El caballero del rubí (8 page)

Read El caballero del rubí Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El caballero del rubí
8.58Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Kalten! ¡No! —El penetrante grito de Sephrenia estaba impregnado de horror.

Pero Kalten no prestó atención a su advertencia. Profiriendo un juramento, Sparhawk se dispuso a seguir a su amigo.

En ese preciso momento Kalten fue desarzonado del caballo por alguna fuerza invisible, y la figura apostada sobre la colina gesticuló casi desdeñosamente. Sparhawk observó con repugnancia que lo que emergía de la manga del negro sayo no era una mano, sino algo muy semejante a las pinzas delanteras de un escorpión.

Cuando bajaba de lomos de
Faran
para correr a socorrer a Kalten, Sparhawk abrió la boca con estupor. De algún modo Flauta había escapado a la estrecha vigilancia de Sephrenia y había avanzado hacia la falda de la colina. Golpeó imperiosamente el suelo con un piececito manchado de hierba y se llevó su tosca flauta a los labios. La melodía que interpretó era severa, ligeramente disonante incluso; por alguna misteriosa razón, parecía disponer del acompañamiento de un vasto e invisible coro de voces humanas. El encapuchado de la colina se tambaleó sobre la silla como si le hubieran asestado un tremendo golpe. La canción de Flauta incrementó su fuerza y el incorpóreo coro la hinchó en un poderoso crescendo. El sonido era tan agobiante que Sparhawk hubo de taparse los oídos. La música había alcanzado el grado del dolor físico.

El Buscador exhaló un chillido, un sonido espantosamente inhumano, y también se llevó las garras a ambos costados de la encapuchada cabeza. Después volvió grupas y huyó por la ladera opuesta.

No había tiempo para perseguir a aquel monstruoso ser. Kalten yacía jadeante en el suelo, con semblante demudado y las manos aferradas al estómago.

—¿Estás bien? —le preguntó Sparhawk, arrodillándose junto a él.

—Déjame en paz —contestó resollando Kalten.

—No seas estúpido. ¿Estás herido?

—No. Simplemente tenía ganas de tumbarme aquí. —El rubio caballero espiró entrecortadamente—. ¿Con qué me ha golpeado? Nunca me habían propinado un golpe tan fuerte.

—Será mejor que dejes que te eche una mirada.

—Estoy bien, Sparhawk. Sólo me ha dejado sin resuello, eso es todo.

—Insensato. Sabes bien qué es esa cosa. ¿En qué estabas pensando? —Sparhawk sentía de pronto una furia irracional.

—Entonces me pareció una buena idea —dijo Kalten con una débil sonrisa—. Quizás he debido reflexionar un poco más.

—¿Está herido? —inquirió Bevier, desmontando y encaminándose hacia ellos con expresión preocupada.

—Creo que se repondrá. —Sparhawk se levantó, controlando, no sin esfuerzo, su cólera—. Sir Bevier —dijo un tanto ceremoniosamente—, tenéis experiencia en este tipo de cosas. Deberíais saber cómo obrar cuando sois atacado. ¿Qué demonio se ha adueñado de vos para precipitaros en medio de ellos de ese modo?

—No pensaba que fueran tantos, Sparhawk —respondió a la defensiva Bevier.

—Eran suficientes. Uno solo basta para matar.

—Estáis disgustado conmigo, ¿no es así, Sparhawk? —La voz de Bevier expresaba pesar.

Sparhawk observó un momento la sincera expresión del joven caballero y luego suspiró.

—No, Bevier, me parece que no. Simplemente me habéis dejado estupefacto, eso es todo. Por favor, por consideración a mis nervios, no volváis a actuar de manera inusitada. Yo ya voy para viejo y las sorpresas me echan años encima.

—Tal vez no he tenido en cuenta los sentimientos de mis camaradas —admitió, contrito, Bevier—. Prometo que no volverá a ocurrir.

—Os lo agradezco, Bevier. Ayudemos a Kalten a bajar la colina. Quiero que Sephrenia lo examine, y estoy seguro de que ella tendrá ganas de mantener una charla con él…, una buena y larga charla.

Kalten dio un respingo.

—Supongo que no puedo convencerte para que me dejes aquí. Se está muy bien encima de la tierra.

—En efecto, Kalten —respondió sin miramientos Sparhawk—. Pero no te apures. A ella le caes bien, de manera que seguramente no te hará nada…, al menos nada que tenga efectos duraderos.

Capítulo 3

Sephrenia estaba curando una gran herida de desagradable aspecto en el brazo de Berit cuando Sparhawk y Bevier le llevaron, sosteniéndolo, al renuente Kalten.

—¿Es grave? —preguntó Sparhawk al joven novicio.

—No es nada, mi señor —respondió con valor Berit, a pesar de la palidez de su rostro.

—¿Es lo primero que os enseñan a los pandion? —preguntó sarcásticamente Sephrenia—. ¿A desdeñar vuestras heridas? La cota de malla de Berit ha parado gran parte del golpe, pero dentro de una hora tendrá el brazo morado del codo al hombro. Apenas podrá servirse de él.

—Estáis de un espléndido humor esta tarde, pequeña madre —observó Kalten.

La mujer lo apuntó con un dedo amenazador.

—Kalten —ordenó—, sentaos. Me ocuparé de vos cuando acabe con el brazo de Berit.

Kalten suspiró y se dejó caer en el suelo.

—¿Dónde están Ulath, Tynian y Kurik? —preguntó Sparhawk después de mirar en derredor.

—Están explorando los alrededores para cerciorarse de que no nos han preparado más emboscadas, sir Sparhawk —repuso Bevier.

—Buena idea.

—Esa criatura no me ha parecido tan peligrosa —comentó Bevier—. Algo misteriosa tal vez, pero no tan temible.

—A vos no os ha golpeado —le dijo Kalten—. Es peligrosa, podéis estar seguro. Os doy mi palabra.

—Es más peligrosa de lo que podáis imaginar —terció Sephrenia—. Es capaz de mandar ejércitos enteros contra nosotros.

—Si dispone de la clase de poder que me ha derribado del caballo, no necesita ejércitos.

—Olvidáis una vez más, Kalten, que su mente es la mente de Azash. Los dioses prefieren delegar el trabajo en los humanos.

—Los hombres que han bajado por esa colina parecían sonámbulos —señaló Bevier, estremeciéndose—. Los hemos despedazado y no han emitido ni un grito. —Guardó silencio, frunciendo el entrecejo—. No pensaba que los estirios fueran tan agresivos —añadió—. Nunca había visto ninguno esgrimiendo una espada.

—Ésos no eran estirios occidentales —lo disuadió Sephrenia, atando el vendaje alrededor del brazo de Berit—. Intentad no utilizarlo mucho —aconsejó—. Dadle tiempo a que sane.

—Sí, señora —repuso Berit—. Ahora que lo mencionáis, empieza a dolerme un poco.

La mujer sonrió y posó afectuosamente la mano en su hombro.

—Puede que éste salga bien, Sparhawk. Su cabeza no se compone totalmente de materia ósea… como la de algunos que podría nombrar. —Lanzó una significativa ojeada a Kalten.

—¡Sephrenia! —protestó el rubio caballero.

—Quitaos la cota de malla —le indicó secamente—. Quiero ver si tenéis algo roto.

—Habéis dicho que los estirios de ese grupo no eran estirios occidentales —le recordó Bevier.

—No. Eran zemoquianos. Es lo que habíamos sospechado en aquella posada. El Buscador está dispuesto a utilizar a cualquiera, pero un estirio occidental es incapaz de utilizar armas de acero. Si hubieran sido gentes del lugar, sus espadas habrían sido de bronce o de cobre. —Miró con aire crítico a Kalten, que se acababa de quitar la cota de malla, y se estremeció—. Parecéis una alfombra de pelo rubio —le dijo.

—No es culpa mía, pequeña madre —se defendió éste, ruborizándose—. Todos los hombres de mi familia han sido peludos.

—¿Qué ha sido lo que ha ahuyentado a esa criatura? —preguntó con perplejidad Bevier.

—Flauta —respondió Sparhawk—. Ya lo ha hecho anteriormente. En una ocasión espantó incluso al damork con su caramillo.

—¿Esa niñita? —El tono de Bevier era de absoluta incredulidad.

—Flauta posee cualidades que se escapan a simple vista —le aseguró Sparhawk. Tendió la vista hacia la ladera de la colina—. ¡Talen —gritó—, para de hacer eso!

Talen, ocupado en saquear los cadáveres, alzó los ojos con cierta consternación.

—Pero, Sparhawk…

—Apártate de ahí. Eso es repugnante.

—Pero…

—¡Haz lo que te dice! —tronó Berit.

Talen suspiró y regresó a su lado.

—Reunamos los caballos, Bevier —propuso Sparhawk—. Creo que habremos de reanudar camino en cuanto lleguen Kurik y los otros. Ese Buscador aún está acechando y puede volver a atacarnos con un nuevo grupo de personas en cualquier momento.

—Puede hacerlo tanto de noche como con la luz del día, Sparhawk —le recordó Bevier— y es capaz de seguirnos el rastro por el olor.

—Lo sé. En tales circunstancias, creo que la velocidad es nuestra única defensa. Vamos a tener que correr más deprisa que esa criatura.

Kurik, Ulath y Tynian regresaron cuando el crepúsculo se instalaba sobre el desolado paisaje.

—No parece que haya nadie por los alrededores —informó el escudero, desmontando.

—Deberemos continuar la marcha —le indicó Sparhawk.

—Los caballos están al borde del colapso, Sparhawk —protestó el escudero. Miró a los demás—. Y las personas apenas se hallan en mejores condiciones. Ninguno de nosotros ha dormido lo suficiente a lo largo de los dos últimos días.

—Yo me ocuparé de ello —anunció con calma Sephrenia, levantando la mirada del peludo torso de Kalten, que aún examinaba.

—¿Cómo? —Kalten parecía un tanto malhumorado.

La mujer le sonrió e hizo girar los dedos delante de sus narices.

—¿Qué creéis?

—Si existe un hechizo que contrarresta el estado en que nos sentimos en estos momentos, ¿por qué no nos lo enseñasteis antes? —Sparhawk, aquejado otra vez de dolor de cabeza, también tenía el ánimo huraño.

—Porque es peligroso, Sparhawk —replicó la mujer—. Conozco bien a los pandion. En casos concretos, trataríais de seguir ininterrumpidamente durante semanas.

—¿Y qué? Si el encantamiento es realmente eficaz, ¿en qué modificaría las cosas?

—El hechizo sólo lo hace sentir a uno como si hubiera descansado, pero, de hecho, no ha disfrutado de reposo alguno. Si uno se empecinara en proseguir el esfuerzo, acabaría muriendo.

—¡Oh! Es una buena explicación, supongo.

—Me alegra que lo comprendáis.

—¿Cómo está Berit? —preguntó Tynian.

—Tendrá dolor durante un tiempo, pero está bien —respondió la estiria.

—Ese joven parece prometedor —señaló Ulath—. Cuando tenga el brazo curado, le daré algunas lecciones con esa hacha que lleva. Tiene el arrojo necesario, pero le falta perfeccionar la técnica.

—Traed los caballos —indicó Sephrenia.

Después comenzó a hablar en estirio, pronunciando algunas de las palabras entre dientes y ocultando a sus ojos los movimientos de sus dedos. Por más que lo intentó, Sparhawk no logró retener la totalidad del encantamiento ni atisbar siquiera los gestos que acrecentaban su efecto. Entonces se sintió de improviso enormemente repuesto. El dolor y el embotamiento de cabeza desaparecieron como por ensalmo. Una de las bestias de carga, que tenía la cabeza gacha y las piernas trémulas, se puso a hacer cabriolas como un potro.

—Buen hechizo —apreció lacónicamente Ulath—. ¿Nos ponemos en camino?

Ayudaron a Berit a montar y emprendieron la marcha bajo el resplandeciente crepúsculo. La luna llena, que salió alrededor de una hora después, les proporcionó luz suficiente para aventurarse a ir al trote.

—Hay un camino justo al otro lado de esa colina —informó Kurit a Sparhawk—. Lo hemos visto al explorar los alrededores. Sigue aproximadamente la dirección correcta y podríamos avanzar más aprisa por él en lugar de cabalgar a trompicones sobre este terreno irregular en la oscuridad.

—Me parece que tienes razón —acordó Sparhawk—. Nos interesa abandonar estos parajes lo antes posible.

Una vez llegados al camino, prosiguieron rumbo este al galope. Era pasada la medianoche cuando las nubes, procedentes de poniente, oscurecieron el cielo nocturno. Sparhawk musitó una maldición y aminoró el paso.

Justo antes del alba encontraron un río, junto al cual se desviaba el camino hacia el norte. Lo siguieron, esperando hallar un puente o un vado. El amanecer era sombrío bajo la espesa capota de nubes. Cabalgaron la orilla unos cuantos kilómetros y entonces el camino volvió a girar hacia el este y atravesó el cauce para emerger en la otra orilla.

Junto al vado había una pequeña cabaña. Su propietario era un individuo de mirada insidiosa vestido con una túnica verde, el cual exigió un peaje para cruzar. Prefiriendo no discutir con él, Sparhawk pagó lo que pedía.

—Decidme, compadre —inquirió una vez llevada a cabo la transacción—, ¿a qué distancia queda la frontera con Kelosia?

—A unas cinco leguas —repuso el sujeto de incisiva mirada—. Si no os detenéis, llegaréis a ella a primera hora de la tarde.

—Gracias por vuestra colaboración, compadre.

Ya en la otra ribera, Talen se acercó a Sparhawk.

—Aquí tenéis vuestro dinero —dijo el joven ladrón, tendiéndole varias monedas.

Sparhawk le asestó una desconcertada mirada.

—No me importa pagar peaje por cruzar un puente —manifestó airadamente Talen—. Después de todo, alguien ha debido ocuparse de los gastos de su construcción. Ese tipo, sin embargo, sólo estaba aprovechándose de un bajío natural del río. Si no le costó nada, ¿por qué debería beneficiarse de ello?

—¿Le has rajado la bolsa entonces?

—Naturalmente.

—¿Y adentro había más monedas de las que yo le he dado?

—Algunas. Considerémoslo mi tarifa por recuperar vuestro dinero. Después de todo, merezco una ganancia, ¿no?

—Eres incorregible.

—Necesitaba practicar.

Del otro lado del río llegó un alarido angustiado.

—Diría que acaba de descubrir su pérdida —observó Sparhawk.

—Suena a eso, ¿verdad?

Las tierras de aquella ribera apenas eran mejores que los eriales cubiertos de maleza por los que acababan de pasar. De trecho en trecho veían pobres fincas donde se afanaban duramente campesinos de aspecto andrajoso vestidos con sayos pardos manchados de barro para arrebatar escasas cosechas a la inexorable tierra. Kurik resopló con desdén.

—Aficionados —gruñó. Kurik se tomaba muy en serio el oficio de granjero.

Hacia media mañana, el angosto sendero que transitaban desembocó en un camino más frecuentado que proseguía en dirección este.

—Una sugerencia, Sparhawk —dijo Tynian, moviendo su escudo blasonado de azul.

—Adelante.

—Sería preferible que siguiéramos este camino hasta la frontera en lugar de cortar a campo traviesa de nuevo. La gente que evita los puestos fronterizos guarnecidos tiende a despertar suspicacias en los kelosianos. No creo que ganáramos nada sosteniendo una escaramuza con una de sus patrullas.

Other books

Methuselah's Children by Robert A. Heinlein
Buried Angels by Camilla Lackberg
Fig by Sarah Elizabeth Schantz
The True Father by Steven Anderson Law
The Interrogation by Cook, Thomas H.
The Heaven I Found In Hell by Andrews, Ashley
Pasadena by Sherri L. Smith
Cut the Lights by Karen Krossing
Highways to Hell by Smith, Bryan