Read El Arca de la Redención Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (42 page)

BOOK: El Arca de la Redención
3.59Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

A la altura del cuello, la cabeza desaparecía en el interior del pedestal, al que estaba unida mediante un firme cierre negro. El pedestal era solo un poco más grueso que la cabeza, pero ganaba anchura en dirección a la gruesa base gracias a varios indicadores y tomas. De tanto en tanto, borbotaba y chasqueaba por causa de inescrutables procesos médicos.

La cabeza se giró levemente para saludarlos y entonces habló, lanzando pensamientos a la cabeza de Remontoire.

[Sí, soy yo. Me alegro de que hayáis podido seguir a mi proxy. Ya estamos dentro del alcance del aparato. ¿Notáis algún efecto adverso?].

Solo cierta sensación de mareo, replicó Remontoire. Felka dio un paso en dirección al pedestal.

—¿Te molesta si te toco?

[Adelante].

Remontoire contempló cómo Felka palpaba ligeramente con sus dedos el rostro de Skade, trazando sus contornos con aterrada cautela. Eres tú, ¿verdadi1, preguntó él.

[Pareces un poco sorprendido. ¿Por qué, acaso mi estado te inquieta? He experimentado condiciones mucho más perturbadoras que esta, te lo aseguro. Se trata de algo puramente temporal].

Pero tras sus pensamientos, Remontoire detectó abismos de pánico, una repugnancia por sí misma tan extrema que se había convertido en algo próximo a la fascinación. Se preguntó si Skade permitía de forma deliberada que paladeara sus sensaciones, o si su autocontrol no era tan bueno como para enmascarar lo que sentía en realidad.

¿Por qué has dejado que Delmar te haga algo así?

[No fue idea suya. Hubiese llevado demasiado tiempo curar todo mi cuerpo, y el equipo de Delmar resultaba demasiado voluminoso como para traerlo con nosotros. Le sugerí que soltara mi cabeza, que estaba intacta al cien por cien].

Skade bajó la mirada, ya que no podía ladear la cabeza.

[Este aparato de soporte vital es sencillo, fiable y lo bastante compacto para mis necesidades. Surgen ciertos problemas a la hora de mantener la química sanguínea precisa que recibiría mi cerebro si estuviera conectado a un cuerpo completamente funcional, hormonas y esa clase de cosas, pero aparte de cierto ligero lastre emocional, los efectos son mínimos].

Felka dio un paso atrás.

—¿Y qué pasa con tu cuerpo?

[Para cuando regrese al Nido Madre, Delmar me tendrá ya preparado uno de reemplazo, clonado en su totalidad mediante un cultivo. El proceso de reunificación no le supondrá ninguna dificultad, sobre todo porque la decorticación tuvo lugar en circunstancias controladas].

—Bueno, entonces de acuerdo. Pero, a no ser que me pierda algo, sigues siendo una prisionera.

[No, pese a todo conservo cierto grado de movilidad]. La cabeza giró unos desconcertantes doscientos setenta grados. Desde las sombras de la sala surgió lo que, hasta ese momento, Remontoire había tomado por un servidor de función general inactivo, como los que uno podía encontrar en un hogar acomodado. La máquina, bípeda y andromórfica, tenía un aspecto abatido y hundido. Carecía de cabeza, y entre sus hombros asomaba una abertura circular.

[Ayúdame a meterme dentro, por favor. El servidor puede hacerlo solo, pero siempre parece llevarle una eternidad conseguirlo del modo adecuado].

¿Que te ayude a meterte dentro?, dudó Remontoire.

[Agarra el pilar de soporte, justo por debajo de mi cuello].

Remontoire situó ambas manos alrededor del pedestal plateado y tiró de él. Se produjo un suave chasquido y la parte superior, junto a la cabeza, quedó libre entre sus manos. La alzó, a pesar de hallarla mucho más pesada de lo que se había imaginado. Bajo la zona donde se había separado del pedestal colgaba un nudo de cables viscosos que se retorcían, tanteaban y se agitaban como un manojo de anguilas.

[Ahora trasládame con suavidad hasta el servidor].

Remontoire hizo lo que se le había pedido. Quizá la posibilidad de soltar la cabeza rondó su mente una o dos veces, aunque racionalmente dudaba que la caída pudiera provocar mucho daño a Skade: sin duda el suelo se ablandaría para absorber el impacto. Pero se esforzó por mantener tales pensamientos todo lo censurados que pudo.

[Ahora encájame en el cuerpo del servidor. Las conexiones se establecerán por sí solas. Ahora con cuidado... no hace falta apretar].

Remontoire deslizó el núcleo plateado en la máquina hasta que notó resistencia.

¿Ya está?

[Sí]. Los ojos de Skade se ensancharon de manera apreciable y su piel adquirió un tono rosado del que antes carecía. [Sí. Conexión establecida. Ahora, veamos... control motor...].

El antebrazo del servidor se sacudió con violencia hacia delante, al tiempo que su puño se cerraba y se soltaba a espasmos. Skade volvió a bajarlo y sostuvo ante sus ojos la mano extendida, mientras estudiaba la anatomía mecánica negra brillante y cromada con absorta fascinación. El diseño del servidor era pintoresco y recordaba a una armadura medieval. Era a la vez hermoso y brutal.

Parece que le coges el tranquillo.

El servidor avanzó arrastrando los pies, con los dos brazos ligeramente levantados por delante.

[Sí... Hasta el momento ha sido mi ajuste más rápido. Casi me lleva a pensar que debería decirle a Delmar que no se moleste].

—¿Que no se moleste en qué? —preguntó Felka.

[En curar mi viejo cuerpo, creo que prefiero este. Por cierto, es un chiste]. —Claro —respondió Felka, incómoda.

[Pero debería alegrarte que me haya sucedido esto. Hace que me sienta más dispuesta a recuperar a Clavain con vida]. —¿Y eso por qué?

—Porque me gustaría mucho que viera lo que me ha hecho. —Skade se giró con un crujido de metal—. Creo recordar que había algo más que queríais ver. ¿Proseguimos?

El traje acorazado los condujo fuera de la sala.

15

Una palabra se introdujo a la fuerza en el cráneo de Volyova, tan fuerte y urente como un hierro para el ganado. [Ilia].

Ilia no era capaz de hablar, y solo pudo dar forma a sus pensamientos como respuesta.

¿Sí? ¿Cómo sabes mi nombre?

[He llegado a conocerte bien. Has mostrado tanto interés por mí, por nosotros, que resultaba difícil no corresponder].

De nuevo Ilia intentó golpear la puerta que la encerraba dentro del arma del alijo, pero cuando trató de alzar el brazo no ocurrió nada. Estaba paralizada, aunque aún era capaz de respirar. Aquella presencia, fuese lo que fuese, seguía dando la sensación de estar justo detrás de ella, mirando por encima de su hombro.

¿Quién...?

Sintió un terrible deleite burlón ante su ignorancia.

[La subpersona que controla esta arma, por supuesto. Puedes llamarme Diecisiete. ¿Quién te pensabas que era, si no?]. Pero hablas rusiano.

[Conozco tus filtros de idiomas naturales preferidos. El rusiano es lo bastante sencillo. Un viejo idioma, no ha cambiado gran cosa desde la época en que se creó]. ¿Y por qué... ahora?

[Nunca antes habías llegado tan al fondo de uno de nosotros, Ilia]. Sí que lo he hecho... casi.

[Tal vez. Pero nunca en circunstancias similares. Nunca con tanto miedo desde antes incluso de empezar. Estás muy desesperada por usarnos, ¿verdad? Más que en ninguna ocasión anterior].

A pesar de que seguía paralizada, Ilia sintió que su pánico retrocedía un poco. Así que la presencia era un programa de ordenador, nada más que eso. Simplemente había desencadenado una capa del mecanismo de control del arma que nunca antes había invocado a propósito. La presencia poseía un aura sobrenatural y maligna, pero era evidente que eso (junto con la parálisis) solo era un refinamiento añadido a su habitual mecanismo de generación de miedo.

Volyova se preguntó de qué forma estaría hablando con ella la máquina. Ilia no llevaba implantes y, pese a ello, la voz del arma llegaba con claridad y de modo directo hasta su cráneo. Solo cabía la posibilidad de que la cámara en la que se encontraba funcionara como una especie de draga inversa de alta potencia, que estimulaba las funciones cerebrales mediante la aplicación de intensos campos magnéticos. Si podía hacerle sentir terror con tanta precisión, Volyova supuso que no le sería mucho más difícil generar señales fantasmas a lo largo de su nervio auditivo o, más probablemente, en el propio centro de la audición, y captar los patrones de disparo neuronales que antecedían al gesto de hablar.

Estos son tiempos desesperados...

[Eso parece].

¿Quién os construyó?

No hubo una respuesta inmediata por parte de Diecisiete. Durante un momento .el miedo desapareció, aquella sumisión neuronal se vio interrumpida por un instante de calma en blanco, como al recuperar aliento entre gritos de angustia.

[No lo sabemos].

¿No?

[No. No querían que lo supiéramos].

Volyova puso en orden sus pensamientos con la cautela de quien coloca pesados adornos en una estantería desvencijada.

Yo creo que os fabricaron los combinados. Es mi hipótesis de trabajo, y nada de lo que me habéis contado hasta ahora me impulsa a pensar que necesite reconsiderarlo.

[No importa quién nos creó, ¿verdad? Ahora no].

Quizá tengas razón. Me gustaría saberlo por pura curiosidad, pero lo realmente importante es que todavía sois capaces de servirme.

El arma acarició la región de su cerebro que registraba la diversión. [¿Servirte, Ilia? ¿Qué te ha dado esa impresión?].

En el pasado, hicisteis lo que os pedí. No tú de forma específica, Diecisiete, nunca te he solicitado nada, pero siempre que he pedido algo a las otras armas, me han obedecido.

[No te obedecíamos, Ilia].

¿No?

[No. Simplemente te seguíamos la corriente. Nos divertía hacer lo que nos pedías. A menudo eso resultaba indistinguible de cumplir tus órdenes, pero solo desde tu punto de vista].

Te lo estás inventando.

[No. Verás, Ilia, quien nos creó nos concedió cierto grado de voluntad propia. Debió de haber algún motivo para ello. Quizá se esperaba que actuáramos de forma autónoma, o que preparásemos un curso de acción a partir de órdenes incompletas o corruptas. Hemos de haber sido creadas para ser las armas del día del juicio final, que solo se podían usar como último recurso. Instrumentos del final de los tiempos].

Todavía lo sois.

[¿Y esto es el final de los tiempos, Ilia?]. No lo sé. Creo que podría serlo.

[Puedo reconocer que ya estabas asustada antes de entrar aquí. Todas podemos. ¿Qué es exactamente lo que pretendes de nosotras, Ilia?].

Hay un problema del que os tendríais que ocupar. [¿Un problema local?].

En este sistema, sí. Necesitaría que os desplegarais más allá de la nave..., más allá de esta cámara... y me ayudarais.

[¿Y qué pasa si decidimos no ayudarte?].

Me ayudaréis. Os he cuidado durante tanto tiempo, me he ocupado de vosotras, os he mantenido a salvo de todo mal... Sé que me ayudaréis.

El arma la mantuvo en suspenso mientras acariciaba juguetona su mente. Ilia supo lo que padecía el ratón después de que el gato lo atrapara. Se sentía como si solo faltara un instante antes de que le partieran la columna en dos.

Pero tan bruscamente como había llegado, la parálisis se desvaneció. El arma seguía reteniéndola, pero Ilia estaba recuperando parte del control voluntario de sus propios músculos.

[Tal vez, Ilia. Pero no finjamos que no hay factores que lo dificulten].

Nada que no se pueda arreglar...

[Para nosotras será muy difícil hacer algo sin la cooperación del otro, Ilia. Aunque queramos]. ¿El otro?

[La otra... presencia que sigue ejerciendo cierto grado de control sobre nosotras]. El pensamiento de Ilia se demoró en las diferentes posibilidades antes de comprender de qué estaba hablando el arma. Te refieres al capitán.

[Nuestra autonomía no es tan amplia como para actuar sin el permiso de la otra presencia, Ilia. Por muy astutamente que logres persuadirnos].

El capitán solo necesita que lo convenzan, eso es todo. Estoy segura de que al final atenderá a razones.

[Siempre has sido una optimista, ¿eh, Ilia?].

No, nada de eso. Pero tengo fe en el capitán.

[Entonces confiemos en que tu poder de elocuencia esté a la altura de las circunstancias, Ilia]. También yo.

Jadeó de pronto, como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Su cabeza volvía a estar vacía y la terrible sensación de que había algo agazapado justo detrás de ella había desaparecido, con tanta brusquedad como una puerta que se cierra de golpe. Ni siquiera quedaba rastro de la presencia en su visión periférica. Flotaba sola y, aunque seguía aprisionada dentro del arma, la impresión de que algo la acechaba había desaparecido.

Volyova recuperó el aliento y la compostura, maravillada ante lo ocurrido. Durante todos los años que había trabajado con las armas, no había sospechado en ningún momento que cualquiera de ellas albergara una subpersona guardiana, y mucho menos una inteligencia artificial de al menos un nivel gamma alto (incluso quizá de nivel beta bajo o medio).

El arma la había asustado hasta el tuétano. Lo cual, supuso, era sin lugar a dudas el efecto que pretendía conseguir.

Hubo un ajetreo a su alrededor. El panel de acceso (situado en una zona de la pared que no era en absoluto la que ella recordaba) se abrió un par de centímetros, y por la rendija se coló una árida luz azul. A través de ella, entrecerrando los ojos, Volyova logró discernir la silueta de otro traje espacial.

—¿Khouri?

—Gracias a Dios que aún sigues viva. ¿Qué ha pasado?

—Digamos que mis esfuerzos por reprogramar el arma no han alcanzado el éxito absoluto, y dejémoslo ahí. —Odiaba hablar de los fracasos casi tanto como el propio fallo en sí.

—¿Pero qué pasa, es que le has dado el comando erróneo o algo así?

—No, le di el comando correcto, pero para un intérprete distinto al que estaba accediendo en ese momento.

—Pero eso sigue convirtiéndolo en el comando equivocado, ¿no?

Volyova se giró hasta que su casco quedó alineado con la rendija de luz.

—Es más técnico que eso. ¿Cómo has logrado abrir el panel?

—Recurriendo a la fuerza bruta. ¿O acaso no es lo bastante técnico?

Khouri había incrustado una barra del juego de herramientas de su traje en lo que debía de ser una ranura fina como un cabello, en la piel del arma, y había hecho palanca hasta abrir el panel.

—¿Y cuánto te ha llevado conseguirlo?

—He estado tratando de abrirlo desde que te metiste dentro, pero no ha cedido hasta ahora, justo hace un minuto.

BOOK: El Arca de la Redención
3.59Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Nano by Sam Fisher
Agent in Training by Jerri Drennen
Yarrow by Charles DeLint
Heart of Lies by Jill Marie Landis
Even by Andrew Grant
Dirty Little Murder by Hilton, Traci Tyne
The Bartered Virgin by Chevon Gael