—Es una buena señal. Entremos a conversar con ella. Creo que, ahora que se está serenando el tiempo, nuestra partida será más propicia.
Entraron en tropel en la tienda y allí Sparhawk repitió sucintamente lo que le había dicho Wat.
—Es un buen plan, Sparhawk —aprobó Sephrenia—. ¿A qué distancia está Paler?
—Talen, ve a buscar mi mapa, si eres tan amable.
—¿Por qué yo?
—Porque te lo he pedido.
—Oh. Bueno.
—Sólo el mapa, Talen —añadió Sparhawk—. No saques nada más de las alforjas.
El chico volvió al cabo de unos momentos y Sparhawk desplegó el mapa.
—Paler está aquí arriba —explicó—, en la orilla norte del lago…, justo al otro lado de la frontera con Kelosia, calculo que a unas tres leguas.
—Ese carro no avanzará muy deprisa —advirtió Kurik—, y no conviene que los heridos sufran muchos traqueteos. Probablemente tardaremos dos días.
—Al menos llevándolos a Paler tendremos la posibilidad de que los vea un medido —observó Sephrenia.
—No es preciso utilizar ese carro —objetó Bevier, pálido y sudando copiosamente—. Tynian está mucho mejor, y Kalten y yo no estamos tan mal. Podemos ir a caballo.
—No mientras yo dé las órdenes —aseveró Sparhawk—. No voy a poner en juego vuestras vidas sólo para ganar unas horas. —Se acercó a la puerta de la tienda y asomó la cabeza—. Está oscureciendo —señaló—. Todos vamos a descansar bien esta noche y saldremos mañana a primera hora.
Kalten se incorporó penosamente con un gruñido.
—Bien —dijo—. Ahora que todo está decidido, ¿qué hay para cenar?
Después de comer, Sparhawk se retiró junto al fuego. Contemplaba taciturno sus llamas cuando Sephrenia se reunió con él.
—¿Qué os ocurre, querido? —le preguntó.
—Ahora que he tenido tiempo para pensar acerca de ello, me parece una solución un tanto descabellada. Podríamos vagar por Kelosia y Deira durante los próximos veinte años escuchando relatar historias a ancianos.
—Yo no lo veo así, Sparhawk —se mostró en desacuerdo Sephrenia—. A veces tengo corazonadas…, pequeñas y súbitas previsiones del futuro. Tengo el presentimiento de que nos hallamos en la vía adecuada.
—Corazonadas… —repitió un tanto divertido.
—Tal vez sea algo de mayor consistencia, pero es una palabra que no entenderían los elenios.
—¿Tratáis de decir que realmente adivináis el futuro?
—Oh, no —contestó, riendo—. Sólo los dioses pueden hacerlo e incluso ellos lo auguran de manera imperfecta. Todo cuanto yo puedo lograr es una percepción de lo que es o no acertado. Siento de algún modo que éste es un camino correcto. Hay algo más a tener en cuenta —agregó—. El espectro de Aldreas os dijo que había llegado el tiempo de que Bhelliom emergiera de nuevo. Sé que Bhelliom es capaz de ello. Puede controlar las cosas hasta extremos que no llegamos ni a imaginar. Si quiere que seamos nosotros quienes lo encontremos, nada en el mundo será capaz de detenernos. Creo posible que suceda que los depositarios de las tradiciones orales de Deira y Kelosia nos cuenten cosas que ellos mismos tenían por olvidadas e incluso algunas de las que nunca hasta ahora tuvieron noticia.
—¿No es eso un poco místico?
—Los estirios somos místicos, Sparhawk. Pensaba que lo sabíais.
A la mañana siguiente se levantaron tarde. Sparhawk se levantó antes del alba, pero consideró conveniente dejar reposar a sus compañeros, pues llevaban mucho tiempo viajando y el horror de los días anteriores había hecho mella en ellos. Se alejó un trecho de las tiendas para contemplar la salida del sol. El cielo era claro y las estrellas aún brillaban en él. A pesar de las reconfortantes palabras pronunciadas por Sephrenia la noche anterior, Sparhawk tenía un humor sombrío. En los inicios, la convicción de emprender una causa justa y noble le había hecho creer que de algún modo ésta llegaría a buen fin. Los sucesos de la jornada previa, no obstante, le habían demostrado cuán equivocado estaba. Arriesgaría cualquier cosa por restablecer la salud de su pálida reina, incluso la propia vida, pero ¿tenía derecho a poner en peligro la de sus amigos?
—¿Qué rumiáis? —Reconoció la voz de Kurik sin ni siquiera volver la cabeza.
—No sé bien, Kurik —admitió—. Tengo la sensación de que intento retener un puñado de arena en la mano, y ese plan nuestro no parece demasiado atinado. Intentar seguir la pista de relatos de hace quinientos años parece ser una especie de absurdo, ¿no crees?
—No, Sparhawk —respondió Kurik—, realmente no. Podríais recorrer todo el norte de Kelosia y de Deira con una pala sin siquiera aproximaros a Bhelliom. Ese granjero tenía razón. Depositad vuestra confianza en el pueblo, mi señor. En muchos casos la sabiduría del vulgo supera a la de la nobleza… e incluso a la de la Iglesia, a decir verdad. —Kurik tosió con embarazo—. No es necesario que le contéis a Dolmant que os he dicho esto —precisó.
—Vuestro secreto queda a salvo —dijo Sparhawk con una sonrisa—. Hay algo de lo que debemos hablar.
—¿Sí?
—Kalten, Bevier y Tynian están más o menos fuera de juego.
—¿Sabéis? Creo que estáis en lo cierto.
—Esa es una mala costumbre, Kurik.
—Aslade opina lo mismo.
—Tu mujer es muy inteligente. Bien, el que hayamos podido desplazarnos sin dificultades se debe en parte a la presencia de hombres acorazados con armadura. La mayoría de la gente no se interfiere en el camino de los caballeros de la Iglesia. El problema es que ahora únicamente vamos a ser Ulath y yo.
—Yo también cuento, Sparhawk. ¿Adónde queréis ir a parar?
—¿Te vendría bien la armadura de Bevier?
—Es probable. Estaría un tanto incómodo, pero podría ajustar un poco las correas. La pega es que no pienso ponérmela.
—¿Por qué no? Has llevado armadura en el campo de instrucción.
—Eso era en el campo. Todo el mundo sabía quién era yo y por qué lo hacía. Éste es el mundo real, lo cual representa una gran diferencia.
—No veo en qué es distinto, Kurik.
—Existen leyes al respecto, Sparhawk. Sólo los caballeros tienen permitido llevar armadura, y yo no soy un caballero.
—La diferencia es mínima.
—Pero existe.
—Vas a obligarme a ordenártelo, ¿verdad?
—Preferiría que no lo hicierais.
—Y yo, no tener que hacerlo. No es mi intención ofenderte, Kurik, pero ésta es una situación extraordinaria y de su desenlace depende nuestra seguridad. Llevarás la armadura de Bevier, y creo que podremos embutir a Berit en la de Kalten. Ya se puso la mía en otra ocasión y Kalten y yo tenemos aproximadamente la misma talla.
—¿Vais a insistir en ello?
—No me queda otro remedio. Hemos de llegar a Paler sin sufrir incidentes en el camino. Tengo varios hombres heridos y no quiero exponerlos.
—Comprendo los motivos, Sparhawk. Después de todo no soy estúpido. Aunque no sea de mi agrado, supongo que tenéis razón.
—Me alegra que compartas mi punto de vista.
—No os extasiéis tanto por ello. Quiero que quede bien claro que voy a hacerlo bajo protesta.
—Si surgiera algún problema, juraré que así ha sido.
—Suponiendo que estéis vivo —replicó agriamente Kurik—. ¿Queréis que despierte a los otros?
—No. Deja que duerman. Calculaste bien anoche. Vamos a tardar dos días para llegar a Paler, con lo cual nos queda poco tiempo de margen.
—Os preocupa mucho el tiempo, ¿no es cierto, Sparhawk?
—Está agotándose inexorablemente —respondió éste con aire sombrío—. Esta estrategia de ir de un lado a otro escuchando cuentos de viejos consumirá mucho sin duda. Se halla próximo el momento en que va a morir otro de los doce caballeros, y éste entregará su espada a Sephrenia. Ya sabes cómo la debilita eso.
—Es mucho más fuerte de lo que aparenta. Es probable que pudiera cargar con tanto peso como vos y yo juntos. —Kurik lanzó una ojeada hacia las tiendas—. Voy a encender el fuego y pondré a hervir su olla para el té. Ella suele despertarse temprano —agregó, antes de regresar al campamento.
Ulath, que había permanecido de pie a corta distancia, salió de entre las sombras.
—Ha sido una conversación interesante —observó con voz cavernosa.
—Estabais escuchando.
—Así es. Por la noche las voces se oyen desde muy lejos.
—No estáis de acuerdo… con lo de la armadura, me refiero.
—A mí eso me tiene sin cuidado, Sparhawk. En Thalesia no somos tan ceremoniosos como aquí. Un buen número de caballeros genidios no proceden estrictamente de familias nobles. —Sonrió, mostrando su blanca dentadura—. Por lo general esperamos a que el rey Wargun esté completamente borracho y entonces se los mandamos para que les conceda títulos. Algunos de mis amigos son barones de lugares que ni siquiera existen —agregó, rascándose la nuca—. A veces pienso que todo esto de la nobleza es una farsa. Los hombres son seres humanos, con o sin título. No creo que a Dios le importe. ¿Por qué habríamos entonces de concederle importancia nosotros?
—Vais a provocar una revolución hablando de ese modo, Ulath.
—Quizá sea hora de que se produzca una. Comienza a aclarar por allí. —Ulath apuntó al horizonte del lado este.
—Parece que tal vez tengamos buen tiempo hoy.
—Preguntádmelo esta noche y estaré en condiciones de afirmarlo.
—¿Acaso no intentan prever el tiempo en Thalesia?
—¿Para qué? No se puede hacer nada para modificarlo. ¿Por qué no vamos a echar un vistazo a vuestro mapa? Poseo algunos conocimientos sobre vientos, corrientes, vientos predominantes y cosas por el estilo. Tal vez pueda determinar los posibles lugares donde tomó tierra el rey Sarak y así podríamos hacer una suposición de la ruta que siguió. Eso serviría para reducir un poco el terreno donde buscar.
—No es mala idea —acordó Sparhawk—. Si sacamos alguna conclusión, como mínimo tendremos noción de dónde hemos de comenzar a hacer preguntas. —Sparhawk titubeó—. Ulath —dijo con tono serio—, ¿es Bhelliom en verdad tan peligroso como afirman?
—Probablemente mas aún. Ghwerig lo creó, y no es precisamente una criatura muy agradable…, incluso tratándose de un troll.
—Habéis dicho «es». ¿No deberíais haber dicho «era»? Ahora está muerto, ¿no?
—No que yo sepa y más bien dudo que lo esté. Hay algo que deberíais saber respecto de los trolls, Sparhawk. No mueren de viejos como el resto de las criaturas. Hay que matarlos. Si alguien hubiera logrado dar muerte a Ghwerig, se habría jactado de ello y su hazaña habría llegado a mis oídos. No hay mucho que hacer en Thalesia en invierno aparte de escuchar historias y cuentos. Como la nieve dificulta mucho la marcha, solemos quedarnos en casa. Vamos a mirar ese mapa.
Mientras caminaban hacia las tiendas, Sparhawk constató la simpatía que le inspiraba Ulath. El corpulento caballero genidio era normalmente taciturno, pero, una vez que se granjeaba uno su amistad, hablaba con una especie de despreocupación que a menudo resultaba más divertida incluso que el humor exagerado de Kalten. Los compañeros de Sparhawk eran buenos hombres…, los mejores, en realidad. Todos eran distintos, por supuesto, pero eso era de esperar. Fuera cual fuese el resultado final de su búsqueda, se felicitaba de haber tenido la oportunidad de conocerlos.
Sephrenia bebía té junto al fuego.
—Habéis madrugado —observó cuando los dos caballeros se adentraron en el círculo de luz—. ¿Han cambiado los planes? ¿Hemos de partir aprisa?
—No —le contestó Sparhawk, besándole la palma de la mano a modo de saludo.
—No me hagáis derramar el té, por favor —lo previno.
—No, señora —acordó—. Ya que no podremos cubrir más de cinco leguas hoy, dejaremos que duerman un poco más. Ese carro no se moverá muy deprisa y además, después de lo ocurrido, no creo que sea sensato vagar por el campo a oscuras. ¿Se ha despertado Berit?
—Me parece que lo he oído moverse.
—Voy a hacer que utilice la armadura de Kalten, y Kurik, la de Bevier. Tal vez logremos intimidar a cualquiera que tenga intenciones hostiles.
—¿Es eso lo único en que pensáis los elenios?
—Una fanfarronada es a veces más efectiva que una buena refriega —gruñó Ulath—. Me gusta engañar a la gente.
—Sois tan pillo como Talen.
—No, no realmente. No tengo los dedos tan ágiles como para cortar bolsas. En caso de decidir que quiero hacerme con lo que un hombre tiene en la bolsa, lo golpearía en la cabeza y lo cogería.
—Estoy rodeada de canallas —afirmó, riendo, la estiria.
El día amaneció brillante y soleado. Bajo un cielo de intenso azul, la mojada hierba que cubría las colinas circundantes lucía un verde resplandeciente.
—¿A quién le toca preparar el desayuno? —preguntó Sparhawk a Ulath.
—A vos.
—¿Estáis seguro?
—Sí.
Tras llamar a los otros, Sparhawk fue a buscar los utensilios de cocina en las cargas.
Después de comer, Kurik y Berit cortaron lanzas de repuesto en un bosquecillo cercano mientras Sparhawk y Ulath ayudaban a sus amigos heridos a subir al desvencijado carro de Talen.
—¿Qué inconveniente presentan las que ya tenemos? —inquirió Ulath cuando Kurik regresó con las lanzas.
—Que son quebradizas —replicó Kurik, atando las varas a un costado del carro—, sobre todo vista la manera como las usáis los caballeros. Más vale que sobren que no que falten.
—Sparhawk —avisó Talen—, por allí hay más gente de ésa con sayos blancos. Están escondidos en ese arbusto del extremo del campo.
—¿Podrías decir qué clase de gente son?
—Llevan espadas —respondió el chiquillo.
—Entonces son zemoquianos. ¿Cuántos son?
—Yo he visto cuatro.
Sparhawk se aproximó a Sephrenia.
—Hay un pequeño grupo de zemoquianos en la punta del campo. ¿Intentarían ocultarse los hombres del Buscador?
—No. Atacarían de inmediato.
—Tenía esa impresión.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Kalten.
—Ahuyentarlos. No quiero que nos ande pisando los talones ningún esbirro de Otha. Ulath, montemos y espantemos a esos individuos.
Ulath sonrió y saltó al caballo.
—¿Queréis las lanzas? —ofreció Kurik.
—No para ese trabajillo —gruñó Ulath, descolgando el hacha.
Sparhawk subió a lomos de
Faran
, se ciñó el escudo y desenvainó la espada. Después él y Ulath avanzaron con ademán amenazador. Al cabo de unos momentos, los zemoquianos salieron de su escondrijo y echaron a correr con gritos de alarma.