Elhana, reina de Elenia, tras ser envenenada, conserva la vida gracias a un hechizo que la mantiene petrificada en un bloque de cristal. El conjuro duraría mientras vivieran los diez caballeros que habían intervenido en el mismo, pero, desde su realización, cada mes muere uno de ellos.
Sparhawk, paladín de Elhana busca desesperadamente el remedio para su reina, que se halla en el Bhelliom, una joya maravillosa que iba engastada en la corona del rey Sarak de Thalesia que murió en una batalla quinientos años antes. Pero cuando Sparhawk y sus amigos invocan al fantasma del rey, éste aparece sin corona y les dice que no es en su tumba donde la encontrarán.
David Eddings
El caballero del rubí
Elenium II
ePUB v2.1
Dyvim Slorm01.01.12
Título original:
The Ruby Knight
David Eddings, 1990
Traducción: Mª Dolors Gallart
Ilustraciones: Geoff Taylor
Diseño/retoque portada: Orkelyon
Editor original: Dyvim Slorm (v1.0 a v2.1)
ePub base v2.0
Para el joven Mike «Ponlo en el coche»,
y para Peggy «¿Qué fue de mis globos?»
Una historia de la casa de Sparhawk
extraída de las Crónicas de la hermandad pandion.
Fue en el siglo veinticinco cuando las hordas de Otha de Zemoch invadieron los reinos elenios de Eosia Occidental y arrasaron a sangre y fuego cuanto hallaron a su paso en su avance hacia poniente. Otha parecía invencible hasta que su ejército se enfrentó en el grande y humeante campo de batalla del lago Randera con las fuerzas aliadas de los reinos occidentales y las tropas conjuntas de los caballeros de la Iglesia. Se dice que en aquella batalla librada en el centro de Lamorkand se luchó sin tregua durante varias semanas hasta que los zemoquianos invasores fueron finalmente reducidos y emprendieron la huida hacia sus propias fronteras.
La victoria de los elenios fue en verdad completa, pero una buena mitad de los caballeros de la Iglesia yacían muertos en el campo de batalla y los ejércitos de los reinos elenios contaban sus bajas por millares. Cuando los victoriosos pero extenuados supervivientes regresaron a sus hogares, hubieron de hacer frente a un enemigo aún más feroz: el hambre, una de las comunes secuelas de la guerra.
El hambre persistió en Eosia a lo largo de generaciones, amenazando en ocasiones con despoblar el continente. Inevitablemente, la organización social comenzó a desmoronarse, y el caos político se enseñoreó de los reinos elenios. Los pícaros barones únicamente cumplían de palabra los juramentos de fidelidad prestados a sus soberanos. Las discusiones privadas acarreaban a menudo guerras particulares y el bandolerismo era un fenómeno presente por doquier. Dichas condiciones perduraron hasta la primera década del siglo veintisiete.
Fue por aquella época de desorden cuando apareció en las puertas de nuestro castillo principal de Demos un acólito, y expresó su ferviente deseo de ser miembro de nuestra orden. Una vez iniciado su entrenamiento, nuestro preceptor no tardó en advertir que aquel joven postulante, de nombre Sparhawk, no era un hombre ordinario. En poco tiempo superó a sus compañeros novicios, e incluso a avezados pandion, en el campo de prácticas. No eran meramente las proezas físicas, no obstante, lo que lo distinguían, pues sus dones intelectuales eran asimismo prominentes. Su aptitud para los secretos estirios hacía las delicias de su tutor en dichas artes y el anciano instructor estirio guiaba a su alumno en áreas de la magia mucho más avanzadas que aquellas que solía enseñar a los caballeros pandion. El patriarca de Demos no estaba menos entusiasmado con la inteligencia de su novicio, y, llegado el tiempo en que sir Sparhawk dio muestra de sus dotes, ya se desenvolvía hábilmente en las complejidades de la filosofía y la discusión teológica.
Por la época en que sir Sparhawk fue armado caballero, el joven rey Antor ascendió al trono de Elenia en Cimmura, y las vidas de ambos jóvenes pronto quedaron poderosamente entrelazadas. El rey Antor era un muchacho impulsivo, casi temerario, y un resurgimiento del bandidaje en los límites norteños de su reino incitó su ira hasta tal extremo que, olvidando toda precaución, montó una expedición punitiva dirigida a esa parte del país con unas fuerzas lamentablemente inadecuadas. Cuando se tuvo noticia de ello en Demos, el preceptor de los caballeros pandion mandó una columna que debía acudir sin dilación al norte para sostener al rey, y entre los caballeros que la componían se encontraba sir Sparhawk.
El rey Antor se halló pronto en un atolladero. Si bien nadie podía poner en duda su bravura personal, su falta de experiencia lo conducía a menudo a cometer serios errores de táctica y estrategia. Dado que no era consciente de las alianzas entre los diversos barones bandidos de las marcas norteñas, con frecuencia arremetía contra uno de ellos sin tomar en consideración el hecho, harto probable, de que otro acudiera en ayuda de su aliado. De esa manera, la ya gravemente mermada hueste del rey Antor iba siendo sistemáticamente diezmada mediante ataques por sorpresa dirigidos a la retaguardia de su ejército. Los barones del norte lo desbordaban con gran júbilo una y otra vez mientras él arremetía ciegamente al frente, propiciando la constante reducción de sus reservas.
Y así estaban las cosas cuando Sparhawk y los otros caballeros pandion llegaron a la zona de guerra. Los ejércitos que tanto habían acosado al joven monarca se componían de gente inexperta, chusma reclutada entre las bandas de ladrones. Los barones que los capitaneaban se retiraron para considerar la situación. Aun cuando sus fuerzas superaran de manera aplastante en número a las del enemigo, la reputada pericia de los pandion en el campo de batalla era algo a tener en cuenta. Algunos de ellos, animados por el buen éxito de sus anteriores hostigamientos, urgieron a sus aliados a atacar, pero los más ancianos y juiciosos aconsejaban cautela. Parece relativamente cierto que un buen número de barones, jóvenes y viejos por igual, veían abrirse ante ellos la posibilidad de ascender al trono de Elenia. Si el rey Antor cayera en la batalla, reflexionaban, su corona podría fácilmente pasar a manos de cualquier hombre lo bastante fuerte como para arrebatársela a sus compañeros.
Los primeros ataques de los barones a las fuerzas de los pandion combinadas con las tropas del rey Antor fueron acciones de tanteo, encaminadas a probar la fortaleza y el arrojo de los caballeros de la Iglesia y sus aliados. Cuando resultó evidente que la respuesta era en gran parte defensiva, dichos asaltos fueron cada vez más audaces, y al fin se libró una batalla campal a poca distancia de la frontera con Kelosia. Tan pronto como tuvieron constancia de que los barones estaban comprometiendo todas sus huestes en la lucha, los pandion reaccionaron con su habitual ferocidad. La postura defensiva que habían adoptado durante los primeros ataques había sido una argucia destinada a atraer a los barones a un enfrentamiento decisivo.
La encarnizada batalla se prolongó durante la casi totalidad de un día de primavera. A última hora de la tarde, cuando el reluciente sol bañaba el campo, el rey Antor quedó separado de las tropas de su guardia real. Hallándose sin caballo y acorralado, decidió vender cara su vida. Fue entonces cuando sir Sparhawk salió a la palestra. Se abrió paso con prontitud hasta llegar al lado del monarca y, a la usanza tan antigua como la propia historia de la guerra, ambos pelearon con las espaldas pegadas, conteniendo a sus enemigos. La combinación del obstinado arrojo de Antor y la habilidad de Sparhawk bastó para mantener a raya a sus contrincantes hasta que, infortunadamente, la espada de Sparhawk se partió. Con gritos triunfales, los hombres que los rodeaban se precipitaron para darles el golpe de gracia, y con ello cometieron un fatal error.
Aferrando una corta espada de ancho hierro de una de las víctimas, Sparhawk diezmó las filas de las tropas atacantes. La culminación de la contienda tuvo lugar cuando el barón de cara atezada que había dirigido la acometida se precipitó para dar muerte al ya malherido Antor y pereció en el intento, con la lanza de Sparhawk clavada en las entrañas. La caída del barón desmoralizó a sus hombres, los cuales se retiraron y emprendieron la huida.
Las heridas de Antor eran graves, y las de Sparhawk apenas menos preocupantes. Exhaustos, ambos se dejaron caer al suelo mientras el crepúsculo se instalaba sobre el campo. Es imposible reconstruir la conversación que mantuvieron en aquel sangriento escenario durante las primeras horas de la noche, dado que en los años posteriores ninguno quiso revelar lo sucedido entre ellos. Lo que se sabe, sin embargo, es que en algún momento de la charla intercambiaron armas. Antor dio la espada real de Elenia a sir Sparhawk y tomó a cambio la espada de guerra con la que éste le había salvado la vida. Hasta el fin de sus días, el rey consideraría aquella tosca arma como un preciado objeto.
Era casi medianoche cuando los dos jóvenes heridos vieron una antorcha que se aproximaba entre la oscuridad y, no sabiendo si el que la llevaba era amigo o enemigo, se levantaron trabajosamente y se dispusieron a defenderse. Mas la persona que se acercaba no era un elenio, sino una mujer estiria vestida con túnica y capucha blancas. En silencio, cuidó sus heridas y luego les habló brevemente con voz cantarina y les entregó un par de anillos que pasaron a simbolizar su duradera amistad. La tradición afirma que las ovaladas piedras engastadas en las sortijas eran pálidas como el diamante cuando ambos las recibieron, pero que su sangre entremezclada las tiñó de forma permanente, confiriéndoles hasta hoy en día el aspecto de rubíes de un rojo intenso. Una vez hecho esto, la misteriosa mujer estiria se volvió sin añadir palabra alguna y se adentró en la noche, con su túnica blanca resplandeciendo bajo la luna.
Cuando la brumosa aurora iluminó el campo, la guardia real de Antor y varios de los compañeros pandion de Sparhawk los encontraron por fin y los transportaron en literas a este nuestro castillo principal de Demos. Sus heridas tardaron meses en sanar y, llegado el momento en que se hallaron en condición de viajar, eran ya fieles amigos. Se trasladaron en pequeñas etapas a la capital del reino, Cimmura, y allí el monarca efectuó una asombrosa declaración. Anunció que en adelante el pandion Sparhawk sería su paladín y que, mientras las dos familias tuvieran sucesión, los descendientes de Sparhawk servirían a los dirigentes de Elenia en dicho cargo.