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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (4 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—No os vayáis —les avisó.

—¿Qué estás haciendo ahí arriba, Sparhawk? —Kalten parecía sorprendido.

—Me pareció que hacer de ladrón no sería mala alternativa —replicó secamente Sparhawk—. Quedaos ahí. Ahora bajo. Vamos, Berit.

—Se supone que estoy de guardia, sir Sparhawk.

—Enviaremos a alguien para que os releve. Esto es importante. —Sparhawk emprendió la marcha bordeando las almenas hacia las empinadas escaleras de piedra que conducían al patio.

—¿Dónde habéis estado, Sparhawk? —inquirió enojado Kurik cuando ambos se hallaron ante él.

El escudero de Sparhawk llevaba su habitual chaleco de cuero negro, y los potentes músculos de sus brazos y hombros relucían con la anaranjada luz de las antorchas que iluminaban el patio. Hablaba en voz baja, como suelen hacer los hombres al conversar de noche.

—Debía ir a la catedral —contestó con calma Sparhawk.

—¿Ahora tienes experiencias religiosas? —preguntó Kalten, con expresión divertida. El alto caballero rubio, amigo de infancia de Sparhawk, llevaba también cota de malla y una pesada espada de hoja ancha prendida a la correa del pecho.

—No exactamente —repuso Sparhawk—. Tanis ha muerto. Su espectro me ha visitado alrededor de media noche.

—¿Tanis? —La voz de Kalten expresaba asombro.

—Era uno de los doce caballeros que estuvieron con Sephrenia cuando rodeó a Ehlana de cristal. Su fantasma me ha dicho que fuera a la cripta de debajo de la catedral antes de ir a entregar su espada a Sephrenia.

—¿Y has ido? ¿De noche?

—Era un asunto de cierta urgencia.

—¿Qué has hecho allí? ¿Violar unas cuantas tumbas? ¿Es así como has conseguido esa lanza?

—De ningún modo —replicó Sparhawk—. El rey Aldreas me la ha dado.

—¡Aldreas!

—Su fantasma, en todo caso. Su anillo desaparecido está oculto en el cubo de la punta. —Sparhawk observó con curiosidad a sus dos amigos—. ¿Adónde ibais ahora?

—Afuera a buscaros —dijo Kurik.

—¿Cómo sabíais que había abandonado el castillo?

—Fui a mirar varias veces en vuestro dormitorio —explicó Kurik—. Creía que sabíais que lo hago de ordinario.

—¿Cada noche?

—En tres ocasiones como mínimo —confirmó Kurik—. Vengo haciéndolo cada noche desde que erais un muchacho…, exceptuando los años que pasasteis en Rendor. Hoy, la primera vez hablabais en sueños. La segunda…, justo después de medianoche, ya no estabais. Os he buscado y, al no encontraros, he despertado a Kalten.

—Me parece que será mejor que vayamos a despertar a los otros —anunció Sparhawk—. Aldreas me ha revelado algunas cosas y hemos de tomar algunas decisiones.

—¿Malas noticias? —inquirió Kalten.

—Es difícil aventurarlo. Berit, decid a esos novicios del establo que vayan a sustituiros en las almenas. Tal vez tardéis en regresar.

Se reunieron en el estudio de alfombras marrones del preceptor Vanion, en la torre sur. Por supuesto, Sparhawk, Berit, Kalten y Kurik se encontraban allí. Sir Bevier, un caballero cirínico, estaba también presente, al igual que sir Tynian, un caballero alcione, y sir Ulath, un corpulento caballero genidio. Los tres eran los paladines de sus órdenes, y habían sumado sus esfuerzos a los de Sparhawk y Kalten cuando los comendadores de las cuatro hermandades habían llegado a la conclusión de que la restauración de la reina Ehlana era una cuestión que a todos concernía. Sephrenia, la menuda mujer estiria de oscuros cabellos que introducía a los pandion en los secretos de la magia estiria, se hallaba sentada junto al fuego con la niña a quien habían puesto por nombre Flauta. El chico, Talen, se hallaba cerca de la ventana, restregándose los ojos con los puños. El muchacho tenía el sueño pesado y no le gustaba nada que lo despertaran. Vanion, el preceptor de los caballeros pandion, estaba sentado al lado de la mesa que usaba como escritorio. Su estudio era una estancia acogedora, de techo bajo con vigas oscuras y una gran chimenea que Sparhawk jamás había visto apagada. Como de costumbre, la tetera de Sephrenia con agua hirviendo se hallaba sobre la repisa.

Vanion no tenía buen aspecto. Levantado de la cama en plena noche, el preceptor de la orden pandion, un severo caballero abrumado por las preocupaciones cuya edad era probablemente superior a la que aparentaba, llevaba un insólito sayo estirio de burda tela tejida a mano. Sparhawk había observado aquel peculiar cambio en Vanion a lo largo de los años. Tomado de improviso, el comendador, uno de los pilares de la Iglesia, en ocasiones casi parecía medio estirio. Como elenio y caballero de la Iglesia, era obligación de Sparhawk informar de sus apreciaciones a las autoridades eclesiásticas. No obstante, había decidido no hacerlo. Su lealtad para con la Iglesia era una cosa…, una orden emanada de Dios. Su fidelidad a Vanion, sin embargo, era más profunda, más personal.

El preceptor tenía la faz cenicienta y le temblaban ligeramente las manos. El peso de las espadas de los tres caballeros muertos que había obligado a Sephrenia a transferirle representaba a todas luces una dura carga para él, superior a lo que estaba dispuesto a admitir. El hechizo que había invocado Sephrenia en la sala del trono y que mantenía con vida a la reina, había contado con el apoyo conjunto de doce caballeros, los cuales irían muriendo uno a uno, y sus espectros confiarían sus espadas a Sephrenia. Cuando el último hubiera fallecido, ella los seguiría a la morada de los muertos. Aquella misma noche, horas antes, Vanion la había compelido a entregarle dichas armas a él. No era sólo el peso físico de las espadas lo que constituía tan debilitante carga. Con ellas iban otras cosas, cosas que Sparhawk no acertaba siquiera a imaginar. Vanion se había mostrado inflexible respecto a hacerse cargo de ellas. Había proporcionado vagas justificaciones a su acción, pero Sparhawk sospechaba secretamente que el principal motivo que había movido al preceptor era el deseo de evitar en lo posible molestias a Sephrenia. A pesar de las estrictas normas que prohibían tales desviaciones, Sparhawk creía que Vanion amaba a la entrañable mujer bajita que había instruido durante generaciones a todos los pandion en los secretos estirios. No había caballero pandion que no amara y venerase a Sephrenia, mas, en el caso de Vanion, Sparhawk conjeturaba que el amor y la veneración llegaban tal vez algo más lejos. Según había advertido, también Sephrenia parecía sentir por el preceptor un afecto especial que de algún modo superaba el cariño de un maestro por su alumno. Aquello era asimismo algo que un caballero de la Iglesia debería revelar a la jerarquía de Chyrellos, algo que, de nuevo, Sparhawk había decidido callar.

—¿Por qué nos hemos reunido a esta hora tan disparatada? —inquirió con fatiga Vanion.

—¿Queréis decírselo? —preguntó Sparhawk a Sephrenia.

La mujer del vestido blanco suspiró y desenvolvió el largo objeto cubierto de tela para mostrar a la luz otra espada de ceremonia pandion.

—Sir Tanis ha ido a la morada de los muertos —comunicó con tristeza a Vanion.

—¿Tanis? —Vanion estaba conmovido—. ¿Cuándo ha ocurrido?

—Hace muy poco, tengo entendido —respondió la mujer.

—¿Es ésa la razón por la que nos hallamos aquí ahora? —preguntó Vanion a Sparhawk.

—No del todo. Antes de ir a entregar su espada a Sephrenia, Tanis me ha visitado… o, al menos, su espectro. Me ha informado de que alguien quería verme en la cripta real. Una vez en la catedral, se me ha aparecido el fantasma de Aldreas. Me ha revelado algunas cosas y me ha dado esto. —Separó el asta de la lanza del hierro y sacó el anillo de rubí del hueco donde se ocultaba.

—De manera que es ahí donde Aldreas lo escondió —comentó Vanion—. Tal vez era más listo de lo que pensábamos. Habéis dicho que os ha revelado algunas cosas. ¿Como cuáles?

—Que lo habían envenenado —repuso Sparhawk—. Probablemente con la misma ponzoña que dieron a Ehlana.

—¿Fue Annias? —inquirió ferozmente Kalten.

—No. Fue la princesa Arissa.

—¿Su propia hermana? —exclamó Bevier—. ¡Eso es monstruoso! —Bevier era un arciano y, como tal, tenía profundas convicciones morales.

—Arissa es bastante monstruosa —convino Kalten—. No es del tipo de mujeres que permiten que le pongan obstáculos en su camino. Pero ¿cómo salió del claustro de Demos para asesinar a Aldreas?

—Annias lo arregló —le refirió Sparhawk—. Ella entretuvo a Aldreas según sus métodos habituales y, cuando éste estuvo exhausto, le dio a beber el vino envenenado.

—No acabo de comprenderlo —declaró Bevier frunciendo el entrecejo.

—La relación entre Arissa y Aldreas superó los límites que suelen ser habituales entre hermano y hermana —le explicó con delicadeza Vanion.

A Bevier se le desorbitaron los ojos y la sangre refluyó de su tez olivácea mientras, lentamente, captaba el sentido de las palabras de Vanion.

—¿Por qué lo mató? —preguntó Kalten—. ¿Para vengarse de haberla encerrado en un convento?

—No, no lo creo —respondió Sparhawk—. Me parece que formaba parte del proyecto que ella y Annias habían elaborado. Primero envenenaron a Aldreas y luego a Ehlana.

—¿Para dejar libre el camino hacia el trono al hijo bastardo de Arissa? —conjeturó Kalten.

—Es bastante lógico —acordó Sparhawk—. Y más aún cuando uno sabe que Lycheas es también el hijo bastardo de Annias.

—¿Un primado de la Iglesia? —se extrañó Tynian, un tanto perplejo—. ¿Acaso aquí en Elenia os guiáis por distintas normas que en el resto de los países?

—No, en realidad no —replicó Vanion—. Al parecer, Annias se siente por encima de las normas y Arissa desvía su camino para violarlas.

—Arissa siempre ha carecido de normas —añadió Kalten—. De dar crédito a los rumores, mantuvo relaciones muy amistosas con casi todos los varones de Cimmura.

—Quizás eso sea algo exagerado —dijo Vanion. Se puso en pie y se acercó a la ventana—. Transmitiré esta información al patriarca Dolmant —anunció, dejando vagar la mirada en la brumosa noche—. Tal vez tenga ocasión de sacarle algún partido llegado el momento de elegir un nuevo archiprelado.

—Y tal vez el conde de Lenda pueda servirse de ella asimismo —sugirió Sephrenia—. El consejo real está corrompido, pero incluso ellos podrían echarse atrás si descubrieran que Annias intenta poner en el trono a su propio bastardo. —Miró a Sparhawk—. ¿Qué más os ha dicho Aldreas? —inquirió.

—Sólo otra cosa. Sabemos que precisamos algún objeto mágico para curar a Ehlana. Me ha revelado cuál es. Es Bhelliom. Es la única cosa en el mundo que alberga suficiente poder.

—¡No! —jadeó Sephrenia, con el rostro demudado—. ¡Bhelliom no!

—Eso es lo que me ha dicho.

—Ello representa un gran problema —declaró Ulath—. Bhelliom ha permanecido perdida desde la guerra con los zemoquianos e, incluso teniendo la buena fortuna de encontrarla, no responderá a menos que dispongamos de los anillos.

—¿Anillos? —preguntó Kalten.

—El troll enano Ghwerig talló Bhelliom —explicó Ulath—. Después creó un par de anillos como llave para acceder a su poder. Sin las sortijas, Bhelliom es inservible.

—Ya tenemos los anillos —afirmó distraídamente Sephrenia, con expresión aún turbada.

—¿De veras? —Sparhawk estaba perplejo.

—Vos lleváis uno de ellos —le comunicó— y Aldreas os acaba de dar el otro esta misma noche.

Sparhawk contempló el anillo con un rubí que lucía en su mano izquierda y de nuevo posó la mirada en su maestra.

—¿Cómo es posible? —preguntó—. ¿Cómo llegaron a poder de mi antepasado y al rey Antor estas joyas precisamente?

—Yo se las di —respondió la mujer.

Sparhawk pestañeó.

—Sephrenia, eso sucedió hace trescientos años.

—Sí —convino—, aproximadamente.

Sparhawk la observó y luego tragó saliva.

—¿Trescientos años? —repitió, incrédulo—. Sephrenia, respondedme sólo a esto: ¿qué edad tenéis?

—Sabéis que no voy a responder a esa pregunta, Sparhawk. Ya os lo he dicho otras veces.

—¿Cómo llegaron a vuestras manos los anillos?

—Mi diosa Aphrael me los dio… junto con algunas instrucciones. Me dijo dónde encontraría a vuestro antepasado y al rey Antor y me indicó que les entregara las sortijas a ellos.

—Pequeña madre… —comenzó a decir Sparhawk. Interrumpió la frase al advertir la tristeza de su semblante.

—Callad, querido —le ordenó—. Únicamente diré esto una vez, caballeros —anunció, dirigiéndose a todos—. Lo que hacemos nos pone en conflicto con los dioses mayores, y ello no es empresa que deba emprenderse a la ligera. Vuestro dios elenio perdona; los dioses menores de Estiria pueden llegar a aplacarse. Pero los dioses mayores exigen una absoluta obediencia a sus caprichos. Contrariar los preceptos de un dios mayor es cortejar algo peor que la muerte. Destruyen a quienes los desafían… por medios que no podéis imaginar. ¿Realmente deseamos sacar de nuevo Bhelliom a la luz?

—¡Sephrenia! ¡Debemos hacerlo! —exclamó Sparhawk—. Es la única manera de salvar a Ehlana… y a vos y a Vanion también.

—Annias no vivirá eternamente, Sparhawk, y Lycheas apenas pasa de ser un inconveniente. Vanion y yo somos pasajeros, al igual que lo es Ehlana, dicho sea de paso y sin tener en cuenta vuestros sentimientos personales. El mundo no echará tanto de menos a ninguno de nosotros. —El tono de Sephrenia era casi aséptico—. Bhelliom, no obstante, es otra cuestión… y también lo es Azash. Si fracasamos y ponemos la piedra en manos de ese insensato dios, condenaremos el mundo para siempre. ¿Vale la pena correr ese riesgo?

—Soy el paladín de la reina —le recordó Sparhawk—. He de hacer todo cuanto se halle a mi alcance para salvarle la vida. —Se levantó y cruzó la estancia hacia ella—. De manera que, con la ayuda de Dios, Sephrenia —declaró—, abriré las puertas del propio infierno para salvar a esa muchacha.

—Es tan infantil en ocasiones —suspiró Sephrenia, mirando a Vanion—. ¿Se os ocurre algún método para hacer que crezca?

—Casi estaba planteándome acompañarlo —replicó el preceptor, sonriendo—. Puede que Sparhawk me dejara sostenerle la capa mientras propina puntapiés a la puerta. No creo que nadie haya asaltado el infierno últimamente.

—¿Vos también? —Sephrenia se cubrió el rostro con las manos—. Oh, querido. De acuerdo, pues, caballeros —concedió—. Si todos estáis tan decididos, lo intentaremos… pero sólo con una condición. Si encontramos a Bhelliom y ésta restablece la salud de Ehlana, debemos destruirla inmediatamente después de realizada la tarea.

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