Pasaron el resto de la tarde dedicados a la desagradable tarea de bucear en las cenagosas y frías aguas.
—No queráis palpar el fondo con las manos —aconsejó Ulath—. Sondeadlo con los pies.
No encontraron nada. Cuando el sol se ponía, estaban todos exhaustos y pálidos de frío.
—Hemos de tomar una decisión —advirtió seriamente Sparhawk después de haberse secado y vestido con túnicas y cotas de malla—. ¿Cuánto tiempo podemos quedarnos aquí sin incurrir en peligro? El Buscador sabe casi con exactitud dónde nos hallamos y su olfato lo conducirá directamente hasta nosotros. En cuanto nos vea en el lago, Azash sabrá dónde está Bhelliom y ésa es una información que no podemos permitirnos revelarle.
—Tenéis razón, Sparhawk —acordó Sephrenia—. El Buscador tardará un tiempo en reunir sus fuerzas y traerlas hasta aquí, pero creo que deberíamos establecer un límite temporal a nuestra estancia en este lugar.
—¡Pero estamos tan cerca…! —objetó Kalten.
—De nada nos servirá encontrar Bhelliom para dejar que caiga en manos de Azash —observó la estiria—. Si partimos, alejaremos al Buscador del lago. Ahora sabemos dónde está Bhelliom y siempre podemos regresar en condiciones más aconsejables.
—¿Mañana al mediodía? —sugirió Sparhawk.
—Me parece bien.
—De acuerdo pues —zanjó Sparhawk—. A mediodía nos pondremos en marcha y volveremos a Venne. Tengo la impresión de que el Buscador no hará entrar a sus hombres en una ciudad, pues su aspecto despertaría muchas sospechas.
—Un bote —dijo Ulath, con la cara enrojecida a la luz del fuego.
—¿Dónde? —preguntó Kalten, escrutando el lago envuelto en sombras.
—No. Lo que quería proponer es cabalgar hasta Venne y alquilar un bote. El Buscador nos seguirá el rastro hasta allí, pero no podrá percibir nuestro olor sobre el agua, ¿no es así? Acampará fuera de Venne aguardando a que salgamos, pero nosotros ya habremos regresado aquí y podremos buscar tranquilamente el Bhelliom hasta dar con él.
—Es una buena idea, Sparhawk —apoyó Kalten.
—¿Está en lo cierto? —consultó Sparhawk a Sephrenia—. ¿No podrá el Buscador seguirnos el rastro navegando?
—Creo que no —repuso la mujer.
—Bien. En ese caso lo intentaremos.
Tomaron una magra cena y se acostaron.
Se levantaron al amanecer y, tras un desayuno rápido, llevaron la balsa hasta las marcas que indicaban hasta dónde habían explorado el día anterior y, una vez anclada, volvieron a zambullirse en las gélidas aguas para sondear sus cenagosas profundidades con los pies.
Era casi mediodía cuando Berit emergió a corta distancia del lugar donde Sparhawk chapaleaba en el fondo.
—Me parece que he encontrado algo —anunció el novicio, aspirando con fruición.
Entonces volvió a sumergirse cabeza abajo y, tras un largo minuto, salió de nuevo a la superficie. No era, sin embargo, una corona lo que llevaba en la mano, sino una calavera manchada de barro. Nadó hasta la balsa y la depositó en ella. Sparhawk miró la altura del sol y profirió un juramento. Luego siguió a Berit hacia la balsa.
—Ya basta —gritó a Kalten, que acababa de asomar la cabeza en el agua—. No podemos quedarnos más. Llama a los otros y regresemos a la orilla.
Ya en tierra, Ulath examinó con curiosidad la calavera.
—Parece extrañamente larga y estrecha —comentó.
—Eso se debe a que era un zemoquiano —observó Sephrenia.
—¿Se ahogó? —inquirió Berit.
Ulath rascó parte del fango y luego introdujo un dedo en un orificio de la sien izquierda.
—No con este agujero en la cabeza. —Se encaminó a la orilla del lago y lavó el fango acumulado en el transcurso de los siglos. Después volvió y agitó los huesos, produciendo un repiqueteo en su interior. El fornido thalesiano los depositó en las piedras apiladas de la tumba del conde de Heid, cogió una piedra y cascó la calavera con tanta facilidad como habría partido una nuez—. Lo sospechaba —dijo—. Alguien lo traspasó con una flecha, probablemente desde tierra. —Entregó la oxidada punta del proyectil a Tynian—. ¿La reconocéis?
—Es de forja deirana —dictaminó Tynian tras observarla.
—Según los datos reunidos por Ghasek —recordó Sparhawk—, los caballeros alcione de Deira pasaron por aquí y exterminaron a los zemoquianos que perseguían al conde de Heid. Es casi seguro que los zemoquianos vieron que el conde arrojó algo al lago, en cuyo caso hubieran ido a buscarlo, ¿no es cierto? Y al punto preciso donde cayó al agua. Ahora encontramos esta calavera con una flecha deirana. No hay que tener gran imaginación para reconstruir lo sucedido. Berit, ¿podéis señalar el sitio exacto donde habéis encontrado los huesos?
—Con un margen de error de unas decenas de centímetros, sir Sparhawk. Tomaba referencia en los objetos de la ribera. Estaba en línea recta desde ese tronco sumergido de ahí a unos diez metros de la orilla.
—Estupendo —comentó Sparhawk—. Los zemoquianos iban en pos de la corona y los alciones llegaron y los acribillaron con flechas desde tierra. Es posible que esa calavera se encontrara a unos pocos metros de Bhelliom.
—Ahora sabemos dónde está —zanjó Sephrenia—. Volveremos a buscarlo más adelante.
—Pero…
—Debemos partir de inmediato, Sparhawk, y sería demasiado peligroso tener Bhelliom en nuestro poder con el Buscador pisándonos los talones.
Sparhawk hubo de admitir de mala gana que no carecía de razón.
—De acuerdo pues —concedió con desencanto—, levantemos el campamento y vayámonos de aquí. Llevaremos cota de malla en lugar de armadura para no llamar tanto la atención. Ulath, impulsad la balsa hacia el interior del lago. Borraremos las huellas de nuestra estancia y cabalgaremos hacia Venne.
Media hora después emprendieron la marcha rumbo norte al galope. Como de costumbre, Berit cabalgaba a la zaga, atento para detectar señales de persecución.
Sparhawk estaba de humor melancólico. Se le antojaba que durante todas aquellas semanas había tratado de correr sobre arenas movedizas. Por más que se acercara al objeto que salvaría a su reina, siempre había algo que se interponía, obligándolo a apartarse de su meta. Comenzaron a asaltarlo sombrías aprensiones supersticiosas. Como elenio y caballero de la Iglesia, Sparhawk se hallaba en teoría sujeto a los dictados de la fe elenia y a su rígido rechazo de todo cuanto se encontrara relacionado, aunque fuera remotamente, con lo que la Iglesia denominaba «paganismo». Pero Sparhawk había permanecido mucho tiempo en el extranjero y visto demasiadas cosas como para aceptar como irrefutables los preceptos de su religión. Advirtió que, en muchos sentidos, se mantenía suspendido entre una fe sin tacha y un total escepticismo. En algún lugar había algo que trataba desesperadamente de mantenerlo alejado de Bhelliom y tenía la casi absoluta certeza de qué se trataba… Pero ¿por qué motivo profesaría Azash tan encarnizada enemistad a la reina de Elenia? Sparhawk se imaginó tristemente ejércitos e invasiones y se juró que, si Ehlana moría, arrasaría Zemoch hasta dejar a Azash sollozando entre sus ruinas sin ningún humano para rendirle adoración.
Llegaron a la ciudad de Venne a primera hora de la tarde del día siguiente y regresaron entre las oscuras calles a la posada que ya les era familiar.
—¿Por qué no compramos este establecimiento? —sugirió Kalten mientras desmontaban en el patio—. Ya casi siento como si hubiera vivido toda la vida aquí.
—Ve adentro y habla con el posadero —le indicó Sparhawk—. Kurik, vayamos al puerto a ver si encontramos un bote antes de que anochezca.
El caballero y su escudero salieron del patio y se encaminaron al lago por las adoquinadas callejas.
—Esta ciudad no resulta más bonita cuando se llega a conocerla —observó Kurik.
—No estamos aquí para observar el paisaje —gruñó Sparhawk.
—¿Qué os pasa, Sparhawk? —inquirió Kurik—. Lleváis una semana con un mal humor tremendo.
—El tiempo, Kurik —repuso Sparhawk con un suspiro—, el tiempo. A veces casi siento como si se me escapara de las manos. Estábamos a pocos metros de Bhelliom y hemos tenido que renunciar a tomarlo. Mi reina está muriéndose con cada día que transcurre y no paro de topar con obstáculos. Estoy comenzando a sentir un furioso deseo de enzarzarme en una pelea con alguien.
—No me miréis a mí.
Sparhawk esbozó una leve sonrisa.
—Creo que estáis a salvo, amigo mío —afirmó, poniendo afectuosamente una mano sobre el hombro de Kurik—. Detestaría una riña entre nosotros, aunque sólo fuera por la dificultad de apostar por el desenlace.
—Sí, claro —acordó Kurik. Entonces señaló con el dedo—. Por allí —dijo.
—¿Qué es lo que hay por allí?
—Esa taberna. Los patrones de barcos van allí.
—¿Cómo lo sabes?
—Acabo de ver entrar a uno. Como los botes suelen hacer agua, sus propietarios impermeabilizan las junturas con brea. Siempre que veáis un hombre con la túnica manchada de brea, podéis estar seguro de que de algún modo está relacionado con barcos.
—Eres una inconmensurable fuente de información en ocasiones, Kurik.
—He recorrido mundo durante bastante tiempo, Sparhawk, y si uno mantiene los ojos bien abiertos puede aprender mucho. Cuando estemos dentro, dejad que sea yo quien hable. El trato será más rápido. —Kurik adoptó de improviso un peculiar contoneo al caminar y abrió la puerta de la taberna con fuerza innecesaria—. Buenos días, paisanos —dijo con voz carrasposa—. ¿Por ventura hemos dado con un lugar donde acostumbran reunirse los hombres que trajinan en el agua?
—Habéis encontrado el sitio preciso, amigo —respondió el camarero.
—Dios sea loado —se congratuló Kurik—. Odio beber con hombres de tierra adentro. Sólo saben hablar del tiempo y de sus cosechas y, en cuanto uno ha dicho que está nublo y que los nabos van creciendo, ya se ha acabado la plática.
Los parroquianos rieron de buena gana.
—Disculpad la intromisión —se excusó el camarero—, pero parecéis tener el habla de los marinos de agua salada.
—Así es —contestó Kurik— y válgame Dios si no añoro el olor de la mar y la suave caricia de su espuma en las mejillas.
—Estáis muy lejos del agua salada, amigo —observó con una curiosa nota de respeto en la voz un hombre manchado de brea sentado en una mesa de un rincón.
Kurik lanzó un profundo suspiro.
—Perdí el barco, amigo —replicó—. Tomamos puerto en Apalia, de vuelta de Yosut, allá arriba en Thalesia, y salí a la ciudad y el ponche me jugó una mala pasada. Ese capitán no era de los que esperan a los rezagados y levó anclas y se fue con la pleamar, dejándome en tierra. Por buena fortuna me encontré a este hombre —dio familiarmente una palmada a Sparhawk en el hombro— y él me dio empleo. Dice que necesita alquilar un barco aquí en Venne y que precisaba alguien que conozca el manejo de los navíos para estar seguro de que no acabará en el fondo del lago.
—Y bien amigo —sondeó el marino de la esquina con mirada calculadora—, ¿cuánto estaría dispuesto a pagar vuestro patrón por alquilar un bote?
—Sólo sería un par de días —recordó Kurik—. ¿Qué os parece, capitán? —preguntó, dirigiéndose a Sparhawk—. ¿Causaría estragos en vuestra bolsa media corona?
—Podría permitírmelo —repuso Sparhawk, tratando de ocultar la sorpresa que le producía el cambio de modales de Kurik.
—¿Dos días decís? —caviló el hombre del rincón.
—Eso depende del viento y del tiempo, amigo, pero siempre es así en el agua, ¿no es cierto?
—Claro está. Podría ser que llegáramos a algún trato. Tengo un bote pesquero de buen tamaño y la pesca no ha sido buena últimamente. Podría alquilároslo y pasar un par de jornadas remendando las redes.
—¿Por qué no vamos al puerto y echamos una ojeada a ese barco? —propuso Kurik—. A lo mejor podría ser que cerráramos un acuerdo.
El individuo de túnica manchada de brea apuró su cerveza y se puso en pie.
—Vamos pues —accedió, encaminándose a la puerta.
—Kurik —advirtió quedamente Sparhawk con tono pesaroso—, no vuelvas a asaltarme con sorpresas de este tipo. Ya no tengo los nervios templados como antes.
—La variedad mantiene el interés en la vida, capitán. —Kurik dirigió una sonrisa a los pescadores antes de abandonar la taberna.
El bote tenía unos nueve metros de eslora y se hundía bastante en la superficie del agua.
—Parece que tiene un par de vías de agua —apuntó Kurik, señalando el agua que se acumulaba en el casco.
—Precisamente estábamos calafateándolo —se disculpó el pescador—. Choqué con un tronco sumergido y se abrió una juntura. Los hombres que trabajan para mí querían comer algo antes de acabar y achicarlo. —Dio una afectuosa palmada a la barandilla—. Es un buen barco —proclamó con modestia—. Responde bien al timón y es capaz de resistir cualquier temporal en este lago.
—¿Y lo tendréis arreglado para mañana?
—No tiene por qué haber problemas.
—¿Qué decís, capitán? —preguntó Kurik a Sparhawk.
—A mí me parece bien —respondió Sparhawk—, pero yo no soy un experto. Por eso os empleé a vos.
—De acuerdo entonces, lo probaremos, amigo —comunicó Kurik al pescador—. Volveremos mañana a la salida del sol y acabaremos de cerrar el trato. —Escupió en la mano y luego la estrechó al pescador—. Vamos, capitán —dijo Kurik a su amo—. Busquemos dónde nos den cama y cena. Mañana será un largo día. —Acto seguido, con el mismo contoneo, se alejó de la orilla del lago.
—¿Tendrás la amabilidad de explicarme toda esta escena? —inquirió Sparhawk cuando se hallaban a cierta distancia del propietario del bote.
—Es muy sencillo, Sparhawk —replicó Kurik—. Los hombres que navegan en los lagos profesan siempre un gran respeto por los marinos de agua salada y hacen cualquier cosa por granjearse su simpatía.
—Ya he reparado en ello, pero ¿cómo aprendiste a hablar de ese modo?
—Trabajé de marinero cuando tenía dieciséis años, ya os lo había contado.
—No que yo recuerde.
—Seguro que sí.
—Tal vez lo olvidé. ¿Qué fue lo que te impulsó a embarcarte?
—Aslade. —Kurik soltó una carcajada—. Ella tenía catorce años entonces y ya estaba convirtiéndose en toda una mujer. Tenía ese aire de chica casadera y, como yo no estaba preparado para dar el paso, me escapé. Fue la mayor equivocación que haya cometido nunca. Tomé empleo como marinero de cubierta en el cascarón con más vías de agua de toda la costa occidental de Eosia. Pasé seis meses achicando agua de la sentina. Cuando volví a tierra, me juré no volver a poner los pies en un barco. Aslade se puso muy contenta al verme, pero, claro, siempre fue una chica muy emotiva.