—No me dirá mucho más ¿o si?
—Sabe bien que no puedo compartir información con usted, pero si deseara colaborar.
—Le he dicho lo poco que sé.
—¿Qué sabe usted del chico Francis Bonticue?
—Ya hemos hablado de él.
—Quizá algo que se le haya escapado. ¿Diría usted que es un chico fantasioso?
—Todos lo son.
—¿Lo creería capaz de robar el cuerpo de Jeremy para hacer una especie de broma?
—No. Por Dios santo, no creo que llegara a tanto, aunque su admiración por Jeremy rayaba en lo enfermizo.
—¿Qué tan enfermizo?
—Francis encontró en Jeremy a una especie de ídolo, como esos chicos que hacen de un cantante de rock un dios y son capaces de hacer al pie de la letra lo que dicen sus canciones.
—¿Cree usted que si Jeremy le dejó instrucciones de robar su cadáver, lo haría?
—Como le dije, eso sería demasiado, al final creo que no lo haría porque le ganaría el temor. Jeremy era quien le infundía ánimos, juntos pudieron haberlo hecho, pero este chico solo, no lo creo capaz. En todo caso será cuestión de que le pregunten, tampoco aguantará un interrogatorio a fondo.
—Ha desaparecido. Mi compañero fue a buscarlo para pedirle explicaciones y salió huyendo.
—No dudo que Johnson lo haya atemorizado.
—A mi me parece que tiene algo que ocultar.
—Y supone que ese algo es relacionado con Jeremy.
—Ya veremos. Ahora me voy a dormir y le sugiero que haga lo mismo.
—No me será tan fácil como a usted.
—Hablaremos por la mañana sobre su futuro.
Puerto Príncipe, Haití, 1971
Jean Renaud lucía incómodo, miraba a Kennedy con un reproche que el sacerdote no lograba descifrar, solo sabía que la relación que apenas si empezaba a darse con Amanda Strout parecía incomodar a aquel hombre, Kennedy incluso se preguntó si sería posible que aquel hombre estuviera confundiendo la relación y que viera en Amanda una posible amante o peor aún, que Jean de alguna manera se sintiera celoso de aquella mujer. No veía tendencias homosexuales en Jean, pero ya antes había vivido situaciones incómodas con compañeros del seminario, donde luego de pensar que se sentían atraídos por su don de gentes e inteligencia, se había dado cuenta que buscaban en él un compañero sentimental. Jean no era como aquellos muchachos confundidos, era un hombre casi de su edad y aunque no tenía pareja sentimental, en varias ocasiones lo había oído hablar de mujeres, incluso los mismos sacerdotes, Casas y Barragán habían sido explícitos en que Jean había sido amante de aquel súcubo en la isla de Cuba.
Tenía que hablar con él y aclarar muchas cosas, así que una vez Amanda se había marchado, caminó con paso seguro hacia Jean que no movió ni un músculo por acercarse al sacerdote.
—Jean —dijo con tono serio— es preciso que hablemos.
—Como usted mande, padre Kennedy.
—Sé que estás molesto conmigo, aunque no sé bien los motivos.
—Le he dicho de su relación con esta mujer y usted parece ignorar mis consejos.
—Esa no es razón para que te molestes conmigo, si fuera una obligación atenderlos, dejarían de ser consejos para pasar a ser órdenes y debes tener claro que no permitiré que me des órdenes.
—Sin embargo usted pasa fustigando a todos en la iglesia.
—Mas lo hago como parte de una prédica, no en forma directa para con los parroquianos.
—Usted está en serio peligro, padre y no hay tiempo que perder en ir por las ramas.
—Bien, entonces háblame de frente, sin ambages. ¿Qué es exactamente lo que te molesta de Amanda?
—Amanda Strout es una sirviente de Satanás.
—Supongo que tú mismo la habrás visto haciendo algo que te dé pie para pensar eso.
—Puede preguntar por ella en el pueblo o a la misma mama Candau.
—No me interesa saber que opinan de ella en el pueblo, son supersticiosos e influenciables, si no logro que alguien como tú abra su mente, mucho menos lo lograré con los pescadores y artesanos.
—Esa mujer tiene un pacto con el demonio.
—¿Por qué dices eso?
—Ha visto su belleza.
—¿No me dirás que todo lo bello es del demonio?
—¿Ve usted algún defecto en ella?
—Ninguno que me venga a la cabeza.
—No hay mujeres perfectas y sin embargo Amanda Strout lo es.
—Tampoco llegaría a tanto como decir que es perfecta, pero si es una mujer de mundo y muy atractiva, que sin duda resalta entre los nativos.
—¿Le ha preguntado usted por Duvalier?
—Dice no tener buena relación con él.
—No esperaría usted que le dijera que era su amante ¿o sí?
—De serlo, creo que lo habría notado, recuerde que soy psiquiatra.
—La ciencia no cuenta para esta mujer, es capaz de envolverlo en una mentira como si se tratara de una araña que envuelve a la mosca para devorarla luego.
—Y en este caso la mosca soy yo.
—Ella sabe que es usted un sacerdote y aun así no ha perdido el tiempo en tratar de seducirlo.
—Creo que exageras.
—¿Cree usted que fue casualidad que lo recogiera del camino?
—¿Cómo podría saber que reñiría contigo y que necesitaría de transporte?
—Ella es un súcubo y lo sabe todo.
—Fantasías.
—Realidades que usted no quiere ver porque esa mujer lo ha embriagado con sus encantos.
—No soy un muchacho impresionable, yo…
—Es usted más ingenuo de lo que cree y al venir a esta isla se ha expuesto a cosas que no conoce.
—El demonio es el mismo en todos sitios.
—Pero su forma de actuar no es igual, la belleza de esa mujer será de perdición para usted y no hablo solamente de su cuerpo, sino lo que es peor, será la perdición de su alma.
—¿Qué crees que buscaría Amanda Strout en mi?
—Su simiente.
—¿La de un sacerdote?
—La de un servidor de Cristo.
—No veo qué podría tener de especial.
—Es usted un hombre que ha sido consagrado a Dios y que ha bebido de su sangre y comido de su carne, su alma es un botín preciado para los demonios y su simiente mezclada con la del súcubo dará vida a seres espeluznantes.
—¿De qué demonios hablas?
—De eso precisamente, padre Kennedy, esa mujer quiere hacerlo el padre de sus engendros.
—¿Padre de engendros?
—Figuras con cuerpo de demonios y un alma mezcla de lo bueno y lo malo.
—Creo que estás alucinando.
—Hable usted con la mama, seguro que ella podrá decirle muchas cosas de Amanda Strout.
—Supongo que validará todo lo que me has dicho.
—Y podrá decirle mucho más, cosas de las que no me atrevo a hablar por temor…
—¿A que un súcubo regrese a tu vida?
Jean se echó para atrás como si intentara esquivar un golpe.
—¿Dónde ha escuchado eso?
—Sé de tu relación con la chica cubana.
—¿Se lo ha dicho Amanda?
—Por supuesto que no, ¿qué podría saber ella al respecto?
—Todo, Amanda Strout es Jazmín.
—¿La chica que murió en el exorcismo?
—Lilitu.
—Jean, creo que estás loco. Jazmín murió y es lamentable, pero créeme, es imposible volver de los muertos.
—Quizá su cuerpo no volvió, pero su alma sí, el alma de Lilitu habita en Amanda Strout.
—Tonterías. Si hablaras con esta mujer te darías cuenta de que no puedes estar más equivocado.
—No pienso hablar con un súcubo.
—Y entonces, ¿por qué no me hablaste de ella cuando íbamos a visitar a Baby Doc?
—Porque Haití necesita toda la ayuda que se le pueda dar y pensé que usted sería efectivo al hablar con Duvalier, pero al parecer le interesó más hablar con…
—Creo que estás demente.
—Usted no sabe lo que son las tentaciones de un súcubo.
—Quizá deberías decírmelo tú que ya estuviste con una.
—No lo tome usted a broma, ese demonio es poderoso, yo caí porque soy tan solo un hombre, pero esperaba que un hombre de Dios como usted…
—También lo eran Barragán y el otro cura, Rulfo.
—Ellos tenían sus propios demonios, esperaba que usted siendo un ser más puro.
—No me vengas con eso, soy un ser humano como tú y tengo mis problemas.
—No llegarán a ser tantos como los de Rulfo y Barragán, ellos eran amantes.
—¿No pensabas contarme de tu relación con esa chica, Jazmín?
—Por supuesto que no, es mi vida privada y eso pasó hace ya algún tiempo, en realidad era algo que pretendía esconder de todos, no era algo de lo que pudiera sentirme orgulloso. Además, muchos, incluidos esos dos hombres, Casas y Barragán, pensaron que fue mi culpa lo que pasó con mi hermana. No culparon a Aqueda, sino a mí, dijeron que el súcubo que habitó conmigo en la isla era la responsable de que la mala fortuna persiguiera a mi familia y que el que mi hermana y su pareja ardieran no se debió a que vivían en pecado como decía Aqueda, sino a mi debilidad.
—Cuéntame tu historia, Jean, estoy seguro de que confesarte te vendrá bien.
—Padre, creo que en este momento es usted quien más requiere de una confesión.
—No he hecho nada de lo que pueda arrepentirme.
—Pero está en camino de hacerlo y no se molesta en apartarse de ese camino.
—Vamos Jean, abre tu corazón.
—Padre, nada de lo que usted me diga me hará sentir mejor, he tratado estos años de ver a Aqueda como la responsable y estando ella con la Mano de los Muertos me deba la razón.
—Pero dentro de ti aun existe la duda de lo que te dijeron esos hombres.
—Es una duda que siempre fue conmigo.
—Es hora de que dejes ese peso.
—Bien, confiaré en usted si me promete que al contarle hará lo posible por entender la situación a la que se enfrenta con Amanda Strout.
—No te puedo prometer que miraré a Amanda como una rencarnación de Jazmín, pero seré tan abierto contigo como crea que lo estás siendo conmigo.
—Todo empezó hace unos años en Cuba —dijo luego de un momento de reflexión. —Jazmín era una mujer hermosa, quizá la más hermosa que haya visto en mi vida. No se trataba solo de su físico impresionante, es que esa mujer era la encarnación del deseo, bastaba una palabra suya para poner a sus pies a cualquier hombre. Fuimos muchos los que sucumbimos a sus encantos. Pero Jazmín no era una prostituta. Es más, nunca conocí tampoco a una mujer tan candorosa. Sé que cuesta creerlo pero aquella mujer hacía el amor con una delicadeza y esmero que era imposible sentir que se estaba haciendo algo incorrecto. La conocí en una actividad a la que asistí por invitación de Raúl Castro, en ese entonces yo sentía una gran admiración por lo que estos hombres habían realizado. En la fiesta estaban muchos de los revolucionarios que habían luchado por liberar a Cuba del dominio de Fulgencio Batista. La reunión era con motivo de la llegada del año nuevo y el aniversario de la caída del dictador, como le dije, estaban todos: los hermanos Fidel y Raúl Castro y Dorticós Torrado por supuesto, también estaban allí los sacerdotes Barragán y Rulfo.
—¿Estaban con los revolucionarios?
—Por supuesto, en la lucha armada habían varios curas, se vivían los primeros años de la nueva república y muchos sectores estaban invitados a participar.
—¿Estaba Camilo Cienfuegos con ellos?
—No. Camilo había muerto en octubre del primer año de la revolución y todo esto que le cuento sucedió varios años después. Tampoco recuerdo que estuviera Ernesto Guevara, es posible que ya se hubiese distanciado de la revolución. Recuerdo que ese mismo año que iniciaba el médico fue asesinado en Bolivia.
—En el sesenta y siete.
—Así es, hace cuatro años de eso, aunque parecen muchos más. Como le decía, en la fiesta estaba Jazmín, era imposible no verla, la mujer desbordaba sensualidad, era quizá una especie de Marilyn Monroe, con ese carisma y esa ingenuidad que atraía, pero era por mucho una mujer más sugestiva.
—¿Más que Monroe?
—Jazmín no se debía a las candilejas ni tenía esa condición mediática que tenía la americana, pero aun así, en todo Cuba se hablaba de ella e incluso en los disidentes cubanos que se hallaban en Miami, solían nombrarla como la mujer que hablaba a los oídos de los revolucionarios.
—Nunca había escuchado de ella.
—Así funcionan los súcubos, no los ves venir. Sería demasiado obvio que fueran jefes de estado o estrellas de cine. Su poder estriba en ser tan atrayentes y a la vez tan insignificantes. Algo parecido pasa con Strout al lado del poder como para hablar a su oído pero no tanto como para hacerse obvia.
Jazmín vestía un traje color esmeralda, con una abertura en los muslos que llegaba mucho más arriba de lo conveniente, su espalda estaba totalmente descubierta y puedo asegurarle que era una espalda perfecta. No era como el resto de las cubanas, morena y salerosa, era más bien una mujer europea, alta, delgada y de formas extraordinariamente proporcionadas. Su hablar era cadencioso. Eso lo averigüé esa misma noche. Luego de seguirla con la vista por toda la velada, cosa que supongo que también harían todos los demás, incluidos los sacerdotes, salí un momento a fumar un cigarrillo. Estaba en el balcón y la brisa marina me apagó el único cerillo que llevaba conmigo, cuando iba a empezar a maldecir, una mano acercó lumbre a mi cigarrillo y fue entonces cuando descubrí su sonrisa. Ahora me da miedo recordarla, pero en aquel entonces cai fascinado. Yo no era nadie, era tan solo uno más de aquellos hombres que estaban haciendo historia y sin embargo, ella pareció interesarse en mí. Hablamos de todo, pero pareció estar muy interesada en la forma de vivir en Haití y en Papa Doc. Me preguntó sobre la santería y el candomblé y sin embargo con cada pregunta que me hacía, yo adivinaba que ella sabía más que yo al respecto. Rápidamente se fueron las horas y cuando miré alrededor, solo quedaban unos cuantos hombres reunidos rememorando a Camilo Cienfuegos, la conversación estaba algo caldeada así que preferí no despedirme y le sugerí a Jazmín retirarse sin hacerlo. Me miró con mucha picardía y me dijo que no tenía donde pasar la noche, que su casa era un desastre a causa de un tornado que acababa de pasar por la isla y que esperaba poder quedarse a dormir en casa de uno de sus amigos pero que al parecer todos se habían marchado ya. Me sorprendí, porque no es normal que una mujer como aquella se quedara sin un séquito de admiradores a su alrededor y mucho menos que el simple Jean Renaud hubiese capturado la atención de aquella mujer. No se cómo me atreví a sugerirle ir conmigo a mi casa. Yo vivía solo y eso sería suficiente para que todos murmuraran y eso en Cuba podía resultar desastroso, más tratándose de una mujer en la que uno de los Castro tenía interés. El caso es que no medí en consecuencias y esa noche la pasé con ella.