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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El Bastón Rúnico (15 page)

BOOK: El Bastón Rúnico
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Hawkmoon guardó un momento de silencio, consultando el mapa.

—Comprendo el sentido de la táctica del conde Brass —dijo al fin—. He aprendido a costa mía que no se puede plantear una batalla abierta contra Granbretan. Pero se me ocurre pensar que podríamos hacer algo para inclinar un poco más la balanza a nuestro favor, siempre y cuando pudiéramos elegir el terreno donde librar la batalla. ¿En qué lugar son más fuertes nuestras defensas?

Von Villach señaló una zona situada al sudeste del Ródano.

—Aquí es donde las torres son más sólidas y el terreno es más abrupto, lo que permitiría agruparse a nuestros hombres. El terreno en el que tendrá que luchar el enemigo, por el contrario, está lleno de marismas en esta época del año, y eso les causaría algunas dificultades. —Se encogió de hombros y añadió—: Pero ¿de qué sirve discutir lo que más nos gustaría? Serán ellos los que elijan el punto del ataque, no nosotros.

—A menos que se les pueda atraer hacia esa zona —puntualizó Hawkmoon—. ¿Cómo lo conseguiríais? ¿Desencadenando una tormenta de cuchillos? —preguntó el conde Brass sonriendo.

—Algo así —admitió Hawkmoon—. Con la ayuda de un par de cientos de guerreros montados… que nunca aceptarían entablar una batalla abierta. Un grupo de combate capaz de aguijonear constantemente sus flancos podría desviarlos, con un poco de suerte, hacia esa zona, del mismo modo que los perros conducen a los toros. Al mismo tiempo, los tendríamos siempre a la vista y podríamos enviaros mensajes, de modo que supierais en todo momento dónde se encuentran exactamente.

El conde Brass se acarició el bigote y miró a Hawkmoon con una expresión de respeto.

—Ésa es una de mis tácticas preferidas. Quizá, después de todo, esté actuando a mis años de un modo excesivamente prudente. Si fuera más joven, probablemente habría imaginado un plan bastante similar. Podría funcionar, joven Hawkmoon, siempre y cuando tuviéramos bastante suerte.

—Ah… —exclamó Von Villach aclarándose la garganta—. Suerte y perseverancia. ¿Os dais cuenta de lo que estáis hablando, muchacho? Habrá muy poco tiempo para dormir, y tendréis que estar en guardia en todo momento. Lo que estáis considerando representa una tarea muy penosa. ¿Seréis lo bastante hombre como para llevarla a cabo? ¿Y podrán soportarla los soldados que os llevéis? Además, hay que considerar la acción de las máquinas voladoras…

—Sólo necesitaremos vigilar cuidadosamente a sus exploradores —dijo Hawkmoon—, ya que golpearemos y huiremos antes de que pueda levantar el vuelo la mayor parte de su fuerza aérea. Vuestros hombres conocen bien el terreno… y saben dónde ocultarse.

—Debemos hacer otra consideración —dijo Bowgentle apretando los labios—. La razón por la que avanzan a lo largo del río es para estar cerca de su línea de suministros fluvial.

Utilizan el río para acarrear provisiones, utillaje, máquinas de guerra, ornitópteros…, lo cual, a su vez, explica por qué se están moviendo con tanta rapidez. ¿Cómo se les va a poder inducir a abandonar ese esquema con todo su bagaje?

Hawkmoon lo pensó durante un rato y por fin sonrió burlonamente.

—No es una pregunta tan difícil de contestar —dijo—. Escuchadme…

Al día siguiente, Dorian Hawkmoon salió a cabalgar por las salvajes marismas, con lady Yisselda a su lado. Habían pasado mucho tiempo juntos desde su recuperación, y él se sentía profundamente atraído hacia ella, a pesar de que parecía dedicarle muy poca atención. En cuanto a Yisselda, se contentaba con permanecer cerca de él, aunque a veces experimentaba cierto resentimiento por el hecho de que él no le hiciera ninguna demostración de afecto. No sabía que eso era precisamente lo que él más deseaba hacer, pero que sentía por ella una cierta responsabilidad que le obligaba a controlar su deseo natural de cortejarla. Sabía que en cualquier momento de la noche o del día podía convertirse de pronto en una criatura babeante y sin mente, totalmente privada de su humanidad. Vivía sabiendo constantemente que el poder de la Joya Negra podía traspasar los límites entre los que había sido encerrada por el hechizo del conde Brass, y que poco después de que eso sucediera, los lores de Granbretan darían a la joya toda su fuerza vital para que le devorara la mente.

Así pues, no le dijo que la amaba y que había sido precisamente ese amor el que se había agitado primero en su mente más profunda, gracias a lo cual el conde Brass le había perdonado la vida. Ella, por su parte, era demasiado tímida como para hablarle de su propio amor.

Cabalgaron juntos sobre las marismas, experimentando la sensación del viento en sus rostros, envueltos en sus capas, galopando más rápidamente de lo que era aconsejable por entre los caminos semiocultos batidos por el viento, por entre los lagos y los charcos superficiales, perturbando la existencia de las codornices y los patos, haciéndoles salir volando, asustados, encontrándose con manadas de caballos salvajes a los que espantaban, alarmando igualmente a los toros blancos, galopando por las extensas playas donde las olas se deshacían en espuma blanca por entre la que chapoteaban los cascos de los caballos, bajo las sombras de las vigilantes torres, riendo y deteniendo finalmente sus monturas para contemplar el mar y gritar por encima del silbante sonido del mistral.

—Bowgentle me dijo que os marcháis mañana —dijo ella aprovechando un instante en que disminuyó la fuerza del viento y todo quedó repentinamente tranquilo.

—Sí, mañana. —Volvió hacia ella su semblante triste y después, rápidamente, se volvió de nuevo hacia el otro lado—. Mañana. Pero no tardaré en regresar.

—No permitáis que os maten, Dorian.

—No creo que mi destino sea el de caer muerto por Granhretan —replicó él, sonriendo confiadamente—. Si fuera así…, ya habría muerto varias veces.

Ella quiso decir algo pero entonces el viento volvió a soplar con furia, revolviéndole el pelo alrededor de la cara. Él se inclinó para apartarlo, sintió la suavidad de la piel en sus dedos y deseó con todo su corazón poder coger aquel rostro entre las manos y besarlo dulcemente con sus labios. Yisselda levantó la mano para coger la de él y mantenerla donde estaba, pero Hawkmoon la retiró suavemente, hizo dar la vuelta a su caballo y lo lanzó al galope, de regreso hacia el castillo de Brass.

Las nubes se arremolinaban en el cielo, por encima de los inclinados juncos y el agua ondulante de las marismas. Empezó a caer una lluvia ligera, apenas lo suficiente como para humedecer sus hombros. Después, ambos cabalgaron despacio, uno junto al otro, cada uno perdido en sus propios pensamientos.

Vestido con una cota de malla desde el cuello hasta los pies, con un casco de acero provisto de nariguera para protegerle la cabeza y el rostro, y armado con una larga y ancha espada que le colgaba del cinto y un amplio escudo sin insignia, Dorian Hawkmoon levantó la mano para ordenar a sus hombres que se detuvieran. Los hombres iban fuertemente armados, con arcos y flechas, hondas, algunas lanzas de fuego, hachas y lanzas, cualquier cosa capaz de ser lanzada desde cierta distancia. Las llevaban colgando de las espaldas, de las sillas de montar, de los costados; las sostenían con las manos y colgaban de sus cintos. Hawkmoon desmontó y siguió a su escolta hacia la cresta de la colina, agachándose y moviéndose con precaución.

Una vez que llegó arriba se tumbó en el suelo y miró hacia el valle que se extendía más abajo, por donde pasaba el río. Era la primera vez que veía todo el poder de los ejércitos de Granbretan.

Era como una vasta legión surgida de los infiernos que se movía lentamente hacia el sur, un batallón de infantería tras otro, un escuadrón de caballería tras otro, con todos los hombres enmascarados de tal modo que parecía como si todo el reino animal marchara contra Camarga. Altas banderolas ondeaban al viento, sobresaliendo de esta fuerza, y los estandartes de metal se balanceaban en los extremos de largas lanzas. Allí estaba el estandarte de Asrovak Mikosevaar, con su sonriente calavera en cuyo hombro aparecía un buitre, y bajo la cual se había bordado la frase ¡MUERTE A LA VIDA! La diminuta figura que se balanceaba sobre la silla, cerca del estandarte, debía de corresponder al propio Asrovak Mikosevaar. Junto al barón Meliadus, era uno de los más despiadados señores de la guerra de Granbretan. Cerca distinguió el estandarte del felino, correspondiente al duque de Vendel, gran jefe de dicha orden; más allá estaba el estandarte de lord Jarak Nankenseen, y otros muchos cientos de banderas similares, pertenecientes a otras tantas cientos de órdenes. Hasta la bandera de la Mantis se encontraba allí, aunque su gran jefe estaba ausente, pues no era otro que el propio reyemperador Huon. Pero al frente de todos ellos cabalgaba la figura de Meliadus, con su máscara de lobo, portando su propio estandarte, la figura de un lobo rampante, y hasta su propio caballo, acorazado con su armadura, parecía la cabeza de un lobo gigantesco.

La tierra se estremecía, incluso desde aquella distancia, a medida que el ejército avanzaba, y el aire portaba hasta la colina el sonido metálico del entrechocar de las armas, y un olor a sudor y a animales.

Hawkmoon no se quedó mucho tiempo contemplando el avance del ejército. Su mirada se concentró en observar más allá, donde discurría el río, lleno con un gran número de barcazas pesadamente cargadas que se apretaban unas contra otras, formando un conjunto tan espeso que casi ocultaban las aguas del río. Sonrió y le susurró al escolta que estaba a su lado:

—Eso viene muy bien para nuestro plan, ¿lo veis? Todas sus naves están juntas.

Vamos, tenemos que rodear su ejército y cruzar al otro lado desde una gran distancia a su retaguardia.

Bajaron la colina corriendo. Hawkmoon montó en su silla e hizo señas a sus hombres con la mano para que continuaran avanzando. Siguiéndole, el grupo se lanzó al galope.

Sabían que no podían perder el tiempo.

Cabalgaron durante la mayor parte del día, hasta que el ejército de Granbretan no fue más que una lejana nube de polvo hacia el sur, y el río quedó libre de embarcaciones del Imperio Oscuro. Se encontraban en una zona donde el Ródano se estrechaba y sus aguas eran más superficiales, ya que atravesaban un curso de agua artificial hecho de piedra antigua, cruzado por un bajo puente de piedra. En uno de los lados el terreno era plano, mientras que en el otro formaba un suave declive que descendía, terminando en un valle.

Cuando llegó la noche, Hawkmoon vadeó esta parte del río, inspeccionando cuidadosamente las riberas de piedra y el puente, y comprobando la naturaleza del propio lecho del río, mientras el agua se arremolinaba alrededor de sus piernas, dejándoselas heladas al penetrar por entre los intersticios de su cota de malla. El curso de agua estaba en malas condiciones. Había sido construido antes del Milenio Trágico y apenas había sido reparado desde entonces. Lo habían construido para desviar el río por alguna razón.

Ahora, Hawkmoon tenía intenciones de darle un nuevo uso.

En la orilla, esperando su señal, se habían agrupado sus lanceros, sosteniendo cuidadosamente las largas y pesadas lanzas de fuego. Hawkmoon regresó a la orilla y empezó a señalar ciertos lugares del puente y de las orillas. Los lanceros saludaron y empezaron a moverse en las direcciones que él les había indicado, levantando sus armas. Hawkmoon extendió un brazo hacia el oeste, allí donde el terreno formaba un declive y les llamó, señalándolo. Los hombres asintieron.

Cuando aún se hizo más de noche, unas llamaradas rojas empezaron a surgir de las bocas ahusadas de las armas, abriéndose paso por entre la piedra, convirtiendo el agua en vapor hirviente, hasta que todo fue caos y calor.

Las lanzas de fuego cumplieron su tarea; después, de pronto, se escuchó un gran crujido y el puente se vino abajo sobre el río enviando el agua en todas direcciones.

Ahora, los lanceros de fuego volvieron su atención hacia la ribera occidental, desprendiendo bloques que cayeron igualmente sobre las aguas, formando así una especie de represa ante la que se iba amontonando el agua.

A la mañana siguiente, el agua ya se precipitaba por un nuevo curso, en dirección ai valle, y sólo una débil corriente seguía fluyendo por lo que hasta entonces había sido el lecho original del río.

Cansados pero satisfechos, Hawkmoon y sus hombres se miraron sonrientes y montaron en sus caballos, volviendo grupas para regresar por la misma dirección por donde habían venido. Acababan de lanzar su primer golpe contra Granbretan. Y era un golpe muy efectivo.

Hawkmoon y sus soldados descansaron en las colinas durante unas pocas horas y después reanudaron la marcha hacia donde se hallaba el ejército del Imperio Oscuro.

Hawkmoon sonrió, a cubierto entre unos matorrales, sonrió al mirar hacia el valle y observar la escena de confusión que allí se desplegaba.

El río se había convertido ahora en un cenagal de barro oscuro y en medio de su cauce, como ballenas varadas en medio de una playa, estaban las barcazas de batalla de Granbretan, algunas con las proas elevadas y las popas hundidas en el barro del lecho del río, otras tumbadas de costado, con las máquinas de guerra desparramadas por cualquier parte, el ganado mugiendo de pánico y las provisiones estropeadas. Y en medio de toda aquella confusión, los soldados, chapoteando en el barro, intentaban transportar a tierra seca las cargas llenas de barro, liberar a los caballos de las cuerdas que los sujetaban, y rescatar a las ovejas, cerdos y vacas que se agitaban salvajemente entre el barro.

Hasta él llegaban los fuertes ruidos producidos por los animales y los gritos de los hombres. Las hileras ordenadas y uniformes que Hawkmoon había visto antes se habían roto ahora. En las orillas, los orgullosos caballeros se veían obligados a utilizar sus monturas como animales de carga para transportar los fardos más cerca de tierra firme.

Por todas partes se habían levantado campamentos, al darse cuenta Meliadus de la imposibilidad de continuar su avance hasta que no se hubiera recuperado toda la carga de las barcazas de transporte. Aunque se habían apostado guardias alrededor de los campamentos, todos ellos tenían puesta su atención en lo que sucedía en el río, y no en las colinas donde Hawkmoon y sus hombres esperaban pacientemente.

La tarde ya estaba muy avanzada, y como los ornitópteros no podían volar de noche, el barón Meliadus no se enteraría hasta el día siguiente de la razón exacta del repentino y sorprendente resecamiento del río. Entonces, según esperaba el propio Hawkmoon, enviaría río arriba a sus equipos de zapadores para tratar de reparar el daño; pero Hawkmoon estaría preparado para tal eventualidad.

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