Read El caballero del rubí Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (52 page)

BOOK: El caballero del rubí
8.22Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—He venido a llevarme el Bhelliom —anunció—. No soy Adian, rey de Thalesia, de modo que no intentaré engañarte. Te arrebataré por la fuerza lo que quiero de ti. Defiéndete si puedes. —Aquello era lo más parecido a un desafío formal que las circunstancias le permitían formular.

Ghwerig se levantó, mostrando la totalidad de su repulsivo cuerpo, con los finos labios separados en una mueca de odio.

—No le quitaréis a Ghwerig su Bhelliom, Sparhawk de Elenia. Ghwerig os matará antes. Aquí moriréis, y Ghwerig comerá… Ni el pálido dios elenio salvará ahora a Sparhawk.

—Ello no está aún decidido —replicó fríamente Sparhawk—. Necesito utilizar el Bhelliom por un tiempo y después lo destruiré para impedir que caiga en manos de Azash. Entrégamelo o muere.

La risa de Ghwerig era horrible.

—¿Morir Ghwerig? Ghwerig es inmortal, Sparhawk de Elenia. El hombre no lo puede matar.

—Eso también está por ver.

Sparhawk rodeó el asta de la lanza con ambas manos y avanzó hacia el troll enano. Kurik, empuñando su maza erizada de púas, salió de la galería y adelantó a su señor para atacar al troll de costado.

—¿Dos? —se mofó Ghwerig—. Sparhawk debía haber traído cien. —Se encorvó y cogió un enorme garrote reforzado con hierro de entre una pila de gemas—. No vais a quitarle a Ghwerig su Bhelliom, Sparhawk de Elenia. Ghwerig os matará primero. Aquí moriréis, y Ghwerig comerá. Ni siquiera Aphrael salvará a Sparhawk esta vez. Los pequeños hombres están perdidos. Ghwerig tendrá un festín esta noche. Los hombres asados son muy jugosos. —Hizo un zafio chasquido con la lengua y se enderezó, levantando los prominentes hombros forrados de revuelto pelambre.

Como Sparhawk comprobó, el término «enano» aplicado a un troll era sumamente engañoso. A pesar de su deformidad, Ghwerig era como mínimo tan alto como él y los brazos, retorcidos como viejas cepas, le llegaban hasta más abajo de las rodillas. Tenía la cara uniformemente peluda y en sus verdes ojos se advertía un brillo malévolo. Acudió a su encuentro arrastrando los pies y agitando el descomunal garrote con la mano derecha, mientras en la izquierda todavía aferraba la corona de Sarak con el refulgente Bhelliom en el ápice.

Kurik dio un paso adelante e hizo silbar su maza de metal, dirigiéndola a las piernas del monstruo, pero éste contuvo casi desdeñosamente el golpe con el garrote.

—Huye, insignificante hombre —dijo con una horrible voz rasposa—. Toda carne es manjar para mí.

Entonces hizo oscilar su horrenda arma, doblemente peligrosa por la anormal longitud de sus brazos, y Kurik retrocedió de un salto al tiempo que la porra de piedra con aros de metal pasaba casi rozándole la cara.

Sparhawk arremetió, apuntando con la lanza el pecho del troll, pero Ghwerig rechazó una vez más la acometida.

—Demasiado lento, Sparhawk de Elenia —dijo, soltando una carcajada.

Fue en ese momento cuando Kurik le asestó un mazazo en la cadera izquierda. Ghwerig retrocedió, pero, con la velocidad de un gato, propinó un golpe con el garrote a la pila de relucientes gemas, que se esparcieron con la fuerza de proyectiles. Kurik pestañeó y se llevó la mano libre al rostro para enjugar la sangre que, procedente de un corte en la frente, le entorpecía la visión.

Sparhawk volvió a cargar con la lanza e infligió un corte superficial a Ghwerig en el pecho. Con un bramido de rabia y de dolor, el troll se precipitó hacia adelante blandiendo el garrote. Sparhawk dio un salto atrás, observándolo fríamente en busca de un punto vulnerable. Advirtió que el troll carecía por entero de miedo y que, por ello, ninguna herida que no fuera mortal lo haría batirse en retirada. Ghwerig echaba espumarajos por la boca y sus verdes ojos despedían un brillo de enajenación. Profirió terribles maldiciones y volvió a abalanzarse hacia ellos agitando su horrorosa arma.

—¡Mantenlo apartado del precipicio! —gritó Sparhawk a Kurik—. ¡Si cayera, jamás encontraríamos la corona!

Entonces tuvo clara conciencia de haber hallado la solución. Tenían que conseguir de algún modo que el deforme troll soltara la corona. Por entonces ya resultaba evidente que ni siquiera ellos dos podrían doblegar a esa peluda criatura de largos brazos y ojos encendidos por una demente furia. Sólo una distracción les otorgaría la oportunidad de asestarle un golpe fatal. Sacudió la mano derecha para reclamar la atención de Kurik y luego la situó debajo del codo izquierdo. Los ojos de Kurik expresaron perplejidad por un instante, pero después los entornó, asintiendo y se situó a la izquierda de Ghwerig, con la maza presta.

Sparhawk apretó otra vez el asta con ambas manos e hizo amago de embestir. Ghwerig movió el garrote frente al arma que lo apuntaba y Sparhawk se retiró.

—¡Los anillos de Ghwerig! —gritó triunfalmente el troll—. Sparhawk de Elenia trae los anillos a Ghwerig. ¡Ghwerig nota su presencia! —Con un tremendo rugido, se precipitó hacia adelante, hendiendo el aire con la porra.

Kurik puso su erizada maza en acción y provocó una profunda desgarradura en el recio brazo izquierdo del troll. Éste, no obstante, apenas si prestó atención a la herida y prosiguió su ataque, abatiéndose sobre Sparhawk. Su mano izquierda se cerraba como una tenaza en torno a la corona.

Sparhawk cedió terreno de mala gana, consciente de que debía mantener a Ghwerig alejado del borde del abismo mientras asiera la joya.

Kurik descargó nuevamente su arma, pero Ghwerig se hizo a un lado, hurtando el peludo codo. Por su mueca, parecía que el primer golpe le había causado más sufrimiento del que había demostrado, lo cual aprovechó Sparhawk para reaccionar con celeridad, abriéndole un tajo en el hombro derecho. Ghwerig emitió un aullido, más de rabia que de dolor, y al instante volvió a mover el garrote en rápido vaivén.

Entonces Sparhawk oyó tras él el cristalino sonido de la voz de Flauta elevándose sobre el fragor sordo de la cascada. Ghwerig la miró boquiabierto y con ojos desorbitados.

—¡Tú! —chilló—. ¡Ahora Ghwerig te dará tu merecido, niña! ¡Las canciones de la niña se acabarán aquí!

Flauta continuó cantando y Sparhawk aventuró una mirada por encima del hombro. La pequeña permanecía de pie en la boca de la galería, delante de Sephrenia. Sparhawk intuyó que la canción no era de hecho un encantamiento, sino que iba destinada a distraer al enano para que él y Kurik pudieran sorprenderlo con la guardia baja. Ghwerig volvió a precipitarse hacia adelante, cojeando y blandiendo el garrote para obligar a Sparhawk a dejarle libre el paso. Los ojos del monstruo estaban fijos en Flauta y respiraba entrecortadamente, apretando con fuerza los colmillos. Kurik descargó la maza en la espalda del troll, pero éste, con la atención centrada en la niña estiria, no dio señales de haber acusado el golpe. Entonces Sparhawk atisbó una posibilidad. Al pasar junto a él, las amplias oscilaciones que imprimía al garrote de piedra dejaban desprotegido el pelambroso flanco de Ghwerig, lo cual aprovechó para clavarle con todas sus fuerzas el ancho hierro de la vetusta lanza justo debajo de las costillas. El troll enano emitió un aullido cuando el afilado hierro penetró en su duro cuero e intentó alzar la porra, pero Sparhawk retrocedió bruscamente, arrancando la lanza de un tirón. Entonces Kurik asestó de costado un mazazo a la deforme rodilla derecha de Ghwerig y al instante Sparhawk escuchó el ruido de los huesos quebrados. Ghwerig se vino abajo, soltando el garrote. Sparhawk modificó la posición de la mano en el mango de la lanza y hundió ésta en el vientre del troll.

Ghwerig chillaba, agarrando el asta con la mano derecha mientras Sparhawk la movía hacia uno y otro costado, agrandando con la acerada hoja la desgarradura en las entrañas del troll. La corona, no obstante, continuaba firmemente sujeta en aquella deforme mano izquierda. Sólo la muerte, reflexionó Sparhawk, haría abrir aquella férrea tenaza.

El troll se apartó rodando de la lanza, ahondando aún más terriblemente con ello la herida. Kurik le descargó un golpe en la cara con la maza que le aplastó uno de los ojos. Con un espeluznante alarido, el monstruo fue dando tumbos hasta el borde de la sima, desparramando las joyas de su botín, y luego, exhalando un grito triunfal, se precipitó en el abismo asiendo todavía la corona del rey Sarak.

Henchido de pesar, Sparhawk corrió hacia la orilla de la fosa y se asomó a ella con desaliento. Aún llegó a ver el desfigurado cuerpo que, en un interminable descenso, se sumía en las tenebrosas profundidades; entonces oyó el ligero tamborileo de unos pies desnudos en el suelo de la caverna y vio pasar a Flauta ante él con el brillante pelo al viento en dirección a la sima. Sin la más mínima vacilación, la niña se arrojó a ella en pos del troll.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó angustiado, tendiendo vanamente la mano hacia ella al tiempo que Kurik acudía junto a él con expresión de espanto.

Sephrenia apareció de inmediato, con la espada de sir Gared aún en la mano.

—Haced algo, Sephrenia —rogó Kurik.

—No es necesario, Kurik —replicó, impasible—. A ella no puede ocurrirle nada.

—Pero…

—Silencio, Kurik. Estoy intentando escuchar.

La luz de la reluciente cascada pareció apagarse un tanto, como si, lejos en el exterior, una nube hubiera tapado el sol. Sparhawk pensó que el bramido del agua tenía visos de burla, y cayó en la cuenta de que por su mejilla resbalaban lágrimas.

Después, en la intensa oscuridad del inimaginable abismo, advirtió algo similar a un destello de luz, el cual incrementó su resplandor al elevarse —o ésa era su impresión— por la espantosa sima. Y, en su ascenso, pudo percibirla con mayor claridad. Parecía una brillante saeta de prístina luz blanca coronada con un centelleo de azul puro.

El Bhelliom surgió del abismo, apoyado en la palma de la incandescente manita de Flauta. Sparhawk se quedó boquiabierto de asombro al reparar en la transparencia de su cuerpo, tan insustancial como la niebla. La carita de Flauta aparecía tranquila e imperturbable al tiempo que sostenía con una mano en alto la rosa de zafiro y tendía la otra a Sephrenia. Para horror de Sparhawk, su bien amada tutora avanzó hacia el abismo.

Pero no cayó.

Como si caminara sobre tierra, holló con calma el aire suspendido sobre el insondable abismo para recibir el Bhelliom de manos de Flauta y luego se volvió y habló con lenguaje extrañamente arcaico.

—Abrid vuesa lanza, sir Sparhawk, y poneos el anillo de vuesa reina en la mano diestra, so pena, si no lo hiciéredes, de ser destruido por el Bhelliom cuando yo os lo entregue. —A su lado, Flauta alzó el rostro y entonó un exultante cántico, un cántico que resonaba con las voces de multitudes.

Sephrenia alargó una mano para tocar aquella incorpórea carita con gesto de infinito amor. Después regresó por encima de la sima albergando el Bhelliom en el cuenco de ambas manos.

—Aquí concluye vuesa búsqueda, sir Sparhawk —dijo gravemente—. Tended las manos para recibir el Bhelliom de mí y de mi diosa niña, Aphrael.

Y, de improviso, todos los interrogantes se disiparon. Sparhawk se postró de hinojos con Kurik a su lado, y el caballero aceptó la rosa de zafiro de manos de Sephrenia. La mujer se arrodilló entre ellos en acto de adoración mientras contemplaban arrobados el rostro refulgente de la pequeña a quien habían llamado Flauta.

La eterna diosa niña Aphrael les sonrió, todavía entonando el canto coral que inundaba la totalidad de la cueva de trémulos ecos. La luz que henchía su vaporosa forma fue tornándose más y más brillante, hasta que salió propulsada hacia las alturas, más rauda que cualquier flecha.

Después se desvaneció.

DAVID EDDINGS, nació un 7 de Julio de 1931 en Spokane, Washington y se crió cerca de Seattle. Desde muy pequeño le gustó escribir, y en el instituto ya tenía claro que quería dedicarse a ello. De joven su tiempo libre lo dividía en escribir y en actuar en obras de teatro que él mismo creaba. Se graduó en la Universidad de Portland con veinte años, obteniendo la Licenciatura en Filosofía y Letras. Años más tarde consiguió el título de Maestro de Artes en la Universidad de Washington, después fue llamado a filas.

Tras dos años al servicio del Ejército de los Estados Unidos, Eddings trabajó como profesor de Universidad, pero acabó dejándolo muy descontento porque no recibía ningún aumento de sueldo con el paso de los años. Se mudó a Denver, donde acabó trabajando en un supermercado. Empezó a escribir su primera novela, La Alta Cacería (High Hunt). Eddings se basó en sus conocimientos de caza y de vida en la montaña para escribir ese libro, el cual seguiría el mismo patrón que algunas de sus obras posteriores, la madurez del protagonista.

Desde el principio contó con la ayuda de Leigh Eddings, su esposa. David escribía y después se lo leía en voz alta a su mujer, ella le daba su opinión y le señalaba las incoherencias de la trama y añadía detalles a la historia y pinceladas a los personajes. Desde un primer momento David quiso que su esposa apareciese como co-autora en los libros, pero su editor se negó en rotundo, afirmando que no estaba bien visto en el mercado que hubiese dos autores en un mismo libro. No fue hasta la salida del quinto libro de Belgarath, La Ciudad de las Tinieblas (Enchanter´s End Game) cuando por fin la autoría de Leigh Eddings quedó reconocida.

Una mañana, antes de ir a trabajar, empezó a garabatear en un papel una especie de mapa, el cual quedaría olvidado hasta que un día Eddings vio una copia de El Señor de los Anillos en una librería. Sorprendido al ver que era una 78ª edición se la llevó a casa. Tras la lectura, David supo que quería dedicarse a la literatura fantástica. Con la inspiración de Tolkien en su mente, Eddings terminó de dar los detalles al mapa que tiempo antes había dibujado. Así nació el mundo de Aloria, donde se desarrollan las aventuras de su saga más conocida, Belgarath.

BOOK: El caballero del rubí
8.22Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Rachel Papers by Martin Amis
Blowback by Lyn Gala
Her Last Whisper by Karen Robards
Charmed by Koko Brown
Freaked Out by Annie Bryant
A Deep Dark Secret by Kimberla Lawson Roby
Dolled Up for Murder by Jane K. Cleland
Triumph by Heather Graham
Heron's Cove by Carla Neggers