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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (87 page)

BOOK: El Arca de la Redención
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Pero no fue eso lo que atrajo la atención de Skade. En el centro aproximado de la oclusión flotaba un saco ondulado, la piel traslúcida y lechosa detrás de la que algo cambiaba de posición y se hacía más o menos visible. El saco tenía cinco puntas, arrojaba al aire unos seudópodos romos que se correspondían en proporción y orden a la cabeza y los miembros de un ser humano. De hecho, Skade vio que lo que había en el interior era algo humano, una forma que vislumbró como partes destrozadas más que un todo unificado. Hubo una onda de ropa oscura y una onda de piel más pálida.

¿Molenka?

Aunque estaba a solo unos metros de distancia, le asombró lo lejana que parecía la respuesta.

[Sí. Soy yo. Estoy atrapada, Skade. Atrapada dentro de parte de la burbuja].

Skade se estremeció, impresionada por la calma de la mujer. Estaba claro que iba a morir, y sin embargo la información que daba de su aprieto tenía un aire de admirable imparcialidad. Era la actitud de una auténtica combinada, convencida de que su esencia viviría en la conciencia más amplia del Nido Madre y de que la muerte física equivalía solo a la eliminación de un elemento periférico poco esencial de un todo mucho más importante. Pero, se recordó Skade, ahora estaban muy lejos del Nido Madre.

¿La burbuja, Molenka?

[Se fragmentó al atravesar la nave. Se pegó a mí, casi de forma deliberada. Casi como si estuviera buscando a alguien al que rodear, a alguien al que incrustar en su interior]. El objeto de cinco puntas se tambaleó con un movimiento repugnante, insinuando alguna horrenda inestabilidad que estaba a punto de derrumbarse.

¿En qué estado estás, Molenka?

[Debe de ser estado uno, Skade... No me siento diferente. Solo atrapada y... remota. Me siento muy, muy remota]. El fragmento de burbuja comenzó a contraerse, igual que Molenka había dicho que era probable que ocurriese. La membrana con forma de cuerpo se encogió hasta que su superficie se adaptó casi a la perfección al cuerpo de Molenka. Durante un horrendo momento tuvo un aspecto bastante normal, salvo que estaba cubierta por un glaseado cambiante de luz nacarada. Skade se atrevió a esperar que la burbuja escogiera ese momento para derrumbarse y liberar a Molenka. Pero al mismo tiempo sabía que eso no iba a ocurrir.

La burbuja se estremeció otra vez, hipó y se retorció. El rostro de Molenka, que resultaba bastante visible, adquirió una obvia expresión asustada. Incluso a través del tenue canal neuronal que las conectaba, Skade sintió el miedo y la aprensión de la mujer. Era como si el glaseado se estuviera apretando a su alrededor.

[Ayúdame, Skade. No puedo respirar].

No puedo. No sé qué hacer.

La piel de Molenka estaba tirante contra la membrana. Empezaba a asfixiarse. A esas alturas habría sido imposible hablar de forma normal, las rutinas automáticas de su cabeza ya habrían empezado a bloquear las partes no esenciales de su cerebro para conservar los recursos vitales y extraer tres o cuatro minutos más de conciencia de su último aliento.

[Ayúdame. Por favor...].

La membrana se apretó aún más. Skade contempló, incapaz de volverse, cómo estrujaba a Molenka. El dolor de la mujer cruzó como un torrente la conexión neuronal. Fue todo lo que Skade reconoció: ya no quedaba espacio para el pensamiento racional. Extendió el brazo desesperada por hacer algo, aunque el gesto fuera inútil. Sus dedos rozaron la superficie de la membrana. Esta se encogió aún más, acelerada por el contacto. La conexión neuronal comenzó a romperse. La membrana se derrumbaba y aplastaba viva a Molenka, la presión iba destruyendo el delicado telar de implantes combinados que flotaban en su cráneo.

La membrana se detuvo, se estremeció y luego se redujo a una velocidad espantosa. Cuando Molenka se redujo a tres cuartas partes de su tamaño normal, la figura de la membrana se volvió de repente de color escarlata. Skade sintió el alarido de la súbita ruptura neuronal antes de que sus propios implantes restringieran la conexión. Molenka estaba muerta. Pero la figura con forma humana permanecía, aunque seguía derrumbándose. Ahora era un maniquí, luego una horrenda marioneta, después una muñeca, luego una figurita del tamaño del pulgar que iba perdiendo forma y definición a medida que el material del interior se licuaba. Entonces se detuvo la contracción y la superficie lechosa se estabilizó.

Skade estiró el brazo y cogió el objeto del tamaño de una canica que había sido Molenka, sabía que debía deshacerse de ella, echarla al vacío antes de que el campo se contrajera todavía más. La materia del interior de la membrana (la materia que en otro tiempo había sido Molenka) ya estaba sometida a una compresión salvaje, y no quería ni pensar lo que ocurriría si se expandiera de forma espontánea.

Tiró de la canica pero el objeto apenas se movió, como si estuviera inmovilizado y rígido en ese preciso punto del espacio y el tiempo. Skade incrementó la fuerza de su traje y por fin comenzó a moverla. Tenía toda la masa inercial de Molenka en su interior, quizá más, y sería igual de difícil detenerla o dirigirla.

Emprendió el laborioso camino a la cámara estanca dorsal más cercana.

La hélice de proyección cogió velocidad. Clavain se encontraba con las manos en la barandilla que la rodeaba, escudriñaba la forma indistinta que aparecía dentro del cilindro. Se parecía a un insecto aplastado, un abanico de entrañas suaves, como cuerdas que se derramaban por un extremo de un caparazón duro y oscuro.

—Eso va a tardar mucho en ir a alguna parte —dijo Escorpio.

—Tocada y hundida —asintió Antoinette Bax. Luego silbó—. Está flotando, se cae por el espacio. La hostia. ¿Qué crees que le ha pasado?

—Algo malo, pero no algo catastrófico —dijo Clavain en voz baja—, o ni siquiera la veríamos. Escorp, ¿puedes acercarte más y aumentarla parte de atrás? Da la sensación de que ahí ha pasado algo.

Escorpio estaba controlando las cámaras del casco, que debían dar una panorámica de la nave estelar que había quedado flotando cuando pasaron de golpe a su lado a una velocidad diferencial de más de mil kilómetros por segundo. Estarían dentro del alcance efectivo de sus armas durante solo una hora. La Luz del Zodíaco ni siquiera estaba acelerando en ese momento; los sistemas de supresión de la inercia estaban apagados y los motores guardaban silencio. Unos grandes volantes habían hecho girar el núcleo habitacional de la abrazadora lumínica a una G de gravedad centrífuga. Clavain disfrutaba de la sensación de no tener que luchar bajo una gravedad mayor, ni tener que utilizar un aparejo exoóseo. Y era incluso más agradable no tener que sufrir los inquietantes efectos fisiológicos del campo de supresión de la inercia.

—Ahí-dijo Escorpio cuando terminó de ajustar el marco—. Son las imágenes más claras que vas a conseguir, Clavain.

—Gracias.

Remontoire, el único de todos ellos que todavía llevaba un aparejo exoóseo, se acercó más al cilindro, y al hacerlo rozó a Pauline Sukhoi con un zumbido de servos.

—No reconozco esas estructuras, Clavain, pero parecen intencionadas.

Clavain asintió. Esa también era su opinión. La forma básica de la abrazadora lumínica seguía siendo como debía, pero de la parte trasera brotaba una complicada extensión de filamentos y arcos retorcidos, como los resortes y trinquetes del mecanismo de un reloj sorprendido en el momento de explotar.

—¿Querrías especular? —le preguntó Clavain a Remontoire.

—Estaba desesperada por huir de nosotros, desesperada por adelantarse. Es posible que se haya planteado alguna medida extrema.

—¿Medida extrema? —preguntó Xavier. Tenía una mano alrededor de la cintura de Antoinette. Los dos estaban sucios de aceite de máquina.

—Ya podía suprimir la inercia —dijo Remontoire—. Pero creo que esto era otra cosa, una modificación del mismo equipo para empujarlo a un estado diferente.

—¿Por ejemplo? —preguntó Xavier.

Clavain también miró a Remontoire.

Este dijo:

—La tecnología suprime la masa inercial, eso es lo que Skade llamaba un campo de estado dos, pero no la elimina por completo. En un campo de estado tres, sin embargo, toda la masa inercial baja a cero. La materia se hace fotónica, incapaz de viajar a otra cosa que no sea la velocidad de la luz. La dilación de tiempo se hace infinita, así que la nave continuaría congelada en el estado fotónico hasta el fin de los tiempos.

Clavain miró a su amigo y asintió. Remontoire parecía estar completamente dispuesto a utilizar el exoesqueleto, aunque estaba funcionando como una forma de restricción, capaz de inmovilizarlo si en algún momento Clavain decidía que no se podía confiar en él.

—¿Y el estado cuatro? —preguntó Clavain.

—Eso podría ser más útil —dijo Remontoire—. Si pudiera hacer un túnel a través del estado tres y saltárselo por completo, quizá sería capaz de lograr una transición sin complicaciones a un campo de estado cuatro. Dentro de ese campo, la nave cambiaría de golpe a un estado de masa taquiónica, incapaz de hacer otra cosa que no sea viajar más rápido que la luz.

—¿Skade intentó eso? —preguntó Xavier con tono reverente.

—Es la mejor explicación que.se me ocurre —dijo Remontoire.

—¿Qué crees que pasó? —preguntó Antoinette.

—Una especie de inestabilidad en el campo —dijo Pauline Sukhoi; el pálido reflejo de su rostro angustiado adornaba la pantalla del tanque. Habló con tono lento y solemne—: Dominar una burbuja de espacio tiempo alterada hace que la contención de la fusión parezca ese juego que los niños juegan en los cumpleaños. Sospecho que Skade creó primero una burbuja microscópica, es probable que subatómica, desde luego no más grande que una bacteria. A esa escala, es engañosamente fácil de manipular. ¿Veis esas hoces y esos brazos? —Señaló la imagen, que había rotado un poco desde que había aparecido por primera vez—. Esos habrían sido sus generadores de campo y sistemas de contención. Se supone que habrían permitido que el campo se expandiera de una forma estable hasta que revistiera la nave. A una burbuja que se expandiera a la velocidad de la luz le llevaría menos de un milisegundo tragarse una nave del tamaño de la Sombra Nocturna, pero el vacío alterado se expande superluminalmente, como el espacio tiempo inflacionario. Una burbuja de estado cuatro tiene un tiempo de duplicación característico del orden de diez a menos cuarenta y tres segundos. Eso no da mucho tiempo para reaccionar si las cosas empiezan a ir mal.

—¿Y si la burbuja siguiera creciendo...? —preguntó Antoinette.

—No lo hará —dijo Sukhoi—. Al menos, ni siquiera lo sabrías en tal caso. Nadie lo sabría.

—Skade tiene suerte de que le quede nave —dijo Xavier.

Sukhoi asintió.

—Debe de haber sido un accidente pequeño, es probable que durante la transición entre estados. Quizás haya alcanzado el estado tres, que convirtió un pequeño trozo de su nave en una luz pura y blanca. Una pequeña explosión fotoleptónica.

—Parece que se puede sobrevivir —dijo Escorpio.

—¿Hay alguna señal de vida? —preguntó Antoinette.

Clavain sacudió la cabeza.

—Ninguna. Pero tampoco las habría, no con la Sombra Nocturna. El prototipo está diseñado para lograr un sigilo máximo. Nuestros métodos habituales de detección no van a funcionar.

Escorpio ajustó algunos marcos e hizo que los colores de la imagen cambiaran a espectrales tonos de color verde y azul.

—Termal —dijo—. Todavía tiene energía, Clavain. Si hubiera habido una explosión importante de los sistemas, a estas alturas su casco estaría cinco grados más frío.

—No me cabe duda de que hay supervivientes —dijo Clavain. Escorpio asintió.

—Algunos quizá. Se esconderán hasta que los hayamos adelantado y estemos fuera del alcance de los sensores. Entonces entrarán de inmediato en modo de reparación. Antes de que te des cuenta, lo tendremos detrás y tendremos el mismo problema de siempre.

—Lo he pensado, Escorp —dijo Clavain.

El cerdo asintió.

—¿Y?

—No voy a atacarlos.

Los ojos oscuros y salvajes le lanzaron una mirada furiosa.

—Clavain...

—Felka sigue viva.

Se produjo un silencio incómodo. Clavain sintió que lo presionaba por todos lados. Lo miraban todos, incluso Sukhoi, y cada uno de ellos le daba gracias a su estrella por no tener que tomar esta decisión.

—Eso no lo sabes —dijo Escorpio. Clavain vio las líneas de tensión grabadas en su mandíbula—. Skade ya te ha mentido y ha matado a Lasher. No nos ha dado ninguna prueba de que en realidad tenga a Felka. Y eso es porque no la tiene o porque Felka ya está muerta.

Con mucha calma, Clavain dijo:

—¿Qué prueba podría dar? No hay nada que pueda falsificar.

—Podría haberse enterado de algo por Felka, algo que solo ella supiera.

—Tú no conoces a Felka, Escorpio. Es fuerte, mucho más fuerte de lo que Skade supone. No le daría a Skade nada que esta pudiera utilizar para controlarme.

—Entonces quizá es que la tiene, Clavain. Pero eso no significa que esté despierta. Lo más probable es que esté sumida en un sueño frigorífico para que no cause ningún problema.

—¿Y qué importaría eso? —preguntó Clavain.

—No sentiría nada —dijo Escorpio—. Ahora tenemos armas suficientes, Clavain. La Sombra Nocturna es un blanco fácil. Podemos acabar con él al instante, sin causar dolor. Felka no se enterará de nada.

Clavain se esforzó por controlar su ira y obligarla a calmarse.

—¿Dirías eso si no hubiera asesinado a Lasher?

El cerdo dio un golpe en la barandilla.

—Es que lo hizo, Clavain. Eso es todo lo que importa.

—No... —dijo Antoinette—. Eso no es todo lo que importa. Clavain tiene razón. No podemos empezar a actuar como si una sola vida humana no importase. Si hacemos eso, nos convertimos en seres tan malignos como los lobos.

Xavier, a su lado, esbozó una sonrisa radiante y orgullosa.

—Estoy de acuerdo —dijo—. Lo siento, Escorpio. Sé que mató a Lasher y sé lo mucho que te cabreó eso.

—No tienes ni idea —dijo Escorpio. No parecía tan enfadado como pesaroso—. Y no me digáis que de repente importa una vida humana. Eso es solo porque la conoces. Skade también es humana. ¿Qué pasa con ella y los aliados que tiene a bordo de esa nave?

Cruz, que había estado callado hasta entonces, habló en voz baja:

—Escuchad a Clavain. Tiene razón. Tendremos otra oportunidad de matar a Skade. Esto no está bien, así de simple.

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