—No se trata de un hechizo normal, si es eso lo que queréis decir —contestó Tynian—. El encantamiento es bastante largo y hay que dibujar diagramas en el suelo para protegerse. En ocasiones los muertos no quieren ser despertados y pueden hacerle una buena jugarreta a uno si se enfadan.
—¿Cuántos planeáis invocar a la vez? —inquirió Kalten.
—Uno —respondió con firmeza Tynian—. No quiero tener que atender a un tiempo a toda una brigada. Puede que nos lleve algo más de tiempo, pero es mucho más seguro.
—Vos sois el experto.
La mañana se levantó triste y brumosa. La lluvia había regresado durante la noche y en la tierra, que ya había recibido más agua de la que podía absorber, se extendían charcos por doquier.
—Un día perfecto para levantar a los muertos —observó agriamente Kalten—. No parecería correcto que lo hiciéramos con la luz del sol.
—Bien —se decidió Tynian, poniéndose en pie—. Supongo que ya es hora de empezar.
—¿No vamos a desayunar primero? —objetó Kalten.
—De veras no os conviene tener algo en el estómago, Kalten —replicó Tynian—. Creedme.
Caminaron por el campo.
—No parece que excaven tanto por aquí —señaló Bevier—. Después de todo quizá los zemoquianos desconocen el lugar donde están enterrados los thalesianos.
—Confiemos en que así sea —hizo votos Tynian—. Este es un sitio tan idóneo para comenzar como otro cualquiera. —Tomó una rama seca y se dispuso a dibujar un diagrama en el empapado suelo.
—Es mejor que utilicéis esto —aconsejó Sephrenia, tendiéndole una cuerda enrollada—. Es adecuado trazar un dibujo en tierra seca, pero, como aquí hay charcos, cabe la posibilidad de que los espíritus no lo adviertan en su totalidad.
—Lo cual no nos interesa en modo alguno —acordó Tynian, comenzando a disponer en el suelo la cuerda para formar un diseño extraño, con inexplicables curvas y círculos y estrellas de formas irregulares—. ¿Es correcto? —consultó a Sephrenia.
—Desplazad eso un poco a la izquierda —indicó la mujer, señalando.
El caballero siguió su consejo.
—Así está mucho mejor —aprobó la maga—. Repetid el hechizo en voz alta. Yo os corregiré si os equivocáis.
—Sólo por curiosidad, ¿por qué no lo hacéis vos, Sephrenia? —le preguntó Kalten—. Según parece, vos poseéis más conocimientos sobre ello que los demás.
—No soy lo bastante fuerte —confesó—. Lo que se hace en este ritual es luchar con los muertos para obligarlos a levantarse. Yo soy un poco endeble para este tipo de cosas.
Tynian comenzó a hablar en estirio. Entonaba sonoramente las palabras, confiriéndoles una peculiar cadencia que acompañaba con lentos y majestuosos movimientos. El volumen de su voz fue incrementándose y su tono se tornó más imperativo. Luego alzó ambas manos y las juntó de improviso.
Al principio no advirtieron nada. Después, bajo el diagrama, el suelo pareció hincharse trémulamente. Lenta, casi dolorosamente, algo brotó de la tierra.
—¡Dios! —exclamó horrorizado Kalten al contemplar el ser grotescamente mutilado.
—Habladle, Ulath —dijo Tynian, apretando los dientes—. No puedo retenerlo mucho tiempo.
Ulath se adelantó unos pasos y empezó a hablar en una lengua áspera y gutural.
—Thalesiano antiguo —identificó el dialecto Sephrenia—. Lo que hablarían los soldados rasos en tiempos del rey Sarak.
La fantasmagórica aparición vaciló antes de contestar con espantosa voz y luego señaló espasmódicamente un punto con una huesuda mano.
—Dejad que se vaya —indicó Ulath—. Ya tengo lo que necesitábamos.
Tynian, con el rostro pálido y manos temblorosas, pronunció dos palabras en estirio y el espectro volvió a hundirse en la tierra.
—Ése no sabía nada —les comunicó Ulath—, pero ha señalado el lugar donde está sepultado un conde que formaba parte del séquito del rey Sarak, y, si alguien de aquí conoce el sitio donde está enterrado el monarca, ése sería él. Está por allí.
—Dejad que recupere el aliento —pidió Tynian.
—¿Es en verdad tan difícil?
—No tenéis idea, amigo.
Aguardaron mientras Tynian jadeaba penosamente. Momentos después, éste enrolló la cuerda y se enderezó.
—De acuerdo. Vayamos a despertar al conde.
Ulath los condujo a un pequeño montículo levantado en las proximidades.
—Un túmulo funerario —constató—. Es costumbre erigirlos al enterrar a un hombre importante.
Tynian trazó el dibujo sobre la tierra amontonada y luego retrocedió y volvió a iniciar el ritual, el cual terminó juntando las manos una vez más.
La aparición que brotó del túmulo, no tan horriblemente mutilada como la primera, iba vestida con la tradicional cota de malla thalesiana y tocada con un yelmo rematado con cuernos.
—¿Quién sois vos que venís a turbar mi sueño? —preguntó a Tynian en la arcaica habla al uso cinco siglos antes.
—Él os ha devuelto a la luz del día a instancias mías, mi señor —respondió Ulath—. Soy de vuestra raza y querría hablar con vos.
—Hablad prontamente pues. Me descontenta que hayáis hecho esto.
—Buscamos el lugar donde reposa Su Majestad el rey Sarak —declaró Ulath—. ¿Sabríais vos, mi señor, adónde hemos de dirigirnos?
—Su Majestad no yace en este campo de batalla —respondió el fantasma.
A Sparhawk le dio un vuelco el corazón.
—¿Sabríais vos qué le aconteció? —insistió Ulath.
—Su Majestad partió de su capital en Emsat al tener noticias de la invasión de las hordas de Otha —explicó el espectro—, y se llevó con él una reducida partida de asistentes de corte. Los demás nos quedamos para formar el grueso de la tropa. Habíamos de sumarnos a ellos una vez reunido el ejército. Cuando llegamos aquí, no hubo modo de encontrar a Su Majestad y nadie sabía qué había sido de él. Buscadlo pues en otro lugar.
—Una última pregunta, mi señor —solicitó Ulath—. ¿Sabríais por ventura qué ruta tenía intención de seguir Su Majestad para llegar a este campo?
—Embarcó rumbo a la costa norte. Ningún hombre, vivo o muerto, conoce el sitio donde tomó tierra. Buscadlo en Kelosia o Deira y devolvedme a mí el reposo.
—Gracias, mi señor —dijo Ulath con una profunda reverencia.
—Vuestro agradecimiento no significa nada para mí —replicó con indiferencia el espíritu.
—Dejad que se retire, Tynian —indicó tristemente Ulath.
Una vez mas, Tynian liberó al espíritu mientras Sparhawk y los otros se miraban entre sí, con el pesar reflejado en los rostros.
Ulath se aproximó al lugar donde Tynian permanecía sentado en el mojado suelo con la cabeza hundida entre las manos.
—¿Estáis bien? —preguntó.
Sparhawk ya había advertido que el descomunal y salvaje thalesiano era curiosamente amable y solícito con sus compañeros.
—Sí. Estoy bien, pero un poco cansado —respondió débilmente Tynian.
—No podéis seguir haciéndolo —se inquietó Ulath.
—Puedo continuar un poco más.
—Enseñadme el hechizo —lo instó Ulath—. Yo soy capaz de luchar con los mejores guerreros, vivos o muertos.
—Apuesto a que sí, amigo mío —repuso Tynian con una leve sonrisa—. ¿Os han vencido alguna vez?
—La última fue cuando tenía siete años —confesó Ulath—. Entonces metí la cabeza de mi hermano en el cubo de madera del pozo. Nuestro padre tardó dos horas en sacársela, porque a mi hermano se la habían enganchado las orejas. Siempre tuvo unas orejas muy grandes. Lo echo mucho de menos. Murió peleando con un ogro. —El fornido caballero miró a Sparhawk—. Bien —añadió—, ¿qué hacemos ahora?
—Sin duda no podemos recorrer todo el norte de Kelosia y Deira —señaló Kalten.
—Eso resulta evidente —replicó Sparhawk—. No tenemos tanto tiempo. Debemos procurar obtener una información más precisa. Bevier, ¿se os ocurre algo que pueda aportar un dato sobre el sitio donde hemos de buscar?
—Las referencias a esta parte de la batalla son escasas, Sparhawk —respondió dubitativamente el caballero de blanca capa—. Nuestros hermanos genidios son un tanto descuidados en lo que a elaborar crónicas se refiere —agregó, dedicándole una sonrisa a Ulath.
—Escribir en runas es tedioso —confesó Ulath—. En piedra sobre todo. En ocasiones lo dejamos pendiente por espacio de una generación.
—Creo que debemos encontrar un pueblo o una ciudad, Sparhawk —opinó Kurik.
—¿Por qué?
—Tenemos algunas preguntas candentes a las que no hallaremos respuesta a menos que las formulemos a alguien.
—Kurik, la batalla se libró hace quinientos años —le recordó Sparhawk—. No vamos a encontrar a nadie vivo que presenciara lo sucedido.
—Por supuesto que no, pero a veces los lugareños, en especial la gente del pueblo llano, mantienen las tradiciones locales, y los diferentes puntos del terreno tienen nombres. El nombre de una montaña o un riachuelo podría ser el indicio que buscamos.
—Vale la pena intentarlo, Sparhawk —convino Sephrenia—. Aquí nos hallamos en un punto muerto.
—Es una vía con escasas posibilidades.
—¿Qué opciones tenemos además de ésta?
—Supongo que dada la situación habremos de proseguir hacia el norte.
—Y probablemente dejar atrás todas las excavaciones —añadió la mujer—. El hecho de que el terreno haya sido removido, es una señal bastante segura de que el Bhelliom no está ahí.
—Supongo que tenéis razón. De acuerdo, iremos hacia el norte y, si descubrimos algo prometedor, Tynian puede invocar otro espíritu.
—Me parece que habremos de ser prudentes en ese sentido —previno Ulath—. El esfuerzo de levantar a esos dos casi lo ha tumbado.
—Me recuperaré —protestó débilmente Tynian.
—Desde luego que sí… o así lo haríais si dispusiéramos de tiempo para dejaros descansar en cama durante unos días.
Ayudaron a montar a Tynian, lo rodearon con su capa azul, y cabalgaron rumbo norte bajo la persistente llovizna.
La ciudad de Randera se levantaba en las riberas orientales del lago, rodeada por altas murallas cuyos ángulos dominaban siniestras torres de vigilancia.
—¿Y bien? —inquirió Kalten, examinando la desolada ciudad lamorquiana.
—Una pérdida de tiempo —gruñó Kurik, señalando un gran montón de tierra que lentamente iba diluyendo la lluvia—. Todavía hay excavaciones. Hemos de alejarnos más.
Sparhawk observó a Tynian, cuyo rostro había recobrado en parte su color habitual y mostraba algo más de vigor en su ademán. Luego puso a
Faran
al trote y condujo a sus amigos a través del monótono paisaje.
Era mediodía cuando dejaron atrás los últimos rastros de socavones.
—Hay una especie de pueblo allá junto al lago, sir Sparhawk —indicó Berit.
—No parece un mal sitio para comenzar —acordó Sparhawk—. Veamos si encontramos una posada allí. Creo que ya es hora de que tomemos una comida caliente, nos guarezcamos de la lluvia y nos quitemos la humedad de encima.
—Y una taberna, tal vez —añadió Kalten—. Los parroquianos de las tabernas suelen ser aficionados a hablar y siempre hay algunos ancianos que se enorgullecen de conocer al dedillo la historia de la región.
Siguieron cabalgando hacia la orilla del lago y luego se dirigieron al pueblo. Sus casas estaban destartaladas sin excepción y el adoquinado se hallaba en un lamentable estado. En la parte baja de la población, una serie de muelles se adentraban en el lago, a lo largo de cuya orilla pendían las redes en hileras de palos. El olor de pescado podrido impregnaba el aire de las angostas callejas. Un lugareño de mirada desconfiada los encaminó a la única posada del pueblo, un viejo edificio de piedra con tejado de pizarra.
Sparhawk desmontó en el patio y entró. Un rollizo individuo de cara colorada y pelo mal igualado hacía rodar un barril por el suelo hacia una gran puerta trasera.
—¿Tenéis habitaciones vacías, compadre? —le preguntó Sparhawk.
—Todo el piso de arriba lo está, mi señor —respondió respetuosamente el gordo personaje—, pero ¿estáis seguro de que queréis deteneros aquí? Mis aposentos son adecuados para los viajeros habituales, pero apenas convenientes para la nobleza.
—Estoy convencido de que son mejor que dormir bajo un matorral en una lluviosa noche.
—Ello es bien cierto, mi señor, y me alegrará teneros como huéspedes. No recibo muchos en esta época del año. Esa cervecería de atrás es lo único que me mantiene el negocio.
—¿Hay gente allí en estos momentos?
—Una media docena de clientes, mi señor. El local se anima cuando los pescadores vuelven del lago.
—Somos diez —le comunicó Sparhawk—, de modo que necesitaremos unas cuantas habitaciones. ¿Tenéis a alguien que pueda ocuparse de nuestros caballos?
—Mi hijo se encarga de los establos, caballero.
—Advertidle que tenga cuidado con el gran ruano. Es un caballo juguetón y tiene cierta tendencia a morder.
—Se lo diré a mi hijo.
—Iré a buscar a mis amigos entonces y subiremos a echar un vistazo. Oh, por cierto, ¿tenéis por azar una bañera? Mis amigos y yo llevamos cierto tiempo a la intemperie y apestamos un poco a herrumbre.
—Hay un cuarto de baño en la parte trasera, mi señor. Nadie lo utiliza con frecuencia.
—Estupendo. Haced que alguno de vuestros criados comience a calentar agua y ahora mismo vuelvo. —Giró sobre sus talones y se adentró de nuevo en la lluvia.
Las habitaciones, aunque algo polvorientas por la falta de uso, parecían sorprendentemente acogedoras. Las camas estaban limpias y, al parecer, sin chinches, y había un gran comedor en el mismo piso.
—Muy bonito —aprobó Sephrenia, mirando en torno a sí.
—También hay un cuarto de baño —le anunció Sparhawk.
—Oh, eso es maravilloso —dijo, con un suspiro de contento.
—Os dejaremos utilizarlo primero.
—No, querido. No me gusta bañarme con prisa. Los caballeros primero. —Los olfateó apreciativamente—. No temáis gastar demasiado jabón —agregó—. Usad grandes cantidades de jabón… y lavaos también el pelo.
—Después de bañarnos, sería recomendable que nos pusiéramos unas simples túnicas —aconsejó a los demás—. Ya que nos proponemos hacer unas preguntas a esa gente, la armadura resultaría algo intimidatoria.
Los cinco caballeros se quitaron las armaduras, tomaron las túnicas y bajaron en tropel las escaleras con Kurik, Berit y Talen, vestidos con las acolchadas prendas interiores manchadas de óxido que llevaban bajo el metal. Se lavaron en grandes bañeras semejantes a barriles y salieron de ellas con la agradable sensación del que se ha aseado.