Como el hombre farfullaba y tosía, Kurik le palmeó la espalda hasta que se calmó.
—Bien —comenzó Kurik—, la primera pregunta es: «¿Dónde está Ghasek?».
El beodo se puso blanco como el papel y los ojos se le desorbitaron a causa del horror.
Kurik volvió a sumergirle la cabeza.
—Esto está empezando a cansarme —comentó con calma a Sparhawk mientras contemplaba las burbujas que subían a la superficie del agua. Sacó al hombre tirándole del pelo—. Esto no marcha, amigo —le advirtió—. De veras creo que deberíais comenzar a cooperar. Probemos de nuevo. ¿Dónde está Ghasek?
—Al n…, norte. —El hombre se atragantó y vomitó, rociando de agua la calle. Ahora parecía casi sobrio.
—Eso ya lo sabemos. ¿Qué camino debemos tomar?
—Id a la puerta del norte. Un kilómetro y medio después de dejar la ciudad, el camino se bifurca. Tomad el desvío de la izquierda.
—Vais bien. ¿Veis?, ya casi os estáis secando. ¿A qué distancia se encuentra Ghasek?
—A…, a unas cuarenta leguas. —El hombre trató de zafarse de la férrea mano de Kurik.
—La última pregunta —prometió Kurik—. ¿Por qué se asusta toda la gente de Venne cuando oyen el nombre de Ghasek?
—E…, es un sitio horrible. Allí pasan cosas demasiado espeluznantes para describirlas.
—Tengo buenas tragaderas —le aseguró Kurik—. Adelante. No temáis trastornarme.
—Beben sangre… y se bañan en ella… e incluso se alimentan de carne humana. Es el lugar más malhadado de la tierra. Sólo mencionar su nombre atrae una maldición sobre la propia cabeza. —El hombre se estremeció y prorrumpió en sollozos.
—Vamos, vamos —lo calmó Kurik, soltándolo y dándole suaves palmadas en el hombro. Le entregó una moneda—. Parece que os habéis mojado, amigo —añadió—. ¿Por qué no volvéis a la taberna y os secáis?
El individuo se escabulló a toda prisa.
—No parece un lugar demasiado agradable, ¿eh? —observó Kurik.
—No —admitió Sparhawk—, pero iremos de todos modos.
Dado que la ruta que se proponían seguir era, según todos los indicios, bastante accidentada, dejaron el carro al posadero y partieron a caballo de madrugada entre lóbregas calles iluminadas por antorchas. Como quiera que Sparhawk les había explicado la información que Kurik había sonsacado al borracho el día anterior, todos miraban con recelo a su alrededor después de haber traspuesto la puerta norte de la ciudad de Venne.
—Seguramente sólo se trata de alguna superstición —se mofó Kalten—. He escuchado terribles historias sobre algunos lugares y la mayoría de las veces han resultado ser sucesos acaecidos varias generaciones antes.
—Verdad es que no parece tener sentido —acordó Sparhawk—. Ese curtidor de Paler dijo que el conde Ghasek es un erudito. No suele ser ése el tipo de hombre que busca entretenimientos extravagantes. Permanezcamos en guardia de todas formas. Nos hallamos muy lejos de casa y sería un tanto difícil reclamar ayuda.
—Me rezagaré un poco —se ofreció Berit—. Creo que todos nos sentiríamos mejor si tenemos la certeza de que esos zemoquianos ya no nos siguen.
—Me parece que podemos contar con la eficiencia del
domi
—opinó Tynian.
—Aun así… —objetó Berit.
—Adelante, Berit —concedió Sparhawk—. No está de más ser prudentes.
Cabalgaban al trote lento con la salida del sol cuando llegaron a la bifurcación del camino. El estrecho ramal de la izquierda se encontraba lleno de baches y en pésimas condiciones. La lluvia que había azotado la región hacía días lo había dejado fangoso y en mal estado, empeorado, además, por la tupida maleza que lo bordeaba.
—Va a entorpecernos la marcha —auguró Ulath—, y no van a mejorar las cosas cuando subamos esas colinas. —Tendió la mirada al frente, hacia la suave cordillera cubierta de bosques.
—Haremos lo que podamos —replicó Sparhawk—, pero tenéis razón. Cuarenta leguas es una considerable distancia, sobre todo transitando por mal camino.
Avanzaron al trote, hollando el fango y, tal como había previsto Ulath, la vereda se tornó aún más escarpada. Media hora después entraron en el bosque, entre cuyos árboles de hoja perenne reinaba una sombría penumbra. Los caballeros, vestidos con armaduras, hallaron alivio en su interior a causa del frescor y la humedad del aire. Hicieron una breve parada a mediodía para tomar una comida consistente en pan y queso y siguieron cabalgando, ascendiendo hacia las cumbres de las montañas.
La región estaba ominosamente desierta e incluso los pájaros parecían haber enmudecido, con excepción de los negros cuervos, que emitían desde los árboles un casi incesante graznar. Cuando el crepúsculo descendía sobre la umbría floresta, Sparhawk condujo la comitiva a cierta distancia del camino y montaron el campamento para pasar la noche.
El deprimente bosque había abatido incluso al incorregible Kalten, y la cena que tomaron antes de acostarse estuvo presidida por un silencio poco habitual.
Alrededor de medianoche, Ulath despertó a Sparhawk para que lo relevara en el puesto de guardia.
—Según parece, hay muchos lobos por aquí —le informó en voz baja el corpulento genidio—. No sería mala idea que apoyarais la espalda en el tronco de un árbol.
—Nunca he oído que un lobo atacara a un hombre —objetó Sparhawk, hablando también quedamente para no turbar el sueño de los demás.
—Por lo general no lo hacen —convino Ulath—, a menos que estén rabiosos.
—Una alentadora idea.
—Me alegro de que os haya gustado. Me voy a la cama. Ha sido un largo día.
Sparhawk abandonó el círculo de luz y se detuvo a unos cincuenta metros entre la espesura para acostumbrar los ojos a la oscuridad. Oyó el aullido de los lobos allá en los bosques y creyó descubrir en ellos la fuente de muchas de las historias que circulaban acerca de Ghasek. Esa tenebrosa frondosidad bastaría para despertar el miedo de las gentes supersticiosas y, si a ella se añadían las bandadas de cuervos —animales de invariable mal agüero— y los escalofriantes aullidos de manadas enteras de lobos, no era difícil adivinar cómo se habían iniciado los rumores. Sparhawk rodeó con cautela el campamento, aguzando el oído y la vista.
Cuarenta leguas. Habida cuenta del creciente deterioro del camino, no era probable que pudieran recorrer diez leguas por día. A Sparhawk le irritaba aquella marcha lenta que, sin embargo, no estaba a su alcance modificar. Habían de ir a Ghasek. Pensó que tal vez el conde no hubiera encontrado a nadie que conociera la ubicación de la tumba del rey Sarak, y que aquel tedioso y largo viaje no resultara en fin de cuentas más que una pérdida absoluta de tiempo. Se apresuró a alejar tales cavilaciones de la mente.
Distraídamente, manteniendo la vigilancia, comenzó a preguntarse cómo sería su vida en caso de que lograran restablecer la salud de Ehlana. Él la había conocido de niña, pero ella ya no era una chiquilla. Había percibido algunos atisbos de su personalidad adulta, pero nada que le permitiera pensar que la conocía cabalmente. Sería una buena reina, no le cabía duda de ello, pero ¿qué clase de mujer era exactamente?
Advirtió un movimiento en las sombras y se detuvo, llevando la mano a la espada mientras escudriñaba la oscuridad. Entonces vio un par de ardientes ojos verdes que reflejaban la luz del fuego. Era un lobo. El animal contempló largamente las llamas y luego se volvió para escabullirse en silencio hacia el bosque.
Sparhawk cayó en la cuenta de que había estado conteniendo el aliento, y espiró de golpe. Nadie está jamás preparado para afrontar un encuentro con un lobo, e, incluso a sabiendas de lo irracional de tal reacción, él también sentía una crispación instintiva.
La luna se elevó, proyectando su pálida luz sobre la oscura espesura. Sparhawk alzó la cabeza y vio las nubes que se aproximaban. Poco a poco oscurecieron la luna y siguieron extendiéndose.
—Oh, estupendo —murmuró—. Justo lo que necesitábamos: más lluvia. —Sacudió la cabeza y continuó andando, escrutando las tinieblas que lo rodeaban.
Al cabo de un rato, Tynian lo relevó y entonces regresó a su tienda.
—Sparhawk. —Era Talen, que le tocaba el hombro para despertarlo.
—¿Sí? —Sparhawk se incorporó al reconocer la nota de urgencia que contenía la voz del chico.
—Hay algo allá afuera.
—Ya lo sé. Lobos.
—Eso no era un lobo…, a menos que hayan aprendido a caminar sobre las patas traseras.
—¿Qué has visto?
—Estaba a oscuras debajo de esos árboles. No he podido verlo muy bien, pero me parece que llevaba una especie de túnica que no le ajustaba muy bien al cuerpo.
—¿El Buscador?
—¿Cómo voy a saberlo? Sólo lo he visto un instante. Ha llegado hasta el lindero y luego ha vuelto a entrar en el bosque. Seguramente ni siquiera lo habría visto a no ser por el brillo de su cara.
—¿Verde?
Talen asintió.
Sparhawk comenzó a proferir imprecaciones.
—Cuando se os acaben las palabras, decídmelo —se ofreció Talen—. Soy muy bueno soltando juramentos.
—¿Has avisado a Tynian?
—Sí.
—¿Qué hacías levantado?
Talen exhaló un suspiro.
—A ver si crecéis, Sparhawk —dijo en un tono que delataba más años de los que en realidad tenía—. Ningún ladrón duerme más de dos horas seguidas sin salir a echar un vistazo.
—No lo sabía.
—Debierais saberlo. Es una vida de mucho nerviosismo, pero es divertida.
Sparhawk apoyó una mano en la nuca del chiquillo.
—Voy a hacer de ti un niño normal —aseveró.
—¿Por qué molestaros? Ya hace tiempo que dejé eso atrás. Quizás habría sido agradable correr y jugar…, si las cosas hubieran sido distintas…, pero no lo fueron, y esto es mucho más divertido. Volved a dormiros, Sparhawk. Tynian y yo vigilaremos. Oh, por cierto, va a llover mañana.
Al día siguiente, no obstante, no llovía, si bien las lóbregas nubes oscurecían el cielo. Hacia media tarde, Sparhawk refrenó a
Faran
.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Kurik.
—Hay un pueblo en ese pequeño valle.
—¿Qué demonios harán allá en medio del bosque? No puede cultivarse la tierra con tantos árboles por todas partes.
—Podríamos preguntárselo, supongo. De todas maneras quiero hablar con ellos. Están más cerca de Ghasek que la gente de Venne, y me gustaría recabar información más efectiva. No hay por qué cabalgar a ciegas hacia un sitio si es posible evitarlo. Kalten —llamó.
—¿Qué quieres? —contestó su amigo.
—Llévate a los otros y seguid avanzando. Kurik y yo vamos a bajar a ese pueblo para hacer unas cuantas preguntas. Ya os alcanzaremos.
—De acuerdo. —El tono de Kalten era algo brusco y desabrido.
—¿Qué te pasa?
—Estos bosques me deprimen.
—Sólo son árboles, Kalten.
—Ya lo sé, pero ¿por qué tiene que haber tantos?
—Mantén los ojos bien abiertos. Ese Buscador merodea por aquí.
Kalten desenvainó la espada con la mirada iluminada y tentó el filo con el pulgar.
—¿Qué te propones? —inquirió Sparhawk.
—Esta puede ser la ocasión que esperábamos para quitarnos de encima a esa criatura de una vez por todas. Ese bicho de Otha es muy huesudo y con un buen mandoble se partiría fácilmente en dos. Me parece que me rezagaré un poco y le tenderé una emboscada por mi cuenta.
Sparhawk reflexionó velozmente.
—Un bonito plan —fingió convenir—, pero alguien debe guiar a los otros y ocuparse de su seguridad.
—Tynian puede hacerlo.
—Tal vez, pero ¿estás dispuesto a confiar el bienestar de Sephrenia a alguien que conocemos sólo desde hace seis meses y que todavía está recuperándose de una herida?
Kalten dedicó una buena sarta de obscenidades a su amigo.
—El deber, amigo mío —replicó con calma Sparhawk—. La implacable llamada del deber nos sustrae a entretenimientos diversos. Haz lo que te he pedido, Kalten. Ya nos encargaremos más adelante del Buscador.
Kalten siguió profiriendo maldiciones. Después volvió grupas y se reunió con los demás.
—Habéis estado casi a punto de pelearos —comentó Kurik.
—Ya me he fijado.
—Kalten es un buen hombre combatiendo, pero a veces es un poco alocado.
Las casas del pueblo eran de troncos, con techos de tierra. Era evidente el esfuerzo realizado por sus habitantes para talar los árboles dejando un círculo despejado, con tocones diseminados, de un radio de unos cien pasos.
—Han despejado el terreno —observó Kurik—, pero apenas veo más que patios traseros. Todavía me pregunto qué hacen aquí.
Al entrar en la aldea obtuvieron respuesta a la pregunta. Varios lugareños serraban tablones sobre rudimentarios caballetes. Grandes pilas de maderos verdes alabeados al lado de las casas explicaban la existencia del pueblo.
Uno de los aldeanos paró de serrar y se secó la frente con un sucio trapo.
—No hay ninguna posada aquí —dijo a Sparhawk con tono hosco.
—No venimos en busca de una posada, compadre —replicó éste—, sino de información. ¿A cuánto queda la casa del conde Ghasek?
La tez del hombre perdió el color.
—No lo bastante lejos para mi gusto —respondió, observando con nerviosismo al fornido caballero de negra armadura.
—¿Cuál es su inconveniente, amigo? —le preguntó Kurik.
—Ningún hombre que esté en sus cabales se acerca a Ghasek —repuso el aldeano—. La mayoría de la gente ni siquiera quiere hablar de ese sitio.
—Ya oímos algo parecido en Venne —confesó Sparhawk—. ¿Qué es lo que ocurre en la casa del conde?
—No podría precisarlo, mi señor —contestó evasivamente el hombre—. Nunca he estado allí. Sin embargo, he escuchado algunas historias.
—¿Ah, sí?
—Han desaparecido algunas personas en la región. Como no los han vuelto a ver más, nadie sabe a ciencia cierta lo que les sucedió. Pero los siervos del conde vienen escapándose y él no tiene fama de ser un amo con mano dura. Algo maligno pasa en esa casa y toda la gente que vive en sus proximidades está aterrorizada.
—¿Creéis que el conde es responsable de ello?
—No es muy probable. El conde estuvo ausente durante el pasado año. Viaja mucho.
—Eso nos dijeron. —Sparhawk tuvo una idea—. Decidme, compadre, ¿habéis visto algún estirio últimamente?
—¿Estirios? No, no vienen a estos bosques. Es bien sabido que a nosotros no nos gusta esa gente.