Read El Arca de la Redención Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (41 page)

BOOK: El Arca de la Redención
7.22Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Maldición... —dijo Volyova—. Khouri... ¿puedes oírme?

Pero no hubo respuesta.

Sin previo aviso, la maquinaria se transformó a su alrededor. La cámara se había hecho más grande, y ahora revelaba unas criptas que resplandecían tenuemente y que se adentraban en las profundidades del arma. Enormes mecanismos de formas fluidas flotaban bajo una iluminación de color rojo sangre. Unas frías luces azules oscilaban sobre esas siluetas o trazaban las líneas de flujo de los cables de alimentación interna, que no paraban de retorcerse. Todo el interior del arma parecía estar reorganizándose por su cuenta.

Y entonces Ilia casi se muere de miedo. Sintió algo más dentro del arma, una presencia que se aproximaba, que se arrastraba entre los componentes en transformación con una lentitud fantasmal.

Volyova golpeó la escotilla que tenía encima.

—¡Khouri...!

Pero la entidad ya había llegado hasta ella. No la había visto acercarse, pero notó su repentina proximidad. Carecía de forma y estaba acurrucada detrás de ella. Pensó que casi podía distinguirla con la visión periférica, pero cuando giró la cabeza, la presencia fluyó hasta su punto ciego.

De repente le dolió mucho la cabeza, un sufrimiento cegador que la obligó a chillar con fuerza.

Remontoire apretó su delgado cuerpo contra una de las burbujas de observación de la Sombra Nocturna y pudo confirmar a simple vista que los motores se habían detenido. Había activado la secuencia correcta de órdenes neuronales y al instante había notado la transición a la ingravidez, cuando la nave dejó de acelerar, pero aun así quiso cerciorarse de manera adicional de que se había seguido su indicación. Con todo lo que había sucedido ya, no le hubiera sorprendido demasiado ver que el resplandor azulado de luz dispersada seguía presente.

Pero solo distinguió oscuridad. Los motores se habían parado de verdad y la nave derivaba a una velocidad constante, aún cayendo hacia Épsilon Eridani, pero demasiado lenta como para poder atrapar algún día a Clavain.

—¿Y ahora qué? —preguntó Felka en voz baja. Flotaba cerca de él, con una mano anclada a un asa blanda que la nave le había proporcionado amablemente.

—Ahora esperaremos —dijo él—. Si estoy en lo cierto, Skade no tardará mucho.

—No le va a gustar.

Remontoire asintió.

—Y yo volveré a conectar la propulsión en cuanto me explique qué está pasando. Pero antes de eso me gustaría conseguir algunas respuestas.

El cangrejo llegó unos instantes después, dejándose caer por un agujero del tamaño de un puño situado en la pared.

—Esto es inaceptable. ¿Por qué has...?

—Los motores son mi responsabilidad —replicó Remontoire con placidez, pues había ensayado lo que iba a decir—. Se trata de una tecnología extremadamente delicada y peligrosa, aún más dada la naturaleza experimental de los nuevos diseños. Cualquier desviación del rendimiento esperado podría indicar un serio problema, posiblemente catastrófico.

El cangrejo agitó sus manipuladores.

—Sabes perfectamente bien que a los motores no les pasa nada malo. Exijo que los reenciendas de inmediato. La ventaja de Clavain aumenta con cada segundo que pasamos a la deriva.

—¿De veras?—dijo Felka.

—Solo en un sentido muy amplio. Si nos retrasamos más, nuestra única opción realista será eliminarlo a distancia, en lugar de capturarlo con vida.

—Pero eso nunca se ha planteado seriamente, ¿verdad? —preguntó Felka.

—Nunca se sabe, si Remontoire persiste con esta... insubordinación.

—¿Insubordinación? —se mofó Felka—. Casi suenas como una demarquista.

—No os andéis con jueguecitos, ninguno de los dos. —El cangrejo pivotó sobre sus patas con ventosas—. Vuelve a conectar los motores, Remontoire, o encontraré el modo de hacerlo sin ti.

Sonaba a farol, pero Remontoire estaba dispuesto a creer que, dentro de las habilidades de un miembro del Sanctasanctórum, se contaba la de cancelar sus comandos. No sería fácil, y desde luego no tan sencillo como lograr que él siguiera sus instrucciones, pero no dudaba que Skade fuese capaz de conseguirlo.

—Lo haré... cuando nos enseñes qué es lo que hace tu maquinaria.

—¿Mi maquinaria?

Remontoire se adelantó y arrancó al cangrejo de la pared. Cada una de las patas con ventosas se soltó con un sonido de suave succión que resultó hasta gracioso. Sostuvo el cangrejo a la altura de sus ojos y miró fijamente su densa colección de sensores y abigarradas armas, desafiando a Skade a atacarlo. Las patitas se agitaban ridículas.

—Sabes de sobra a qué me refiero —dijo—. Quiero saber qué es, Skade. Quiero saber qué has aprendido a hacer.

Siguieron al proxy a través de la Sombra Nocturna y recorrieron enroscados pasillos grises y ascensores verticales entre cubiertas, alejándose a buen ritmo de la proa del barco, siempre hacia «abajo», por lo que podía juzgar el oído interno de Remontoire. La aceleración era ya de una gravedad y tres cuartos, pues había accedido a volver a conectar los motores a un bajo nivel de potencia. La información que le llegaba a la cabeza mostraba que los otros ocupantes seguían embutidos en la zona de la nave situada justo debajo de la proa, y que Felka y él eran los únicos que se encontraban tan al fondo. Todavía no había descubierto dónde descansaba el verdadero cuerpo de Skade, la cual aún no se había comunicado con él mediante otro sistema que no fuera el altavoz del cangrejo, y su habitual conocimiento absoluto de la distribución de la nave se había visto sustituido por un plano mental lleno de agujeros cuidadosamente censurados, como el texto cortado de un documento clasificado.

—Esta maquinaria... sea lo que sea...

Skade lo interrumpió.

—Lo habríais sabido antes o después. Como el resto del Nido Madre. —¿Es algo que aprendisteis del Exordio?

—El Exordio nos mostró el camino a seguir, eso es todo. No nos llegó nada servido en bandeja. —El cangrejo correteó por delante de ellos y alcanzó un mamparo sellado, una de las puertas mecánicas que se había cerrado antes del incremento en la aceleración—. Tenemos que ir por aquí hasta la parte de la nave que he sellado. Debería advertiros que al otro lado las cosas se notan un poco diferentes. No es algo inmediato, pero esta barricada marca aproximadamente el punto en que los efectos de la maquinaria se elevan por encima del umbral de sensibilidad humana. Puede que lo encontréis incómodo. ¿Estáis seguros de que deseáis continuar?

Remontoire miró a Felka, quien a su vez le devolvió el gesto y asintió.

—Guíanos, Skade —dijo Remontoire.

—Muy bien.

La barricada se abrió con un sonido sibilante y reveló tras de sí una zona aún más oscura y muerta. Atravesaron el umbral y descendieron varios niveles más por ascensores verticales, a bordo de discos con forma de pistones.

Remontoire examinó sus sensaciones, pero no había nada fuera de lo normal. Arqueó una ceja burlona en dirección a Felka, la cual le respondió con una breve sacudida de la cabeza. Ella tampoco notaba nada inusual, y estaba mucho más acostumbrada a esos temas que él.

Prosiguieron por corredores normales, en los que tenían que detenerse de vez en cuando hasta recuperar la energía necesaria para continuar. Al fin alcanzaron un tramo llano, cuyos tabiques estaban desprovistos de toda indicación (ya fuera real, holográfica o entóptica) que lo señalara como fuera de lo normal. Pero el cangrejo se detuvo en cierto punto y, tras unos instantes, se abrió un agujero en la pared a la altura del pecho, que se extendió para formar una abertura con forma de pupila felina. Por el tajo invertido se derramaba una luz roja.

—Aquí es donde vivo —les dijo el cangrejo—. Pasad, por favor.

Siguieron al cangrejo hasta un amplio y cálido espacio. Remontoire miró a su alrededor y, al hacerlo, comprendió que nada de lo que veía satisfacía sus expectativas. Se encontraba, sencillamente, en una sala casi vacía. Había algunos elementos de maquinaria en ella, pero solo le costaba reconocer uno, que recordaba a una pequeña escultura un tanto macabra. El cuarto estaba dominado por el suave ronroneo de los equipos pero, una vez más, el sonido no tenía nada de desacostumbrado.

Lo primero que llamó su atención fue el objeto de mayor tamaño. Era una vaina negra con forma de huevo, que descansaba sobre un pesado pedestal con óxido rojizo y que tenía incrustados unos cuadrantes analógicos que no paraban de temblar. El tanque poseía ese aspecto anticuado propio de gran parte de la tecnología espacial moderna, como si fuera una reliquia de los primeros días de exploración en las cercanías de la Tierra. Remontoire lo reconoció como una vaina de escape de diseño demarquista, sencilla y robusta. Las naves combinadas nunca llevaban vainas de escape.

En la unidad aparecían escritas las instrucciones de seguridad en todos los idiomas comunes (norte, rusiano, canasiano), junto a iconos y diagramas en brillantes colores primarios. Había rayas negras y amarillas y propulsores cruciformes, bultos grisáceos que correspondían a los sistemas sensores y de comunicaciones, alas solares plegadas y paracaídas. Había cerrojos explosivos alrededor de una portezuela, y en esta una pequeña ventanilla triangular.

Dentro de la vaina había algo. Remontoire vio a través del vidrio una curva de piel pálida, apenas discernible ya que estaba embebida en una matriz de gel acolchado de color ámbar, o quizá se trataba de algún empalagoso nutriente médico. La piel se movió: respiraba lentamente.

—¿Skade...? —dijo Remontoire, pensando en las heridas que había visto al visitarla antes de su partida.

—Adelante —los invitó el cangrejo—. Echad un vistazo. Estoy segura de que os sorprenderá.

Remontoire y Felka se acercaron a la vaina. Había una figura aprisionada dentro, rosa y en posición fetal. Remontoire vio cables y catéteres, y se fijó en que la figura se movía de manera imperceptible, no más de una vez por minuto. Respiraba.

No era Skade, y tampoco lo que había quedado de ella. Decididamente, no era humano.

—¿Qué es? —preguntó Felka, con una voz que apenas era un susurro. —Escorpio —dijo Remontoire—. El hipercerdo que encontramos en la nave demarquista.

Felka tocó la pared metálica de la vaina. Remontoire la imitó y sintió el batir rítmico de los sistemas de soporte vital. —¿Qué hace aquí? —preguntó Felka.

—Va de camino a la justicia —dijo Skade—. Cuando nos encontremos cerca del sistema interior, eyectaremos la vaina y dejaremos que la Convención de Ferrisville lo recupere.

—¿Y después?

—Lo juzgarán y lo hallarán culpable de los muchos crímenes que presuntamente ha cometido —dijo Skade—. Y luego, según la legislación actual, lo ejecutarán. Muerte neuronal irreversible.

—Suena como si lo aprobaras.

—Tenemos que cooperar con la convención —explicó Skade—. Pueden complicarnos la vida en nuestros intereses cerca de Yellowstone. Es necesario devolverles al cerdo de un modo o de otro. Para nosotros hubiese sido muy conveniente que muriera bajo nuestra custodia, creedme. Por desgracia, tal como se han desarrollado las cosas tiene una pequeña posibilidad de sobrevivir.

—¿De qué clase de crímenes estamos hablando? —preguntó Felka.

—Crímenes de guerra —respondió Skade con toda tranquilidad.

—Eso no me dice nada. ¿Cómo puede ser un criminal de guerra si no está afiliado a un bando reconocido?

—Es muy sencillo —explicó Skade—. Bajo los términos de la convención, prácticamente todo acto extralegal cometido en una zona de guerra se convierte, por definición, en crimen de guerra. Y en el caso de Escorpio no son pocos: homicidio, asesinato, terrorismo, chantaje, robo, extorsión, ecosabotaje, traficar con inteligencias alfa sin licencia... Con franqueza, ha estado implicado en todas las actividades criminales que te puedas imaginar, de Ciudad Abismo al Cinturón Oxidado. Hasta en tiempos de paz serían muy graves. Pero en guerra, la mayoría de esos crímenes conllevan una pena obligatoria de muerte irreversible. Se lo habría ganado por méritos propios varias veces, incluso sin tener en cuenta la naturaleza de sus asesinatos.

El cerdo inspiraba y exhalaba. Remontoire contempló el gel protector, que temblaba con sus movimientos, y se preguntó si estaba soñando y, en tal caso, qué forma adoptarían esos sueños. ¿Soñaban los cerdos? No estaba seguro, no recordaba si Run Seven había dicho algo sobre el tema. Pero también era cierto que la mente de Run Seven no estaba configurada igual que las de los demás cerdos. Había sido un espécimen muy primitivo, lo habían creado de manera imperfecta y su estado mental quedaba muy lejos de cualquier cosa que Remontoire pudiera calificar como cuerda. Lo cual no quería decir que fuese estúpido o le faltase inventiva. Las torturas y los métodos de coacción que aquel pirata había usado sobre Remontoire constituían un adecuado testimonio de su inteligencia y originalidad. Incluso en la actualidad, en algún rincón de su mente (algunos días no lo notaba) había un grito que nunca terminaba, un hilo agónico que conectaba con el pasado.

—¿Qué crímenes han sido exactamente esos? —repitió Felka.

—Felka, le gusta matar humanos. Lo convierte en una especie de arte. No pretendo afirmar que no haya otros como él, escoria criminal que saca el máximo provecho de la situación actual. —El cangrejo de Skade brincó por el aire y aterrizó con destreza sobre el costado de la vaina—. Pero Escorpio es diferente. Se regodea en ello.

Remontoire habló en voz baja:

—Clavain y yo lo dragamos. Los recuerdos que sacamos de su cabeza hubieran bastado para ejecutarlo allí mismo.

—¿Y entonces por qué no lo hicisteis? —preguntó Felka.

—En condiciones más favorables, creo que lo hubiéramos hecho.

—El cerdo no tiene por qué demorarnos —dijo Skade—. Ha tenido la suerte de que Clavain deserte, lo cual nos obliga a realizar este viaje al sistema interior, pues de lo contrario hubiéramos devuelto un cadáver empaquetado en una cabeza de misil de largo alcance. Esa alternativa se consideró seriamente, hubiésemos estado por entero en nuestro derecho.

Remontoire se apartó de la vaina.

—Por un momento pensé que podías ser tú la de ahí dentro. —¿Y te alivia comprobar que no es así?

La voz lo sobresaltó, porque no provenía del cangrejo. Miró a su alrededor, y al fin prestó la atención necesaria a ese objeto poco familiar que al principio solo había ojeado de pasada. Le había recordado a una escultura, un pedestal plateado cilíndrico situado en medio de la sala, que sostenía una cabeza humana sin cuerpo.

BOOK: El Arca de la Redención
7.22Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Northern Knight by Griff Hosker
Lovers of Legend by Mac Flynn
The Great Bridge by David McCullough
A Ransomed Heart by Wolfe, Alex Taylor
Replay by Marc Levy
Hearts Attached by Scarlet Wolfe
Murder in the Raw by C.S. Challinor