El chico salió de la tienda rezongando y se aproximó con cautela a Sparhawk.
—Bueno, ¿me he metido otra vez en un lío?
—No que yo sepa. ¿Has dicho que el granjero al que has comprado el carro se llama Wat?
—Sí.
—¿A cuánto está su granja de aquí?
—A unos tres kilómetros.
—¿Qué aspecto tiene?
—Los ojos miran cada uno en una dirección distinta y no para de rascarse. ¿No es el tipo del que hablaba ese viejo de la cervecería?
—¿Cómo sabías eso?
—Estaba escuchando detrás de la puerta —respondió Talen, encogiéndose de hombros.
—¿A escondidas?
—Soy un niño, Sparhawk…, o al menos la gente me considera como tal, y los mayores no piensan que deban contarles nada a los niños. He llegado a la conclusión de que, si me interesa enterarme de algo, he de descubrirlo por mí mismo.
—Sin duda tiene parte de razón, Sparhawk —acordó Ulath.
—Será mejor que vayas a buscar tu capa —indicó Sparhawk al chiquillo—. Dentro de poco, tú y yo iremos a hacer una visita a ese granjero.
Talen observó los lluviosos campos y exhaló un suspiro.
En el interior de la tienda, la música de Flauta se interrumpió y Sephrenia puso fin a su encantamiento.
—Me pregunto si será una buena o mala señal —se interrogó Ulath.
Aguardaron tensamente hasta que Sephrenia asomó la cabeza momentos después.
—Creo que se pondrá bien. Entrad y habladle. Lo sabré con mayor certeza cuando haya escuchado sus respuestas.
Tynian estaba incorporado sobre una almohada, si bien aún con cara macilenta y manos temblorosas. Aunque sus ojos aún reflejaban tormento, no presentaban el mismo extravío.
—¿Cómo os encontráis? —le preguntó Sparhawk, tratando de imprimir cierta ligereza a su tono de voz.
Tynian rió débilmente.
—Si queréis que os diga la verdad, me siento como si me hubieran vuelto del revés y luego me hubieran vuelto a colocar el cuerpo en su sitio. ¿Habéis conseguido matar a ese monstruo?
—Sparhawk lo ha ahuyentado con su lanza —explicó Ulath.
Los ojos de Tynian reflejaron un miedo irracional.
—¿Puede volver entonces?
—Es harto improbable —respondió Ulath—. Ha saltado adentro del túmulo y se ha tapado él mismo con tierra.
—¡Alabado sea Dios! —exclamó con alivio Tynian.
—Creo que ahora será mejor que durmáis —aconsejó Sephrenia—. Ya hablaremos más tarde.
Tynian asintió y se acostó de nuevo.
Sephrenia lo tapó con una manta y condujo afuera a Sparhawk y Ulath.
—Me parece que se repondrá —les comunicó—. Me he sentido mucho mejor al oírlo reír. Requerirá cierto tiempo, pero al menos se halla en el buen camino.
—Me llevaré a Talen e iremos a charlar con ese granjero —declaró Sparhawk—. Al parecer se trata del hombre del que nos habló el viejo de la posada. Tal vez nos dé alguna idea sobre el lugar adonde hemos de dirigirnos.
—Vale la pena intentarlo, supongo —dijo Ulath—. Kurik y yo nos encargaremos de la vigilancia aquí.
Sparhawk asintió y se encaminó a la tienda que solía compartir con Kalten. Allí se quitó la armadura, que sustituyó por una simple cota de malla, polainas de lana y su capa gris de viaje.
—Vamos, Talen —llamó, de regreso junto al fuego.
El chiquillo salió de la tienda con expresión resignada y la todavía húmeda capa apretada alrededor del cuerpo.
—Supongo que no podría disuadiros —dijo.
—No.
—Entonces espero que el campesino no haya mirado aún dentro del corral. Podría estar molesto si ha notado que le falta leña.
—Se la pagaré si es preciso.
—¿Después de lo que me ha costado robarla? —protestó, torciendo el gesto, Talen—. Sparhawk, eso es degradante, tal vez incluso inmoral.
Sparhawk le dirigió una curiosa mirada.
—Algún día vas a tener que explicarme cuál es el código moral de un ladrón.
—Es muy sencillo, Sparhawk. La primera regla es no pagar nada.
—Ya me parecía que sería algo así. Vamos.
El cielo de poniente iba aclarando en tanto que Sparhawk y Talen cabalgaban hacia el lago, y la lluvia había quedado reducida a esporádicos aguaceros, lo cual por sí solo levantó el ánimo del caballero, después de la prolongada llovizna soportada. El curso de los acontecimientos había dado plena razón a la incertidumbre que había pesado sobre él desde el momento en que abandonaron Cimmura, pero incluso ahora la comprobación del fracaso de sus tentativas le proporcionaba una base firme sobre la que proyectar un nuevo comienzo. Sparhawk aceptó estoicamente sus pérdidas y prosiguió en dirección a la luz que se abría paso en el horizonte.
La casa del granjero Wat y los edificios adyacentes se encontraban en un pequeño valle. Era un lugar de aspecto descuidado, rodeado por una empalizada de troncos que el viento inclinaba. La vivienda, mitad de piedra y mitad troncos, con un precario tejado de paja, aparecía claramente desvencijada y el corral aún se hallaba en peores condiciones, dando la impresión de que se mantenía en pie más por la fuerza de la costumbre que por respeto a la ley de la gravedad. Una carreta rota yacía en el fangoso patio, donde también reposaban oxidadas herramientas al capricho del azar, entre mojadas y desgreñadas gallinas que picoteaban sin grandes expectativas el mismo barro que hozaba cerca de las escaleras de la casa un flaco cerdo blanquinegro.
—No es muy ordenado, ¿verdad? —observó Talen al pasar.
—Yo vi el sótano donde vivías allá en Cimmura —replicó Sparhawk— y no era precisamente un lugar aseado.
—Pero al menos no estaba al descubierto. Este individuo lo tiene todo destartalado a la vista del público.
Entonces salió a la puerta, rascándose el estómago, un hombre estrábico de revuelto y sucio pelo cuyas prendas de ropa parecían mantenerse juntas con cabos de cuerda.
—¿Qué diantre os trae por aquí? —preguntó hoscamente antes de propinar una patada al cerdo—. Largo de aquí, Sophie.
—Estuvimos conversando con un anciano allá en el pueblo —repuso Sparhawk, señalando su ubicación con el pulgar—. Era un hombre de cabello blanco al que se le bambolea la cabeza, el cual parecía conocer muchas historias.
—A lo que yo imagino, ése es el viejo Farsh —dedujo el granjero.
—No me fijé en su nombre —dijo con calma Sparhawk—. Lo conocimos en la cervecería de la posada.
—Ese es Farsh, seguro. Le gusta estar cerca de donde hay cerveza. ¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—El dijo que vos también erais aficionado a las viejas narraciones…, a esas que guardan relación con la batalla que se libró por estas tierras hace quinientos años.
El rostro del campesino se iluminó visiblemente.
—Oh, pues sí —reconoció—. Farsh y yo acostumbrábamos intercambiar viejos cuentos. ¿Por qué no entran vuestra merced y el chico? Hace mucho tiempo que no tengo ocasión de charlar sobre los buenos viejos tiempos.
—Vaya, sois muy amable, compadre —agradeció Sparhawk, bajando de lomos de
Faran
—. Vamos, Talen.
—Dejad que ponga vuestras monturas en el corral —ofreció el hombre.
Faran
miró el destartalado edificio y se estremeció.
—Os agradezco, pero no es necesario, compadre —declinó Sparhawk—. La lluvia está cediendo y la brisa les secará el cuero. Si no es molestia, los dejaremos en el prado.
—Podía pasar alguien y robarlos.
—Este caballo no es de ésos que atraen a los maleantes.
—Vos seréis el que habrá de deslomarse andando si erráis. —Con un encogimiento de hombros, el bisojo se volvió para abrir la puerta de su morada.
En el interior de la casa, donde se amontonaba la ropa sucia en los rincones y restos de comida en la mesa, el desorden imperaba tanto o más que en el patio.
—Me llamo Wat —se identificó el bizco, dejándose caer en una silla—. Sentaos —invitó. Luego observó con ojos entornados a Talen—. Dime, tú eres el chaval que me ha comprado el carro viejo, ¿no es verdad?
—Sí —respondió Talen un tanto nervioso.
—¿Te ha ido bien? Quiero decir, ¿no se le ha caído ninguna de las ruedas ni nada?
—Circulaba bien —le aseguró Talen, algo tranquilizado.
—Es un contento oírlo. Y ahora, ¿cuáles historias os interesan en especial?
—Lo que andamos buscando, Wat —explicó Sparhawk—, es cualquier información que pudierais darnos acerca de lo que le ocurrió al rey de Thalesia durante la batalla. Un amigo nuestro tiene un distante parentesco con él y la familia quiere llevar sus huesos a Thalesia para darles apropiada sepultura.
—Nunca oí nada sobre ningún rey de Thalesia —confesó Wat—, pero eso no quiere decir gran cosa. Ésta fue una gran batalla, y había thalesianos luchando contra los zemoquianos desde la punta sur del lago hasta la misma Kelosia. Veréis, lo que pasó fue que, cuando los thalesianos empezaron a desembarcar allá en la costa norte, las patrullas zemoquianas los vieron y Otha empezó a mandar fuerzas bien nutridas allá arriba para intentar que no llegaran al campo de batalla principal. Primero, los thalesianos bajaron en pequeños grupos, y a los zemoquianos les salían las cosas a pedir de boca porque acababan con ellos tendiéndoles emboscadas, pero cuando el grueso del ejército thalesiano tomó tierra, todo cambió. Mirad, tengo un poco de cerveza hecha en casa allá atrás. ¿Os apetecería?
—A mí sí —aceptó Sparhawk—, pero el chico es demasiado joven.
—Tengo leche, si te gusta chaval —ofreció Wat.
—¿Por qué no? —suspiró Talen.
—El rey de Thalesia debe de haber sido uno de los primeros en desembarcar —declaró Sparhawk, tras reflexionar un instante—. Abandonó la capital antes que su ejército, pero nunca llegó al campo de batalla.
—Lo más seguro es que esté enterrado en algún sitio de Kelosia, o a lo mejor en Deira —replicó Wat, levantándose para ir a buscar la cerveza y la leche.
—Es una gran extensión de terreno —señaló Sparhawk, torciendo el gesto.
—Sí que lo es, amigo, pero seguís el camino correcto. Hay muchos en Kelosia y Deira que hallan tanto solaz en las viejas historias como yo y el viejo Farsh, y, cuanto más os acerquéis, a donde sea que está enterrado el rey ese que buscáis, más posibilidades habrá de que encontréis la persona que pueda deciros lo que queréis saber.
—Es cierto, supongo. —Sparhawk tomó un sorbo de cerveza. Ésta era turbia, pero se hallaba entre las mejores que había probado.
Wat apoyó la espalda en la silla, rascándose el pecho.
—La cosa es, amigo, que la batalla fue demasiado grande para que la viera toda un solo hombre. Yo conozco mucho de lo que pasó aquí y Farsh sabe de lo que pasó cerca de su pueblo y más al sur. Y también sabemos lo que ocurrió en general, mas cuando se quiere entrar en detalles, hay que platicar con alguien que viva muy cerca del sitio en cuestión.
—Entonces es un asunto que sólo depende de la suerte —se lamentó sombríamente Sparhawk—. Podríamos pasar a caballo delante del mismo hombre que conoce ese detalle sin enterarnos siquiera.
—Hombre, eso tampoco es verdad, amigo —disintió Wat—. Nosotros, las personas aficionadas a las historias, nos conocemos unos a los otros. El viejo Farsh os envió aquí y yo os mandaré a la casa de otro hombre de Paler, en Kelosia. El sabrá mucho más sobre lo que pasó allá arriba que yo, y conocerá a otros que saben aún más de lo que pasó cerca de donde ellos viven. Eso es a lo que me venía a referir cuando he dicho que seguíais el camino correcto. Solamente tenéis que ir de persona a persona hasta dar con la historia que buscáis. Así iréis mucho más rápido que cavando por todo el norte de Kelosia y Deira.
—Puede que tengáis razón.
El granjero esbozó una torcida sonrisa.
—No es por ofender, Excelencia, pero la nobleza se cree que los del vulgo no sabemos nada, pero, cuando nos ponen juntos, hay muy pocas cosas que no sepamos.
—Lo tendré en cuenta —aseveró Sparhawk—. ¿Quién es ese hombre de Paler?
—Es un curtidor, Berd de nombre… Un nombre estúpido, pero los kelosianos son así. Tiene la tenería justo afuera de la puerta norte de la ciudad. No lo dejan instalarse dentro de las murallas por el olor, ¿sabéis? Id a ver a Berd y, si él no sabe la historia que queréis oír, seguramente conocerá a alguien que a lo mejor lo sabe…, o cuando menos a alguien que pueda deciros a quién habéis de preguntar.
—Wat —dijo Sparhawk, poniéndose en pie—, nos habéis prestado un gran servicio. —Tendió algunas monedas al campesino—. La próxima vez que vayáis al pueblo, tomaos unas jarras de cerveza y, si encontráis a Farsh, invitadlo a una.
—Oh, muchas gracias, Excelencia. Descuidad que lo haré. Y buena suerte.
—Gracias. —Sparhawk recordó entonces algo—. Querría compraros un poco de leña, si no andáis escaso de ella. —Entregó algunas monedas más a Wat.
—Vaya, cómo no, Excelencia. Venid al corral y os enseñaré dónele está.
—No es preciso, Wat —dijo Sparhawk con una sonrisa—. Ya la hemos cogido. Vamos, Talen.
La lluvia había cesado del todo cuando Sparhawk y Talen salieron de la casa, y sobre la parte occidental del lago se veía un brillante cielo azul.
—¿Teníais que hacerlo, eh? —protestó Talen, disgustado.
—Ha sido muy amable —replicó Sparhawk a la defensiva.
—Eso no tiene nada que ver. ¿Acaso hemos avanzado algo?
—No es un mal comienzo —aseguró Sparhawk—. Aunque no parezca muy listo, Wat es realmente muy astuto. El plan de ir de un recopilador de narraciones a otro es uno de los mejores que me han propuesto últimamente.
—Vamos a tardar mucho.
—No tanto como con algunas de las posibilidades que hemos considerado.
—Entonces ha servido de algo hacer el viaje.
—Lo sabremos con más certeza después de conversar con ese curtidor de Paler.
Ulath y Berit habían tendido una cuerda cerca del fuego y colgaban ropa mojada en ella cuando Sparhawk y el chiquillo regresaron al campamento.
—¿Ha habido suerte? —inquirió Ulath.
—Algo, espero —repuso Sparhawk—. Es casi seguro que el rey Sarak no llegó tan al sur. Parece que hubo muchas más escaramuzas en Kelosia y Deira de lo que averiguó Bevier en sus libros.
—¿Qué haremos pues?
—Iremos a la ciudad de Paler, en Kelosia, a hablar con un curtidor llamado Berd. Si él no ha oído hablar de Sarak, es probable que nos dé las señas de alguien que posea referencias sobre él. ¿Cómo está Tynian?
—Todavía duerme. Pero Bevier está despierto, y Sephrenia ha conseguido que tomara un poco de sopa.