—¿Quieres decir que hemos estado esperando toda la noche mientras Ghwerig sacaba el agua de la barca? —inquirió Kalten.
—Eso parece —confirmó Sparhawk.
—Están acercándose, Sparhawk —anunció Tynian, señalando hacia el oeste.
—Y son thalesianos sin lugar a dudas —agregó Ulath.
Sparhawk profirió un juramento y se dirigió al linde de la arboleda. A la cabeza de la columna que se aproximaba iba un hombre robusto vestido con cota de malla y una capa púrpura, al cual Sparhawk conocía. Era el rey Wargun de Thalesia y parecía hallarse en un estado de total embriaguez. Junto a él cabalgaba un pálido y esbelto individuo enfundado en una armadura profusamente decorada, pero con una apariencia algo delicada.
—El que va al lado de Wargun es el rey Soros de Kelosia —informó Tynian en voz baja—. No creo que represente un peligro, pues se pasa el día rezando y ayunando.
—Aun así, nos hallamos ante un problema, Sparhawk —manifestó gravemente Ulath—. Ghwerig va a tomar tierra de un momento a otro y lleva la corona real de Thalesia con él. Wargun daría su propia alma por recuperar esa joya. Lamento tener que decirlo, pero será mejor que lo alejemos de aquí antes de que Ghwerig llegue a la orilla.
Sparhawk comenzó a maldecir, contrariado. Las sospechas que había abrigado durante la noche se habían hecho realidad.
—Todo saldrá bien, Sparhawk —le aseguró Bevier—. Flauta puede seguir el rastro del Bhelliom. Apartaremos al rey Wargun a cierta distancia y después nos despediremos de él. Podemos regresar después y perseguir al troll.
—No parece que tengamos otra alternativa —concedió Sparhawk—. Vayamos a buscar a Sephrenia y a los niños y alejemos a Wargun de aquí.
Montaron con presteza y volvieron al lugar donde se encontraban Sephrenia, Talen y Flauta.
—Hemos de irnos —anunció concisamente Sparhawk—. Se acercan unos thalesianos y el rey Wargun va con ellos. Ulath opina que, si Wargun averigua el motivo por el que nos hallamos aquí, tratará de arrebatarnos la corona tan pronto como pase a nuestras manos. Cabalguemos.
Partieron al galope en dirección norte y, tal como habían previsto, las tropas thalesianas salieron en su persecución.
—Hemos de recorrer dos o tres kilómetros como mínimo —gritó Sparhawk a los demás— para que Ghwerig tenga posibilidades de escapar.
Llegaron al camino que conducía a Venne y continuaron galopando, sin volver la mirada hacia los thalesianos que iban en pos de ellos.
—Están cada vez más cerca —informó a Sparhawk Talen, que podía volver la cabeza sin que lo advirtieran los perseguidores.
—Me gustaría apartarlos un poco más de Ghwerig —se lamentó Sparhawk—, pero me temo que ya no podemos ir más lejos.
—Ghwerig es un troll, Sparhawk —le recordó Ulath—. Sabe cómo esconderse.
—Bien —acordó Sparhawk. Hizo ademán de mirar atrás y alzó la mano, ordenando el alto. Tensaron las riendas y volvieron grupas para encararse a los thalesianos, uno de los cuales se aproximó a ellos al paso.
—El rey Wargun de Thalesia quiere hablar con vosotros, caballeros —anunció respetuosamente—. Se reunirá con nosotros de un momento a otro.
—Muy bien —replicó Sparhawk.
—Wargun está borracho —murmuró Ulath a su amigo—. Procurad ser diplomático, Sparhawk.
El rey Wargun y el rey Soros se adelantaron y refrenaron las monturas.
—¡Jo, jo, Soros! —bramó Wargun, tambaleándose peligrosamente en la silla—. Parece que hemos dado caza a una nidada de caballeros de la Iglesia. —Pestañeó y observó con ojos entornados a los caballeros—. Conozco a ése —dijo—. Ulath, ¿qué estáis haciendo en Kelosia?
—Asuntos eclesiásticos, majestad —respondió Ulath.
—Y ése de la nariz torcida es el pandion Sparhawk —añadió Wargun—. ¿Por qué corríais tanto, Sparhawk?
—Nuestra misión es urgente, majestad —repuso Sparhawk.
—¿Y qué misión es ésa?
—No nos está permitido difundirla, majestad. Es la práctica habitual en la Iglesia, comprendedlo.
—Una cuestión política pues —bufó Wargun—. Ojalá la Iglesia no metiera las narices en los asuntos políticos.
—¿Cabalgaréis con nosotros un trecho, majestad? —inquirió con cortesía Bevier.
—No, creo que será al revés, caballero… y será más de un trecho. —Wargun los miró a todos—. ¿Estáis al corriente de lo que sucede en Arcium?
—Hemos oído algunos rumores, majestad —refirió Tynian—, pero nada coherente.
—Bien —anunció Wargun—, os daré una información coherente. Los rendoreños han invadido Arcium.
—¡Eso es imposible! —exclamó Sparhawk.
—Id a hablar de imposibles a la gente que vivía en Coombe. Los rendoreños saquearon e incendiaron la ciudad. Ahora marchan hacia el norte en dirección a Larium, la capital. El rey Dregos ha apelado a los tratados de defensa mutua. Soros y yo estamos haciendo leva de todo hombre capacitado al que podamos echar las manos encima. Cabalgaremos rumbo sur y arrancaremos de cuajo esa infección rendoreña de una vez por todas.
—Ojalá pudiéramos acompañaros, majestad —se lamentó Sparhawk—, pero tenemos otro compromiso. Tal vez podamos reunimos con vos una vez concluida nuestra tarea.
—Ya lo habéis hecho, Sparhawk —afirmó categóricamente Wargun.
—Hemos de atender con urgencia otra obligación, majestad —repitió Sparhawk.
—La Iglesia es eterna, Sparhawk, y por ello es muy paciente. Ese otro compromiso habrá de esperar.
Aquella fue la gota que colmó el vaso. Sparhawk, que habitualmente había de esforzarse por mantener a raya su vivo genio, miró de hito en hito al monarca de Thalesia. A diferencia de los otros hombres, que descargaban su ira gritando y profiriendo juramentos, Sparhawk adoptaba una gélida calma a medida que su furia iba en aumento.
—Somos caballeros de la Iglesia, majestad —afirmó con voz neutra e inexpresiva—. No estamos sujetos a la autoridad de los reyes mundanos. Sólo somos responsables ante Dios y ante nuestra madre, la Iglesia, y son sus órdenes las que obedeceremos, no las vuestras.
—Tengo un millar de hombres armados con picas a mi espalda —vociferó Wargun.
—¿Y cuántos estáis dispuestos a perder? —preguntó Sparhawk con escalofriante parsimonia. Se irguió en la silla y se bajó lentamente la visera—. No perdamos el tiempo, Wargun de Thalesia —añadió, quitándose el guantelete derecho—. Considero vuestra actitud impropia, irreligiosa incluso, y me doy por ofendido. —Con gesto de aparente negligencia, arrojó el guantelete al camino frente al rey de Thalesia.
—¿Ése es su concepto de diplomacia? —murmuró, consternado, Ulath a Kalten.
—Ésa es la aproximación a la que suele llegar —aseveró Kalten, haciendo ademán de desenvainar la espada—. Vos también podríais adelantaros y aprestar el hacha, Ulath. Promete ser interesante la mañana. Sephrenia, llevad a los niños atrás.
—¿Estáis loco, Kalten? —se indignó Ulath—. ¿Queréis que apreste el hacha en contra del rey de mi país?
—Por supuesto que no —repuso Kalten, esbozando una sonrisa—. Sólo para lucirla en el cortejo de su funeral. Si Wargun acepta el reto de Sparhawk, beberá hidromiel celestial después de la primera estocada.
—En ese caso habré de pelear con Sparhawk —dedujo, apesadumbrado, Ulath.
—Sois libre de decidir hacerlo, amigo mío —reconoció Kalten con igual pesar—, pero no os lo aconsejo. Aun cuando vencierais a Sparhawk, habríais de enfrentaros a mí, y yo hago muchas trampas.
—¡No voy a permitir esto! —tronó una potente voz. El hombre que se abrió paso a caballo entre los thalesianos era enorme, más alto que el propio Ulath. Llevaba cota de malla y un yelmo rematado con cuernos de ogro y empuñaba una pesada hacha. Una ancha cinta negra en el cuello lo identificaba como eclesiástico—. ¡Recoged el guantelete, sir Sparhawk, y retirad el desafío! ¡Ésta es una orden de nuestra madre, la Iglesia!
—¿Quién es? —preguntó Kalten a Ulath.
—Bergsten, el patriarca de Emsat —repuso Ulath.
—¿Un patriarca? ¿Vestido de esa manera?
—Bergsten no es un prelado normal.
—Ilustrísima —tartamudeó Wargun—, yo…
—¡Deponed la espada, Wargun —bramó Bergsten— o habréis de luchar conmigo en combate individual!
—Yo no lo haría —confesó Wargun a Sparhawk, casi amigablemente—. ¿Y vos?
Sparhawk observó con detenimiento al patriarca de Emsat.
—No de poder evitarlo —admitió—. ¿Cómo creció tanto?
—Era hijo único —explicó el monarca—. No tuvo que pelear con nueve hermanos para llevarse la cena a la boca cada noche. ¿Qué opinión os merecería una tregua llegado este punto, Sparhawk?
—Me parece que es lo que la prudencia aconseja, majestad. No obstante, tenemos realmente algo importante que atender.
—Hablaremos de ello más tarde…, cuando Bergsten esté rezando.
—¡Éste es el mandato de la Iglesia! —rugió el patriarca de Emsat—. Los caballeros de la Iglesia se sumarán a nosotros en esta sagrada misión. La herejía eshandista es una ofensa a Dios. Ya que Dios nos otorga la fuerza, hijos míos, emprendamos esta gran tarea que nos proponemos. —Encaró el caballo hacia el sur—. No olvidéis vuestro guantelete, sir Sparhawk —gritó por encima del hombro—. Quizá lo necesitéis cuando lleguemos a Arcium.
—Sí, Ilustrísima —replicó Sparhawk, apretando las mandíbulas.
A mediodía, el rey Soros ordenó el alto y dio instrucciones a sus criados para que levantaran su pabellón, al cual se retiró en compañía de su capellán para decir sus oraciones.
—Niño de coro —murmuró entre dientes el rey Wargun—. ¡Bergsten! —bramó.
—Aquí estoy, majestad —respondió solícitamente a sus espaldas el belicoso patriarca.
—¿Se os ha pasado el acceso de mal humor?
—No estaba realmente enfadado, majestad. Sólo trataba de salvar vidas…, la vuestra incluida.
—¿Qué insinuáis?
—Si hubierais cometido la tontería de aceptar el desafío de sir Sparhawk, esta noche cenaríais en el cielo… o en el infierno, a la espera del juicio divino.
—No os andáis con rodeos.
—Sparhawk es famoso por su pericia, majestad, y vos no estaríais a su altura en combate. Ahora decidme qué queríais.
—¿A cuánto queda Lamorkand de aquí?
—Está en la orilla sur del lago, mi señor…, a un par de jornadas.
—¿Y la ciudad lamorquiana más próxima?
—Sería Agnak, majestad. Está al otro lado de la frontera, un poco más al este.
—De acuerdo. Iremos allí pues. Quiero sacar a Soros de su propio país y apartarlo de esos santuarios. Si se para a rezar otra vez, voy a estrangularlo. Alcanzaremos el grueso del ejército a última hora del día. Ya están marchando hacia el sur. Voy a enviar a Soros a movilizar a los barones lamorquianos. Vos iréis con él y, si intenta rezar más de una vez por día, tenéis mi permiso para descabezarlo.
—Ello podría tener interesantes repercusiones políticas, majestad —señaló Bergsten.
—Mentid al respecto —gruñó Wargun—. Decid que fue un accidente.
—¿Cómo puede descabezarse a alguien por accidente?
—Ya se os ocurrirá algo. Ahora escuchadme, Bergsten. Necesito a esos lamorquianos. No dejéis que Soros se desvíe en algún peregrinaje religioso. Mantenedlo en marcha. Citadle textos sagrados si es preciso. Reclutad a todo lamorquiano que se os presente delante y luego dirigíos a Elenia. Me reuniré con vosotros en la frontera arciana. Debo ir a Acie, en Deira. Obler ha convocado un consejo de guerra. —Miró en derredor—. Sparhawk —indicó con disgusto—, id a rezar a algún sitio. Un caballero de la Iglesia no debería escuchar a hurtadillas.
—Sí, majestad —respondió Sparhawk.
—Tenéis un caballo muy feo, ¿lo sabíais? —observó Wargun, mirando con mala cara a
Faran
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—Somos tal para cual, majestad.
—Yo de vos tendría cuidado —le advirtió Kalten mientras él y Sparhawk se dirigían al lugar donde habían desmontado sus amigos—. Muerde.
—¿Cuál? ¿Sparhawk o el caballo?
—¿A vos qué os parece, majestad?
—¿Qué está haciendo Ghwerig? —preguntó Sparhawk a Flauta después de bajar del caballo.
—Todavía está escondido —respondió la niña—. Al menos eso creo. Bhelliom está parado. Probablemente esperará a que oscurezca para ponerse en camino.
Sparhawk emitió un gruñido.
—¿Qué pasado tiene ese Bergsten? —preguntó Kalten a Ulath—. Nunca hasta ahora había visto a un eclesiástico con armadura.
—Era un caballero genidio —repuso Ulath—. Actualmente sería preceptor si no hubiera adoptado los hábitos.
—Asía el hacha como si supiera manejarla. ¿No es un poco raro que un miembro de una orden militante se haga sacerdote?
—No tanto, Kalten —disintió Bevier—. Un buen número de prelados arcianos habían sido cirínicos. Puede que algún día yo mismo abandone la orden para consagrarme más estrechamente al servicio de Dios.
—Tendremos que buscarle una bonita y complaciente muchacha a este chico, Sparhawk —murmuró Ulath—. Lo involucraremos en algún pecado lo bastante grave como para que abandone tal idea. Es un hombre demasiado valioso para que se eche a perder poniéndose una sotana.
—¿Qué os parece Naween? —propuso Talen, que se encontraba de pie detrás de ellos.
—¿Quién es Naween? —inquirió Ulath.
—La mejor prostituta de Cimmura. Le entusiasma su trabajo. Sparhawk la conoce.
—¿De veras? —dijo Ulath, mirando a Sparhawk con una ceja enarcada.
—Fue por una cuestión de trabajo —contestó lacónicamente Sparhawk.
—Desde luego… pero ¿vuestro o suyo?
—¿Qué os parece si dejamos esta cuestión? —Sparhawk se aclaró la garganta y miró en derredor para cerciorarse de que ninguno de los soldados del rey Wargun se hallaba lo bastante cerca para oírlos—. Hemos de deshacernos de esta pandilla antes de que Ghwerig se aleje demasiado —anunció.
—Esta noche —sugirió Tynian—. Las malas lenguas afirman que el rey Wargun bebe hasta quedarse dormido cada noche. En principio podríamos escabullimos sin problemas.
—No iréis a desobedecer la orden expresa del patriarca de Emsat —se escandalizó Bevier.
—Por supuesto que no, Bevier —se apresuró a contestar Kalten—. Sólo nos escaparemos y buscaremos a algún vicario de pueblo o al abad de un monasterio y haremos que nos ordene volver a nuestra actividad.
—¡Eso es inmoral! —exclamó Bevier.
—Ya lo sé. —Kalten sonrió afectadamente—. Desagradable, ¿verdad?
—Pero es técnicamente legítimo, Bevier —aseguró Tynian al joven cirínico—. Algo retorcido, lo reconozco, pero ortodoxo. Nuestros juramentos nos obligan a seguir las órdenes de los miembros consagrados del clero. La orden de un vicario o un abad invalidaría la del patriarca Bergsten, ¿no es así? —preguntó Tynian abriendo los ojos con aire inocente.