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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (12 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—Soy un ladrón, Sephrenia —respondió, sonriendo con descaro—. No sería bueno en el oficio si no fuera capaz de pensar más aprisa que la víctima.

—La manera como sorteemos el escollo que representa Ortzel es lo de menos —zanjó Sparhawk—. Lo principal es obtener la colaboración de Alstrom. Es posible que se muestre reacio a arriesgar la vida de su hermano en algo que no comprende. Hablaré con él por la mañana.

—Recurrid, pues, a todas vuestras dotes persuasivas —recomendó Sephrenia.

—Lo intentaré. Vamos, Talen. Dejemos que las damas duerman un poco. Kalten y yo tenemos una cama de sobra en nuestra habitación. Puedes dormir allí. Sephrenia, no temáis en llamarme a mí y a los otros si precisáis ayuda con algún hechizo.

—Nunca siento temor, Sparhawk… No cuando estáis cerca para protegerme.

—Basta —la atajó. Luego sonrió—. Que durmáis bien, Sephrenia.

—Vos también, querido.

—Buenas noches, Flauta —añadió.

Ella le dedicó un breve trino de su flauta.

A la mañana siguiente, Sparhawk se levantó temprano y se dirigió a la parte central del castillo, en uno de cuyos largos pasadizos iluminados con antorchas topó por azar con sir Enmann.

—¿Cómo van las cosas? —preguntó al caballero lamorquiano.

Enmann tenía el rostro macilento a causa de la fatiga y era evidente que no se había acostado aquella noche.

—Hemos obtenido algún logro, sir Sparhawk —respondió—. Rechazamos un asalto harto preocupante en la puerta principal del castillo alrededor de media noche y estamos situando los artefactos en sus posiciones. Antes de mediodía nos hallaremos en condiciones de destruir los ingenios de asedio de Gerrich… y sus barcos.

—¿Se retirará entonces?

Enmann sacudió la cabeza.

—Lo más probable es que comience a cavar fortificaciones subterráneas y prolongue el sitio.

—Era lo que preveía —asintió Sparhawk—. ¿Tenéis idea de dónde puedo encontrar al barón Alstrom? He de hablar con él… sin la presencia de su hermano.

—Mi señor Alstrom está en las almenas de la parte delantera del castillo, sir Sparhawk. Quiere que Gerrich lo vea. Eso podría inducir al conde a acometer alguna acción precipitada. Está solo allí. Su hermano suele estar en la capilla a esta hora.

—Bien. En ese caso iré a hablar con el barón.

En las almenas, el viento azotó la capa con que Sparhawk se había rodeado para cubrir su armadura.

—Ah, buenos días, sir Sparhawk —lo saludó Alstrom con voz cansada.

Llevaba armadura al completo y la visera del yelmo tenía aquella peculiar forma puntiaguda habitual en Lamorkand.

—Buenos días, mi señor —replicó Sparhawk, manteniéndose a cierta distancia de las almenas—. ¿Hay algún lugar no expuesto a la vista donde podamos conversar? No estoy seguro de que sea una buena idea que Gerrich se entere de que hay caballeros de la Iglesia en el interior de vuestros muros y no me cabe duda de que debe de tener varios hombres de aguzada vista vigilándoos.

—Aquella torre de encima de la puerta —sugirió Alstrom—. Venid, Sparhawk.

La habitación del interior del torreón era fríamente funcional. Una docena de ballesteros se hallaban junto a las angostas ventanas arrojando proyectiles a las tropas de abajo.

—Necesito usar esta sala —ordenó Alstrom—. Id a disparar un rato a las almenas.

Los soldados se retiraron, acompañados del tintineo producido por el choque del metal con que iban calzados contra la piedra del suelo.

—Tenemos un problema, mi señor —manifestó Sparhawk cuando los dos se hallaron solos.

—Ya lo había advertido —señaló secamente Alstrom, lanzando una ojeada por una de las lumbreras a las tropas apostadas bajo sus murallas.

Sparhawk sonrió ante aquella rara muestra de humor en ese pueblo por lo común tan severo.

—Este problema en concreto es vuestro, mi señor —observó—. El que nos concierne a ambos es lo que vamos a hacer con vuestro hermano. Sephrenia dio en el clavo anoche. Ningún esfuerzo puramente natural va a permitir que escape a este asedio. Debemos realizar una elección. Hemos de hacer uso de la magia… y Su Ilustrísima parece oponerse de plano a ello.

—Yo no osaría instruir a Ortzel en teología —apuntó Alstrom.

—Ni yo tampoco, mi señor. Permitidme, no obstante, señalaros que, en el caso de que Su Ilustrísima ascienda al archiprelado, va a tener que modificar su posición… o como mínimo aprender a hacer la vista gorda cuando se den situaciones similares. Las cuatro órdenes constituimos el brazo armado de la Iglesia y nos servimos cotidianamente de los secretos de Estiria para llevar a cabo nuestra tarea.

—Soy consciente de ello, sir Sparhawk. Pero mi hermano es un hombre rígido y poco propenso a modificar su punto de vista.

Sparhawk comenzó a recorrer la estancia, reflexionando.

—Muy bien, entonces —dijo prudentemente—. Lo que haremos para sacar a vuestro hermano del castillo os parecerá antinatural a vos, pero os aseguro que será eficaz. Sephrenia es extraordinariamente experta en los secretos. La he visto hacer cosas rayanas en lo milagroso. Os doy garantías de que en ningún caso pondrá en peligro a vuestro hermano.

—Comprendo, sir Sparhawk.

—Bien. Temía que pudierais expresar objeciones. La mayoría de la gente es reacia a depositar su confianza en fenómenos que no entiende. Ahora bien, Su Ilustrísima no participará en modo alguno en lo que debamos realizar. Para seros franco, sería un estorbo. Todo cuanto hará él es salir beneficiado de ello. De ninguna manera se verá involucrado personalmente en lo que considera un pecado.

—Comprendedlo, sir Sparhawk, no me opongo a ello. Trataré de hacer entrar en razón a mi hermano. A veces me escucha.

—Esperemos que ésta sea una de tales ocasiones. —Sparhawk se asomó a la ventana y profirió un juramento.

—¿Qué sucede, sir Sparhawk?

—¿Es Gerrich aquel que está de pie en esa loma, en la retaguardia de las tropas?

—Lo es —asintió el barón tras mirar por la aspillera.

—Creo que conocéis al hombre que se encuentra junto a él. Es Adus, el subalterno de Martel. Por lo visto Martel ha estado jugando con dos barajas en este asunto. Lo que me preocupa, sin embargo, es esa figura algo más apartada…, el alto con sayo negro.

—No creo que represente una amenaza, sir Sparhawk. Casi parece un esqueleto.

—¿Veis cómo le brilla la cara?

—Ahora que lo mencionáis, sí. ¿No es extraño?

—Es más que extraño, barón Alstrom. Creo que será mejor que vaya a hablar con Sephrenia. Debo ponerla inmediatamente al corriente de esto.

Sephrenia estaba sentada junto al fuego en su habitación, con su perpetua taza de té en las manos. Flauta, con las piernas cruzadas sobre la cama, tejía un entramado de tal complejidad que Sparhawk hubo de apartar la mirada a riesgo de perder la cabeza tratando de discernir el recorrido de cada uno de los hilos.

—Tenemos complicaciones —anunció a su tutora.

—Ya había reparado en ello —replicó la mujer.

—Es algo más grave de lo que pensábamos. Adus está allá afuera con el conde Gerrich y seguramente Krager estará acechando en un segundo plano.

—Martel está comenzando a cansarme de veras.

—Adus y Krager complican un tanto la actual situación, pero esa cosa, el Buscador, está también ahí afuera.

—¿Estáis seguro? —dijo ella, levantándose de un salto.

—Tiene idéntica forma y tamaño, y el mismo brillo emana de debajo de su capucha. ¿Cuántos humanos puede dominar a la vez?

—No creo que exista límite alguno, Sparhawk. Al menos, no cuando Azash está controlándolo.

—¿Recordáis esos hombres que nos tendieron una emboscada cerca de la frontera con Kelosia? ¿La manera como seguían atacando pese a que estábamos despedazándolos?

—Sí.

—Si el Buscador es capaz de adueñarse de la mente de todos los componentes del ejército de Gerrich, montarán un asalto que las fuerzas del barón Alstrom no podrán resistir. Será mejor que nos vayamos sin tardanza de aquí, Sephrenia. ¿Habéis ideado algún medio?

—Existen varias posibilidades —respondió—. La presencia del Buscador complica un poco las cosas, pero creo que conozco la manera de sortear ese escollo.

—Confío en ello. Vayamos a hablar con los otros.

Había transcurrido tal vez una hora cuando todos volvieron a reunirse en la estancia donde habían conversado el día anterior.

—Bien, caballeros —dijo Sephrenia—. Estamos amenazados por un gran peligro.

—El castillo es muy seguro, señora —afirmó Alstrom—. En quinientos años no ha caído ni una sola vez ante un sitio.

—Me temo que las cosas sean distintas en esta ocasión. Un ejército asediante suele asaltar los muros, ¿no es así?

—Es la práctica habitual, una vez que los ingenios han debilitado las fortificaciones.

—Y, cuando las fuerzas atacantes han sufrido importantes bajas, normalmente se retiran, ¿no es cierto?

—Así ha sido en mi experiencia.

—Los hombres de Gerrich no se retirarán. Proseguirán en su ataque hasta arrollar el castillo.

—¿Cómo estáis tan segura?

—¿Recordáis la figura de sayo negro que os he señalado, mi señor? —inquirió Sparhawk.

—Sí. Pareció inquietaros.

—No sin razón, mi señor. Ésa es la criatura que ha estado persiguiéndonos. Se llama un Buscador. No es humana y está supeditada a Azash.

—Cuidado con lo que decís, sir Sparhawk —advirtió con tono amenazador Ortzel—. La Iglesia no reconoce la existencia de los dioses estirios. Transitáis un terreno que roza la herejía.

—Para llevar a buen fin el propósito de esta discusión, será preferible que supongamos que sé de qué estoy hablando —replicó Sparhawk—. Dejando a un lado a Azash por el momento, es importante que vos y vuestro hermano comprendáis el inmenso peligro que entraña ese ser que está allá afuera. Es capaz de controlar por completo las tropas de Gerrich, y las lanzará contra el castillo hasta que logren tomarlo.

—Y no sólo eso —agregó sombríamente Bevier—, sino que los soldados no prestarán atención a heridas que dejarían incapacitado a un hombre normal. La única manera de contenerlos es matándolos. Nos hemos enfrentado anteriormente a hombres sujetos al influjo del Buscador y hubimos de exterminarlos.

—Sir Sparhawk —objetó Alstrom—, el conde Gerrich es mi mortal enemigo, pero aun así es un hombre honorable y un hijo fiel de la Iglesia. Él no se aliaría con criaturas de la oscuridad.

—Es del todo posible que el conde ni siquiera sepa que está allí —afirmó Sephrenia—. Lo que cuenta, no obstante, es que nos hallamos ante un mortal peligro.

—¿Por qué uniría esa criatura sus fuerzas a las de Gerrich? —preguntó Alstrom.

—Como ha explicado Sparhawk, ha estado persiguiéndonos. Por algún motivo, Azash considera a Sparhawk como una amenaza. Los dioses mayores poseen cierta habilidad para predecir el futuro y cabe la posibilidad de que Azash haya vislumbrado algo que quiere evitar. Ya ha realizado varios intentos de dar muerte a Sparhawk. Estoy convencida de que el Buscador está aquí con el expreso propósito de matar a Sparhawk… o como mínimo impedirle que recupere el Bhelliom. Debemos partir, mi señor, y sin demora. —Se volvió hacia Ortzel—. Me temo, Ilustrísima, que no tenemos otra alternativa. Nos vemos en la necesidad de acudir a las artes de Estiria.

—No pienso ser partícipe de ello —se obstinó el patriarca—. Sé que sois estiria, señora, y que por tanto ignoráis los dictados de la verdadera fe, pero ¿cómo osáis proponer la práctica de vuestras negras artes en mi presencia? En fin de cuentas, soy un eclesiástico.

—Creo que con el tiempo os veréis obligado a modificar vuestro punto de vista, Ilustrísima —advirtió con calma Ulath—. Las órdenes militantes son los brazos de la Iglesia. Recibimos instrucción en los secretos para poder servirla mejor. Esta práctica ha sido aprobada por todos los archiprelados a lo largo de novecientos años.

—En efecto —agregó Sephrenia—. Ningún estirio se avendría a enseñar a los caballeros hasta que cada nuevo archiprelado dé su consentimiento.

—En caso de que yo ascendiera al trono de Chyrellos, esa práctica cesaría.

—Entonces los reinos occidentales estarían perdidos —predijo ella—, pues, sin esas artes, los caballeros de la Iglesia estarían indefensos contra Azash y, sin los caballeros, Occidente caería ante las hordas de Otha.

—No tenemos pruebas fehacientes de que Otha se haya puesto en camino.

—Tampoco tenemos pruebas de la llegada del próximo verano —replicó secamente la mujer. Se volvió hacia Alstrom—. Creo disponer de un plan que puede permitirnos escapar, mi señor, pero antes he de ir a vuestra cocina y hablar con el cocinero.

El barón pareció desconcertado.

—Para llevar a efecto el plan necesito ciertos ingredientes que suelen hallarse en las cocinas. Por ello he de asegurarme de tenerlos al alcance.

—Hay un guardia en la puerta, señora —indicó Alstrom—. El os escoltará hasta la cocina.

—Gracias, mi señor. Vamos, Flauta —llamó, dicho lo cual, abandonó la habitación.

—¿Qué se propone? —preguntó Tynian.

—Sephrenia no explica casi nunca las cosas de antemano —le informó Kalten.

—Ni tampoco después, según he observado —agregó Talen, alzando la mirada del dibujo que realizaba.

—Habla cuando te dirijan la palabra a ti —lo regañó Berit.

—Si así lo hiciera, olvidaría cómo hablar.

—Espero que no irás a consentir esto, Alstrom —dijo con enfado Ortzel.

—No tengo más remedio —replicó Alstrom—. Es de vital importancia ponerte a buen recaudo, y éste parece el único método viable.

—¿Has visto también a Krager allá afuera? —preguntó Kalten a Sparhawk.

—No, pero imagino que no anda lejos. Alguien debe mantener vigilado a Adus.

—¿Es tan peligroso ese Adus? —inquirió Alstrom.

—Es un animal, mi señor —respondió Kalten—, y de una especie muy estúpida. Sparhawk me ha prometido que seré yo quien acabe con Adus si no me entrometo cuando él dé cuenta de Martel. Adus apenas sabe hablar y mata por mero placer.

—Es sucio y huele mal —añadió Talen—. Una vez me persiguió por la calle en Cammoria y casi me desmayo de la peste que despedía.

—¿Creéis que tal vez Martel esté con ellos? —preguntó esperanzadamente Tynian.

—Lo dudo —repuso Sparhawk—. Creo que le dejé los pies clavados en el suelo de Rendor. Según barrunto, debió de asentar las bases de su ardid aquí en Lamorkand y después fue a Rendor para conspirar allí. Luego envió a Krager y Adus para desencadenar los acontecimientos.

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