—Ahora ya están liquidados —les comunicó el cabecilla—. Quedaos unos cuantos aquí para atrapar las monturas de esta gente. Sin duda nos darán una buena suma por ellas. Los demás venid conmigo. ¿Vamos, Sparhawk?
Los días parecían discurrir con insoportable lentitud mientras avanzaban entre las despobladas montañas de Thalesia central. En cierto momento, Sparhawk aminoró la marcha para situarse a la altura de Sephrenia y Flauta.
—Se me antoja que llevamos como mínimo cinco días en este camino —manifestó a la niña—. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido en realidad?
La pequeña alzó dos dedos, sonriendo.
—Estás jugando otra vez con el tiempo, ¿no es cierto? —La acusó.
—Desde luego —replicó la niña—. Como no me regalasteis el gatito que me habíais prometido, he de jugar con algo.
Sparhawk se dio por vencido. Nada en el mundo era más inmutable que la salida y la puesta del sol, pero Flauta parecía tener la capacidad de alterar tales acontecimientos según su designio. Sparhawk había observado la consternación de Bevier cuando la pequeña le había explicado pacientemente algo que era enteramente inasequible a la razón y decidió que no sentía deseos de experimentar a su vez la misma sensación de impotencia que su amigo.
Habían pasado al parecer varios días —aun cuando Sparhawk no se habría ofrecido a prestar juramento al respecto— cuando, al atardecer, Tel situó su montura junto a la de Sparhawk.
—Ese humo de allá abajo procede de las chimeneas de Heid —le anunció—. Mis hombres y yo volveremos grupas aquí. Creo que todavía mi cabeza tiene un precio puesto en Heid. No es más que un malentendido, claro está, pero las explicaciones son tediosas…, en especial cuando uno está de pie en un escalón con un dogal en el cuello.
—Flauta —preguntó Sparhawk, volviendo la cabeza—, ¿ha cumplido Talen lo que vino a hacer aquí?
—Sí.
—Tenía esa impresión. Tel, ¿querréis hacerme el favor de llevar el chico a Stragen? Lo recogeremos de regreso. Atadlo bien fuerte y alargad la cuerda hasta sus tobillos, haciéndola pasar bajo el vientre de su caballo. Echáoslo encima por la espalda y tened cuidado, lleva un cuchillo en el cinto.
—Ésa es una buena razón, supongo —acordó Tel.
Sparhawk asintió con la cabeza.
—Es un sitio muy peligroso al que nos dirigimos, y su padre y yo preferiríamos no exponerlo en vano.
—¿Y la niña?
—Ella puede cuidar de sí misma…, seguramente mucho mejor que cualquiera de nosotros.
—¿Sabéis una cosa, Sparhawk? —confesó escépticamente Tel—. De niño siempre quise ser un caballero de la Iglesia. Ahora me alegro de no haber seguido ese rumbo. La verdad es que no tiene mucho sentido lo que decís.
—Será de tanto rezar —aventuró Sparhawk—. Eso enturbia un poco las ideas.
—Buena suerte, Sparhawk —le deseó Tel.
Después, ayudado por un par de sus hombres, arrancó sin miramientos a Talen de la silla, lo desarmó y lo ató a lomos de su caballo. Los insultos que Talen dirigió a Sparhawk al tiempo que sus captores emprendían camino hacia el sur cubrían una amplia gama, pero en su mayoría no eran nada lisonjeros.
—No entenderá todas esas palabrotas, ¿verdad? —preguntó Sparhawk a Sephrenia, mirando disimuladamente a Flauta.
—¿Vais a dejar de hablar como si yo no estuviera aquí? —espetó la niña—. Sí, de hecho conozco el significado de esas palabras, aunque el elenio es un idioma muy insípido para maldecir. El estirio es más satisfactorio, pero, si de veras queréis soltar juramentos, probad el troll.
—¿Hablas troll? —inquirió Sparhawk, sorprendido.
—Por supuesto. ¿No lo habla todo el mundo? No tenemos por qué ir a Heid. Es un lugar deprimente…, todo lleno de barro, troncos podridos y techos enmohecidos. Rodeémoslo por el oeste y encontraremos el valle por el que vamos a pasar.
Sortearon Heid y prosiguieron su camino, ascendiendo por montañas aún más escarpadas. Flauta, que observaba atentamente el terreno, señaló al fin con el dedo.
—Allí —anunció—. Allí nos desviaremos a la izquierda.
Se detuvieron a la entrada del valle y miraron con cierta consternación el sinuoso sendero que habían de seguir, más similar a un camino de cabras que a un lugar transitado por personas.
—No parece muy alentador —observó dubitativamente Sparhawk— ni tiene aspecto de que alguien haya pasado por él desde hace años.
—La gente no lo utiliza —afirmó Flauta—. Es un camino de animales…, más o menos.
—¿Qué clase de animales?
—Mirad allí —dijo, indicando con el dedo.
Era un canto rodado aplanado en el que había grabada una tosca imagen que, aun corroída por la intemperie, producía una horrible sensación.
—¿Qué es eso? —inquirió Sparhawk.
—Es un aviso —repuso con calma la niña—. Representa a un troll.
—¿Nos estás llevando a tierras de los trolls? —preguntó alarmado.
—Sparhawk, Ghwerig es un troll. ¿Dónde pensabais que vivía si no?
—¿No existe otro camino para llegar a su cueva?
—No. Yo puedo ahuyentar a cualquier troll con el que topemos, y los ogros no salen con la luz del día, de manera que no representan ningún tipo de problema.
—¿Ogros también?
—Desde luego. Siempre viven en el mismo territorio que los trolls. Todo el mundo lo sabe.
—Pues yo no.
—Bueno, ahora ya estáis al corriente. Estamos perdiendo tiempo, Sparhawk.
—Habremos de ir en fila india —instruyó el caballero a Sephrenia y Kurik—. Manteneos lo más cerca posible detrás de mí, no sea que nos dispersemos. —Emprendió el ascenso por el sendero con la lanza de Aldreas en la mano.
El valle adonde los había conducido Flauta era angosto y sombrío. Sus abruptas laderas estaban cubiertas de altos abetos tan oscuros que casi parecían negros y las cúspides de las montañas eran tan elevadas que el sol apenas brillaba nunca en aquel tenebroso paraje. Un río de montaña bajaba bramando y agitando la blanca espuma que generaba su ímpetu en el centro de la estrecha vaguada.
—Esto es peor que el camino que va a Ghasek —gritó Kurik para hacerse oír entre el fragor de las aguas.
—Decidle que esté callado —indicó Flauta a Sparhawk—. Los trolls tienen un oído muy aguzado.
Sparhawk volvió la cabeza y puso un dedo sobre los labios. Kurik asintió en silencio.
Había una insólita cantidad de blancos tocones secos diseminados por el lóbrego bosque que se elevaba a ambos lados. Sparhawk se inclinó y habló al oído de Flauta.
—¿Qué causa la muerte de los árboles? —preguntó.
—Los ogros salen por la noche y roen la corteza —respondió la pequeña—, hasta que el árbol acaba muriendo.
—Creía que los ogros eran carnívoros.
—Los ogros comen de todo. ¿No podéis ir más deprisa?
—No por aquí. Esta senda es muy empinada. ¿No mejora algo más arriba?
—Después de remontar el valle, llegaremos a un paraje llano de montaña.
—¿Una meseta?
—Como queráis llamarlo. Hay algunas colinas, pero podemos rodearlas. Todo está cubierto de hierba.
—Allí podremos avanzar más rápidamente. ¿Se extiende la meseta hasta la guarida de Ghwerig?
—No totalmente. Después de cruzarla, habremos de subir entre las rocas.
—¿Quién te llevó hasta allí? Dijiste que habías estado antes.
—Vine sola. Alguien que conocía el camino me reveló la manera de llegar hasta la cueva.
—¿Y para qué ibas a ir?
—Tenía algo que hacer allí. ¿Tenemos que hablar tanto? Estoy tratando de escuchar por si hay trolls.
—Lo siento.
—Silencio, Sparhawk —ordenó, llevándose un dedo a los labios.
Un día más tarde llegaron a la meseta que, tal como les había anunciado Flauta, era un vasto prado flanqueado en todas direcciones por picos coronados de nieve.
—¿Cuánto tardaremos en atravesarla? —consultó Sparhawk.
—No estoy segura —respondió Flauta—. La última vez que estuve aquí iba a pie y los caballos caminan más aprisa.
—¿Estuviste sola aquí arriba y a pie con trolls y ogros merodeando por los alrededores? —preguntó lleno de incredulidad.
—No vi ninguno, aunque había un osezno que me siguió durante unos días. Creo que sólo sentía curiosidad, pero me cansé de tenerlo tras de mí y lo hice marchar.
Sparhawk resolvió no hacer más preguntas, dado lo perturbador de las respuestas que obtenía.
El altiplano parecía interminable. Cabalgaron varias horas seguidas, pero el horizonte no revelaba cambio alguno. Cuando el sol se ocultaba entre las nevadas cumbres, asentaron el campamento en un bosquecillo de raquíticos pinos.
—Es un país enorme éste —señaló Kurik, mirando en derredor y arrebujándose en la capa—. Y frío también, cuando se pone el sol. Ahora comprendo por qué la mayoría de los thalesianos se visten con pieles.
Trabaron los caballos para que no se extraviaran y encendieron un fuego.
—No existe ningún peligro aquí en este prado —les aseguró Flauta—. Los trolls y ogros prefieren quedarse en el bosque, porque les resulta más fácil cazar escondiéndose detrás de los árboles.
El día siguiente amaneció nublado y un gélido viento descendía desde las cumbres, doblegando las altas hierbas en largas ondulaciones. Aquella jornada cabalgaron sin descanso y al caer la tarde se encontraban al pie de los picos que cernían sobre ellos sus blancas cumbres.
—Esta noche no podemos encender fuego —advirtió Flauta—. Es posible que Ghwerig esté vigilando.
—¿Estamos tan cerca? —inquirió Sparhawk.
—¿Veis ese barranco allá al frente?
—Sí.
—La cueva de Ghwerig está en la punta de arriba.
—¿Por qué no hemos subido hasta allí entonces?
—Sería un acto temerario, pues es imposible burlar los sentidos de un troll por la noche. Esperaremos a que salga el sol antes de iniciar el ascenso. Los trolls suelen dormitar durante el día. En realidad no duermen nunca, pero están algo más apagados durante las horas de sol.
—Veo que conoces muchos detalles sobre ellos.
—No es difícil averiguar las cosas…, si se sabe a quién preguntar. Preparad a Sephrenia un té y un poco de sopa caliente. Seguramente mañana será una dura jornada para ella y necesitará toda su fortaleza.
—Es algo complicado preparar sopa caliente sin un fuego.
—Oh, Sparhawk, ya lo sé. Soy pequeña, pero no soy estúpida. Colocad un gran montón de piedras delante de su tienda y yo me encargaré del resto.
Sparhawk cumplió las instrucciones gruñendo para sus adentros.
—Apartaos —indicó la niña—. No querría quemaros.
—¿Quemarme? ¿Cómo?
La pequeña comenzó a cantar quedamente y luego efectuó un breve gesto con la manita. Sparhawk notó al instante el calor que irradiaba del montón de piedras.
—Un hechizo muy útil —alabó admirado.
—Empezad a cocinar, Sparhawk. No puedo mantener calientes las piedras toda la noche.
Mientras ponía la olla del té de Sephrenia sobre una de las rocas calentadas, Sparhawk reflexionó que en el transcurso de las últimas semanas había dejado de considerar a Flauta como una niña. Su tono y sus modales correspondían a los de un adulto, y a él le impartía órdenes como si de un lacayo se tratara. Y más sorprendente aún era el hecho de que él la obedeciera sin chistar. Reconoció que Sephrenia se hallaba en lo cierto. Aquella niña era con toda probabilidad una de las más poderosas magas de toda Estiria. Entonces le acudió a la mente una turbadora pregunta. ¿Cuántos años tenía Flauta realmente? ¿Podían los magos controlar o modificar su edad? Como sabía que ni Sephrenia ni Flauta estaban dispuestas a ofrecer respuesta a tales interrogantes, se concentró en la cocina, tratando de no pensar en ello.
Aun cuando se despertaron al alba, Flauta insistió en que habían de aguardar hasta media mañana para emprender el ascenso por el barranco. Asimismo les encomendó que dejaran los caballos en el campamento, explicando que el sonido de sus cascos podría poner en guardia al troll de aguzado oído que se escondía en la caverna.
El angosto barranco de escarpadas vertientes se hallaba poblado de densas sombras cuando los cuatro avanzaban lentamente por su rocoso lecho, posando con cuidado los pies para no hacer rodar ninguna piedra. Apenas hablaban y, cuando lo hacían, era en susurros. Sparhawk llevaba la antigua lanza, lo cual se le antojaba conveniente sin que supiera a ciencia cierta a qué atribuir tal impresión.
La pendiente era cada vez más empinada y ahora debían subir a gatas sobre redondos cantos rodados para proseguir el ascenso. Cuando se hallaban cerca de su objetivo, Flauta les indicó por señas que se pararan y avanzó arrastrándose varios metros.
—Está adentro —musitó, de regreso—, y ya ha dado inicio a sus encantamientos.
—¿Está cerrada la entrada de la cueva? —preguntó, susurrando, Sparhawk.
—En cierto modo sí. Cuando lleguemos arriba, no podréis verla. Ha creado una ilusión para que la boca de la cueva parezca parte de la pared del acantilado y ésta es lo bastante sólida como para impedirnos traspasarla. Habréis de utilizar la lanza para abrir paso. —Habló unos instantes al oído de Sephrenia y ésta asintió con la cabeza—. De acuerdo pues —añadió, haciendo acopio de aire—, adelante.
Ascendieron unos cuantos metros y entraron en un sombrío barranco de apariencia tétrica atestado de zarzas y blancos tocones secos. En una de sus vertientes había una abrupta pared vertical completamente lisa.
—Es ahí —susurró Flauta.
—¿Estás segura de que es éste el sitio? —murmuró Kurik—. Parece roca sólida.
—Lo es —replicó la niña—. Ghwerig está ocultando la entrada. —Los condujo por una senda apenas definida hasta el acantilado—. Es justo aquí —dijo quedamente, posando una manita en la roca—. Haremos lo siguiente. Sephrenia y yo vamos a invocar un hechizo que, una vez liberado, producirá su efecto sobre vos, Sparhawk. Os sentiréis muy extraño al principio y luego notaréis cómo el poder empieza a forjarse en vuestro interior. En el momento preciso, os comunicaré cómo habéis de actuar.
Comenzó a cantar en voz muy baja y Sephrenia se puso a hablar en estirio casi para sí. Después, al unísono, ambas gesticularon en dirección a Sparhawk.
Éste sintió que se le nublaba la visión, y estuvo a punto de caer. Se encontraba muy débil, y la lanza que asía con la mano izquierda casi le parecía un peso insostenible. Luego, tan repentinamente como antes, se le antojó liviana como una pluma. Sintió cómo la fuerza del encantamiento le hacía erguir la espalda.