—Hagámoslos correr un poco —sugirió Sparhawk—. Quiero dejarlos sin resuello para que no vuelvan.
—De acuerdo —concedió Ulath, poniendo su montura al trote.
Los dos caballeros arremetieron contra los arbustos que limitaban el campo y persiguieron a los zemoquianos a lo largo de una amplia franja de terreno arado.
—¿Por qué no los matamos simplemente? —gritó Ulath a Sparhawk.
—No creo que sea necesario —contestó, también gritando, Sparhawk—. No son más que cuatro y no suponen una gran amenaza.
—Os estáis volviendo blando, Sparhawk.
—No, no es así.
Al cabo de unos veinte minutos refrenaron el paso.
—Corren muy bien, ¿eh? —comentó Ulath, riendo entre dientes—. ¿Por qué no regresamos ya? Me estoy cansando de este lugar.
Tras reunirse con los demás, emprendieron la marcha en dirección norte, bordeando el lago. Vieron campesinos en los campos, pero ninguna señal de zemoquianos. Cabalgaban al paso, con Kurik y Ulath a la cabeza.
Kalten conducía el carro, sosteniendo las riendas con una mano mientras se apretaba con la otra las costillas lesionadas.
—¿"Qué crees que pretendía esa gente? —preguntó el rubio caballero a Sparhawk.
—Me inclino a pensar que Otha ordena a sus hombres que mantengan vigilado a todo el que ronde por este campo de batalla —repuso Sparhawk—. Si alguien diera por casualidad con Bhelliom, no querría perderse por nada la noticia.
—Entonces sin duda habrá. No vendría mal mantener los ojos bien abiertos.
El sol incrementó su calor a medida que avanzaba el día, hasta el punto de que Sparhawk casi añoró las nubes y la lluvia que habían soportado la semana anterior. Siguió cabalgando ceñudo, sofocado dentro de su armadura esmaltada de negro.
Acamparon aquella noche en un bosque de majestuosos robles, no lejos de la frontera kelosiana, y se levantaron temprano a la mañana siguiente. Los guardias fronterizos les cedieron respetuosamente el paso, y hacia mediodía coronaron una colina que dominaba la ciudad de Paler.
—Hemos llevado mejor marcha de la que preveía —reconoció Kurik mientras descendían la larga ladera en dirección a la ciudad—. ¿Estáis seguro de que ese mapa vuestro es preciso?
—Ningún mapa lo es totalmente. Lo más que puede esperarse de ellos es una fidelidad aproximada.
—Una vez conocí en Thalesia a un hombre que dibujaba mapas —recordó Ulath—. Partió de viaje para levantar el mapa de la zona entre Emsat y Husdal. Al principio comprobaba con gran cuidado el terreno, pero al cabo de un par de días se compró un buen caballo y comenzó a basarse en suposiciones. Su mapa no es siquiera aproximado, pero todo el mundo lo utiliza porque nadie quiere tomarse la molestia de trazar uno nuevo.
Los guardias de la puerta sur de la ciudad les concedieron entrada después de formularles brevísimas preguntas y Sparhawk obtuvo de uno de ellos el nombre y dirección de una respetable posada.
—Talen —inquirió—, ¿crees que podrás encontrar solo el camino de esa posada?
—Desde luego. Soy capaz de encontrar cualquier sitio en una ciudad.
—Bien. Quédate aquí pues y mantén vigilado ese camino que viene del sur. Quiero saber si esos zemoquianos aún sienten curiosidad por nosotros.
—Descuidad, Sparhawk.
Talen desmontó y ató el caballo junto a la puerta. Luego volvió a salir y se sentó en la hierba al lado del camino.
Sparhawk y el resto se adentraron en la población con el carro traqueteando tras ellos. Las adoquinadas calles de Paler estaban muy transitadas, pero los viandantes cedían el paso a los caballeros de la Iglesia. Al llegar media hora después a la posada, Sparhawk bajó del caballo y entró en ella.
El posadero llevaba uno de los altos y puntiagudos sombreros comunes en Kelosia y tenía una expresión un tanto altanera.
—¿Tenéis habitaciones? —le preguntó Sparhawk.
—Por supuesto. Esto es una posada.
Sparhawk aguardó con frío ademán.
—¿Qué os molesta? —inquirió el posadero.
—Simplemente esperaba a que concluyerais la frase. Me parece que os habéis dejado algo.
—Disculpad, mi señor —murmuró, ruborizado, el posadero.
—Eso está mejor —lo felicitó Sparhawk—. Lo siguiente es que tengo tres amigos heridos. ¿Hay por azar algún médico cerca?
—Al final de esta calle, mi señor. Tiene un letrero afuera.
—¿Es bueno?
—En realidad no sabría decirlo. No he estado enfermo últimamente.
—Supongo que deberemos correr el riesgo. Traeré a mis amigos adentro e iré a buscarlo.
—No creo que venga, mi señor. Tiene en alta estima su posición y considera indigno de él ir a visitar a los enfermos y heridos fuera de su casa.
—Yo lo convenceré —aseveró Sparhawk, con expresión adusta.
El posadero exhaló una risa un tanto nerviosa al oírlo.
—¿Cuántas personas hay en vuestro grupo, mi señor?
—Somos diez. Ayudaremos a acomodar a los heridos y luego iré a charlar con ese presumido médico.
Cuando Kalten, Bevier y Tynian estuvieron instalados en sus habitaciones, Sparhawk se encaminó resueltamente hacia el fondo de la calle, haciendo ondear tras él su negra capa.
El médico tenía la consulta en el segundo piso, encima de una verdulería, al cual se accedía por una escalera exterior. Sparhawk subió y entró sin llamar. El galeno era un hombrecillo con cara de comadreja vestido con una holgada túnica azul. Agrandó ligeramente los ojos al levantar la mirada de un libro y ver cómo entraba sin permiso un hombre de torvo semblante vestido con armadura negra.
—¿Quién sois? —inquirió.
Habiendo decidido que lo mejor era atajar cualquier tipo de discusión, Sparhawk hizo caso omiso de la pregunta.
—¿Sois el médico? —preguntó con voz inexpresiva.
—Lo soy —repuso el hombre.
—Vais a venir conmigo —afirmó, sin el más leve tono de interrogación.
—Pero…
—No hay pero que valga. Tengo tres amigos heridos que reclaman vuestra atención.
—¿No podéis traerlos aquí? No suelo abandonar mi consulta.
—Los hábitos cambian. Tomad lo que necesitéis y venid. Están en la posada de esta misma calle.
—Esto es un ultraje, caballero.
—No vamos a discutir por esto, ¿verdad, compadre? —La voz de Sparhawk sonaba con terrible calma.
El médico vaciló, acobardado.
—Ah… no. Me parece que no. Haré una excepción en este caso.
—Confiaba en que mostrarais esa disposición.
—Voy a buscar mis instrumentos y algún medicamento. ¿Qué clase de heridas tienen?
—Uno tiene las costillas rotas, otro parece sufrir una hemorragia interna y el tercero se halla en un estado de extenuación.
—La extenuación se cura fácilmente. Vuestro amigo no tiene más que guardar cama unos días.
—No dispone de tiempo. Dadle algo para que se sostenga otra vez en pie.
—¿Cómo resultaron heridos?
—Asuntos eclesiásticos —respondió lacónicamente Sparhawk.
—Es mi anhelo constante servir a la Iglesia.
—No tenéis idea de lo que me alegra oír eso.
Sparhawk condujo al renuente médico al segundo piso de la posada y una vez allí se llevó a Sephrenia a un lado al tiempo que el curandero iniciaba su examen.
—Es un poco tarde —observó—. ¿Por qué no postergamos la visita al curtidor hasta mañana? No creo que nos convenga andar con prisa. Podría olvidar algún detalle de interés.
—En efecto —acordó la mujer—. Además, quiero cerciorarme de si este médico sabe lo que hace. Me da la espina que no es de fiar.
—Más le vale que atine. Ya tiene una noción bastante exacta de lo que le ocurrirá en caso contrario.
—¡Oh, Sparhawk! —exclamó con tono reprobador.
—En verdad es un trato muy simple, pequeña madre. Sabe muy bien, que o ellos se recuperan o él se enferma. Eso de algún modo lo estimula a dar lo mejor de sí.
La cocina kelosiana, según había observado ya Sparhawk, se basaba primordialmente en coles, nabos y remolachas hervidos, guarnecidos parcamente con cerdo en salazón, el cual era del todo inaceptable para Sephrenia y Flauta, por lo que ambas hubieron de conformarse con una dieta de verduras crudas y huevos pasados por agua. Kalten, no obstante, devoraba cuanto le presentaban.
Había ya anochecido cuando Talen llegó a la posada.
—Todavía nos siguen, Sparhawk —informó—, pero ahora son muchos más. He visto unos cincuenta en la cima de esa colina que hay al sur de la ciudad, y van a caballo. Se han parado en lo alto de la colina y avistado el panorama y luego se han retirado a los bosques.
—Eso es algo más serio que cuando sólo eran cuatro, ¿no es cierto? —señaló Kalten.
—Así es —acordó Sparhawk—. ¿Alguna idea, Sephrenia?
—No hemos viajado tan aprisa —apuntó la mujer, frunciendo el entrecejo—. Si van a caballo, podrían habernos alcanzado sin apenas esfuerzo. Yo diría que se limitan a seguirnos. Al parecer Azash sabe algo que nosotros ignoramos. Hace meses que intenta mataros, pero ahora envía a sus secuaces con la orden de seguirnos a cierta distancia.
—¿Se os ocurre qué puede motivar este cambio de táctica?
—Puedo proponer algunas hipótesis, pero no son más que suposiciones.
—Deberemos estar alerta cuando abandonemos la ciudad —previno Kalten.
—Tal vez doblemente alerta —agregó Ulath—. Quizás están esperando a que lleguemos a un trecho solitario de un camino para tendernos una emboscada.
—Una perspectiva halagüeña —señaló irónicamente Kalten—. Bueno, no sé vosotros, pero yo voy a acostarme.
Al día siguiente el sol lucía nuevamente con fuerza y del lado del lago soplaba una refrescante brisa. Sparhawk se vistió con cota de malla, una sencilla túnica y polainas de lana y luego salió a caballo de la posada en compañía de Sephrenia, en dirección a la puerta norte de Paler y la curtiduría del hombre llamado Berd. Las gentes de las calles, con una gran variedad de herramientas al hombro, parecían en su mayoría obreros. Todos llevaban sobrios sayos azules y aquellos altos sombreros puntiagudos.
—Me pregunto si se dan cuenta de lo ridículas que se ven esas prendas —murmuró Sparhawk.
—¿A qué prendas te refieres? —le preguntó Sephrenia.
—A esos sombreros. Parecen gorros de burro.
—No son más ridículos que esos sombreros de plumas que llevan los cortesanos de Cimmura.
—Supongo que tenéis razón.
La tenería se encontraba a cierta distancia de la puerta del norte. Al acercarse, Sephrenia arrugó la nariz a causa del hedor que despedía.
—Seré lo más breve que pueda —prometió Sparhawk.
El curtidor, un hombre corpulento y calvo, con un delantal de lona lleno de manchas parduscas, removía una tina con una larga paleta cuando Sparhawk y Sephrenia entraron en el patio.
—Ahora mismo voy —anunció con voz carrasposa.
Agitó un momento más la cuba, mirando con aire crítico su interior, y luego se dirigió hacia ellos, enjugándose las manos en el delantal.
Sparhawk desmontó y ayudó a Sephrenia a bajar de su blanco palafrén.
—Estuvimos hablando con un granjero llamado Wat, en Lamorkand —comunicó al curtidor—. Nos dijo que tal vez vos pudierais servirnos de ayuda.
—¿El viejo Wat? —rió el curtidor—. ¿Todavía sigue vivo?
—Lo estaba hace tres días. Vos sois Berd, ¿no es cierto?
—Ese soy yo, mi señor. ¿Qué es esa ayuda que precisáis?
—Venimos recorriendo la zona entrevistando gente que conoce relatos referentes a esa gran batalla que tuvo lugar por estos contornos hace ya tiempo. Hay algunas personas en Thalesia que guardan parentesco con el hombre que era su rey durante la contienda y quieren averiguar dónde está enterrado para poder trasladar sus restos a su país.
—Nunca he oído hablar de ningún rey que participara en las luchas de por aquí —admitió Berd—. Claro que eso no quiere decir que no estuviera. Imagino que los reyes no deben de ir por ahí presentándose a los plebeyos.
—¿Hubo pues batallas por aquí? —infirió Sparhawk.
—No sé si yo las llamaría batallas exactamente… Serían más bien lo que vos llamáis escaramuzas o cosas por el estilo. ¿Sabéis, mi señor? La batalla principal fue allá abajo, al sur del lago. Allí fue donde los ejércitos formaron sus filas de regimientos y batallones y todo eso. Lo que había aquí eran pequeños grupos de hombres…, casi todos kelosianos al principio, y después empezaron a bajar los thalesianos. Los zemoquianos de Otha patrullaban el campo y hubo un puñado de violentas peleas, pero nada digno de llamarse una batalla. Hubo un par no muy lejos de aquí, pero yo no sé si había thalesianos. La mayoría de las luchas en que ellos participaron tuvieron lugar cerca del lago Venne, y casi tan al norte como Ghasek. —Chasqueó los dedos de improviso—. Ahora me viene al magín la persona con la que habéis de hablar —dijo—. No sé por qué no me he acordado antes.
—¿Ah, sí?
—Claro. No sé dónde tendría la cabeza. Ese conde de Ghasek fue a alguna universidad de allá por Cammoria y estudió historia y cosas así. El caso es que todos los libros que leyó sobre esa batalla se concentraban mayormente en lo que pasó en la parte sur del lago y casi no decían nada de lo acontecido aquí arriba. Entonces, cuando acabó sus estudios, volvió a casa y empezó a ir por ahí recogiendo todas las viejas historias que encontraba. A estas alturas yo diría que ya habrá reunido todos los relatos del norte de Kelosia. Hasta vino a hablar conmigo, y eso que esto está bastante lejos de Ghasek Me dijo que lo que intenta hacer es completar muchas lagunas de lo que enseñan en esa universidad. Sí, señor, id a hablar con el conde Ghasek. Si alguien en Kelosia sabe algo de ese rey que buscáis, el conde lo habría visitado y lo habría puesto en ese libro que escribe.
—Amigo mío —reconoció efusivamente Sparhawk—, creo que acabáis de dar solución a nuestro problema. ¿Cómo localizaremos al conde?
—Lo mejor es tomar el camino que va al lago Venne. La ciudad de Venne está en la orilla norte del lago. Entonces salís de aquí hacia el norte. Es un camino muy malo, pero transitable… sobre todo en esta época del año. Ghasek no es una ciudad, sino propiamente las fincas del conde. Hay unos cuantos pueblos alrededor, la mayoría propiedad del conde, pero cualquiera os dará razón de la casa solariega, que es más bien un palacio o quizás un castillo. Yo he pasado por delante algunas veces. Un sitio triste sí es, pero nunca estuve dentro. —Soltó una rasposa carcajada—. Yo y el conde no nos movemos exactamente en los mismos círculos, ya me entendéis.