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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (49 page)

BOOK: El Arca de la Redención
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Clavain metió a la fuerza la tetina en la boca del gato. Un gesto reflejo hizo que el animal tragara las últimas gotas de agua.

—A todos nos llega el día, gatito.

—Cuanto antes... mejor.

—Bebe un poco y deja de quejarte.

El gato lamió las últimas gotitas.

—Gra... gracias.

Entonces volvió a notar la brisa. Ya era más fuerte, y venía acompañada de un insistente rumor de piedras que se movían. Bajo la débil iluminación, proporcionada por la linterna bioquimicotérmica que había abierto una hora antes, vio polvo y escombros que se deslizaban por el suelo. El pelaje dorado del gato temblaba como un campo de cebada. El animal herido trató de alzar la mirada en la dirección del viento. Clavain acarició la cabeza del animal con su mano, tratando de reconfortarlo lo mejor que pudo. Sus ojos eran cuencas sanguinolentas.

El fin estaba próximo, lo sabía. Aquello no era una redistribución del aire dentro de las ruinas, sino un grave colapso del perímetro de la estructura derrumbada. La burbuja de aire estaba escapándose al frío marciano.

Cuando rió, fue como arañarse la garganta con alambre de cuchillas.

—¿Algo... gracioso?

—No —respondió él—. Qué va.

La luz arponeaba la oscuridad. Una oleada de puro aire frío golpeó su rostro y embistió hasta alcanzar sus pulmones. Clavain acarició de nuevo la cabeza del gato. Si aquello era la agonía de la muerte, entonces no era ni la mitad de malo de lo que había temido.

—Clavain.

Repetían su nombre de manera insistente pero serena. —Clavain, despierta.

Abrió los ojos, un esfuerzo que de inmediato le arrebató la mitad de la fuerza que le quedaba. Estaba en un lugar tan brillante que necesitaba entrecerrar los ojos, volver a sellar los párpados, que ya tenía casi pegados. Quería retirarse de vuelta a su pasado, por muy doloroso y claustrofóbico que hubiese sido el sueño.

—Clavain, te lo advierto... si no despiertas voy a...

Trató de abrir los ojos tanto como pudo, comprendiendo que justo delante tenía una figura que aún no lograba enfocar. Se inclinaba sobre él. Era la silueta la que le hablaba.

—Joder... —oyó que decía la voz de mujer—. Creo que ha perdido la chaveta o algo así.

Otra voz (grandilocuente y deferente, aunque con un deje altivo) dijo: —Discúlpeme, señorita, pero no sería sabio presuponer nada. En especial si el caballero en cuestión es un combinado. —Je, no necesito que me lo recuerdes.

—Uno solo quería indicar que su situación médica puede ser al tiempo compleja e intencionada.

—Échalo ya al espacio —dijo otra voz masculina. —Cállate, Xave.

La visión de Clavain cobró nitidez. Estaba tumbado y doblado por la mitad en una pequeña sala de paredes blancas. En los muros había bombas e indicadores, junto a adhesivos y advertencias impresas que ya estaban casi borradas por efecto del desgaste. Se trataba de una cámara estanca. Seguía con el traje puesto, el mismo que llevaba (recordó en ese momento) cuando había hecho que la corbeta se alejara. La figura que se inclinaba sobre él también llevaba un traje. La mujer (pues eso era) había abierto su visera y el escudo contra el resplandor, permitiendo así que la luz y el aire llegaran hasta él.

Buscó a tientas un nombre entre los restos de su memoria.

—¿Antoinette?

—Has acertado a la primera, Clavain. —Ella también llevaba la visera alzada, pero todo lo que Clavain podía distinguir de su rostro era un flequillo rubio y despuntado, unos grandes ojos y una nariz pecosa. Estaba anclada a la pared de la cámara mediante un cable metálico, y una de sus manos se apoyaba sobre una pesada palanca roja.

—Eres más joven de lo que pensé —dijo él.

—¿Te encuentras bien, Clavain?

—He estado mejor —respondió—, pero me recuperaré en unos instantes. Me situé en un sueño profundo, casi un coma, para conservar los recursos del traje. Solo por si llegabais un poco tarde.

—¿Y si no llegábamos, ni pronto ni tarde?

—Supuse que lo lograrías, Antoinette.

—Pues estabas equivocado, casi no vengo. ¿No es cierto, Xave? Una de las otras voces, la tercera que había oído antes, respondió: —No sabes lo afortunado que eres, tío. —No —dijo Clavain—. Probablemente no.

—Sigo diciendo que deberíamos echarlo al espacio —repitió la tercera voz. Antoinette miró por encima del hombro, a través de la ventanilla de la puerta interior de la cámara estanca.

—¿Después de todo lo que ya hemos hecho?

—No es demasiado tarde. Eso le enseñará a no dar las cosas por sentadas. Clavain intentó moverse. —Nunca he...

—¡Alto! —Antoinette alargó la mano, indicando a las claras que no sería muy juicioso por parte de Clavain mover un músculo—. Ten esto muy claro, Clavain. Haz una sola cosa que no me guste (aunque sea cerrar los párpados) y apretaré esta palanca. Y entonces volverás al espacio, justo como ha dicho Xave.

Clavain reflexionó durante varios segundos sobre el aprieto en que se encontraba.

—Si no estabais dispuestos a confiar en mí, aunque fuera mínimamente, no habríais salido a rescatarme.

—Puede que sintiera curiosidad.

—Puede que sí. Pero también es posible que percibieras que estaba siendo sincero. Te salvé la vida, ¿verdad?

Con la mano libre, Antoinette operó los demás controles de la esclusa. La puerta interior se deslizó a un lado, lo cual ofreció a Clavain un breve atisbo del resto de la nave. Vio otra figura con traje espacial que aguardaba en el extremo más alejado, pero no había señales de nadie más.

—Ahora me iré —dijo Antoinette.

Con un hábil movimiento, soltó su cable de sujeción, se deslizó a través del umbral abierto y a continuación cerró de nuevo la puerta interior de la cámara estanca. Clavain se quedó inmóvil. Aguardó hasta que el rostro de Antoinette volvió a aparecer por la ventanilla. Se había quitado el casco y se pasaba los dedos por su despeinada mata de pelo.

—¿Vais a dejarme aquí? —preguntó.

—Sí, por ahora sí. Tiene sentido, ¿no crees? Así todavía podré expulsarte al espacio si haces algo que no me guste.

Clavain alzó las manos y se quitó el casco, girándolo hasta que se soltó. Dejó que flotara libre, dando volteretas por la esclusa como un pequeño satélite metálico.

—No planeo hacer nada que pudiera molestar a nadie —declaró.

—Eso está bien.

—Pero escúchame con atención. Al estar aquí fuera os encontráis en peligro. Necesitamos salir de la zona de guerra lo antes posible.

—Relájate, amigo —dijo el hombre—. Tenemos tiempo de revisar algunos sistemas. No hay ningún zombi en varios minutos luz a la redonda.

—No son los demarquistas quienes deben preocuparos. Estoy huyendo de mi propia gente, de los combinados. Tienen una nave camuflada por esta zona. No muy cerca, eso seguro, pero pueden avanzar velozmente, tienen misiles de largo alcance y os garantizo que estarán buscándome.

—Creía haberte oído decir que has fingido tu propia muerte —dijo Antoinette.

El asintió.

—Me imagino que Skade se deshizo de mi corbeta con esos mismos misiles de largo alcance que he mencionado. Lo lógico es suponer que yo iba a bordo, pero no se conformará con eso. Si es tan concienzuda como creo, barrerá la zona con la Sombra Nocturna solo para asegurarse, y buscará oligoelementos.

—¿Oligoelementos? Estás de broma. Para cuando lleguen a la zona donde tuvo lugar el impacto...

Antoinette sacudió la cabeza, pero Clavain le devolvió el gesto.

—Todavía quedará una densidad ligeramente superior, uno o dos átomos por metro cúbico, de la clase de átomos que por lo normal no se encuentran en el espacio interplanetario. Isótopos del armazón y ese tipo de cosas. La Sombra Nocturna sondeará y analizará el medio. Su casco está recubierto con unas franjas empapadas en resina epoxídica que atraparán cualquier cosa mayor que una molécula, y después están los espectrómetros de masas, que olisquearán la constitución atómica del propio vacío. Unos algoritmos procesarán los datos forenses y compararán las curvas e histogramas de abundancias y proporciones relativas de isótopos respecto a los posibles escenarios tras la destrucción de una nave de la composición de la corbeta. Los resultados no dejarán de ser ambiguos, ya que los errores estadísticos son casi tan importantes como los efectos que Skade trata de cuantificar. Pero ya lo he visto funcionar antes. La tendencia de los datos se decantará hacia que había muy poca materia orgánica a bordo de la corbeta. —Clavain levantó la mano y se tocó el lateral de la frente, con la lentitud necesaria para que no se interpretara como un gesto amenazador—. Y luego están los isótopos de mis implantes. Serán más difíciles de detectar, mucho más, pero Skade confiará en encontrarlos si rebusca lo suficiente. Y cuando no lo logre...

—Deducirá lo que has hecho —zanjó Antoinette.

Clavain volvió a asentir.

—Pero ya he tenido eso en cuenta. A Skade le llevará un tiempo realizar una búsqueda concienzuda. Todavía tenéis la posibilidad de regresar a espacio neutral, pero solo si ponéis rumbo a casa de inmediato.

—¿Tan ansioso estás de llegar al Cinturón Oxidado, Clavain? —preguntó Antoinette—. Te van a comer vivo, tanto la convención como los zombis.

—Nadie dijo que desertar fuera una actividad exenta de riesgos.

—Ya desertaste una vez, ¿verdad? —preguntó Antoinette.

Clavain agarró su casco a la deriva y lo ató a su cinto mediante el lazo de la barbilla.

—Una vez. Fue hace mucho tiempo, probablemente un poco antes de que tú vinieras al mundo.

—Como unos cuatrocientos años antes de que yo viniera al mundo. Clavain se rascó la barba. —Más o menos.

—Entonces sí eres tú. O tú eres él. —¿Él?

—El Clavain. El histórico, el que todo el mundo dice que ya tendría que estar muerto. El Carnicero de Tarsis. Clavain sonrió. —Por mis pecados.

18

Thorn flotaba sobre un planeta que estaba siendo dispuesto para morir. Habían cubierto el trayecto desde la Nostalgia por el Infinito en una de las naves más pequeñas y ágiles que las dos mujeres le habían mostrado en el enorme hangar. La nave era una lanzadera entre superficie y órbita para dos ocupantes, con forma de cabeza de cobra y un ala parecida a una capucha que se curvaba suavemente hasta fusionarse con el fuselaje. Las ventanillas panorámicas de la cabina se situaban a cada lado del casco, como ojos de serpiente. La curva de la panza estaba llena de una especie de sarpullidos y verrugas; eran sensores y vainas adheridas que Thorn tomó por diversos tipos de armas. Dos bocas de haces de partículas asomaban por la parte delantera como colmillos venenosos girados, y toda la piel de la nave estaba recorrida por un mosaico de escamas irregulares de armadura cerámica que brillaba con tonos verdes y negros.

—¿Esto nos servirá para ir hasta allí y volver? —había preguntado él.

—Lo hará —fue la respuesta de Vuilleumier—. Es la nave más rápida de las que hay aquí, y probablemente la que deje la menor huella en los sensores. Pero la armadura es ligera y las armas están más para fardar que otra cosa. Si quieres algo mejor protegido, dilo. Pero luego no te quejes si es lento y lo rastrean con facilidad.

—Dejaré que escojáis vosotras.

—Esto es una insensatez, Thorn. Todavía hay tiempo de echarse atrás.

—No es cuestión de ser insensatos o no, inquisidora. —No podía librarse de la costumbre de dirigirse a ella de ese modo—. Sencillamente, no cooperaré hasta que sepa que la amenaza es real. Hasta que sea capaz de comprobarlo por mi cuenta, con mis propios ojos, y no a través de una pantalla, no podré confiar en vosotras.

—¿Por qué íbamos a mentirte?

—No lo sé, pero me parece que lo estáis haciendo. —La estudió cuidadosamente. Sus ojos se encontraron y él sostuvo su mirada durante unos instantes más de lo que resultaba cómodo—. Acerca de algo. No estoy seguro de qué, pero ninguna de las dos está siendo por completo sincera conmigo. Aunque a veces sí lo sois, y esa es la parte que no acabo de comprender.

—Todo lo que queremos es salvar a la gente de Resurgam.

—Lo sé. Esa parte me la creo, de veras.

Tomaron la nave con cabeza de ofidio y dejaron a Irina atrás, a bordo de la nave nodriza. La partida había sido rápida y, aunque lo intentó, Thorn no pudo echar una mirada atrás. Todavía no había visto la Nostalgia por el Infinito desde fuera, ni siguiera cuando se habían aproximado desde Resurgam. Se preguntaba por qué aquellas dos iban a tomarse tantas molestias en ocultar la parte exterior de su nave. Quizá solo era su imaginación, y disfrutaría de esa vista a su regreso.

—Puedes llevar tú mismo la nave —le había dicho Irina—. No necesita pilotaje. Podemos programar la trayectoria hasta allí y dejar que el automático maneje cualquier contingencia. Solo dinos cuánto quieres acercarte a los inhibidores.

—No tiene por qué ser demasiado. Unas cuantas decenas de miles de kilómetros debería resultar suficiente. A esa distancia podré ver el arco, si es lo bastante brillante, y probablemente los tubos que están volcándose sobre la atmósfera. Pero no voy a ir solo ahí fuera. Si me necesitáis tanto, una de vosotras puede acompañarme. Así sabré de verdad que no se trata de una trampa, ¿no creéis?

—Yo iré con él —se ofreció Vuilleumier.

Irina se encogió de hombros.

—Ha sido bonito conoceros.

El viaje de ida había transcurrido sin incidentes. Al igual que en el trayecto desde Resurgam, se habían pasado la parte aburrida dormidos (no en sueño frigorífico, sino en un coma sin sueños inducido mediante drogas).

Vuilleumier no hizo que se despertaran hasta encontrarse a menos de medio segundo luz del gigante. Thorn se desperezó con una vaga sensación de irritación, un mal sabor de boca y diversos dolores y molestias en lugares donde antes no notaba nada.

—Bueno, Thorn, la buena noticia es que todavía seguimos vivos. O bien los inhibidores no saben que estamos aquí, o sencillamente les da igual. —¿Por qué les iba a dar igual?

—Por experiencia, ya deben de saber que no podemos ofrecer ninguna auténtica resistencia. En poco tiempo estaremos todos muertos, así que, ¿por qué iban a preocuparse en estos momentos de una o dos personas?

Él frunció el ceño.

—¿Experiencia?

—Está en su memoria colectiva, Thorn. No somos la primera especie a la que le hacen esto. Su índice de éxito debe de ser bastante alto, o de lo contrario habrían cambiado de estrategia.

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