—¿Destruirla? —estalló Ulath—. Sephrenia, ¡es el objeto más preciado del mundo!
—Y el más peligroso asimismo. Si Azash llega a poseerlo, el mundo estará perdido, y toda la humanidad quedará sumida en la más repugnante esclavitud imaginable. Debo insistir en esto, caballeros. De lo contrario, haré cuanto esté en mi poder para impedir que halléis esa maldita piedra.
—No veo que tengamos posibilidad de elección —señaló gravemente Ulath a los demás—. Sin su ayuda, son escasas las expectativas de desenterrar a Bhelliom.
—Oh, alguien la encontrará de todos modos —le aseguró con firmeza Sparhawk—. Una de las cosas que me ha comunicado Aldreas es que ha llegado el tiempo en que Bhelliom vuelva a ver la luz del día, y que ninguna fuerza presente en la tierra será capaz de evitarlo. Lo único que me preocupa es si será uno de nosotros quien la localice o algún zemoquiano, el cual la llevaría a Otha.
—O si se levantará de la tierra por sus propios medios —agregó con malhumor Tynian—. ¿Podría hacer eso, Sephrenia?
—Probablemente, sí.
—¿Cómo has salido del castillo sin que te vieran los espías del primado? —preguntó con curiosidad Kalten a Sparhawk.
—He arrojado una cuerda por la pared posterior y he bajado por ella.
—¿Y qué me dices de la entrada y salida de la ciudad cuando todas las puertas estaban ya cerradas?
—Por pura suerte, la puerta aún estaba abierta cuando me dirigía a la catedral. He utilizado otro camino para salir.
—¿El desván del que os hablé? —aventuró Talen.
Sparhawk asintió.
—¿Cuánto os ha cobrado?
—Media corona de plata.
—Y luego me llaman ladrón a mí —se indignó Talen—. Os ha estafado, Sparhawk.
—Necesitaba salir de la ciudad —arguyó éste, encogiéndose de hombros.
—Se lo contaré a Platime —anunció el chiquillo—. Él recobrará vuestro dinero. ¿Media corona? Es escandaloso. —El muchacho echaba chispas.
—Sephrenia —recordó de pronto Sparhawk—, cuando venía de camino hacia aquí, algo me observaba entre la niebla. No creo que fuera un ser humano.
—¿El damork?
—No estoy seguro, pero no producía la misma sensación. El damork no es la única criatura sometida a Azash, ¿no es cierto?
—No. El damork es la más poderosa, pero es estúpida. Las otras criaturas no disponen de su poder, pero son más inteligentes. En muchos sentidos, pueden resultar más peligrosas.
—Bien, Sephrenia —intervino entonces Vanion—. Me parece que será mejor que me entreguéis la espada de Tanis ahora.
—Querido… —comenzó a protestar con expresión angustiada.
—Ya hemos sostenido la misma discusión esta noche —observó—. No es preciso reproducirla.
La mujer suspiró. Después los dos empezaron a cantar al unísono en la lengua estiria. El semblante de Vanion se tornó más apagado al final, cuando Sephrenia le tendió la espada y sus manos se tocaron.
—Bien —dijo Sparhawk a Ulath cuando la transferencia quedó completada—. ¿Por dónde empezamos? ¿Dónde estaba el rey Sarak cuando perdió su corona?
—Nadie lo sabe a ciencia cierta —respondió el corpulento caballero genidio—. Abandonó Emsat cuando Otha invadió Lamorkand. Se fue con algunos criados y dejó órdenes para que el resto de su ejército lo siguiera al campo de batalla del lago Randera.
—¿Informó alguien de haberlo visto allí? —preguntó Kalten.
—No que yo sepa. El ejército thalesiano resultó seriamente diezmado, sin embargo. Cabe la posibilidad de que Sarak llegara allí antes del inicio de la batalla y de que ninguno de los supervivientes llegara a verlo.
—Supongo que, en ese caso, ése es el lugar por donde debemos comenzar —dedujo Sparhawk.
—Sparhawk —objetó Ulath—, ese campo de batalla es inmenso. Todos los caballeros de la Iglesia podrían dedicar el resto de sus días a cavar allí y aun así no encontrar la corona.
—Existe una alternativa —anunció Tynian, rascándose la barbilla.
—¿Y cuál es, amigo Tynian? —le preguntó Bevier.
—Tengo cierta habilidad para la nigromancia —repuso Tynian—. No es que me agrade, pero sé cómo usarla. Si logramos averiguar dónde están enterrados los thalesianos, puedo preguntarles si alguno de ellos vio al rey Sarak en el campo y si saben dónde está sepultado. Es extenuante, pero la causa bien vale el esfuerzo.
—Yo puedo ayudaros —le dijo Sephrenia—. No practico la nigromancia, pero conozco los hechizos apropiados.
—Será mejor que vaya a recoger las cosas que necesitaremos —anunció Kurik, poniéndose en pie—. Venid, Berit. Tú también, Talen.
—Seremos diez —le comunicó Sephrenia.
—¿Diez?
—Nos llevaremos a Talen y a Flauta.
—¿Es ello realmente necesario?
—Sí, lo es. Iremos en pos de la ayuda de algunos de los dioses menores de Estiria, y a ellos les agrada la simetría. Éramos diez cuando iniciamos esta búsqueda, de manera que deberemos continuar siendo las mismas diez personas durante todo el camino. Los cambios súbitos molestan a los dioses menores.
—Como vos digáis —repuso Kurik con un encogimiento de hombros.
Vanion se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro.
—Será preferible emprender ya el viaje —opinó—. Tal vez sea más seguro abandonar el castillo antes del alba, mientras perdure la niebla. No debemos facilitar la tarea de quienes espían esta casa.
—Estoy totalmente de acuerdo —convino Kalten—. Preferiría no tener que correr delante de los soldados de Annias hasta el lago Randera.
—Convenido pues —aceptó Sparhawk—. Manos a la obra. El tiempo es ciertamente apremiante con nosotros.
—Quedaos un momento, Sparhawk —indicó Vanion cuando todos se disponían a salir.
Sparhawk aguardó a que se hubieran retirado los otros y luego cerró la puerta.
—He recibido un comunicado del conde de Lenda esta tarde —anunció el preceptor a su amigo.
—¡Oh!
—Me ha pedido que os tranquilizase. Annias y Lycheas no van a emprender nuevas acciones contra la reina. Por lo visto el fracaso de su ardid en Arcium puso a Annias en una posición embarazosa y ahora no va a correr el riesgo de volver a quedar en ridículo.
—Es un alivio oírlo.
—Lenda ha añadido algo que no acabo de comprender, no obstante. Me ha encargado de informaros de que las velas siguen encendidas. ¿Tenéis idea de a qué se refería?
—¡El bueno del viejo Lenda! —exclamó afectuosamente Sparhawk—. Le pedí que no dejara a Ehlana sentada en la sala del trono a oscuras.
—No creo que eso suponga alguna diferencia para ella, Sparhawk.
—Para mí, sí —replicó Sparhawk.
La niebla era aún más espesa cuando se reunieron en el patio un cuarto de hora más tarde. Los novicios se afanaban en los establos ensillando los caballos.
Vanion salió por la puerta principal, con su túnica estiria resplandeciente en la oscuridad sumida en niebla.
—Voy a enviar veinte caballeros con vosotros —informó en voz baja a Sparhawk—. Tal vez os sigan, en cuyo caso os ofrecerán cierta protección.
—Hemos de obrar con celeridad, Vanion —objetó Sparhawk—. Si llevamos a otros en nuestra compañía, habremos de avanzar al paso del más lento de los caballos.
—Lo sé, Sparhawk —replicó pacientemente Vanion—, pero no deberéis permanecer con ellos por mucho tiempo. Esperad hasta hallaros en campo abierto a la salida del sol. Cercioraos de que nadie os pisa los talones y entonces escabullíos de la columna. Los caballeros cabalgarán hasta Demos. Si alguien os sigue, no advertirán que ya no os halláis entre ellos.
—Ahora sé cómo llegasteis a ser preceptor, amigo —bromeó Sparhawk—. ¿Quién va al mando de la columna?
—Olven.
—Bien. Olven es de fiar.
—Id con Dios, Sparhawk —se despidió Vanion, estrechando la mano del fornido caballero—, y sed prudente.
—No dudéis que lo intentaré.
Sir Olven era un voluminoso caballero pandion con el rostro marcado por rojas cicatrices. Salió del castillo vestido con armadura completa esmaltada de negro y sus hombres avanzaron en fila tras él.
—Me alegra volver a veros, Sparhawk —dijo mientras Vanion regresaba al interior del edificio. Olven hablaba quedamente para no alertar a los soldados eclesiásticos acampados fuera de la puerta de la muralla—. Vos y los demás —prosiguió— cabalgaréis en medio de nosotros. Con esta niebla, esos soldados no podrán veros. Bajaremos el puente levadizo y saldremos aprisa. No nos interesa que nos vean por espacio de más de uno o dos minutos.
—Ésta es la retahíla de palabras más larga que os he oído utilizar en veinte años —señaló Sparhawk a su habitualmente taciturno amigo.
—Lo sé —acordó Olven—. Habré de tratar de ser un poco más conciso.
Sparhawk y sus amigos llevaban cotas de malla y capas de viaje, dado que la armadura oficial llamaría demasiado la atención en la campiña. Ésta, no obstante, se encontraba cuidadosamente guardada en paquetes en la reata de media docena de caballos que conduciría Kurik. Montaron y los soldados formaron en torno a ellos. Olven hizo una señal a los hombres encargados del torno que subía y bajaba el puente levadizo y éstos accionaron el mecanismo. Se oyó un ruidoso roce de cadenas, y el puente bajó con estrépito. Olven ya galopaba sobre él casi antes de que se posara en el otro extremo del foso.
La densa niebla fue una incomparable ayuda. No bien hubo atravesado el puente, Olven se desvió bruscamente a la izquierda y condujo a la columna a campo traviesa en dirección al camino de Demos. Tras ellos, Sparhawk oyó gritos de estupefacción mientras los soldados eclesiásticos salían corriendo de las tiendas para mirar con pesar la retaguardia de la comitiva.
—Muy hábil —aprobó alegremente Kalten—. Hemos cruzado el puente y nos hemos disipado en la niebla en menos de un minuto.
—Olven sabe lo que hace —corroboró Sparhawk— y, lo que es mejor, habrá de transcurrir una hora como mínimo hasta que los soldados puedan organizar cualquier tipo de persecución.
—Dame una hora de ventaja y jamás me darán alcance —rió con alborozo Kalten—. Esto está teniendo un buen comienzo, Sparhawk.
—Disfrútalo mientras puedes. Es probable que las cosas comiencen a estropearse más tarde.
—Eres un pesimista, ¿lo sabías?
—No. Simplemente estoy acostumbrado a padecer pequeñas decepciones.
Aminoraron la marcha a medio galope al llegar al camino de Demos. Olven era un veterano y, como tal, siempre trataba de no fatigar en exceso las monturas. Tal vez más tarde fuera preciso aligerar el paso, y sir Olven era persona precavida.
La luna llena suspendida sobre la niebla prestaba una luminosidad engañosa a la vaporosa densidad del aire. La reluciente bruma blanca que los rodeaba confundía la mirada, encubriendo más de lo que alumbraba. La niebla abrigaba una gélida humedad que hizo arrebujarse a Sparhawk en la capa.
El camino de Demos viraba rumbo norte, en dirección a la ciudad de Lenda, antes de girar de nuevo hacia el sureste para desembocar en Demos, donde estaba situado el castillo principal de los pandion. A pesar de no distinguirlo, Sparhawk sabía que la campiña que bordeaba el camino formaba suaves ondulaciones, cubiertas de trecho en trecho por amplias arboledas en cuya espesura contaba ocultarse una vez que él y sus amigos hubieran abandonado la columna.
Siguieron cabalgando. La niebla había humedecido la tierra del camino y ésta amortiguaba el ruido del choque de los cascos.
De tanto en tanto, las negras sombras de los árboles se recortaban de improviso entre la bruma a ambos lados del camino. Talen se sobresaltaba cada vez que ello ocurría.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Kurik.
—Detesto esto —repuso el muchacho—. Lo detesto. Podría esconderse cualquier cosa a la orilla del camino: lobos, osos… o algo más horrible.
—Estás en medio de un grupo de hombres armados, Talen.
—Para vos es fácil decirlo, pero yo soy el menor aquí…, con excepción de Flauta, quizás. He oído que los lobos y fieras siempre abaten así a los más pequeños cuando atacan. De veras no querría que me comieran, padre.
—El tema surge de nuevo —le comentó Tynian a Sparhawk—. Nunca habéis explicado por qué el chico continúa llamando a vuestro escudero con esa palabra.
—Kurik cometió una indiscreción de joven.
—¿Acaso nadie en Cimmura duerme en su propia cama?
—Es una peculiaridad cultural. Sin embargo, no está tan extendida como podría parecer.
Tynian se irguió ligeramente sobre los estribos y miró hacia adelante, donde Bevier y Kalten cabalgaban absortos en su conversación.
—Un consejo, Sparhawk —dijo en tono confidencial—. Vos sois un elenio y no parece que este tipo de cosas os ocasionen mayor problema, y en Deira somos bastante tolerantes con estas cuestiones, pero no sé si pondría a Bevier al corriente de esto. Los caballeros cirínicos son muy piadosos, al igual que todos los arcianos, y desaprueban tajantemente estas pequeñas irregularidades. Bevier es un buen hombre en la lucha, pero es algo estrecho de miras. Si se siente ofendido, podría llegar a causar problemas.
—Supongo que estáis en lo cierto —acordó Sparhawk—. Hablaré con Talen y le pediré que mantenga discretamente la relación que lo une con Kurik.
—¿Creéis que os hará caso? —preguntó con escepticismo el deirano de amplia faz.
—Vale la pena intentarlo.
De vez en cuando pasaban frente a una granja situada junto al brumoso camino que despedía imprecisos haces de luz dorada en las ventanas, en evidente señal de que, aun cuando el cielo no hubiera comenzado a clarear, el día había dado comienzo ya para los campesinos.
—¿Cuánto tiempo vamos a permanecer con esta columna? —inquirió Tynian—. Ir al lago Randera por la ruta de Demos representa un largo rodeo.
—Seguramente podremos escabullimos antes de que acabe la mañana —respondió Sparhawk—, cuando nos hayamos cerciorado de que no nos sigue nadie. Eso es lo que ha sugerido Vanion.
—¿Habéis apostado a alguien que vigile en retaguardia?
—Berit cabalga a un kilómetro a la zaga.
—¿Creéis que alguno de los espías del primado nos ha visto salir de vuestro castillo?
—No han dispuesto de mucho tiempo para ello —dijo Sparhawk—. Ya habíamos pasado ante ellos cuando salieron de las tiendas.
Tynian exhaló un gruñido.
—¿Qué camino planeáis tomar cuando abandonemos éste?
—Me parece que iremos a campo traviesa. Los caminos suelen estar vigilados. Estoy seguro de que a estas alturas Annias ha adivinado que tramamos algo.