Read El Arca de la Redención Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (44 page)

BOOK: El Arca de la Redención
12.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Remontoire se sentó.

Me detendré aquí, si no te importa.

—Yo tampoco me encuentro bien —dijo Felka, al tiempo que se acuclillaba cerca de él—. Me siento enferma y mareada.

El servidor se volvió con rigidez, animado como una armadura encantada.

[Estáis experimentando los efectos fisiológicos del campo. Nuestra masa inercial ha descendido hasta aproximadamente la mitad de su valor normal. El oído interno se confunde por culpa de la caída de inercia del fluido del canal semicircular, y el corazón late más rápido, pues evolucionó para empujar un volumen de sangre con una masa inercial del cinco por ciento del cuerpo; ahora solo tiene que mover la mitad de eso, y su propio músculo cardiaco reacciona con mayor presteza a los impulsos eléctricos de los nervios. Si avanzásemos mucho más, vuestros corazones empezarían a fibrilar. Sin intervención mecánica, moriríais].

Remontoire le hizo una mueca al servidor acorazado.

Entonces para ti es perfecto.

[Tampoco para mí sería cómodo, te lo aseguro].

Entonces, ¿qué hace la maquinaria? ¿Toda la masa dentro de la burbuja tiene inercia nula?

[No, no con la modalidad de funcionamiento actual. La efectividad radial de la amortiguación depende del modo en que esté actuando el aparato. En estos momentos estamos con un campo según la inversa del cuadrado, lo que significa que la amortiguación inicial se hace cuatro veces más potente cada vez que reducimos a la mitad nuestra distancia a la máquina, y es casi infinita en la vecindad inmediata de la máquina, pero la masa inercial nunca cae hasta el cero absoluto. No en este modo].

Pero hay otros modos...

[Sí, los llamamos estados, pero son mucho menos estables que el actual]. Se detuvo y estudió a Remontoire. [Pareces enfermo, ¿regresamos a la parte superior de la nave?].

Por ahora aguanto. Cuéntame más de tu caja mágica.

Skade sonrió, tan rígida como era habitual en ella, pero con algo que a Remontoire le pareció orgullo.

[Nuestro primer logro se produjo en la dirección contraria: crear una región con una fluctuación mayor en el vacío cuántico, aumentando así el flujo de energía-momento. A eso lo llamamos estado uno. El efecto era una zona de hiperinercia: una burbuja en la que todo movimiento cesaba. Era inestable y nunca logramos amplificar el campo hasta la escala macroscópica, pero ahí quedan fructíferos aspectos para la investigación futura. Si pudiéramos congelar el movimiento mediante un incremento de la inercia de muchos órdenes de magnitud, obtendríamos un campo de estatismo, o quizá una barrera defensiva impenetrable. Pero el enfriamiento, el estado dos, resultó ser técnicamente más simple. Las piezas casi encajaron solas].

Apuesto a que sí.

—¿Existe un tercer estado? —preguntó Felka.

[El estado tres es una singularidad en nuestros cálculos, y no confiamos en que sea físicamente realizable. Toda la masa inercial desaparece. La materia incluida en una burbuja de estado tres se volvería fotónica, pura luz. No esperamos que eso suceda porque, como poco, supondría una enorme violación local de la ley de conservación del espín cuántico].

—¿Y más allá de eso, al otro lado de la singularidad? ¿Hay un estado cuatro?

[Me parece que nos estamos adelantando a los acontecimientos. Hemos explorado las propiedades del artilugio en un espacio paramétrico bien comprendido, pero no tiene sentido dedicarnos a alocadas especulaciones].

¿Cuántas pruebas se han hecho?

[Se escogió a la Sombra Nocturna para servir de prototipo, la primera nave equipada con maquinaria supresora de la inercia. Desarrollé algunas pruebas durante el vuelo inaugural que redujeron la inercia en una cantidad conmensurable, lo suficiente para alterar el consumo de combustible y verificar la efectividad del campo, pero no tanto como para llamar la atención].

¿Y ahora?

[El campo es mucho más fuerte. La masa efectiva de la nave es solo el veinte por ciento de lo que era cuando partimos del Nido Madre. Hay una parte relativamente pequeña de la nave que aún asoma por delante del campo, pero podemos mejorarlo sin más que aumentar la fuerza de este]. Skade juntó sus manos con un crujido de la armadura. [Piensa en ello, Remontoire. Podríamos encoger nuestra masa a un uno por ciento o menos, acelerar a cien gravedades. Si nuestros cuerpos estuvieran dentro de la burbuja de inercia suprimida, también seríamos capaces de resistirlo. Alcanzaríamos una velocidad de crucero próxima a la de la luz en apenas un par de días. El viaje subjetivo entre las estrellas más cercanas se haría en menos de una semana de tiempo de vuelo. No habría necesidad de congelarnos. ¿Puedes imaginarte las posibilidades? De pronto la galaxia sería un lugar mucho más pequeño].

Pero no lo desarrollasteis por eso. Remontoire se puso en pie. Aún mareado, se apoyó contra la pared. Era lo más cerca que había estado de la ebriedad en muchísimo tiempo. Aquella excursión había sido muy interesante, pero ya estaba más que dispuesto a regresar nave arriba, allí donde la sangre de su cuerpo se comportase como la naturaleza había planeado.

[No sé si te entiendo, Remontoire].

Lo queréis para cuando lleguen los lobos, el mismo motivo por el que habéis construido aquella Nota de evacuación. [¿Perdona?].

Aunque no podamos enfrentarnos a ellos, al menos nos habéis proporcionado un medio de escapar muy, muy rápido.

Clavain abrió los ojos tras otro turno de sueño forzado. Durante unos momentos, los dulces sueños en los que caminaba bajo la lluvia a través de los bosques escoceses lo sedujeron peligrosamente. Era tan tentador regresar a la inconsciencia... Pero sus viejos instintos de soldado lo obligaron a permanecer alerta, aunque fuese a regañadientes. Debía de existir algún problema. Había indicado a la corbeta que no lo despertara hasta que tuviese algo importante o grave que contar, y una rápida valoración de la situación le indicó que, decididamente, se trataba de lo segundo.

Algo lo estaba siguiendo. Los detalles estaban a su disposición.

Clavain bostezó y se rascó la barba que lucía, ya frondosa. Contempló su propio reflejo en la ventanilla de la cabina y se asustó un poco de lo que vio. Tenía ojos de loco y pinta de maníaco, como si acabara de emerger de las profundidades de una cueva. Ordenó a la corbeta que dejara de acelerar durante unos minutos y recogió un poco de agua del grifo entre sus manos, con las palmas ahuecadas para retener las gotas como amebas, y a continuación trató de echársela sobre la cara y el pelo, para alisar y peinarse cabello y barba. Volvió a fijarse en su reflejo. El resultado no constituía una gran mejora, pero al menos ya no parecía bestial.

Clavain se soltó del arnés y se dispuso a prepararse un café y algo de comer. Según su experiencia, las crisis en el espacio se podían clasificar en dos categorías: las que te mataban de inmediato, normalmente sin previo aviso, y las que te daban cantidad de tiempo para cavilar sobre el problema, aunque no existiese ninguna solución factible. Aquella, en base a la evidencia, parecía de las que se podían analizar tras saciar primero su apetito.

Llenó la cabina de música: una de las sinfonías inacabadas de Quirrenbach. Tomó unos sorbos de café y, mientras lo hacía, hojeó las entradas del diario automático de la corbeta. Se sintió complacido, aunque no sorprendido, de ver que la nave había funcionado sin fallos desde su huida del cometa de Skade. Todavía quedaba el combustible suficiente para cubrir toda la distancia hasta el espacio que circundaba Yellowstone, incluyendo los procedimientos de inserción orbital necesarios una vez llegara. La corbeta no era el problema.

Se habían recibido transmisiones procedentes del Nido Madre en cuanto habían descubierto su huida. Se los habían mandado mediante un haz estrecho y con la máxima encriptación. La corbeta había descomprimido los mensajes y los había guardado ordenados por fecha.

Clavain mordió una tostada.

—Reprodúcelos, por orden de antigüedad. Después bórralos de inmediato.

Ya había adivinado cómo serían los primeros mensajes: frenéticas órdenes del Nido Madre de dar media vuelta y regresar a casa. Al principio le concedían el beneficio de la duda, suponiendo (o fingiendo suponer) que tenía una estupenda explicación para lo que parecía un intento de deserción. Pero eran poco entusiastas. Después los mensajes abandonaron ese enfoque y simplemente comenzaron a amenazarlo.

Los misiles habían partido desde el Nido Madre, pero Clavain cambió de curso y los perdió, y supuso que eso sería todo. Una corbeta era rápida y no había nada más capaz de atraparla, a no ser que cometiera el error de adentrarse en el espacio interestelar.

Pero la siguiente serie de mensajes no provenían ni muchísimo menos del Nido Madre, sino de un ángulo ligera, pero sensiblemente apartado de su posición en unos cuantos segundos de arco, y estaban desplazados al azul de modo firme, como si se originaran en una fuente en movimiento.

Calculó su ritmo de aceleración: uno punto cinco gravedades. Introdujo los datos en su simulador táctico pero, tal como él preveía, ninguna nave con esa aceleración podría atraparlo en el espacio local. Durante unos minutos se permitió sentir alivio, mientras seguía ponderando los objetivos del perseguidor. ¿No era más que un gesto psicológico? Parecía improbable; los combinados no eran demasiado aficionados a las simples demostraciones.

—Abre los mensajes —dijo.

El formato era audiovisual. Skade apareció de pronto en la cabina, rodeada por un óvalo de fondo emborronado. La comunicación era verbal. Sabía que Clavain nunca volvería a permitirle insertar nada en su cabeza.

—Hola, Clavain —comenzó diciendo—. Por favor, escucha y presta atención. Como ya habrás deducido, te estamos persiguiendo en la Sombra Nocturna. Supondrás que no podemos atraparte ni llegar al alcance de los misiles o de un arma de haz. Esas suposiciones son incorrectas. Estamos acelerando y seguiremos aumentando nuestra aceleración a intervalos regulares. Estudia cuidadosamente la desviación Doppler de estas transmisiones, si dudas de mis palabras. La cabeza incorpórea se detuvo y desapareció.

Escaneó el siguiente mensaje que provenía de la misma fuente. Su cabecera indicaba que había sido transmitido noventa minutos después del primero. La aceleración implícita era ya de dos punto cinco gravedades.

—Clavain, ríndete ahora y te garantizo un juicio justo. No puedes vencer.

La calidad de la transmisión era mala. La acústica de su voz resultaba extraña y mecánica, y el algoritmo de compresión que estuviera usando hacía que su cabeza apareciera fija e inmóvil, y solo se movían sus ojos y su boca.

Siguiente mensaje: tres gravedades.

—Hemos vuelto a detectar el rastro de tu escape, Clavain. La temperatura y la desviación al azul de tu llama indica que estás acelerando a tu límite operativo. Quiero que sepas que nosotros ni siquiera nos aproximamos al nuestro. Esta no es la nave que conociste, Clavain, sino algo más rápido y letal. Es perfectamente capaz de interceptarte.

Aquel rostro como una máscara se contorsionó para adoptar una rígida sonrisa macabra.

—Pero todavía hay tiempo para negociar. Te dejaré escoger un punto de reunión, Clavain. No tienes más que pedirlo, y nos reuniremos bajo tus condiciones. Un planeta pequeño, un cometa, espacio abierto... me da exactamente igual.

Clavain borró el mensaje. Estaba seguro de que Skade mentía respecto a haber detectado su llama. La última parte de su declaración, la invitación a responder, no era más que un intento de que traicionara su posición al transmitir.

—Astuta, Skade —dijo—. Pero por desgracia, yo soy mucho más astuto.

A pesar de todo, se sentía preocupado. La otra nave aceleraba demasiado rápido y, aunque la desviación al azul podía ser falsa (aplicada al mensaje antes de transmitirlo), Clavain intuía que al menos a ese respecto no había ningún farol.

Iban en su busca con una nave mucho más rápida de lo que él había creído disponible, y le ganaban terreno segundo a segundo.

Clavain mordió la tostada y escuchó un rato más a Quirrenbach.

—Reproduce el resto —indicó.

—No hay más mensajes —le respondió la corbeta.

Clavain estaba estudiando los canales de noticias cuando la corbeta le anunció la recepción de una nueva serie de mensajes. Analizó la información adicional y se fijó en que esta vez no había nada de Skade. —Reprodúcelos —dijo con cautela.

El primer mensaje era de Remontoire. Su cabeza apareció, calva y angelical. Se movía más que Skade y en su voz había mucha más emoción. Se inclinaba hacia la lente con ojos suplicantes.

—Clavain, espero que oigas esto y reflexiones sobre ello. Si has escuchado a Skade sabrás que podemos alcanzarte. No es un truco. Me matará por lo que estoy a punto de decir, pero si te conozco algo sé que habrás dispuesto que estos mensajes sean eliminados en cuanto los reproduzcas, así que no existe peligro real de que esta información llegue a manos enemigas. Así que ahí va. Hay una maquinaria experimental en la Sombra Nocturna. Ya sabíamos que Skade estaba probando algo, pero no sabíamos el qué. Bueno, pues te lo diré. Es una máquina que suprime la masa inercial. No fingiré comprender cómo actúa, pero he visto con mis propios ojos la prueba de que funciona. Hasta la he sentido. Ya hemos subido hasta cuatro gravedades, aunque eso podrás verificarlo por tu cuenta. Antes de que pase mucho tiempo tendrás confirmación de paralaje sobre el origen de estas señales, si es que todavía no te has convencido. Lo único que digo es que es cierto, y según Skade podemos seguir suprimiendo más y más masa. —Miró fijamente a la cámara, se detuvo y prosiguió—. Podemos distinguir la llama de tu motor y estamos siguiéndola. No puedes escapar, Clavain, así que deja de correr. Como amigo tuyo, te ruego que pares. Quiero volver a verte, para charlar y reírnos juntos. —Pasa al siguiente mensaje —interrumpió Clavain.

La corbeta le obedeció, y la imagen de Felka sustituyó a la de Remontoire. Clavain experimentó un sobresalto de sorpresa. No había tenido del todo claro quiénes lo perseguían, pero podía contar con Skade: ella se aseguraría de estar presente cuando lanzaran el misil homicida, y haría todo lo que estuviese en su mano por ser quien diera la orden. Remontoire la acompañaría por su sentido del deber hacia el Nido Madre, envalentonado por la convicción de que estaban desempeñando una tarea solemne y que solo él estaba realmente capacitado para perseguir a Clavain.

BOOK: El Arca de la Redención
12.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Greater Music by Bae, Suah; Smith, Deborah;
Split at the Seams by Yolanda Sfetsos
Heaven Sent by Hilary Storm
Sweet Poison by David Roberts
Hungry Hill by Daphne Du Maurier
Mara, Daughter of the Nile by McGraw, Eloise Jarvis