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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (43 page)

BOOK: El Arca de la Redención
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Volyova asintió, casi segura de que no había avanzado nada hasta que el arma decidió que era hora de soltarla.

—Buen trabajo, Khouri. ¿Y cuánto tiempo crees que tardarás en abrirlo del todo?

Khouri ajustó su postura y se volvió a apoyar sobre el arma para poder aplicar más momento a la barra.

—Te sacaré de ahí en un segundo. Pero mientras te tengo ahí, por así decirlo, ¿podemos llegar a algún acuerdo en el tema de Thorn?

—Escúchame, Khouri: Thorn apenas confía en nosotras. Muéstrale esta nave, dale la más mínima razón para empezar a sospechar quién soy en realidad, y no le volverás a ver el pelo. Lo habremos perdido, y con él el único sistema viable para evacuar ese planeta de un modo mínimamente humanitario.

—Pero todavía es menos probable que confíe en nosotras si seguimos poniendo excusas para que no suba a bordo...

—Pues tendrá que acostumbrarse a ello.

Volyova aguardó una respuesta, y aguardó, y después comprendió que ya no parecía haber nadie al otro lado de la rendija. La fría luz azul que provenía del traje de Khouri había desaparecido, y ninguna mano movía la palanca.

—¿Khouri...? —dijo, al tiempo que comenzaba a perderla calma una vez más.

—Ilia... —La voz de Khouri llegó débil, como si le costara respirar—. Creo que tengo un ligero problema.

—Mierda. —Volyova alcanzó el extremo de la palanca y tiró de ella desde su lado de la abertura. Se apuntaló y trató de agrandar la rendija hasta que fue lo bastante ancha como para poder pasar el caso a su través. En destellos intermitentes logró ver a Khouri, que caía en la oscuridad. Su arnés daba volteretas lejos de ella. Vio también las agresivas líneas de un servidor de construcción pesada, acurrucado en el lateral del arma. La máquina, parecida a una mantis, debía de estar bajo control directo del capitán.

—¡Asqueroso cabrón! He sido yo la que se ha colado en el arma, no ella...

Khouri estaba ya muy lejos, quizás a medio camino de la pared opuesta. ¿A qué velocidad se movía? Tres o cuatro metros por segundo, tal vez. No era rápido, pero la armadura de su traje no estaba diseñada para protegerla contra un impacto. Si golpeaba con fuerza...

Volyova trabajó con nuevo ímpetu y forzó la escotilla para abrirla centímetro a centímetro. Desanimada, comprendió que no iba a lograrlo a tiempo. Estaba tardando demasiado; Khouri alcanzaría la pared mucho antes de que ella quedara libre.

—Capitán... esta vez se ha pasado de verdad.

Aplicó más fuerza. La palanca se le escapó de las manos, chocó con el lateral de su casco y se perdió dando vueltas en las oscuras profundidades de la máquina. Volyova siseó de rabia, pues sabía que no tenía tiempo para ir a buscar la herramienta que acababa de perder. La escotilla ya era lo bastante ancha como para escurrirse a través de ella, pero para eso tendría que dejar atrás su arnés y su equipo de soporte vital. Podría sobrevivir lo suficiente para arreglárselas sola, pero no había modo de salvar a Khouri.

—Mierda —dijo—. Mierda... mierda... mierda.

La escotilla se abrió.

Volyova trepó por el hueco y saltó del costado del arma, dejando atrás al servidor. No había tiempo para reflexionar sobre lo que acababa de suceder, salvo para admitir que solo Diecisiete o el capitán podían haber hecho que la escotilla se abriera.

Ordenó a su casco que dibujara el radar superpuesto en su visera. Volyova rotó hasta que obtuvo un eco de Khouri. Su caída la conducía por el eje mayor de la cámara, a través de un pasillo de amenazadoras armas amontonadas. A juzgar por su trayectoria, ya debía de haber rebotado contra una de las pistas del monorraíl que enhebraban la cámara.

—Khouri... ¿sigues viva?

—Todavía estoy aquí, Ilia... —Pero sonaba como si estuviera herida—. No puedo frenar.

—No tienes necesidad, estoy de camino.

Volyova fue a chorro tras ella. Pasó a toda velocidad entre armas que le resultaban familiares pero aún profundamente misteriosas. El eco del radar incrementó su definición y forma, hasta convertirse en una figura humana que daba vueltas. Detrás de ella, pero cerniéndose más y más cerca, estaba la pared opuesta. Volyova comprobó su propia velocidad respecto al muro: seis metros por segundo. Khouri no podía estar moviéndose mucho más lenta.

Volyova exigió más propulsión a su arnés. Diez... veinte metros por segundo. Ya podía ver a Khouri, gris y con forma de muñeco, con un brazo caído sin fuerzas hacia el espacio. La figura aumentó. Volyova aplicó un impulso inverso en andanadas cada vez mayores, mientras sentía los crujidos del armazón ante la carga inusual que se le pedía que distribuyera. A cincuenta metros de Khouri... cuarenta. Tenía mala pinta. Decididamente, un brazo humano no estaba pensado para doblarse de ese modo.

—Ilia... Esa pared se acerca a gran velocidad.

—También yo. Aguanta, puede haber un ligero... —chocaron entre sí— impacto.

Por suerte, la colisión no envió a Khouri en otra trayectoria. Volyova la agarró por su bazo indemne el tiempo suficiente para soltar un cable, amarrarlo al cinturón de Ana y dejarla ir. La pared ya resultaba visible, a no más de cincuenta metros de distancia.

Volyova clavó los frenos, con el pulgar firmemente apretado sobre el interruptor del propulsor, sin hacer caso de las protestas de la subpersona del traje. La cuerda que ataba a Khouri se extendió hasta su máxima tensión, y su cuerpo colgó entre Ilia y la pared. Pero estaban frenando. El muro ya no se acercaba a ellas a toda velocidad, ni con la misma sensación ineludible.

—¿Estás bien? —preguntó Volyova.

—Me parece que me he roto algo. ¿Cómo has logrado salir del arma? Cuando la máquina me soltó, la escotilla seguía cerrada.

—Logré abrirla un poco más. Pero creo que he contado con un poco de ayuda. —¿El capitán?

—Posiblemente. Pero no sé si eso significa que está al fin en nuestro bando, después de todo. —Se concentró durante unos momentos en el vuelo, y mantuvo tirante la amarra mientras se balanceaba a un lado y a otro. Los fantasmas de color verde pálido correspondientes a las treinta y tres armas del alijo se cernían en su radar. Dibujó un curso entre ellas que las llevara de regreso a la cámara estanca.

—Aún no sé por qué ha enviado al servidor contra ti —dijo Volyova—. Puede que quisiera advertirnos, no acabar con nosotras. Como mencionaste, ya podría habernos matado, así que posiblemente prefiera tenernos cerca.

—Estás deduciendo muchas cosas de una escotilla.

—Por eso no creo que debamos contar con la ayuda del capitán, Khouri. —¿No?

—Hay otra persona a la que podríamos pedir ayuda —dijo Volyova—. Cabe la posibilidad de recurrir a Sylveste. —Oh, no.

—Ya te encontraste con él, dentro de Hades.

—Ilia, tuve que morir para entrar en esa maldita cosa. No es algo que me plantee repetir.

—Sylveste tiene acceso al conocimiento preservado de los amarantinos. Podría saber cuál es la respuesta adecuada a la amenaza de los inhibidores, o al menos tener alguna idea de cuánto tiempo nos queda para hallar una. Su información podría ser vital, Ana, incluso si no puede ayudarnos en un sentido material.

—Olvídalo, Ilia.

—En realidad no recuerdas lo que fue morir, ¿verdad? Y ahora estás perfectamente. No hubo efectos colaterales.

La voz de Khouri era muy débil, como alguien que murmulla al borde del sueño.

—Pues si es tan fácil, hazlo tú.

En ese momento (justo a tiempo) Volyova vio el rectángulo claro que marcaba la esclusa. Se aproximó a esta lentamente, recogiendo la cuerda de Khouri, a quien depositó primero en la compuerta. Para entonces, la herida ya estaba inconsciente.

Volyova se aupó sola al interior, cerró la puerta tras de sí y esperó a que la cámara se presurizara. Cuando la presión atmosférica alcanzó los nueve décimos de bar se arrancó el casco. Se le destaponaron los oídos y tuvo que apartarse de los ojos el pelo empapado de sudor. Todas las lecturas biomédicas del traje de Khouri estaban en verde: nada de lo que preocuparse. Lo único que quedaba por hacer era arrastrarla hasta algún sitio donde pudiera recibir atención médica.

La puerta que conducía al resto de la nave se abrió como un iris. Ilia la atravesó, confiando en contar con las fuerzas suficientes para cargar tras de sí con el peso muerto de Khouri.

—Aguarda.

La voz era tranquila y sonaba familiar, aunque no la había escuchado en largo tiempo. Le recordó un frío indescriptible, un lugar donde todos los miembros de la tripulación temían adentrarse. Provenía de la pared de la cámara y resonaba en el vacío.

—¿Capitán? —dijo.

—Sí, Ilia, soy yo. Ya estoy listo para hablar.

Skade condujo a Felka y Remontoire hasta las entrañas de la Sombra Nocturna, en el ámbito de influencia de su maquinaria. De manera sucesiva, Remontoire comenzó a sentirse mareado y febril. Al principio pensó que era su imaginación, pero después su pulso comenzó a acelerarse y el corazón le retumbaba en el pecho. La sensación empeoraba con cada nivel que descendían, como si estuvieran adentrándose en una bruma invisible de gas psicotrópico. Algo sucede.

La cabeza giró ciento ochenta grados para mirarlo, mientras su servidor negro seguía avanzando a zancadas.

[Sí, ya hemos penetrado bastante en el campo. No sería seguro descender mucho más, no sin soporte médico. Los efectos fisiológicos llegan a ser bastante sobrecogedores. Otros diez metros verticales y podremos dejarlo].

¿Qué está pasando?

[Es un poco difícil de explicar, Remontoire. Nos encontramos dentro de la influencia de la maquinaria, y aquí las propiedades generales de la materia, de toda la materia, incluida la de vuestros cuerpos, ha cambiado. El campo que genera la maquinaria está suprimiendo la inercia. ¿Qué crees que sabes sobre la inercia, Remontoire?].

Él respondió diplomáticamente.

Tanto como cualquiera, supongo. No es una cosa en la que haya necesitado pensar nunca. No es más que algo con lo que convivimos. [No tiene por qué ser así. Ya no]. ¿Qué habéis hecho, habéis aprendido a apagarla?

[No del todo, pero desde luego hemos aprendido a quitarle el aguijón]. La cabeza de Skade volvió a girar. Sonreía con indulgencia y unas ondas de color ópalo y guinda oscilaban adelante y atrás por su cresta, lo cual representaba, imaginó Remontoire, el esfuerzo necesario para trasladar conceptos que para ella eran evidentes a términos que un simple genio pudiera asimilar. [La inercia es más misteriosa de lo que podrías pensar, Remontoire].

No lo pongo en duda.

[Es engañosamente fácil de definir. La notamos a cada instante de nuestras vidas, desde que nacemos. Empujamos un guijarro y se mueve, empujamos una roca y no, o al menos no mucho. Por la misma regla de tres, si una roca cae sobre ti no vas a poder pararla con facilidad. La materia es perezosa, Remontoire. Se resiste al cambio. Desea seguir con lo que estuviera haciendo antes, tanto si eso supone estar quieta como moviéndose. Llamamos inercia a esa pereza, pero eso no significa que la entendamos. Durante un millar de años la hemos etiquetado, medido, la hemos encerrado en ecuaciones, pero apenas hemos rascado la superficie de lo que realmente es].

¿Y ahora?

[Tenemos por dónde agarrarla, y más que eso. En fechas recientes, el Nido Madre ha alcanzado un control fiable de la inercia a escala microscópica].

—¿Y el Exordio os proporcionó todo eso? —preguntó Felka, hablando en voz alta.

Skade le respondió sin mover los labios, negándose a embarcarse en el método de comunicación favorito de Felka.

[Ya os he dicho que el experimento nos dio un punto de partida. Fue casi suficiente con saber que la técnica era posible, que podía existir una máquina así. E incluso entonces nos llevó años construir el prototipo].

Remontoire asintió, pues no tenía motivo para pensar que mentía.

¿Desde cero?

[No... no del todo. Partíamos con cierta ventaja].

¿Qué clase de ventaja? Observó unas estrías de colores malva y turquesa que palpitaban en la cresta de Skade.

[Otra facción había explorado algo similar, y el Nido Madre recuperó tecnologías fundamentales relacionadas con su trabajo. A partir de esos primeros pasos, y con las pistas teóricas que ofrecían los mensajes del Exordio, fuimos capaces de avanzar hasta tener un prototipo funcional].

Remontoire recordó que Skade había estado involucrada en cierta ocasión en una misión de alta seguridad en el interior de Ciudad Abismo, una operación que había terminado con la muerte de muchos otros agentes. Evidentemente, la operación había sido autorizada al nivel del Sanctasanctórum, e incluso como miembro del Consejo Cerrado sabía poca cosa más, aparte de que había tenido lugar.

¿Ayudaste a recuperar esas tecnologías, Skade? Tenía entendido que tuviste suerte de salir con vida.

[Las pérdidas fueron enormes. Fuimos afortunados de que la misión no terminase en un completo fracaso].

¿Y el prototipo?

[Durante años hemos trabajado para convertirlo en algo útil. El control microscópico de la inercia, por muy profundamente teórico que sea, nunca resultó.de valor alguno. Pero en los últimos tiempos hemos alcanzado un éxito detrás de otro. Ahora podemos suprimir la inercia a escalas clásicas, lo bastante como para que suponga una diferencia en el rendimiento de una nave].

Remontoire miró a Felka y luego devolvió la vista a Skade.

Reconozco que suena ambicioso.

[La falta de ambición es para los humanos básicos].

Esa otra facción... esa a la que le quitasteis los aparatos, ¿por qué ellos no alcanzaron el mismo avance decisivo? Remontoire tenía la impresión de que Skade estaba ensamblando sus pensamientos con extrema cautela.

[Todos los intentes previos de comprender la inercia estaban condenados al fracaso, ya que se aproximaban al problema desde un punto de vista equivocado. La inercia no es una propiedad de la materia en sí, sino del vacío cuántico en el cual se sumerge. La materia propiamente dicha carece de inercia intrínseca].

¿El vacío impone la inercia?

[En realidad no es un vacío, no en el ámbito cuántico. Es una espuma hirviente de ricas interacciones; un mar urente de fluctuaciones, con partículas y partículas portadoras dentro de un flujo existencial constante, como los reflejos de la luz del sol en las olas del mar. Es la disparidad de ese océano lo que crea la masa inercial, y no la materia en sí misma. El truco está en hallar un modo de modificar las propiedades del vacío cuántico para reducir o incrementar la densidad de energía del flujo electromagnético del punto cero. Calmar el océano, aunque solo sea en un volumen definido localmente].

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