura apócrifo. Jefe de una banda de ladrones internacionales.

Bimbo De Kruif
: Marido de Loló Vicuña.

Loló Vicuña de De Kruif
: Señora chilena.

Doctor Kuno Fingermann
: Tesorero de la A. A. A.

Princesa Clavdia Fiodorovna
: Propietaria de un establecimiento en Avellaneda. Esposa de Gervasio Montenegro.

Marcelo N. Frogman
: Factótum de la A. A. A.

«Coronel» Harrap
: Miembro de la banda del «Padre» Brown.

Doctor Tonio Le Fanu
: «Mancebo de muchas posesiones». O, según Osear Wilde, «un Mefistófeles en miniatura, mofándose de la mayoría».

Gervasio Montenegro
: Caballero argentino.

Hortensia Montenegro, la Pampa
: Niña de la sociedad porteña. Novia del doctor Le Fanu.

Don Isidro Parodi
: Antiguo peluquero del barrio Sur, hoy recluso en la Penitenciaría Nacional. Desde su celda, resuelve enigmas policiales.

El Baulito Pérez
: Joven pendenciero, de familia pudiente. Ex novio de Hortensia Montenegro.

Baronesa Puffendorf Duvernois
: Dama internacional.

Tulio Savastano
: Compadrito de Buenos Aires. Pensionista del Hotel El Nuevo Imparcial.

I

—¿El señor es nativo? —susurró con ávida timidez Marcelo N. Frogman, alias Coliqueo Frogman, alias Perro Mojado Frogman, alias Atkinson Frogman, redactor, impresor y distribuidor a domicilio del boletín mensual
El Malón
.

Eligió el ángulo noroeste de la celda 273, se sentó en cuclillas y extrajo de los fondos del bombachón un trozo de caña de azúcar y lo chupó babosamente. Parodi lo miró sin alegría: el intruso era rubio, fofo, pequeño, calvo, pecoso, arrugado, fétido y sonriente.

—En tal caso —prosiguió Frogman— apelaré a mi franqueza inveterada. Le confesaré que yo no los paso a los extranjeros, sin excluir a los catalanes. Es claro que por ahora estoy emboscadito en la sombra, y hasta en esos artículos de combate, en que doy sin asco la cara, cambio ágilmente de seudónimo, pasando de Coliqueo a Pincén y de Catriel a Calfucurá. Me confino en los límites de la más estricta prudencia, pero el día que la falange se venga abajo me pondré más contento que un gordito en la trancabalanca, le paso el dato. A esta decisión la he hecho pública dentro de las cuatro paredes de la sede central de la A. A. A. (la Asociación Aborigenista Argentina, usted sabe) donde los indios nos sabemos reunir a puerta cerrada, para tramar la independencia de América, y para reírnos
sotto voce
del portero, que es un catalán contumaz y fanatizado. Veo que nuestra propaganda ha atravesado las pircas de este edificio. Usted, si no me ciega el patriotismo, está cebándose un mate, que es la bebida oficial de la A. A. A.; confío, eso sí, que al huir de las redes del Paraguay no haya caído en las del Brasil, y que la infusión que lo agaucha sea misionera. Si me equivoco no me haga nana; el indio Frogman dirá globitos, pero siempre escudado por un regionalismo sano, por el más estrecho nacionalismo.

—Mire, si este catarro no me protege —dijo el criminalista, guareciéndose detrás de un pañuelo— le mando un parlamentario. Apúrese y antes que lo divisen los basureros dígame lo que tiene que decir.

—Basta la indicación más somera para que yo me dé mi lugar —Pescadas Frogman declaró con sinceridad—. Entablo acto continuo el chamuyo:

»Hasta 1942, la A. A. A. era una toldería discreta, que reclutaba sus aguerridos adeptos entre las brigadas de cocineros y que sólo de tarde en tarde aventuraba sus tentáculos a las colchonerías y fábricas de sifones que el progreso ha corrido a la periferia. No tenía otro dineral que la juventud: sin embargo, cada domingo de una p.m. a nueve p.m. no nos faltaba una mesita de todos tamaños en la típica heladería de barrio. El barrio, usted comprenderá, no era el mismo, porque el segundo domingo, el mozo, cuando no el lavaplatos en persona, nos reconocía infaliblemente y salíamos por esos berenjenales a todo lo que dábamos, para evitar los improperios del energúmeno que no acababa de entender que una barra de criollos puede fajarse peroratas de la madona, hasta muy caída la noche, sin más consumo que una media soda Belgrano. Ah, tiempos, el criollo a la disparada por San Pedrito o por Giribone oía cada lindeza que después la anotaba en su libretita de tapa de hule y así lograba enriquecer el vocabulario. Cosecha de esos años que ya pasaron, son las palabras autóctonas: gilastrún, gil a drocuas, gil a cuadros, gil, otario, leproso, amarrete, colibrillo y coló. ¡La flauta! ¡Qué estrilo cacha la que limpia y pule si me oye! Mire que somos ladinazos los indios: puestos a escarbar el idioma, un sistema, por bueno que fuera, nos quedaba chico; cuando el prójimo se cansaba de amenazarnos, le prometíamos figuritas a un nene de tercer grado, que son el diablo, para que nos enseñara palabras no aptas para menores. Así acopiamos una porción que ya no me acuerdo ni haciendo nono. Otra vuelta nombramos una comisión para que me comisionaran a mí para que oyera en el gramófono un tango y levantara un censo aproximativo con todas las palabras nacionales que se mandaba el mismo. De un saque recogimos: percanta, amuraste, espinas, en, campaneando, catrera, bulín y otras que usted las puede consultar, cuando le dé la loca, en la caja de fierro de nuestra sucursal Barrio Parque. Pero una cosa es la fresca viruta y otra es el mar de fondo. Más de un veterano de la A. A. A. no vaciló en apretarse el gorro cuando el doctor Mario Bonfanti se consagró a minar la tranquilidad del país adjuntando una lista de barbarismos a los volantes gratis de la Pomona. A ese primer mazazo de las fuerzas de la reacción, siguieron otros tan implacables como la pegatina de letreritos que rezaban:

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