El caballero del rubí (37 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El caballero del rubí
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Entonces el encapuchado volvió grupas y se alejó de la amenazadora proximidad de Sparhawk.

Tercera parte

La cueva del Troll

Capítulo 18

—¿De veras era Azash? —preguntó asombrado Kalten.

—Era su voz —repuso Sephrenia.

—¿Habla realmente así? ¿Con silbidos?

—No totalmente. La boca del Buscador tergiversa el sonido.

—Infiero que ya habíais tenido algún encuentro con él —señaló Tynian, moviendo los espaldares de su pesada armadura.

—En una ocasión —respondió concisamente la estiria—, hace mucho tiempo. —Sparhawk tuvo la impresión de que no quería hablar de ello—. Ya podemos volver al montículo —añadió—. Tomemos lo que hemos venido a buscar y partamos antes de que el Buscador regrese con nuevos refuerzos.

Desandaron camino bajo un sol que ya calentaba el aire, pero Sparhawk sentía frío pese a ello. El encuentro con el dios mayor, aun con la interposición de un representante, le había helado la sangre e incluso parecía haber amortiguado el brillo del sol.

Al llegar al túmulo, Tynian tomó la cuerda y ascendió a la cabeza su empinada pendiente. Una vez más representó el mismo extraño diseño en el suelo.

—¿Estáis seguro de que no despertaréis a uno de los criados por equivocación? —le preguntó Kalten.

Tynian sacudió la cabeza.

—Lo llamaré por su nombre. —Dio inicio al encantamiento y lo concluyó juntando bruscamente las manos.

En un principio no hubo respuesta alguna, pero a los pocos minutos el rey fallecido siglos antes comenzó a brotar del túmulo. Su arcaica cota de mallas presentaba numerosas hendiduras de espada y hacha, el escudo aparecía abollado y su antigua espada estaba mellada. Era muy alto, pero no llevaba corona.

—¿Quién sois? —preguntó con voz cavernosa al espectro. —Soy Tynian, majestad, un caballero alcione de Deira. El rey Sarak le asestó una severa mirada con sus hundidos ojos.

—Esto es impropio de vos, sir Tynian. Devolvedme de inmediato al lugar donde duermo o de lo contrario excitaréis mi ira.

—Os ruego que me perdonéis, majestad —se disculpó Tynian—. No habríamos turbado vuestro reposo de no mediar un asunto de extrema urgencia.

—Nada es tan urgente que preocupe a los muertos.

Sparhawk se adelantó unos pasos.

—Mi nombre es Sparhawk, alteza —se presentó.

—Un pandion, a juzgar por vuestra armadura.

—Así es, majestad. La reina de Elenia está gravemente enferma y sólo Bhelliom es capaz de restablecer su salud. Hemos venido a solicitaros permiso para utilizar esa joya para curarla. La devolveremos a vuestra sepultura en cuanto hayamos concluido nuestra tarea.

—Devolvedla o quedáosla, sir Sparhawk —respondió con indiferencia el fantasma—. Sin embargo, no es en mi tumba donde la hallaréis.

Sparhawk sintió como si le hubieran propinado un violento golpe en el estómago.

—Esa reina de Elenia, ¿qué dolencia tan grave tiene que sólo Bhelliom pueda sanarla? —Había un leve asomo de curiosidad en la voz del espectro.

—Fue envenenada, majestad, por aquellos que querían arrebatarle el trono.

El semblante de Sarak, completamente imperturbable hasta entonces, expresó una súbita indignación.

—Una auténtica felonía, sir Sparhawk —dijo con voz áspera—. ¿Conocéis a quienes la perpetraron?

—En efecto.

—¿Y les habéis dado castigo?

—Todavía no, majestad.

—¿Aún tienen la cabeza sobre los hombros? ¿Acaso los pandion han perdido carácter con el paso de los siglos?

—Pensamos que sería mejor devolver la salud a la reina, majestad, para que así tuviera ella el placer de pronunciar su sentencia.

Sarak pareció rumiar tal posibilidad.

—Es justo que así sea —sentenció al fin—. Muy bien, sir Sparhawk, os ayudaré. No desesperéis porque Bhelliom no se halle en el lugar donde yazgo, ya que yo os encaminaré al sitio donde reposa escondido. Cuando perecía en este campo, mi pariente, el conde de Heid, tomó mi corona y huyó para impedir que cayera en manos de mis enemigos. Gravemente herido, padeció un implacable acoso. Llegó a las orillas de este lago y allí murió, y me ha jurado en la morada de los muertos que con su último hálito arrojó la corona en las cenagosas aguas y que nuestros enemigos no la encontraron. Buscadla allí por lo tanto, en ese lago, pues sin duda es allí donde todavía se encuentra el Bhelliom.

—Gracias, majestad —replicó Sparhawk con profunda gratitud.

—Soy Ulath de Thalesia —declaró el corpulento genidio— y tengo un lejano parentesco con vos, mi rey. Es impropio que vuestra definitiva sepultura se halle en suelo extranjero. Si Dios me concede la fuerza para llevarlo a cabo, juro ante vos que con vuestro consentimiento llevaré vuestros huesos a nuestra patria para que reposen en el sepulcro real de Emsat.

Sarak observó al genidio de rubias trenzas con aire aprobador.

—Que así sea, pariente mío, pues en verdad mi sueño ha sido inquieto en este rudo lugar.

—Dormid aquí sólo por un tiempo más, mi rey, porque tan pronto haya concluido nuestra misión, regresaré para llevaros a casa. —Había lágrimas en los azules ojos de Ulath—. Dejad que repose, Tynian —indicó—. Su último viaje será largo.

Tynian dejó que el rey Sarak volviera a hundirse en la tierra.

—Decidido pues —afirmó ansiosamente Kalten—. Cabalguemos hacia el lago para nadar un rato.

—Es más fácil que cavar —aseguró Kurik—. Sólo habremos de preocuparnos por el Buscador y ese troll. Sir Ulath —inquirió, frunciendo el entrecejo—, si Ghwerig sabe exactamente dónde está Bhelliom, ¿por qué no lo ha recuperado en todos estos años?

—Según tengo entendido, Ghwerig no puede nadar —respondió Ulath—. Tiene el cuerpo demasiado deformado. Es probable que debamos pelear con él, no obstante. Nos atacará tan pronto como saquemos el Bhelliom.

Sparhawk dirigió la mirada a poniente, donde la luz del recién nacido sol resplandecía en las aguas del lago. La alta hierba que crecía cerca del montículo se agitaba al compás de la brisa matinal en verdes oleadas que morían en las proximidades del lago con las grisáceas juncias y plantas acuáticas que cubrían las turberas.

—Ya nos preocuparemos de Ghwerig cuando lo veamos —dijo.

Bajaron por la herbosa pendiente del montículo y montaron a caballo.

—Bhelliom no puede estar lejos de la orilla —opinó Ulath mientras cabalgaban hacia el lago—. Las coronas son de oro y ése es un material pesado. Un moribundo no podría lanzarla a mucha distancia. He buscado objetos sumergidos con anterioridad —agregó, rascándose la barbilla—. Hay que obrar metódicamente. De poco sirve andar de un lado a otro sin más.

—Cuando estemos allí, enseñadnos la manera de hacerlo —respondió Sparhawk.

—De acuerdo. Cabalguemos en dirección oeste hasta la ribera. Si el conde Heid estaba agonizando, ha de haber caminado en línea recta sin desviarse.

Siguieron cabalgando. El júbilo de Sparhawk se veía ensombrecido por cierta ansiedad. No había modo de saber cuánto tardaría el Buscador en regresar con una horda de hombres de mentes embotadas, y era consciente de que ellos no podrían explorar las profundidades del lago, con la armadura puesta, lo cual los dejaría indefensos. A ello había que añadir el hecho de que, tan pronto como el espíritu de Azash los divisara en las aguas, sabría sin lugar a dudas qué estaban haciendo, y lo mismo ocurriría con Ghwerig.

La ligera brisa continuaba soplando, impulsando las blancas nubes que surcaban el azul del cielo con majestuoso movimiento.

—Hay un bosque de cedros allá —anunció Kurik, señalando una mancha verde situada a unos trescientos metros—. Habremos de construir una balsa. Venid, Berit. Comenzaremos a talar troncos. —Condujo la reata de caballos de carga hacia la arboleda seguido del novicio.

Sparhawk y sus amigos llegaron al lago a media mañana y permanecieron parados unos instantes, contemplando el agua que rizaba la brisa.

—Esto va a dificultar mucho la búsqueda de algo en el fondo —observó Kalten, apuntando en dirección a las fangosas profundidades veladas por los sedimentos de turba.

—¿Algún atisbo del punto en que debió de llegar a la orilla el conde Heid? —preguntó Sparhawk a Ulath.

—La crónica del conde Ghasek contaba que después llegaron unos caballeros alciones y lo enterraron —repuso el genidio—. Dado que tenían poco tiempo, es probable que apenas trasladaran sus despojos del lugar donde falleció. Veamos si encontramos una sepultura.

—¿Después de quinientos años? —dijo con escepticismo Kalten—. Ya no quedarán marcas, Ulath.

—Me parece que os equivocáis, Kalten —disintió Tynian—. Los deiranos ponen un montón de piedras cuando entierran a alguien. Es posible que la tierra se allane sobre una tumba, pero las piedras son más duraderas.

—De acuerdo —concedió Sparhawk—, diseminémonos en busca de una señal.

Fue Talen quien halló la sepultura, un aplanado túmulo de piedras pardas medio cubiertas por el limo que habían acumulado siglos de marea alta. Tynian marcó su emplazamiento clavando en el fondo la lanza rematada con su estandarte.

—¿Nos ponemos manos a la obra? —propuso Kalten.

—Esperemos a Kurik y Berit —respondió Sparhawk—. El fondo del lago es demasiado cenagoso para vadearlo. Necesitaremos la balsa.

Media hora más tarde el escudero y el novicio llegaron con los animales de carga tirando de una docena de troncos de cedro.

Poco después de mediodía terminaron de unir los troncos con cuerdas. Los caballeros se habían despojado de sus armaduras y trabajaban en taparrabos, sudando bajo el caluroso sol.

—Os estáis quemando mucho —señaló Kalten al genidio de pálida piel.

—Siempre me ocurre lo mismo —repuso Ulath—. Los thalesianos no conseguimos broncearnos fácilmente. —Se enderezó tras acabar de atar el último nudo de la cuerda que unía el extremo de la balsa—. Bien, botémosla a ver si flota.

Impulsaron la rudimentaria embarcación por la fangosa playa hasta el agua.

—No me gustaría viajar por mar con este artefacto —confesó Ulath, mirando con ojo crítico la balsa—, pero bastará para cumplir el cometido actual. Berit, id a ese bosquecillo de sauces y cortad un par de troncos jóvenes.

El novicio regresó al cabo de unos minutos con un par de largas y enhiestas varas.

Ulath se encaminó a la tumba y tomó dos piedras algo más grandes que su puño. Las sopesó un par de veces, una en cada mano, y luego lanzó una a Sparhawk.

—¿Qué os parece? —preguntó—. ¿Tendrán el peso aproximado de una corona de oro?

—¿Cómo voy a saberlo? —replicó Sparhawk—. Nunca he llevado una corona.

—Imaginadlo, Sparhawk. El día está próximo a su ocaso y pronto harán aparición los mosquitos.

—De acuerdo. Probablemente éste es el peso de una corona, con una margen de error de unos cientos de gramos.

—Eso es lo que pensaba. Bien, Berit, coged las varas y adentraos en el lago con la balsa. Vamos a marcar el área que queremos explorar.

Berit pareció algo desconcertado, pero hizo lo que le indicaban.

—Ya estáis bastante alejado, Berit —avisó Ulath al novicio y, alzando una de las piedras, la arrojó hacia la inestable embarcación—. ¡Marcad ese punto! —gritó.

Berit se enjugó las salpicaduras de agua que había levantado la piedra al caer.

—Sí, sir Ulath —asintió, dirigiendo la balsa hacia los círculos concéntricos que se agitaban en la superficie.

Después hundió uno de los troncos de sauce en el cenagoso fondo.

—Ahora moveos hacia la izquierda —indicó Ulath—. Tiraré la piedra más lejos.

—¿A vuestra izquierda o a la mía, sir Ulath? —inquirió Berit.

—Como os plazca. Lo único que quiero es no daros en la cabeza. —Ulath hacía saltar la piedra de una mano a otra, observando con ojos entornados las pardas aguas del lago.

Cuando Berit hubo apartado la balsa, Ulath arrojó la piedra con un tremendo impulso.

—¡Dios! —exclamó Kalten—. Ningún moribundo podría lanzar algo a esa distancia.

—Eso era lo que me proponía —explicó con humildad Ulath—. Ése es el límite definitivo del área donde buscaremos. ¡Berit! —tronó—, señalad ese punto y luego sumergíos. He de saber qué profundidad tiene y con qué tipo de fondo deberemos trabajar.

Berit titubeó después de marcar el lugar donde se había hundido la segunda piedra.

—¿Querréis pedirle a lady Sephrenia que se gire de espaldas? —solicitó con tono lastimero y un súbito rubor en el rostro.

—Si alguien osa reírse, pasará el resto de sus días convertido en sapo —amenazó Sephrenia, volviéndose resueltamente al tiempo que hacía girarse también a la curiosa Flauta.

Berit se desnudó y se zambulló como una nutria para volver a la superficie al cabo de un minuto. Sparhawk cayó entonces en la cuenta de que todos habían contenido el aliento mientras el ágil novicio había permanecido sumergido. Berit exhaló el aire ruidosamente.

—Tiene unos dos metros y medio de profundidad, sir Ulath —informó, agarrándose al borde de la balsa—, pero el fondo tiene fango… de un grosor de unos sesenta centímetros como mínimo… y mucha suciedad. El agua está tan marrón que casi no se ve nada.

—Era lo que me temía —murmuró Ulath.

—¿Cómo está el agua? —preguntó Kalten.

—Muy fría. —A Berit le castañeteaban los dientes.

—También me lo temía —comentó sombríamente Kalten.

—Bien, caballeros —decidió Ulath—, es hora de remojarse.

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