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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (73 page)

BOOK: El Arca de la Redención
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—Si lo hubiera encontrado Antiterrorismo, a estas alturas estaría en el depósito. Quizá en varios depósitos. Por fortuna, la policía que lo arrestó no tenía ni idea de con quién estaba tratando. Dudo que me creyeran si se lo dijera, con franqueza. Thorn es como la triunviro para ellos, una figura mítica que inspira repulsión. Creo que estaban esperando un gigante entre los hombres, alguien que podría destrozarlos con las manos desnudas. Pero usted es un hombre de aspecto normal que podría pasar desapercibido en cualquier calle de Cuvier.

Thorn se revolvió la boca con la punta de un dedo.

—Me disculparía por tamaña desilusión si fuese Thorn.

La mujer se volvió y se acercó a él. Su porte, su expresión, incluso el aura que emitía, no era la de Khouri. Thorn experimentó un terrible momento de duda, se le ocurrió por un instante que quizá todo lo que había ocurrido desde su último encuentro allí había sido una fantasía, que no existía ninguna Khouri.

Pero Ana Khouri era real. Le había contado sus secretos, no solo acerca de su identidad y de la identidad de la triunviro, sino los dolorosos secretos que ocultaba en el fondo de su ser, los que se referían a su marido y el cruel modo en que los habían separado. Jamás dudó ni por un instante que ella todavía seguía terriblemente enamorada de aquel hombre. Al mismo tiempo, él quería con desesperación que ella se apartara de su pasado, quería hacerla comprender que tenía que aceptar lo que había ocurrido y seguir adelante. Eso le hacía sentirse mal porque sabía que había una vena de autojustificación en lo que quería hacer, que no era todo (o ni siquiera en su mayor parte) por ayudar a Khouri. También quería hacerle el amor. Se despreciaba por ello, pero el deseo seguía allí.

—¿Puede ponerse en pie? —le preguntó ella.

—Entré aquí caminando.

—Entonces venga conmigo. No intente nada, Thorn. Lo pasará muy mal si lo hace.

—¿Qué quiere de mí?

—Hay un asunto que tenemos que discutir en privado. —A mí este sitio me parece bien —dijo él.

—¿Le gustaría que lo entregase a Antiterrorismo, Thorn? Sería muy fácil arreglarlo. Estoy segura de que les encantaría verlo.

La inquisidora lo llevó a la sala que recordaba de su primera visita, con las paredes cubiertas de estanterías atestadas de papeleo que sobresalía por todas partes. Khouri cerró tras ella la puerta, que quedó bien sellada, hermética, y luego extrajo un delgado cilindro plateado del tamaño de un puro de un cajón del escritorio. Lo sostuvo en alto y lo fue girando poco a poco por el centro de la habitación mientras las diminutas luces enterradas en el puro parpadeaban y cambiaban de rojo a verde.

—Estamos a salvo —dijo ella después de que las luces siguieran de color verde durante tres o cuatro minutos—. Últimamente he tenido que tomar más precauciones. Metieron un micrófono aquí cuando subí a la nave espacial.

Thorn dijo:

—¿Se enteraron de muchas cosas?

—No. Era un mecanismo bastante tosco, y para cuando volví ya estaba defectuoso. Pero lo han vuelto a intentar desde entonces, algo un poco más sofisticado. No puedo arriesgarme, Thorn.

—¿Quién es? ¿Otra rama del Gobierno?

—Quizá. Incluso podría ser esta. Les prometí la cabeza de la triunviro en bandeja de plata y no he cumplido. Alguien está empezando a sospechar. —Me tienes a mí.

—Sí, así que supongo que hay algún consuelo. Oh, mierda. —Era como si solo entonces se hubiera dado cuenta de verdad—. Mira cómo te han puesto, Thorn. Siento tanto que hayas tenido que pasar por esto... —De otro cajón sacó un pequeño botiquín. Vertió un poco de desinfectante en una bolita de algodón y lo apretó contra la ceja partida del hombre.

—Eso duele —dijo Thorn.

El rostro de Khouri estaba muy cerca del suyo. Podía verle cada poro, y al estar tan cerca podía mirarla a los ojos sin tener la sensación de que los estaba clavando en ella. —Dolerá. ¿Te dieron una buena paliza?

—Nada que tus amigos de abajo no me hayan hecho antes. Sobreviviré, creo. —Hizo una mueca—. Fueron bastante implacables.

—No se les dio ninguna orden especial, solo el chivatazo habitual. Lo siento, pero tenía que ser así. Si un solo detalle de tu arresto parece orquestado, estamos acabados. —¿Te importa si me siento? Khouri lo ayudó a llegar a una silla.

—Siento que se haya tenido que herir también a otras personas. Thorn recordó a los policías que arremetieron contra la mujer de la mala dentadura.

—¿Puedes asegurarte de que todos salgan bien de esta? —No detendrán a nadie. Forma parte del plan.

—Hablo en serio. Esas personas no merecen sufrir solo porque tuviera que haber testigos, Ana.

Ella le aplicó más desinfectante.

—Van a sufrir un huevo más si esto no funciona, Thorn. Nadie pondrá un pie en esas lanzaderas a menos que confíen en ti para que los guíes. Merece la pena sufrir un poco ahora si eso significa no morir más tarde. —Como si quisiera enfatizar su argumento, Khouri le apretó la bolita de algodón contra la ceja. Thorn gruñó al sentir el incómodo pinchazo.

—Esa es una forma muy fría de ver las cosas —dijo—. Empiezo a pensar que has pasado más tiempo con esos ultras de lo que me has dicho.

—No soy ninguna ultra, Thorn. Yo los utilicé a ellos. Ellos me utilizaron a mí. Eso no nos convierte en lo mismo. —Cerró el botiquín y lo volvió a meter con brusquedad en el escritorio—. Intenta tener eso presente, ¿quieres?

—Lo siento. Es solo que todo este puñetero asunto es tan brutal, joder... Estamos tratando a la gente de este planeta como si fueran ovejas, pastoreándolas a donde sabemos que es mejor para ellos. No confiamos en que sean capaces de tomar sus propias decisiones.

—No tienen tiempo para tomar una decisión, ese es el problema. Me encantaría hacer esto de una forma democrática, de verdad. Nada me gustaría más que tener la conciencia tranquila. Pero eso no es posible. Si la gente supiera lo que les va a pasar, que lo que les espera, aparte de permanecer en este puto planeta condenado, es un viaje a una nave estelar que resulta que ha sido consumida y transformada por el cuerpo de su antiguo capitán, infectado por la plaga, y que, por cierto, resulta que es un asesino completamente desquiciado, ¿crees que va a haber una estampida para llegar a esos trasbordadores? Si a eso le añadimos que la que despliegue la alfombra roja cuando lleguen allí será la triunviro Ilia Volyova, la figura más odiada de Resurgam, yo creo que habrá un montón de personas que digan: «gracias, pero no, gracias». ¿No te parece?

—Por lo menos habrán tomado su propia decisión.

—Ya. Menudo consuelo va a ser ese cuando contemplemos cómo los incineran. Lo siento, Thorn, pero ahora pienso hacerlo en plan zorra y ya me preocuparé por la ética más tarde, cuando hayamos salvado unas cuantas vidas.

—No los salvarás a todos ni siquiera si funciona tu plan.

—Lo sé. Podríamos, pero no lo haremos. Es inevitable. Hay doscientas mil personas ahí fuera. Si empezáramos ahora, podríamos sacarlos a todos de este planeta en seis meses, aunque es más probable un año, dadas todas las variables. Pero incluso así, quizá no sea tiempo suficiente. Creo que tendré que considerarlo un éxito si salvamos solo a la mitad. Quizá menos, no lo sé. —La mujer se frotó la cara, de repente parecía mucho más vieja y cansada que antes—. Estoy intentando no pensar en lo mal que podría ir todo.

Sonó el teléfono negro de su escritorio. Khouri lo dejó sonar unos segundos con un ojo puesto en el cilindro plateado. Las luces siguieron de color verde. Le hizo un gesto a Thorn para que se quedara callado y cogió el pesado auricular negro que luego apoyó en un lado de la cabeza.

—Vuilleumier. Espero que sea importante. Estoy entrevistando a un sospechoso en la investigación sobre Thorn.

La voz del otro lado del teléfono le contestó algo. Khouri dejó escapar un suspiro y luego cerró los ojos. La voz siguió hablando. Thorn no oía ninguna de las palabras que se pronunciaban, pero le llegó lo suficiente del tono para que quedara clara una cierta desesperación creciente. Al parecer, alguien estaba intentando explicar algo que había salido muy mal. La voz alcanzó un crescendo y luego se quedó callada.

—Quiero los nombres de los implicados —dijo Khouri y luego devolvió el auricular a la horquilla.

Luego miró a Thorn.

—Lo siento.

—¿Por qué?

—Han matado a alguien, cuando la policía interrumpió la reunión. Murió hace unos minutos. Una mujer... Él la detuvo. —Sé a quién te refieres.

Khouri no dijo nada. El silencio llenó la habitación, amplificado y atrapado por las masas de papeleo que los rodeaban; vidas anotadas y documentadas con una precisión paralizadora, y todo con el fin de suprimirlas.

—¿Sabías su nombre? —preguntó Khouri.

—No. Solo era una seguidora. Solo era alguien que quería encontrar la forma de abandonar Resurgam.

—Lo siento. —Khouri estiró el brazo por encima del escritorio y le cogió la mano—. Lo siento. Hablo en serio, Thorn. No quería que empezara así.

A pesar de sí mismo, él lanzó una carcajada que sonaba a falsa.

—Bueno, lo consiguió, ¿no? Lo que quería. Una forma de salir de este planeta. Ha sido la primera.

25

Embutida en una coraza negra, Skade recorrió a grandes zancadas la nave que ahora era suya por completo. De momento estaban a salvo, tras haber pasado desapercibidos por el último anillo de defensas del perímetro demarquista. Ya no había nada entre la Sombra Nocturna y su destino, salvo años luz vacíos.

Skade frotó los dedos de acero contra la capa metálica del pasillo, le encantaba la lustrosa conjunción de cosas artificiales. Durante un tiempo la nave había llevado el hedor de propietario de Clavain, e incluso después de su deserción había tenido que vérselas con Remontoire, el simpatizante y aliado de Clavain. Pero ahora habían desaparecido los dos y ella podía considerar suya por derecho propio la Sombra Nocturna. Podía, si eso quería, cambiarle el nombre y darle otro de su gusto, o quizá desechar la idea entera de darle un nombre a la nave, algo tan firmemente opuesto al pensamiento combinado. Pero Skade pensó que había un placer perverso en mantenerlo. Sería divertido volver la valiosa arma de Clavain contra él, y esa diversión sería todavía más dulce si esa arma aún llevaba el apelativo que él le había conferido. Sería la humillación definitiva, una generosa compensación por todo lo que le había hecho.

Y sin embargo, a pesar de todo lo que despreciaba lo que él había hecho, no podía negar que se estaba acostumbrando al nuevo estado de su cuerpo de un modo que la habría alarmado semanas antes. Su coraza se estaba convirtiendo en ella. Admiraba su forma en el destello de mamparas y portales. La torpeza final ya había desaparecido, y en la privacidad de su alojamiento pasaba largas horas divirtiéndose con asombrosos trucos de fuerza, destreza y malabarismos. La coraza estaba aprendiendo a anticipar sus movimientos, a liberarse de la necesidad de esperar a que las señales se arrastrasen columna arriba o abajo. Skade tocaba fugas en un holoclavicordio con una mano, a la velocidad del rayo; sus dedos enfundados en guanteletes se convertían en una mancha borrosa de metal, tan rápida y letal como una trilladora. La Tocata en re, de alguien llamado Bach, se derrumbaba bajo su dominio. Se convertía en un rápido estallido de sonido, como el fuego de una pistola de repetición, que requería un posproceso neuronal para separarlo y convertirlo en algo parecido a la música.

Todo era una distracción, por supuesto. Skade quizá se hubiera deslizado a través de la última línea defensiva demarquista, pero en los últimos tres días había comenzado a ser consciente de que quizá sus dificultades podrían no haber terminado del todo. Había algo siguiéndola, algo que salía del sistema de Yellowstone con una trayectoria muy parecida.

Ya era hora, decidió, de que compartiera la noticia con Felka.

La Sombra Nocturna estaba en silencio. Las pisadas de Skade eran todo lo que oía al dirigirse hacia la bodega de sueño. Sonaban fuertes y regulares, como martillos en una fundición. La nave estaba acelerando a dos gravedades, la maquinaria de supresión de inercia funcionaba en silencio y con suavidad, pero para Skade caminar no requería mayor esfuerzo.

Había congelado a Felka poco después de que le llegara la noticia de su más reciente fracaso. En ese momento había quedado claro, tras realizar un escrutinio de los nuevos objetos que rodeaban Yellowstone, que Clavain la había esquivado cíe nuevo; que Remontoire y el cerdo no solo no habían conseguido capturarlo, sino que además ellos también habían sido víctimas de bandidos locales. Habría sido atractivo en ese punto asumir que el propio Clavain estaba muerto, pero ya había cometido ese error con anterioridad y no estaba dispuesta a caer otra vez en la misma trampa. Por eso precisamente había conservado a Felka, como moneda de cambio que pudiera utilizar en futuras negociaciones con Clavain. Sabía lo que pensaba él de Felka.

No era cierto, pero no importaba.

Skade había tenido intención de volver al Nido Madre tras completar su misión pero su fracaso a la hora de matar a Clavain la había obligado a reconsiderar su postura. La Sombra Nocturna era capaz de continuar hacia el espacio interestelar, y cualquier problema técnico menor se podía solucionar de camino a Delta Pavonis. El maestro de obra tampoco necesitaba su supervisión directa para terminar de construir la flota de evacuación. Una vez que la flota estuviera lista para el vuelo y equipada con maquinaria de supresión de inercia, parte de ella seguiría a Skade hacia el sistema de Resurgam, mientras que el resto tomaría una dirección diferente cargada con evacuados dormidos. Una única cabeza nuclear descortezadora terminaría con el Nido Madre.

Skade intentaría recuperar las armas. Si fracasaba en su primer intento, solo tendría que esperar a que llegase su flota de apoyo. Serían naves estelares mucho más grandes que podrían llevar armamentos mayores que la Sombra Nocturna, incluso cañones pesados de aceleración. Una vez que entrara en posesión de las armas perdidas, se encontraría con el resto de la flota de evacuación en un sistema diferente, en la otra mitad del cielo, al otro lado de Delta Pavonis, tan lejos como pudieran llegar de la usurpación de los inhibidores.

Luego pondrían rumbo a un espacio incluso más profundo, a muchas docenas, quizá incluso cientos de años luz hacia el interior del plano galáctico. Era hora de decirle adiós al espacio solar local. No era muy probable que lo volvieran a ver jamás.

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