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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (48 page)

BOOK: El Arca de la Redención
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Y eso todavía no era nada comparado con la inminente Guerra del Amanecer.

Pues la galaxia (en cuanto a que era una máquina de fabricar metales y por lo tanto una química compleja, ya partir de esta la vida) se podría considerar también una máquina de provocar guerras. No había nichos estables en el disco galáctico, y en la escala temporal relevante para las superculturas galácticas, el entorno estaba cambiando constantemente. La rueda de la historia galáctica las empujaba a un conflicto constante contra otras culturas, tanto nuevas como antiguas.

Así pues, llegó la guerra que acabaría con todas las guerras, la guerra que puso fin a la primera fase de la historia galáctica y que, con el tiempo, llegaría a ser conocida como la Guerra del Amanecer, porque había sucedido en el pasado distante.

Los inhibidores recordaban poca cosa de la guerra en sí. Su propia historia resultaba caótica, embarullada y casi con toda seguridad había estado sujeta a burdas manipulaciones retroactivas. No podían estar seguros de qué datos estaban documentados y cuáles eran pura ficción que alguna encarnación previa de sí mismos había fabricado con el objetivo de la propaganda interespecies. Era probable que en el pasado fueran animales terrestres orgánicos, con médula espinal y sangre caliente, y con mentes bicamerales. La tenue sombra de ese posible pasado podía distinguirse aún en sus arquitecturas cibernéticas.

Durante largo tiempo se habían aferrado a lo orgánico. Pero a partir de cierto punto, su parte mecánica había pasado a ser dominante y se habían deshecho de sus antiguas formas. Como máquinas inteligentes surcaron la galaxia. El recuerdo de haber morado en planetas se hizo cada vez más débil y después fue borrado del todo, pues no tenía más relevancia que la memoria de vivir en los árboles.

Lo único que importaba era la gran misión.

Después de asegurarse de que Remontoire y Felka eran conscientes de que se había alcanzado el objetivo de la misión, Skade regresó a sus dependencias e hizo que la armadura devolviera su cabeza al pedestal. Descubrió que sus pensamientos adoptaban una textura distinta cuando estaba sésil. Tenía algo que ver con las ligeras diferencias entre los sistemas de recirculación sanguínea, en los sutiles matices de los neuroquímicos. Sobre el pedestal se sentía tranquila y concentrada hacia su propio interior, abierta a la presencia que siempre llevaba consigo.

[¿Skade?]. La voz del Consejo Nocturno era aguda, casi infantil, pero era imposible no prestarle atención. Skade había llegado a saberlo bien.

Aquí estoy.

[¿Consideras que has tenido éxito, Skade?]. Así es.

[Cuéntanos, Skade].

Clavain ha muerto. Nuestros misiles lo alcanzaron. Aún falta por confirmar su fallecimiento... pero estoy segura de ello. [¿Murió bien, en el sentido romano?].

No se rindió. Siguió huyendo todo el tiempo, aunque debería haber sabido que no iba a llegar muy lejos con los motores dañados.

[No pensábamos que fuera a rendirse en ningún momento, Skade. Aun así, ha sido rápido. Has actuado bien, Skade. Estamos satisfechos. Más que eso].

Skade hubiera deseado asentir, pero el pedestal se lo impedía.

Gracias.

El Consejo Nocturno le concedió un rato para reorganizar sus pensamientos. Nunca se olvidaba de ella y siempre se mostraba paciente. En más de una ocasión, la voz le había indicado a Skade que la tenían en tan alta estima como a cualquiera de los pocos miembros de la élite, quizá incluso más. La relación, al menos desde el punto de vista de Skade, se parecía a la que pudiera existir entre un profesor y una pupila dotada, entusiasta e inquisitiva.

Skade no solía preguntarse de dónde provenía la voz o a quién representaba exactamente. El Consejo Nocturno le había advertido contra profundizar en tales temas, por miedo a que sus pensamientos fueran interceptados por otros.

Skade acabó por recordar cuando el Consejo Nocturno se había dado a conocer a ella por vez primera y le había revelado parte de su naturaleza.

[Somos un grupo selecto de combinados], le había contado, [un Consejo Cerrado tan secreto y superseguro que nuestra existencia no es conocida, y ni siquiera sospechada, por los miembros más ancianos y ortodoxos del consejo. Estamos por encima del Sanctasanctórum, aunque este es, a veces, nuestro agente involuntario, nuestra marioneta en los asuntos más amplios de los combinados. Pero no estamos dentro de él; nuestra relación con esos otros comités solo se puede expresar mediante el lenguaje matemático de la intersección de grupos. Los detalles no deberían preocuparte, Skade].

La voz había proseguido explicándole que había sido seleccionada. Se había comportado de manera excelente en la operación más peligrosa que habían llevado a cabo los combinados en épocas recientes, una misión encubierta de incursión en Ciudad Abismo para recuperar unos elementos clave, esenciales para el programa tecnológico de supresión de la inercia. Nadie había logrado salir vivo, salvo Skade.

[Actuaste bien. Nuestra mirada colectiva ya te había seguido durante cierto tiempo, Skade, pero esa fue tu oportunidad de destacar, y no escapó a nuestra atención. Por eso nos hemos revelado ante ti, porque eres de la clase de combinada capaz de medirse a la difícil tarea que nos aguarda. No es una lisonja, Skade, sino la simple constatación de los hechos].

Era cierto que ella había sido la única superviviente de la operación de Ciudad Abismo. Inevitablemente, le habían borrado de la memoria los detalles exactos del trabajo, pero sabía que había sido una peligrosa aventura de alto riesgo que no se había desarrollado según los planes del Consejo Cerrado.

A menudo surgía una paradoja en las operaciones combinadas. No se podía permitir que las tropas que podían ser desplegadas en los frentes de batalla, dentro de los volúmenes en disputa, poseyeran información delicada en sus cabezas. Pero los reconocimientos profundos, las incursiones encubiertas en espacio enemigo eran un asunto bien distinto. Se trataba de operaciones muy delicadas que exigían combinados expertos. Más aún, requerían el uso de agentes que estuviera bien preparados para tolerar quedar aislados de sus compañeros. Los individuos que pudieran trabajar solos y muy por detrás de las líneas enemigas eran escasos, y los demás los trataban con ambivalencia. Clavain era uno de ellos.

Skade, otra.

Después de regresar al Nido Madre, la voz entró en su cráneo por primera vez. Le había avisado de que no debía hablar con nadie de la materia.

[Valoramos nuestro secreto, Skade. Lo protegeremos a cualquier coste. Sírvenos y contribuirás al mayor bien del Nido Madre. Pero traiciónanos, aunque sea de modo involuntario, y nos veremos obligados a silenciarte. No nos gustará, pero se hará].

¿Soy la primera?

[No, Skade, hay otros como tú. Pero nunca sabrás quiénes son. Esa es nuestra voluntad].

¿Qué queréis de mí?

[Nada, Skade. Por ahora. Pero tendrás noticias nuestras cuando te necesitemos].

Y así había sido. Con los meses (y después con los años) que vinieron a continuación, llegó a asumir que la voz había sido ilusoria, sin importar lo real que le había parecido en su momento. Pero el Consejo Nocturno había regresado en un momento de tranquilidad y había comenzado su orientación. Al principio la voz no le pidió gran cosa; básicamente acción por omisión. Pareció que el ascenso de Skade al Consejo Cerrado obedecía a sus propios méritos, y no a la intervención de la voz. Y, después, lo mismo se pudo decir de su admisión en el Sanctasanctórum.

A menudo se preguntaba exactamente quién formaba el Consejo Nocturno. Entre los rostros que veía en las sesiones del Consejo Cerrado y, en un sentido más amplio, en todo el Nido Madre, seguro que algunos pertenecían a ese consejo, oficialmente inexistente, al que representaba la voz. Pero nunca había una sola pista, ni siquiera una mirada que pareciera fuera de lugar. En la estela de sus pensamientos nunca detectaba una nota de sospecha, jamás la sensación de que la voz le hablara a través de otros canales. Y ella hacía todo lo posible por no pensar en la voz cuando no se hallaba en su presencia. El resto del tiempo se limitaba a cumplir sus órdenes, negándose a examinar la fuente de sus impulsos. Era bueno sentir que servía a algo más importante que ella misma.

Poco a poco, la influencia de Skade alcanzó nuevas cotas. El programa del Exordio ya se había reanudado cuando Skade se convirtió en una combinada, pero le dieron instrucciones de maniobrar para situarse en una posición desde la que pudiera dominar el programa, aprovechar al máximo los descubrimientos que se hicieran y determinar su rumbo futuro. Al ir ascendiendo por las capas de secretismo, Skade empezó a ser consciente de lo importantes que habían sido los elementos tecnológicos de los que se había apoderado en Ciudad Abismo. El Sanctasanctórum ya había realizado titubeantes esfuerzos por construir maquinaria supresora de la inercia, pero con los aparatos de Ciudad Abismo (y eso que Skade aún no recordaba con precisión lo sucedido) las piezas encajaron con seductora facilidad. Quizá lo que ocurría era que otros individuos estaban sirviendo a la voz, como esta misma había sugerido, o tal vez simplemente que Skade era por sí sola una excelente y despiadada organizadora. El Consejo Cerrado era su teatro de sombras chinescas, y los actores se movían a su voluntad con rastrero entusiasmo.

Y, pese a todo, la voz le había metido prisa. Le había hecho fijarse en la señal proveniente del sistema de Resurgam, el parpadeo de diagnóstico que indicaba que las restantes armas de la clase infernal habían sido rearmadas.

[El Nido Madre necesita esas armas, Skade. Debes apresurar su recuperación].

¿Por qué!1

La voz había creado imágenes en su cabeza: un enjambre de implacables máquinas negras, oscuras, fuertes y atareadas como un revoloteo de alas de cuervos.

[Hay enemigos entre las estrellas, Skade, peores que cualquier cosa que hubiéramos imaginado. Se acercan y debemos protegernos].

¿Cómo lo sabéis?

[Lo sabemos, Skade. Confía en nosotros].

En ese momento había notado algo en aquella voz infantil que no había percibido hasta entonces. Era dolor, o tormento, o quizás ambas cosas.

[Confía en nosotros. Sabemos lo que son capaces de hacer. Sabemos lo que es ser perseguido por ellos].

Y entonces la voz volvió a callar, como si hubiese hablado demasiado.

De vuelta al presente, la voz introdujo un nuevo y acuciante pensamiento en su cabeza, sacándola de su ensueño.

[¿Cuándo podremos estar seguros de que Clavain ha muerto, Skade?].

En diez u once horas. Barreremos la zona de impacto y tamizaremos el medio interplanetario en busca de un incremento de elementos delatores, de la clase que se esperaría encontrar en esta situación. Y aunque las evidencias no sean concluyentes, podemos confiar en que...

La respuesta fue brusca e irascible.

[No, Skade. No podemos permitir que Clavain alcance Ciudad Abismo]. Lo he matado, lo juro.

[Eres inteligente, Skade, y también decidida. Pero también lo es Clavain. Ya te engañó una vez. Siempre puede volver a hacerlo]. No importa. [¿No?].

Si Clavain llega a Yellowstone, la información que tiene seguirá sin suponer ningún beneficio real para el enemigo o para la Convención. Si quieren, que intenten recuperarlas armas de la clase infernal por su cuenta. Nosotros contamos con el Exordio y la maquinaría de supresión de inercia, y eso nos da ventaja. Clavain y el puñado de aliados de los que pueda rodearse no nos vencerán.

La voz vaciló en su cabeza. Por un instante, Skade se preguntó si se había marchado y la había dejado sola.

Se equivocaba.

[Entonces crees que puede seguir vivo...]. Buscó a tientas alguna respuesta. Yo...

[Mejor que no sea así, Skade. O nos sentiremos amargamente defraudados contigo].

Estaba acunando a un gato herido que tenía la espina dorsal partida por algún punto cerca de las vértebras inferiores, por lo que las patas traseras le colgaban inertes. El trataba de persuadirlo para que bebiera un poco de agua de la tetilla de plástico que había sacado de la mochila de raciones de su mono. Sus propias piernas estaban inmovilizadas bajo toneladas de escombros derrumbados. El gato estaba ciego, quemado, sufría de incontinencia y era evidente que le dolía. Pero Clavain no iba a concederle la salida fácil.

Murmuró alguna frase, más para sí que dirigida al gato:

—Vas a vivir, amigo mío. Tanto si quieres como si no. —Las palabras brotaron con un sonido como el de una hoja de papel de lija frotada contra otra. Necesitaba agua cuanto antes. Pero en la mochila de raciones solo quedaba una mínima cantidad, y le tocaba beber al gato.

—Bebe, maldito cabrón. Has llegado tan lejos...

—Déjame... morir —le dijo el gato.

—Lo siento, gatito. No va a ser así.

Notó una brisa. Era la primera vez que sentía la menor agitación en la burbuja de aire en la que el gato y él estaban atrapados. En la lejanía oyó un retumbar como el de trueno, provocado por el hormigón y el metal que se venían abajo. Rezó a Dios para que el repentino soplo se hubiese provocado únicamente por una agitación de la burbuja de aire, que quizá una obstrucción hubiese cedido, conectando una burbuja con otra. Confió en que no significara que parte de la pared externa estaba cediendo, o de lo contrario el gato pronto vería cumplido su deseo. La burbuja de aire se despresurizaría y tendrían que aprender a respirar la atmósfera marciana. Había oído decir que morir de esa manera no era nada agradable, a pesar de lo que trataban hacer creer a la gente en los hologramas que usaba la coalición para aumentar la moral.

—Clavain... sálvate tú.

—¿Por qué, gatito?

—Yo voy a morir de todas formas.

La primera vez que el gato le había hablado, Clavain había supuesto que estaba empezando a sufrir alucinaciones y que se imaginaba tener un compañero locuaz donde no podía existir tal cosa. Pero después, de forma tardía, había comprendido que el gato realmente le hablaba, que el animal era el capricho de bioingeniería de algún turista rico. Un dirigible civil se encontraba estacionado en la cima de la torre de amarre aéreo cuando las arañas habían golpeado con sus obuses de artillería de fase de espuma. La mascota debía de haber escapado de la góndola del zepelín mucho antes del ataque y había logrado adentrarse hasta los niveles subterráneos de la torre. Clavain creía que los animales parlantes fruto de la bioingeniería eran una ofensa hacia Dios, y estaba bastante seguro de que el gato no era una criatura inteligente reconocida legalmente. A la Coalición para la Pureza Neuronal le hubiera dado un ataque si supiera que Clavain había osado compartir sus raciones de agua con una criatura prohibida. Odiaban las manipulaciones genéticas casi tanto como los tejemanejes neuronales de Galiana.

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