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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (18 page)

BOOK: El caballero del rubí
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La playa que se extendía hasta la lejanía en la orilla sur no presentaba vestigios de haber sido excavada tan intensivamente como el resto del campo.

—Me pregunto por qué no han cavado aquí —se interrogó Kalten.

—La crecida —replicó crípticamente Ulath.

—¿Cómo decís?

—El nivel del agua sube en invierno y vuelve a rellenar con arena los hoyos que hayan podido cavar.

—Oh. Eso lo explica, supongo.

Cabalgaron con cautela bordeando la orilla del agua durante la media hora siguiente.

—¿Hasta dónde hemos de ir? —preguntó Kalten a Sparhawk—. Tú eres el que lleva el mapa.

—A diez leguas de aquí —contestó Sparhawk—. Esta playa parece lo bastante llana como para galopar sin riesgo de obstáculos. —Hincó los talones en los flancos de
Faran
y aligeró la marcha.

La lluvia continuaba cayendo inexorablemente y la rizada superficie del lago tenía un color plomizo. Habían recorrido varios kilómetros por la orilla cuando vieron otro grupo de hombres hurgando un tanto furtivamente la empapada tierra del campo.

—Kelosianos —dijo Ulath, con desdén.

—¿Cómo lo sabéis? —le preguntó Kalten.

—Por esos estúpidos sombreros puntiagudos.

—Oh.

—Creo que tienen la misma forma que sus cabezas. Sin duda oyeron rumores acerca del tesoro y bajaron del norte. ¿Queréis que los ahuyentemos, Sparhawk?

—Dejad que sigan cavando. No nos molestan…, al menos mientras se queden donde están. Los hombres captados por el Buscador no mostrarían interés por el tesoro.

Hasta última hora de la tarde siguieron bordeando el lago.

—¿Qué os parecería montar el campamento aquí? —propuso Kurik señalando una gran pila de madera arrojada por las aguas—. Tengo un poco de leña seca en uno de los mulos y me parece que encontraremos más debajo de esa pila.

Sparhawk levantó la mirada hacia los nubarrones, calculando el tiempo que restaba de luz.

—Es hora de detenernos —acordó.

Desmontaron junto a la leña devuelta por las aguas y Kurik encendió el fuego prometido. Berit y Talem comenzaron a extraer leños relativamente secos de debajo de la pila, pero, un poco después, Berit se encaminó a su montura en busca de su hacha de guerra.

—¿Qué vais a hacer con eso? —le preguntó Ulath.

—Partir los trozos más gruesos con ella, sir Ulath.

—No, de ningún modo.

Berit pareció algo desconcertado.

—No es ésa la función para la que fue forjada. Embotaríais el filo y es posible que lo necesitéis dentro de poco.

—Mi hacha está en la carga de ese animal, Berit —indicó Kurik al novicio de avergonzado semblante—. Usadla. Yo no tengo intención de atacar a nadie con ella.

—Kurik —pidió Sephrenia desde el interior de la tienda que Sparhawk y Kalten acababan de montar para ella y Flauta—, plantad un toldo cerca del fuego y tended una cuerda debajo. —Salió enfundada en un sayo estirio con su chorreante vestido blanco en una mano y la ropa de Flauta en la otra—. Es hora de secar nuestro atuendo.

Tras la puesta del sol, del lago comenzó a soplar una brisa nocturna que hizo ondear la tela de las tiendas y las llamas del fuego. Comieron una frugal cena y luego se acostaron.

Alrededor de medianoche, Kalten regresó de su puesto de guardia y despertó a Sparhawk.

—Te toca a ti —le dijo en voz baja para no alterar el sueño de los demás.

—De acuerdo. —Sparhawk se incorporó bostezando—. ¿Has encontrado un buen lugar?

—Esa colina justo detrás de la playa. Pero mira dónde pones los pies al subir, pues han estado cavando sus laderas.

Sparhawk comenzó a ponerse la armadura.

—No estamos solos aquí, Sparhawk —le advirtió Kalten, quitándose el yelmo y la empapada capa negra—. He visto media docena de fogatas alejadas tierra adentro.

—¿Más kelosianos y lamorquianos?

—Resulta difícil precisarlo. El fuego no suele tener señas de identidad.

—No se lo digas a Talen y Berit. No quiero que vuelvan a arrastrarse por ahí a oscuras. Duerme un poco, Kalten. Mañana será un largo día.

Sparhawk ascendió con cuidado la horadada ladera de la colina y se apostó en la cima. Enseguida divisó las fogatas que Kalten había mencionado y compartió con éste la opinión de que se hallaban a buena distancia y apenas constituían una amenaza.

Llevaban ya tiempo en camino, y a Sparhawk lo roía una creciente impaciencia. Ehlana se encontraba sola en la silenciosa sala del trono allá en Cimmura y el tiempo que le quedaba de vida iba consumiéndose. Unos meses más y los latidos de su corazón se debilitarían y después cesarían. Sparhawk apartó aquellas cavilaciones de su mente y, como siempre hacía cuando la aprensión se adueñaba de él, la ocupó deliberadamente en otros asuntos y recuerdos.

Sufriendo la incomodidad del frío y la humedad de la lluvia, trasladó sus pensamientos a Rendor, donde el sol abrasador absorbía toda traza de humedad del aire. Evocó las hileras de mujeres veladas de negro que al alba se encaminaban con paso airoso a los pozos antes de que el sol tornara insoportables las calles de Jiroch. Rememoró a Lillias con una irónica sonrisa, preguntándose si la melodramática escena representada cerca del puerto le habría reportado la clase de respeto que tan desesperadamente necesitaba.

Y después se acordó de Martel. Aquella noche en la tienda de Arasham, en Dabour, había sido ciertamente memorable. El hecho de ver a su odiado enemigo contrariado y frustrado había sido casi tan satisfactorio como hubiera sido matarlo.

—Pero ese día llegará, Martel —murmuró—. Tienes mucho que pagar y creo que se acerca el tiempo en que rendirás cuentas.

Era aquél un reconfortante pensamiento. Sparhawk lo acarició largamente mientras permanecía bajo la lluvia, precisando sus detalles, hasta que fue hora de despertar a Ulath para su turno de vigilancia.

Levantaron el campamento al despuntar del día y reemprendieron la marcha por la playa azotada por la llovizna.

Hacia media mañana, Sephrenia refrenó su blanco palafrén, reclamando silencio.

—Zemoquianos —dijo en tono conminatorio.

—¿Dónde? —preguntó Sparhawk.

—No estoy segura. Están cerca y tienen intenciones hostiles.

—¿Cuántos son?

—Es difícil decirlo, Sparhawk. Como mínimo una docena, pero seguramente menos de veinte.

—Tomad a los niños y retroceded hasta el borde del agua. —Miró a sus compañeros—. Veamos si podemos espantarlos —dijo—. No quiero que continúen siguiéndonos.

Los caballeros avanzaron por el cenagoso campo al paso, con las lanzas dispuestas, flanqueados por Berit y Kurik.

Los zemoquianos, que se escondían en una zanja poco profunda a menos de cien metros de la playa, se alzaron empuñando armas al ver cómo los siete elenios arremetían resueltamente contra ellos. Eran tal vez quince, pero el hecho de ir a pie los situaba en clara desventaja. No exhalaron ningún sonido, ni emitieron grito de batalla alguno, y su mirada estaba vacía.

—El Buscador los mandó —infirió Sparhawk—. Tened cuidado.

Mientras se aproximaban los caballeros, los zemoquianos se precipitaron hacia ellos y varios incluso se abalanzaron ciegamente contra las puntas de las lanzas.

—¡Tirad las lanzas! —ordenó Sparhawk—. ¡Están demasiado cerca!

Desenvainó la espada y, una vez más, los sujetos sometidos al Buscador atacaron envueltos en un mortal silencio, sin prestar atención alguna a sus camaradas abatidos. Pese a aventajarlos en número, no se hallaban a la altura de los caballeros montados, y su destino estaba sellado cuando Kurik y Berit los rodearon y acometieron contra ellos por detrás.

La lucha duró unos diez minutos y luego cesó.

—¿Está alguien herido? —inquirió Sparhawk, mirando rápidamente en torno a sí.

—Varios, diría yo —repuso Kalten, observando los cuerpos tendidos sobre el fango—. Esto está empezando a resultar demasiado fácil, Sparhawk. Se precipitan contra nosotros, casi pidiendo que los matemos.

—Siempre estoy dispuesto a hacer favores —bromeó Tynian, limpiando la espada con el sayo de un zemoquiano.

—Arrastrémoslos hasta la zanja en que se ocultaban —indicó Sparhawk—. Kurik, ve a buscar la pala. Los enterraremos.

—Ocultar el cuerpo del delito, ¿eh? —bromeó Kalten.

—Puede que haya otros por los alrededores —explicó Sparhawk—, y no vamos a anunciarles que hemos estado aquí.

—Bien, pero antes quiero asegurarme de su estado. No me gustaría que uno de ellos se despertara cuando tengo las manos ocupadas en agarrarle los tobillos.

Kalten desmontó y se dispuso a realizar la macabra tarea de cerciorarse de que estaban muertos. Después todos se pusieron manos a la obra, la cual fue facilitada por la maleabilidad del barro.

—Bevier —preguntó Tynian—, ¿verdaderamente le tenéis tanto apego a esa hacha?

—Es mi arma favorita —repuso Bevier—. ¿Por qué lo preguntáis?

—Resulta un poco molesto llegado el momento de poner orden. Cuando les sesgáis la cabeza de ese modo, hay que hacer dos viajes con cada uno. —Tynian se inclinó y agarró por el cabello varias cabezas cercenadas, como si quisiera dar énfasis a sus palabras.

—Qué divertido —replicó secamente Bevier.

Después de tirar los cadáveres y sus armas a la zanja y de que Kurik los hubo cubierto de fango, volvieron a la playa, donde Sephrenia aguardaba a caballo, tapando cuidadosamente la cara de Flauta con su capa e intentando mantener ella misma los ojos apartados del escenario de la pelea.

—¿Habéis terminado? —inquirió al acercarse los caballeros.

—Ya ha pasado —le aseguró Sparhawk—. Ahora ya podéis mirar. —Frunció el entrecejo—. Kalten acaba de expresar algo curioso. Ha dicho que esto estaba poniéndose demasiado fácil. Esa gente se limita a atacar sin pensar, como si quisieran que los matáramos.

—No es así, Sparhawk —se mostró en desacuerdo la mujer—. El Buscador tiene hombres de sobra y los expondría a morir por centenares sólo para acabar con uno de nosotros… y enviaría cientos de otros para matar al siguiente.

—Deprimente. Si dispone de tantos, ¿por qué los envía en grupos tan pequeños?

—Son partidas de exploración. Las hormigas y abejas hacen exactamente lo mismo. Mandan grupos reducidos para localizar lo que busca la colonia. El Buscador sigue siendo un insecto después de todo y, a pesar de Azash, todavía piensa como tal.

—Al menos no regresan para informar —apuntó Kalten—. En todo caso ninguno de los que nos han visto lo ha hecho hasta el momento.

—Ya han informado —lo desanimó Sephrenia—. El Buscador sabe cuándo han sido mermadas sus fuerzas. Es posible que ignore el lugar preciso donde nos hallamos, pero es consciente de que hemos matado a sus soldados. Me parece que debemos irnos de aquí. Es probable que haya otros grupos y no nos conviene que nos ataquen a la vez.

Ulath sostuvo una seria conversación con Berit mientras cabalgaban al trote.

—Habéis de mantener el hacha bajo control en todo momento —aconsejó—. No deis jamás un golpe tan abierto del que no podáis recobraros al instante.

—Me parece que entiendo lo que queréis decir —respondió reflexivamente Berit.

—Un hacha puede ser un arma tan delicada como una espada… con tal que uno sepa lo que hace —observó Ulath—. Prestad atención, muchacho. Tal vez vuestra vida dependa de ello.

—Pensaba que todo consistía en golpear con ella a alguien con la mayor fuerza posible.

—Ello no es realmente necesario —replicó Ulath—. No si la mantienes afilada. Cuando uno casca nueces con un martillo, le da el impulso suficiente para romper la cáscara, pero no le interesa aplastarla para que el fruto quede hecho pedazos. Con el hacha sucede lo mismo. Si golpeas a alguien con excesiva fuerza, es muy posible que la hoja quede prendida en su cuerpo, lo cual te sitúa en clara posición de inferioridad cuando has de enfrentarte con el siguiente contrincante.

—Ignoraba que el hacha fuera un arma tan complicada —comentó en voz baja Kalten a Sparhawk.

—Creo que forma parte de la religión thalesiana —respondió Sparhawk. Miró a Berit, que escuchaba embelesado las instrucciones de Ulath—. Siento tener que decirlo, pero temo que hemos perdido un buen espadachín. Berit le tiene mucho cariño a esa hacha y Ulath está fomentándolo.

Horas después, cuando la orilla del lago comenzó a trazar una curva hacia el noreste, Bevier examinó el paisaje, orientándose.

—Me parece que hemos de detenernos aquí, Sparhawk —aconsejó—. Según mis conocimientos, ésta es aproximadamente la zona donde los thalesianos combatieron contra los zemoquianos.

—De acuerdo —convino Sparhawk—. Creo que el resto depende de vos, Tynian.

—Será lo primero que haga por la mañana —repuso el caballero alcione.

—¿Por qué no ahora? —le preguntó Kalten.

—Pronto comenzará a anochecer —explicó Tynian, con expresión desapacible— y yo no invoco espíritus de noche.

—¿Oh?

—El que sepa cómo hacerlo no significa que sea de mi agrado. Me gusta tener luz a raudales a mi alrededor cuando comienzan a aparecer. Estos hombres fallecieron en combate y por consiguiente no presentarán un aspecto muy halagüeño. Preferiría no toparme con ninguno de ellos a oscuras.

Sparhawk y los otros caballeros examinaron los contornos mientras Kurik, Berit y Talen instalaban el campamento. La lluvia había amainado ligeramente cuando regresaron.

—¿Alguna novedad? —inquirió Kurik, asomando la cabeza bajo las telas de lona que había levantado a un lado del fuego.

—Hay humo a pocos kilómetros por el sur —respondió Kalten, bajando del caballo—. Pero no hemos visto a nadie.

—Aún así deberemos montar guardia —opinó Sparhawk—. Si Bevier sabe que ésta es la zona aproximada donde lucharon los thalesianos, podemos tener la certeza de que los zemoquianos también lo han averiguado, y el Buscador debe de saber qué andamos buscando, por lo cual seguramente ha situado gente aquí.

Fue una velada insólitamente silenciosa la que pasaron sentados bajo las lonas que Kurik había tendido para resguardar el fuego de la lluvia. Ese lugar había sido su meta durante las semanas que había durado su viaje desde Cimmura y muy pronto sabrían si éste había servido para algo. Sparhawk estaba particularmente ansioso y preocupado. Ardía en deseos de pasar a la acción, pero respetaba la actitud que Tynian mantenía al respecto.

—¿Es muy complicado el proceso? —preguntó al deirano de anchos hombros—. La nigromancia, me refiero.

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