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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (85 page)

BOOK: El Arca de la Redención
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Y durante muchos años su número funcionó. Hasta el día en que un cúter aburrido de la policía decidió meterse con Lyle solo porque nunca los había molestado y, por tanto, tenía que traerse algo entre manos. Al cúter no le costó mucho emparejar su trayectoria con la gabarra de Lyle. Exigió que iniciara la suspensión del motor principal y se preparara para el abordaje. Pero Lyle sabía que de ninguna de las maneras podía obedecer la orden de suspensión del motor principal. Toda su reputación dependía de que sus cargas nunca se inspeccionaran. Si hubiera permitido que lo abordara el proxy, habría estado firmando su propia notificación de bancarrota.

No tenía más alternativa que huir.

Por fortuna (o no, como se vio luego), ya estaba realizando el acercamiento final al Carrusel Nueva Copenhague. Sabía que en el borde había un pozo de reparación lo bastante grande para albergar su nave. Sería un poco justo, pero si podía meterse en el estacionamiento, al menos podría destruir su carga antes de que los proxy s entraran por la fuerza. Todavía estaría metido en un buen lío, pero al menos no habría violado la confidencialidad del cliente. Y eso, para Lyle, importaba mucho más que su propio bienestar.

Por supuesto no lo consiguió. Jodió su última propulsión de acercamiento, acosado por los cúteres (a estas alturas ya había cuatro descendiendo para escoltarlo, y ya le habían disparado ganchos retardadores al casco), y chocó contra la cara exterior del borde en sí. Por sorprendente que parezca, y nadie se sorprendió más que el propio Lyle, sobrevivió al impacto. El habitáculo romo de supervivencia de su mercancías se introdujo en la piel del carrusel del mismo modo que el pico de un pajarillo atraviesa la cascara del huevo. Su velocidad en el momento del impacto había sido solo de unas cuantas decenas de metros por segundo, y aunque se había llevado golpes y magulladuras, no sufrió ninguna herida grave. Su suerte continuó incluso cuando estalló la sección principal de propulsión (los pulmones hinchados de los tanques de combustible químico). La explosión hizo que el morro del nódulo embistiera con más fuerza el carrusel, pero, una vez más, Lyle sobrevivió.

Aunque se daba cuenta de su buena fortuna, sabía que estaba metido en graves problemas. El impacto no había ocurrido en la porción más poblada del anillo del carrusel, pero aun así hubo muchas víctimas. Una bóveda del interior del borde se había descomprimido al hundirse su nave en el borde, y el aire se había escapado a chorros por la herida de la estructura del carrusel. La cámara era una zona recreativa, un claro en miniatura con un bosque iluminado por lámparas suspendidas.

Cualquier otra noche quizá no hubiera habido más de unas cuantas decenas de personas y animales disfrutando del escenario sintético a la luz de la luna, pero la noche que Lyle se estrelló allí se había dado un recital nocturno de uno de los esfuerzos más populistas de Quirrenbach, y habían acudido varios cientos de personas. Por fortuna, la mayor parte había sobrevivido, aunque muchos resultaron heridos de gravedad. Claro que había habido víctimas: cuarenta y tres personas muertas en el recuento final, excluido al propio Lyle. Y desde luego, era posible que hubieran muerto más.

No intentó escapar. Sabía que su destino estaba sellado. Habría tenido suerte de evitar la pena de muerte solo por negarse a obedecer la orden de abordaje, pero incluso si se hubiera escabullido de eso (y había formas y maneras), ya nada se podía hacer por él. Desde la plaga de fusión, cuando la otrora gloriosa Banda Resplandeciente había quedado reducida a Cinturón Oxidado, los actos de vandalismo contra un hábitat se consideraban los crímenes más atroces. Los cuarenta y tres muertos eran casi un simple detalle.

Lyle Merrick fue arrestado, juzgado y sentenciado. Se lo halló culpable de todos los cargos relacionados con la colisión. Su sentencia fue a muerte neuronal irreversible. Dado que se sabía que había sido escaneado, se aplicaba la Resolución Mandelstam.

Ferrisville designó unos oficiales, apodados borracabezas, para que rastrearan y anularan todas las simulaciones existentes de nivel alfa o beta de Lyle Merrick. Los borracabezas tenían a su disposición toda la maquinaria legal de la Convención, junto con un arsenal de herramientas informáticas de búsqueda y captura resistentes a la plaga. Podían peinar cualquier base de datos o archivo conocido y sacar las pautas enterradas de una simulación ilegal. Podían borrar cualquier base de datos pública de la que se sospechase siquiera que albergaba una copia prohibida. Y eran muy buenos en su trabajo.

Pero Jim Bax no iba a decepcionar a su amigo. Antes de que la red se cerrase, y con la ayuda de los otros amigos de Lyle, algunos de los cuales eran individuos extremadamente aterradores, le arrebataron a la ley la copia de seguridad de nivel alfa más reciente. Unas hábiles alteraciones en los archivos de la clínica escaneadora consiguieron que pareciera que Lyle no había acudido a su última cita. Los borracabezas examinaron las pruebas y dieron vueltas a las anomalías durante días. Pero al final decidieron que el alfa perdido no había existido jamás. En cualquier caso, ellos habían hecho su trabajo al reunir todas las demás simulaciones conocidas.

Así que, en cierto sentido, Lyle Merrick huyó de la justicia.

Pero había una pega, y era una pega en la que Jim Bax insistió. Él le ciaría refugio a la persona de nivel alfa de Lyle, dijo, y le daría refugio en un lugar en el que no había muchas probabilidades de que a las autoridades se les ocurriera siquiera mirar. Lyle sustituiría a la subpersona de su nave, el escáner de nivel alfa de una mente humana real suplantaría la colección de algoritmos y subrutinas que era una persona de nivel gamma. Una mente real, aunque fuera una simulación de los patrones neuronales de una mente real, sustituiría a una persona del todo ficticia.

Un fantasma real rondaría por la nave.

—¿Por qué? —Preguntó Antoinette—. ¿Por qué quiso mi padre que se hiciera eso?

—¿Por qué crees tú? Porque le preocupaban su amigo y su hija. Fue la forma que tuvo de protegeros a los dos. —No lo entiendo, Xave.

—Lyle Merrick estaba muerto si no accedía. Tu padre no iba a arriesgar el cuello dándole refugio a la simulación de ninguna otra forma. Por lo menos así Jim sacaba algo del trato, aparte de la satisfacción de salvar a parte de su amigo.

—¿Y que era?

—Hizo que Lyle le prometiera que cuidaría de ti cuando él ya no estuviese. —No —dijo Antoinette sin más.

—Te lo íbamos a decir. Ese era el plan. Pero los años fueron pasando y cuando Jim murió... —Xavier sacudió la cabeza—. Esto no es fácil para mí, ¿sabes? ¿Cómo crees que me he sentido conociendo este secreto durante todos estos años? Dieciséis puñeteros años, Antoinette. Yo estaba más verde que nadie cuando tu padre me dio trabajo para ayudarle con el Ave de Tormenta, Por supuesto que tenía que saber lo de Lyle.

—No te sigo. ¿Qué quieres decir con eso de cuidar de mí?

—Jim sabía que no siempre iba a estar por aquí, y te quería más que, bueno... —La voz de Xavier se perdió.

—Sé que me quería —dijo Antoinette—. No es como si tuviéramos una de esas relaciones disfuncionales entre padre e hija como las que siempre aparecen en los holoprogramas, ya sabes. Toda esa mierda de «nunca me dijiste que me querías». Lo cierto es que nos llevábamos bastante bien, hostia.

—Lo sé. De eso se trataba. A Jim le preocupaba lo que te pasaría después, cuando él no estuviera. Sabía que querrías heredar la nave. No había nada que pudiera hacer, ni siquiera quería hacerlo. Cono, estaba orgulloso. Orgulloso de verdad. Pensaba que te convertirías en mejor piloto de lo que él lo fue jamás, y estaba más que seguro de que tenías más sentido comercial.

Antoinette contuvo una media sonrisa. Le había oído ese tipo de cosas a su padre con bastante frecuencia, pero seguía siendo agradable oírlas de boca de otros, prueba (si es que la necesitaba) de que Jim Bax siempre había hablado en serio.

—¿Y?

Xavier se encogió de hombros.

—El tío quería seguir cuidando de su hija. Tampoco es ningún delito, ¿no? —No lo sé. ¿Cuál era el acuerdo?

—Lyle podía ocupar el Ave de Tormenta. Jim le dijo que tenía que seguir el juego y ser el viejo nivel gamma; que jamás podías sospechar que tenías un, bueno, un ángel de la guarda cuidándote. Se suponía que Lyle tenía que cuidarte, asegurarse de que nunca te metieras en demasiados problemas. Tenía sentido, ya sabes. Lyle tenía un fuerte instinto de preservación.

Antoinette recordó las veces que Bestia había intentado convencerla de que no hiciera algo. Habían sido muchas, y ella siempre las había achacado a un raro instinto demasiado protector de la subpersona. Bueno, pues tenía razón. Hasta la médula. Solo que no como ella había pensado.

—¿Y Lyle estuvo de acuerdo? —le preguntó a Xavier.

Este asintió.

—Tienes que entenderlo: Lyle no hacía más que sentirse culpable y recriminarse por lo ocurrido. Se sentía muy mal por todas las personas a las que había matado. Durante un tiempo ni siquiera se ejecutaba, no hacía más que entrar en hibernación o intentar persuadir a sus amigos para que lo destruyeran. El tío quería morir.

—Pero no lo hizo.

—Porque Jim le dio una razón para vivir. Una forma de cambiar las cosas, cuidando de ti.

—¿Y toda esa mierda del «señorita»?

—Parte del número. Tienes que reconocérselo al chaval, ha mantenido el tipo bastante bien, ¿no? Hasta que empezó a llover mierda. Pero tampoco puedes culparlo por ser presa del pánico.

Antoinette se levantó.

—Supongo que no.

Xavier la miró con expresión expectante. —Entonces... ¿no te molesta?

La joven se dio la vuelta y lo miró directamente a los ojos.

—Sí, Xave, sí que me molesta. Lo entiendo. Incluso entiendo por qué me mentiste durante todos esos años. Pero eso no hace que esté bien.

—Lo siento —dijo él bajando los ojos—. Pero lo único que hice fue hacerle una promesa a tu padre, Antoinette.

—No es culpa tuya —le dijo ella.

Más tarde hicieron el amor. Estuvo tan bien como cualquiera de las otras veces que ella recordaba; quizá todavía mejor, dados los fuegos artificiales que sus emociones seguían disparando en su vientre. Y era cierto lo que le había dicho a Xavier. Ahora que había oído su versión de la historia, comprendió que él nunca hubiera podido decirle la verdad, o al menos no hasta que ella hubiera averiguado sola la mayor parte. Tampoco culpaba demasiado a su padre por lo que había hecho. El siempre había cuidado de sus amigos y siempre había adorado a su hija. Jim no había hecho nada que no fuera típico de él.

Pero eso no hacía que la verdad fuera más fácil de aceptar. Cuando pensó en todo el tiempo que había pasado sola en el Ave de Tormenta sin saber que Lyle Merrick había estado allí, rondándola, quizá incluso vigilándola, tenía la enloquecedora sensación de haber sido traicionada y tomada por estúpida.

No creía que fuera algo que pudiera superar.

Un día después, Antoinette salió a visitar su nave, creía que entrando de nuevo en ella quizá pudiera encontrar la forma de perdonar la mentira que le había contado la única persona del universo en la que había creído que podía confiar. Poco importaba que hubiera sido una mentira piadosa, con la intención de protegerla.

Pero cuando llegó a la base de los andamios que envolvían el A ve de Tormenta, ya no pudo seguir. Levantó la vista y la contempló, pero la nave le pareció amenazadora y desconocida. Ya no se parecía a su nave, ni a nada de lo que ella quisiera tomar parte.

Llorando porque le habían robado algo que nunca podría recuperar, Antoinette se dio la vuelta y se alejó caminando.

Las cosas se movieron a una velocidad asombrosa una vez que se tomó la decisión. Skade redujo su nave a una gravedad y luego ordenó a los técnicos que hicieran que la burbuja se contrajera a un tamaño subbacteriano, mantenida solo por un hilillo de energía. Luego dio la orden que provocaría una reforma drástica de la nave, según la información que había recogido en el Exordio.

Enterrados en la parte posterior de la Sombra Nocturna había muchos depósitos de nanomaquinaria templada por la plaga, tubérculos oscuros atestados de replicadores de bajo nivel. A una orden de Skade se liberaron las máquinas, programadas para multiplicarse y diversificarse hasta que formaron un cieno hirviente de motores microscópicos capaces de transformar la materia. El cieno trepó y se infiltró por cada hueco de la parte posterior de la nave, disolviendo y regurgitando la propia estructura de la abrazadora lumínica. Buena parte de la maquinaria del mecanismo sucumbió bajo los mismos estragos transformadores. A su paso, los replicadores dejaban relucientes estructuras de obsidiana, arcos de filamentos y hélices que volvían al espacio entrelazándose tras la nave como tentáculos y aguijones colgantes. Estaban tachonados de nodos de mecanismos subsidiarios que sobresalían como ventosas negras y sacos de veneno. Cuando estuviese operando, la maquinaria se movería con respecto a sí misma, ejecutando un movimiento hipnótico parecido al de una trilladora, batiendo y cortando el vacío. En medio de ese movimiento de guadaña se conjuraría una bolsa de vacío cuántico de estado cuatro del tamaño de un quark. Sería una bolsa de vacío en el que la masa inercial sería, en el sentido matemático más estricto, imaginaria.

La burbuja del tamaño de un quark temblaría, fluctuaría y luego, en mucho menos de un instante en tiempo de Planck, envolvería la nave especial entera, tras sufrir una fase de transición de tipo inflacionario que le daría dimensiones macroscópicas. La maquinaria, que seguiría teniéndolo todo controlado, estaba programada con una tolerancia asombrosa, hasta el mismísimo umbral de incertidumbre de Heisenberg. Cuánto de todo esto era necesario, nadie lo sabía. Skade no quería tener que adivinar lo que los susurros del Exordio le habían dicho. Todo lo que podía hacer era esperar que cualquier desviación no afectase al funcionamiento de la máquina, o que al menos lo afectase de una forma tan profunda que no funcionara en absoluto. La idea de que funcionara, pero funcionara mal, era demasiado aterradora para contemplarla siquiera.

Pero la primera vez no ocurrió nada. La maquinaria se había encendido y los sensores de vacío cuántico habían recogido fluctuaciones extrañas, sutiles, pero unas mediciones igual de precisas establecieron que la Sombra Nocturna no se había movido un ángstrom más de lo que se habría movido en unas condiciones normales de propulsión por supresión de inercia. Tan enfadada consigo misma como con todos los demás, Skade se abrió paso por los intersticios de la curva maquinaria negra. Pronto encontró a la persona que estaba buscando, Molenka, la técnica de sistemas del Exordio. Tenía un aspecto exangüe.

BOOK: El Arca de la Redención
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