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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (38 page)

BOOK: El Arca de la Redención
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Él se encogió de hombros, tratando con todas sus fuerzas de no parecer interesado ni sorprendido.

—Eso es problema tuyo, no mío.

—Esto no se parece en nada a la gratitud que esperaba, Thorn. Pero lo dejaremos pasar. Todavía no conoces todo el asunto, así que resulta comprensible.

—¿Qué asunto?

—En su momento ya llegaremos a eso. Pero hablemos un poco de ti. —Dio unas palmaditas a una gruesa carpeta del Gobierno que descansaba en el borde de la mesa, y luego la impulsó en su dirección—. Adelante, ábrela. Échale un vistazo.

El hombre se quedó observando a la inquisidora durante varios segundos antes de moverse. Abrió la carpeta por un punto al azar y hojeó adelante y atrás el papeleo incrustado dentro. Era como abrir una caja de serpientes. Toda su vida estaba allí, anotada y con referencias cruzadas hasta un nivel de detalle insoportable. Su verdadero nombre (Renzo), sus detalles personales, todos los movimientos públicos que había hecho en los últimos cinco años, cada acción significativa contra el Gobierno en la que hubiese jugado un papel relevante, transcripciones de voz, fotografías, pruebas forenses, prolijos informes...

—Resulta una lectura interesante, ¿no crees? —dijo la otra mujer.

Él leyó por encima el resto, aterrado, con una sensación de plomo en las entrañas. Había suficientes pruebas para ejecutarlo unas cuantas veces, tras diez diferentes juicios de opereta.

—No comprendo —dijo, sin fuerzas. No quería rendirse, no después de tanto tiempo, pero cualquier otra alternativa parecía de repente fútil.

—¿Qué es lo que no comprendes, Thorn? —preguntó Vuilleumier.

—Este departamento... es Amenazas Externas, no Amenazas Internas. Tú eres la persona encargada de encontrar a la triunviro. Yo no soy... Thorn no es el que te interesa.

—Ahora sí me interesas.

La inquisidora bebió algo de café. La otra mujer dio caladas a un cigarrillo.

—El caso, Thorn, es que mi colega y yo hemos estado ocupadas en un esfuerzo concertado por sabotear las actividades de Amenazas Internas. Hemos estado haciendo todo lo posible para asegurarnos de que no te atrapaban. Por eso necesitábamos saber al menos tanto sobre ti como ellos, cuando no más.

Aquella mujer tenía un acento curioso. Thorn trató de situarlo pero se descubrió incapaz. A no ser que... ¿lo había oído una vez, cuando era más joven? Rebuscó en su memoria, pero no sacó nada.

—¿Por qué los saboteáis? —preguntó.

—Porque te queremos vivo y no muerto. —Sonrió con rapidez, como haría un mono.

—Vaya, eso resulta tranquilizador.

—Ahora querrás saber por qué —dijo Vuilleumier—, así que te lo contaré. Y es aquí donde empezamos a deslizamos en el ruedo de los asuntos a gran escala, si captas a lo que me refiero. Así que, por favor, presta atención.

—Soy todo oídos.

—Esta oficina, el departamento de la Casa Inquisitorial llamado Amenazas externas, no es en absoluto lo que parece. Todo el asunto de seguir la pista a la criminal de guerra Volyova ha sido siempre una tapadera para una operación mucho más delicada. De hecho, Volyova murió hace años.

El tuvo la impresión de que estaba mintiendo, pero que, pese a todo, le contaba algo mucho más cercano a la verdad que todo lo que había oído hasta el momento.

—Y entonces, ¿qué sentido tiene mantener la fachada de estar buscándola?

—Porque no es a ella a quién realmente queremos. Es su nave, o al menos un modo de llegar hasta ella. Pero al concentrarnos en Volyova hemos sido capaces de seguir prácticamente las mismas líneas de investigación sin traer a colación el tema de la nave.

La otra mujer (a Thorn le parecía recordar que se había dado el nombre de Irina) asintió.

—En esencia, todo este departamento gubernamental está dedicado a recuperar la nave y nada más. Todo lo demás es una pantalla de humo. Bastante compleja, ha implicado peleas internas con media docena de otros departamentos, pero una pantalla de humo al fin y al cabo.

—¿Y por qué tiene que ser tan secreta?

Las dos mujeres intercambiaron miradas.

—Te lo contaré —intervino Irina, justo cuando la otra empezaba a decir algo—. La operación para encontrar la nave tiene que mantenerse en el más absoluto secreto por la sencilla razón de que se producirían graves desórdenes públicos si llegara a salir a la luz.

—No te sigo.

—Es un problema de pánico —dijo ella, agitando el cigarrillo para darse énfasis—. La política oficial del Gobierno siempre ha sido favorable a la terraformación, desde hace largo tiempo, en los viejos días inundacionistas bajo el gabinete Girardieau. Y tras la crisis de Sylveste, esa política no hizo sino acentuarse y ya está completamente enraizada en términos ideológicos. Cualquiera que critique el programa es culpable de pensamiento incorrecto. Y tú eres a quien menos deberíamos necesitar explicárselo.

—¿Y dónde entra la nave?

—Como ruta de escape. Una rama del Gobierno ha determinado un hecho singularmente preocupante. —Dio otra calada al cigarrillo—. Existe una amenaza externa sobre la colonia, pero no de la clase que se imaginó en un principio. Los estudios sobre esta amenaza llevan desarrollándose cierto tiempo, pero la conclusión es inevitable: hay que evacuar Resurgam, quizá en no más de uno o dos años. Media década según las estimaciones más generosas... y seguramente eso es demasiado optimista.

Ella lo observó, sin duda con intención de detectar el efecto que tenían sus palabras. Quizá suponía que tendría que repetirlo, que él iba a ser demasiado obtuso como para captarlo todo a la primera. El sacudió la cabeza.

—Lo siento, pero vais a tener que inventaros algo mejor.

Irina, o quien fuera, parecía apenada.

—¿No me crees?

—Y no sería el único, me temo.

La inquisidora dijo:

—Pero tú siempre has querido abandonar Resurgam. Siempre has dicho que la colonia está en peligro.

—Quería marcharme, ¿y quién no?

—Escúchame-dijo Vuilleumier con brusquedad—. Eres un héroe para miles de personas. La mayoría de ellos no se fiaría del Gobierno ni para atarse los zapatos. Una parte de esa gente ha creído durante largo tiempo que tú conocías el paradero de una o dos lanzaderas, y que estás planeando un éxodo masivo al espacio para tus seguidores.

El se encogió de hombros.

—¿Y?

—No es cierto, desde luego, esas lanzaderas nunca han existido, pero no es completamente imposible de creer, dado todo lo que se ha montado. —Se inclinó de nuevo hacia delante—. Ahora considera la siguiente hipótesis: una rama secreta especial del Gobierno determina que existe una inminente amenaza global contra Resurgam. Ese mismo brazo, tras mucho trabajo, descubre el paradero de la nave de Volyova y una inspección indica que está dañada, pero es capaz de volar. Lo que es más importante, dispone de la capacidad de cargar con pasajeros. Una enorme capacidad de carga de pasajeros. Lo suficiente para evacuar todo el planeta, si se asumen ciertos sacrificios.

—¿Como un arca? —dijo él.

—Sí —respondió ella, al parecer contenta por su respuesta—. Justo igual que un arca.

La amiga de Vuilleumier acunó con elegancia su cigarrillo entre dos dedos. Sus manos extraordinariamente delgadas le recordaron a Thorn a los huesos separados de las alas de los pájaros.

—Pero tener una nave que podamos usar de arca es solo la mitad de la solución —dijo—. La cuestión es: ¿pudiera ocurrir que el anuncio por parte el Gobierno de la existencia de una nave así se recibiera con cierto escepticismo? Desde luego que sí. —Adelantó el cigarrillo en su dirección—. Y ahí es donde entras tú. La gente confiará en ti aunque no nos crea a nosotros.

Thorn se apoyó en el respaldo de su silla hasta que quedó en equilibrio sobre solo dos patas. Se rió y sacudió la cabeza mientras las dos mujeres lo contemplaban impasibles.

—¿Por eso me han dado una paliza abajo? ¿Para ablandarme y que me trague una chorrada como esa?

La amiga de Vuilleumier volvió a sostener en alto el paquete de cigarrillos.

—Este tabaco viene de la nave.

—¿De veras? Qué bien. Pensé que habíais dicho que no había manera de alcanzar la órbita.

—No la había, pero ahora sí. Pirateamos la nave desde tierra y logramos que nos enviara una lanzadera.

El hizo una mueca, pero no podía asegurar que algo así fuese imposible. Difícil, sí. Muy probablemente inverosímil. Pero, sin duda, no imposible.

—¿Y vais a evacuar todo el planeta con solo una lanzadera?

—En realidad son dos. —Vuilleumier tosió y sacó otra carpeta—. El censo más reciente sitúa la población de Resurgam justo por debajo de las doscientas mil personas. La lanzadera de mayor tamaño puede poner a quinientas personas en órbita, donde podemos transferirlas a una nave intrasistema con una capacidad unas cuatro veces superior. Lo cual significa que necesitaremos realizar cuatrocientos vuelos de tierra a órbita, y la nave intrasistema tendrá que hacer unos cien trayectos de ida y vuelta hasta la nave de Volyova. Aunque ahí está el verdadero cuello de botella: cada uno de esos viajes de ida y vuelta llevará al menos treinta horas, y eso asumiendo un tiempo casi nulo para embarcar y desembarcar al principio y final. Es mejor calcular unas cuarenta horas, para estar seguros. Eso significa que nos plantamos en casi seis meses estándares. Podríamos acortar un poco ese tiempo poniendo en servicio otra nave entre tierra y órbita, pero ya sería mucho si lográramos bajar sensiblemente de los cinco meses. Y eso, por supuesto, suponiendo que podamos tener a dos mil personas listas y a la espera de ser evacuadas de Resurgam cada cuarenta horas... —Vuilleumier sonrió. Thorn no pudo evitar que le gustara su sonrisa, por mucho que debiera relacionarla con dolor y miedo—. Creo que ya empiezas a comprender por qué te necesitamos.

—Imaginemos que rehúso prestar mi colaboración... ¿Cómo actuaría el Gobierno en ese caso?

—La coacción generalizada parece ser la única otra opción que tenemos a nuestro alcance —dijo Irina, como si fuera una postura perfectamente razonable—. Ley marcial, campos de internamiento... supongo que captas la idea. No sería agradable. Habría desobediencia civil, se producirían disturbios. Hay grandes posibilidades de que mucha gente acabase muerta.

—Mucha gente acabará muriendo de todos modos —dijo Vuilleumier—. No existe modo de organizar una evacuación generalizada de un planeta sin perder algunas vidas. Pero nos gustaría mantenerlo dentro de un límite.

—¿Con mi ayuda? —preguntó él.

—Permite que te esboce el plan. —Entre frase y frase, golpeaba en el tablero de la mesa—. Te soltamos de inmediato. Serás libre de ir a donde quieras, y tienes mi garantía de que seguiremos haciendo todo lo posible por mantener a Amenazas internas lejos de tu rastro. También me aseguraré de que los cabrones que te han golpeado sean castigados... Tienes mi palabra al respecto. A cambio, diseminas información que confirma que realmente has localizado las lanzaderas. Más que eso, has descubierto una amenaza para Resurgam y el medio para apartar a todo el mundo del peligro. Tu organización comienza a extender el rumor de que la evacuación comenzará pronto, y dará pistas de dónde debe reunirse la gente interesada. Mientras tanto, el Gobierno lanzará contramedidas que desacrediten la postura de tu movimiento, pero no serán del todo convincentes. La gente comenzará a sospechar que sabes algo, algo que el Gobierno preferiría que no saliera a la luz. ¿Me sigues hasta aquí?

Él le devolvió la sonrisa.

—Hasta aquí, sí.

—Ahora es cuando se pone interesante. Una vez que la idea haya calado en la consciencia pública, y después de que algunos empiecen a tomarte en serio, serás arrestado. O al menos verán que eres arrestado. Tras cierto retraso, el Gobierno reconocerá que existe una verdadera amenaza y que tu movimiento realmente ha tenido acceso a la nave de Volyova. A partir de ese momento, la operación de evacuación quedará bajo control gubernamental, pero se te verá dando tu reluctante bendición y permanecerás al cargo como mera figura decorativa, por aclamación pública. El Gobierno quedará mal, pero el público no estará tan convencido de que se dirige a una trampa. Serás un héroe. —Lo miró a los ojos durante un poco más que antes, y después apartó los suyos—. Todo el mundo sale ganando. El planeta es evacuado sin demasiado pánico y, cuando todo acabe, serás liberado y galardonado, y se retirarán todos los cargos. Suena tentador, ¿no crees?

—Puede que sí —admitió él—, pero hay un par de detalles feos en tu planteamiento.

—¿Cuáles?

—La amenaza y la nave. No me has contado por qué debemos evacuar Resurgam. Tendré que saberlo, ¿no creéis? Es importante que me lo crea; no podré convencer a nadie si yo mismo no me lo trago, ¿no crees?

—Supongo que es una buena respuesta. ¿Y respecto a la nave?

—Me habéis contado que hay modo de visitarla. Estupendo. —Miró una detrás de otra a las dos mujeres, a la joven y a la mayor, percibiendo (sin comprenderlo de verdad) que las dos podían ser muy peligrosas de manera individual, y exquisitamente letales cuando trabajaban en equipo.

—¿Estupendo qué? —dijo Vuilleumier.

—Llevadme a verla.

Se encontraban a solo un segundo luz del Nido Madre cuando sucedió esa cosa peculiar.

Felka había estado observando cómo desaparecía el cometa detrás de la Sombra Nocturna. Menguaba tan lentamente al principio, que toda su partida adoptaba un curioso aire onírico, como zarpar de una solitaria isla iluminada por la luna. Recordó su taller en el corazón verde del cometa, sus puzles de madera de filigrana, cada uno tan intrincado y elaborado como los grabados sobre marfil. Entonces pensó en su pared de caras y en los ratones brillantes de su laberinto, y no pudo asegurarse a sí misma que volvería a verlos algún día. Comprendía que, aunque regresara, sería en circunstancias profundamente distintas, con Clavain muerto o prisionero. Sabía que, cuando ya no contase con su ayuda, se plegaría sobre sí misma, de vuelta al reconfortante vacío de su pasado, cuando la única cosa del mundo que le importaba era su amada muralla. Y lo verdaderamente terrible era que esa idea no la desagradaba en absoluto, sino que, muy al contrario, la dejaba con una fastidiosa sensación anhelante. Había sido diferente cuando Galiana seguía con vida, y también cuando Galiana ya no estaba pero seguía contando con la compañía de Clavain para anclarla al mundo real, como todas sus aplastantes simplezas.

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