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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (33 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—Es una perspectiva bastante horrible la que sugerís, Sparhawk —objetó Tynian.

—¿Preferiríais matarla? —preguntó crudamente éste.

A Tynian se le demudó el semblante.

—Ya veis que es necesario. La emparedaremos.

—Perfecto, Sparhawk —aprobó Bevier con una escalofriante sonrisa—. Decidme, mi señor —agregó, dirigiéndose al conde—, ¿de cuál de las paredes de vuestro castillo podéis prescindir?

El conde le dedicó una mirada de perplejidad.

—Necesitaremos piedras como material —explicó Bevier—. Una buena cantidad de ellas, preveo. Quiero que el muro que tape esa puerta de arriba sea recio y resistente.

Capítulo 16

Se despojaron de las armaduras, se vistieron con unos toscos sayos de faena que trajo Occuda y se pusieron manos a la obra. Pronto habían derruido una parte de la pared posterior del establo, trabajando bajo la dirección de Kurik. Occuda preparó una gran tina de argamasa y los caballeros comenzaron a transportar piedras por la curvada escalera hasta la puerta de lo alto de la torre.

—Antes de que empecéis, caballeros —advirtió Sephrenia—, he de verla.

—¿Estáis segura de que es necesario? —le preguntó Kalten—. Sabéis que aún puede ser peligrosa.

—Eso es lo que he de averiguar. Estoy convencida de que está inerme, pero es mejor cerciorarse y no puedo hacerlo sin verla.

—Y a mí me gustaría ver su rostro por última vez —añadió el conde Ghasek—. No puedo soportar la criatura en que se ha convertido, pero hubo un tiempo en que la amé.

Subieron la escalera y Kurik abrió con una palanca de acero la pesada cadena, tras lo cual el conde sacó una llave y la hizo girar en la cerradura.

Bevier desenvainó la espada.

—¿Es ello en verdad necesario? —le preguntó Tynian.

—Podría serlo —repuso lúgubremente Bevier.

—Vamos, caballero —indicó Sephrenia al conde—, abrid la puerta.

Lady Bellina se hallaba de pie cerca del umbral. Su rostro, horriblemente deformado, estaba fláccido y su cuello, arrugado. Su enmarañado pelo tenía mechones grises y las carnes colgaban en desagradables pliegues en su cuerpo desnudo. Tenía la mirada totalmente enloquecida y retraía los labios en una mueca de odio, mostrando sus puntiagudos dientes.

—Bellina —dijo el conde lleno de tristeza, pero ella se abalanzó hacia él con las manos extendidas cual garras.

Sephrenia pronunció una palabra, apuntándola con un dedo, y Bellina retrocedió como si hubiera recibido un tremendo golpe. Aullando por su fracaso, intentó precipitarse contra ellos otra vez, pero de pronto se detuvo, arañando el aire frente a ella como si mediara entre ellos una pared que sólo ella alcanzaba a ver.

—Volved a cerrarla, mi señor —aconsejó Sephrenia—. Ya he visto bastante.

—Yo también —replicó el conde con voz turbada y ojos anegados en lágrimas mientras cerraba la puerta—. Ahora está loca sin remisión, ¿no es así?

—Completamente. Claro que ya había perdido el juicio al salir de esa casa de Chyrellos, pero ahora su demencia es absoluta y únicamente entraña peligro para sí misma. —La voz de Sephrenia expresaba una profunda compasión—. No hay espejos en esa habitación, ¿verdad?

—No. ¿Representaría ello una amenaza?

—No, pero al menos no habrá de sufrir contemplando su imagen. Sería demasiado cruel. —Se detuvo, reflexionando—. He advertido algunas hierbas silvestres por los alrededores. Existe un procedimiento para extraer su jugo, el cual produce un efecto sedante. Hablaré con Occuda y le daré indicaciones para que lo añada a su comida. Aunque no la curen, contribuirán a prevenir que se cause algún daño. Cerrad la puerta, mi señor. Esperaré adentro mientras realizáis esta obligada tarea. Avisadme cuando hayáis concluido. —Flauta y Talen salieron tras ella cuando se encaminaba hacia el castillo.

—Un momento, joven —dijo Kurik a su hijo.

—¿Qué pasa ahora?

—Tú te quedas aquí.

—Kurik, yo no sé nada de cómo poner ladrillos.

—No tienes por qué saber tanto para subir piedras por esa escalera.

—¡Estáis de broma!

Kurik se llevó la mano al cinturón y Talen se alejó presuroso hacia la pila de piedras cuadradas que había al fondo del establo.

—Buen chico —apreció Ulath—. Enseguida se adapta a la realidad.

Bevier insistió en acometer el trabajo principal. El joven cirínico colocaba piedras de un modo casi frenético.

—Ponedlas rectas —le ordenó Kurik—. Ésta será una pared permanente, de modo que debemos trabajar a conciencia.

Sparhawk emitió una involuntaria carcajada.

—¿Hay algo que os resulta divertido, mi señor? —le preguntó fríamente Kurik.

—No. Es sólo que acabo de acordarme de algo.

—Deberéis contárnoslo más tarde. No os quedéis ahí plantado, Sparhawk. Ayudad a Talen a acarrear piedras.

El alféizar donde se insertaba la puerta era grueso, dado que aquella torre formaba parte de las fortificaciones del castillo. Levantaron una pared encajada en él al tiempo que la hermana del conde chillaba desaforadamente, aporreando la puerta que estaban sellando. Después iniciaron un segundo muro pegado al primero. Era media mañana cuando Sparhawk entró en el castillo para comunicar a Sephrenia que habían terminado.

—Bien —contestó ésta.

Volvieron a salir al patio. La lluvia había cesado y el cielo comenzaba a aclararse, lo cual interpretó Sparhawk como un signo de buen augurio. Condujo a Sephrenia a la escalera que circundaba la torre.

—Muy bonita, caballeros —alabó Sephrenia, dirigiéndose a los otros, que efectuaban los últimos toques en el muro que acaban de construir—. Ahora bajad. He de hacer algo.

Cuando se hallaron abajo, la menuda mujer subió y comenzó a declamar en estirio. Una vez liberado el hechizo, la pared recién construida pareció relucir un momento. Luego el resplandor se disipó y la estiria bajó al patio.

—Ya podéis derribar la escalera ahora —indicó.

—¿Qué habéis hecho? —preguntó Kalten con curiosidad.

—Vuestro trabajo ha sido más perfecto de lo que hubierais creído, querido —le explicó, sonriendo—. La pared que habéis levantado es totalmente inexpugnable ahora. Ese trovador o los criados pueden golpearla con almádenas hasta que estén viejos y canosos, sin alterarla en lo más mínimo.

—La argamasa está completamente seca —les informó Kurik, que había ascendido de nuevo—. Eso suele llevar días.

Sephrenia señaló la puerta de la base de la torre.

—Avisadme cuando hayáis terminado ésta. Hace fresco y hay humedad aquí. Creo que volveré adentro a calentarme.

El conde, más apesadumbrado por la imprescindible sepultura de su hermana de lo que había dado a entender, la acompañó mientras Kurik daba instrucciones a su improvisada cuadrilla de obreros.

Hubieron de trabajar durante casi el resto de la jornada para desmontar la escalera que conducía a la ya tapiada puerta de arriba y sellar la de abajo, tras lo cual Sephrenia salió, repitió el encantamiento y regresó al castillo.

Sparhawk y los otros se dirigieron a la cocina, situada en un ala del castillo lindante con la torre.

Kurik examinó la puertecilla que daba a la escalera interior.

—¿Y bien? —inquirió Sparhawk.

—No me atosiguéis, Sparhawk.

—Se está haciendo tarde, Kurik.

—¿Queréis hacerlo vos?

Sparhawk cerró la boca y se limitó a observar sin añadir palabra alguna ni aun cuando Talen escurrió el bulto. El muchacho parecía cansado, y Kurik era un severo capataz, al igual que lo era él mismo en ocasiones.

Kurik habló con Occuda un momento y luego se volvió hacia su cuadrilla de albañiles manchados de argamasa.

—Es hora de que aprendáis otro oficio, caballeros —anunció—. Ahora haréis de carpinteros. Vamos a transformar esa puerta en un armario para la loza. Servirán las mismas bisagras y yo fabricaré un cerrojo que irá oculto. La puerta quedará totalmente tapada. —Reflexionó un instante, ladeando la cabeza para escuchar los amortiguados gritos que llegaban de arriba—. Creo que necesitaré algunos edredones, Occuda —declaró con gesto pensativo—. Los clavaremos en el otro lado de la puerta para que no se oiga tanto el ruido aquí.

—Buena idea —acordó Occuda—. No habiendo más criados, pasaré bastante tiempo aquí adentro y esos gritos podrían llegar a exasperarme.

—No lo hacemos únicamente con ese fin, pero me alegra facilitaros la existencia. Muy bien, caballeros, manos a la obra —indicó Kurik, esbozando una sonrisa—. Todavía haré de vosotros personas de utilidad.

Cuando hubieron concluido, Kurik ensució el armario con una extensa mancha oscura y luego retrocedió unos pasos para observar atentamente la flamante pieza de carpintería.

—Enceradlo un par de veces cuando se haya secado la mancha —instruyó a Occuda— y después arañadlo un poco. También sería conveniente que lo rayarais aquí y allá y que aventarais polvo en las esquinas. A continuación llenadlo de loza. Nadie sospechará jamás que no lleve aquí por lo menos un siglo.

—Tenéis un excelente escudero, Sparhawk —apreció Ulath—. ¿Os plantearíais la posibilidad de vendérmelo?

—Su mujer me mataría —respondió Sparhawk—. Además, en Elenia no vendemos a las personas.

—No estamos en Elenia.

—¿Por qué no volvemos a esa sala principal?

—Todavía no, caballeros —los disuadió con firmeza Kurik—. Primero habéis de barrer el serrín del suelo y llevaros las herramientas.

Sparhawk suspiró y fue a buscar una escoba.

Después de asear la cocina, se limpiaron la argamasa y el serrín prendido al cuerpo, se vistieron con túnica y calzas y regresaron a la gran estancia de techo abovedado, donde encontraron al conde y a Sephrenia enfrascados en animada conversación y a Talen y Flauta sentados cerca de ellos. El chiquillo parecía enseñar a la niña a jugar a damas.

—Ahora tenéis mucho mejor aspecto —señaló Sephrenia con aprobación—. La verdad es que lucíais una apariencia bastante impresentable allá en el patio.

—No se puede hacer paredes sin ensuciarse —contestó Kurik encogiéndose de hombros.

—Me parece que me he clavado una astilla —se lamentó Kalten, mirándose la palma de la mano.

—Es el primer trabajo honesto que ha realizado desde que lo armaron caballero —dijo Kurik al conde—. Con un poco de entrenamiento, no sería un mal carpintero, pero me temo que al resto aún les queda un largo camino.

—¿Cómo habéis disimulado la puerta de la cocina? —le preguntó el conde.

—Le hemos adosado un armario para la loza. Occuda le aplicará ciertos tratamientos para que parezca viejo y luego lo llenará de platos. Hemos acolchado la parte trasera de la hoja para amortiguar el sonido de los gritos de vuestra hermana.

—¿Todavía grita? —El conde exhaló un suspiro.

—Ello no remitirá con los años, mi señor —le advirtió Sephrenia—. Me temo que seguirá gritando hasta que muera. Cuando los alaridos hayan cesado, será la señal de que ha fallecido.

—Occuda está preparándonos algo para comer —anunció Sparhawk al conde—. Como va a tardar un rato, podríamos aprovechar para echar un vistazo a la crónica que habéis compilado.

—Excelente idea, sir Sparhawk —aceptó el conde, levantándose de la silla—. ¿Nos disculpáis, señora?

—Desde luego.

—Tal vez os dignéis acompañarnos.

—Ah, no, mi señor —repuso, riendo, la mujer—. Mi presencia no serviría de nada en una biblioteca.

—Sephrenia no sabe leer —explicó Sparhawk—. Creo que eso guarda relación con su religión.

—No —disintió la estiria—. Está relacionado con la lengua, querido. No quiero adoptar la costumbre de pensar en elenio porque ello podría ser un obstáculo cuando necesito reflexionar… y hablar… en estirio con rapidez.

—Bevier, Ulath, ¿por qué no venís con nosotros? —propuso Sparhawk—. Entre los dos, podríais aportar algunos detalles que contribuyan a hilar con precisión los sucesos que hemos de reconstruir.

Los tres caballeros abandonaron la sala y se dirigieron entre polvorientos pasillos hasta una puerta del ala oeste. El conde la abrió y los hizo pasar a una lóbrega habitación. Ghasek buscó a tientas en una mesa, tomó una vela y salió al corredor para encenderla en la antorcha que ardía afuera.

La estancia, de reducidas dimensiones, estaba abarrotada de libros.

—Debéis de leer mucho, mi señor —observó Bevier.

—Es lo que hacen los eruditos, sir Bevier. La tierra de esta zona no es buena más que para criar árboles y su cultivo no es una actividad muy estimulante para un hombre civilizado. —Miró en derredor con aire satisfecho—. Éstos son mis amigos —dijo—. Me temo que ahora necesitaré de su compañía más que nunca. Ya no podré volver a salir de esta casa. Habré de quedarme aquí para guardar a mi hermana.

—Los locos no suelen tener una larga vida, mi señor —le aseguró Ulath—. Una vez que han perdido el juicio, comienzan a desatender el cuidado de su persona. Tenía una prima que enloqueció un invierno, y a la primavera siguiente falleció.

—Es penoso hacer votos por la muerte de un ser querido, sir Ulath, pero, Dios me asista, reconozco como propio ese deseo. —El conde posó la mano en un montón de papeles depositados sobre el escritorio—. La labor de mi vida, caballeros. Al grano pues —dijo, tomando asiento—. ¿Qué es exactamente lo que buscáis?

—La tumba del rey Sarak de Thalesia —le respondió Ulath—. No llegó al campo de batalla de Lamorkand, con lo cual suponemos que pereció en alguna escaramuza aquí en Kelosia o en Deira…, a menos que su barco naufragara.

Sparhawk se estremeció al considerar por vez primera la posibilidad de que Bhelliom yaciera en el fondo del mar de Kelos, en el estrecho de Thalesia.

—¿Podríais precisar algo más? —pidió el conde—. ¿A qué lado del lago se dirigía el rey? He organizado mi crónica por regiones.

—Todo apunta a que el objetivo del rey Sarak era la ribera oriental —repuso Bevier—. Allí fue donde el ejército thalesiano se enfrentó a los zemoquianos.

—¿Disponéis de algún dato indicativo del lugar donde tomó tierra el barco?

—Ninguno del que tengamos referencias —contestó Ulath—. Yo he realizado algunas deducciones, pero podrían apartarse cien leguas del sitio donde realmente echaron anclas. Es posible que Sarak hubiera tomado rumbo hacia algún puerto de la costa norteña, aunque los barcos thalesianos no siempre lo hacen. Tenemos cierta fama de ser algo dados a la piratería, y tal vez Sarak quiso evitar tediosos interrogatorios y dirigió su proa a alguna playa desierta.

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