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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (49 page)

BOOK: El caballero del rubí
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A la mañana siguiente aguardaron a que amaneciera para ponerse en camino.

—Conozco a algunos de los tipos que se ocultan allá en las montañas —explicó Tel mientras avanzaban al trote—, y tienen ciertos sitios predilectos para tender emboscadas. Cuando nos acerquemos a esos lugares os avisaré. La mejor manera de atravesarlos es cabalgando a galope tendido, pues eso toma por sorpresa a los emboscados, de modo que tardan un minuto o dos en llegar a los caballos y cuando emprenden la persecución ya es tarde.

—¿Cuántos suele haber? —le preguntó Sparhawk.

—Unos veinte o treinta en total. Pero se separarán para cubrir los diferentes puntos.

—Vuestro plan no está mal —aprobó Sparhawk—, pero creo que tengo uno mejor. Cabalgamos al galope entre la celada, tal como habéis propuesto, hasta que comienzan a perseguirnos. Entonces nos abalanzamos sobre ellos. Así no dejamos que unan sus fuerzas a los que están apostados más adelante.

—Sois un sanguinario, ¿eh, Sparhawk?

—Tengo un amigo thalesiano que no para de repetirme que no hay que dejar nunca enemigos vivos a la espalda.

—Puede que tengáis razón.

—¿Cómo aprendisteis tantas cosas sobre esos rufianes de la sierra?

—Era uno de ellos, pero me harté de dormir al sereno con mal tiempo. Entonces fui a Emsat y comencé a trabajar para Stragen.

—¿A qué distancia estamos de Heid?

—A unas cincuenta leguas. Si nos apresuramos podemos llegar al final de la semana.

—Bien. Apresuremos pues el paso.

Ascendieron la montaña al trote, vigilando los árboles y arbustos que flanqueaban el camino.

—Allá adelante —informó Tel en voz baja—. Ése es uno de sus lugares predilectos, donde el camino va encajonado.

—Prosigamos —replicó Sparhawk.

Se adentró a la cabeza en el cañón. Entonces oyeron un grito de sorpresa proveniente de lo alto del escarpado margen izquierdo de la senda, en donde divisaron un hombre.

—Está solo allí —gritó Tel—. Hace guardia y cuando pasan viajeros enciende fuego para avisar a los otros.

—Esta vez no lo hará —gruñó uno de los hombres de Tel, descolgando el arco que llevaba a la espalda.

Acto seguido detuvo el caballo y disparó una silenciosa flecha al vigía del acantilado, el cual se dobló con el proyectil clavado en el estómago y cayó inmóvil al polvoriento camino.

—Buen tiro —lo felicitó Kurik.

—No ha estado mal —respondió con modestia el arquero.

—¿Creéis que lo ha oído gritar alguien? —preguntó Sparhawk a Tel.

—Eso depende de a qué distancia se encuentren. Seguramente no sabrán a qué atribuirlo, pero es posible que algunos se asomen a investigar.

—Que se atrevan —hizo votos el individuo del arco.

—Será mejor que vayamos más despacio por aquí —recomendó Tel—. Corremos el riesgo de topar con ellos al doblar un recodo.

—Sois todo un experto, Tel —alabó Sparhawk.

—La práctica, Sparhawk, y además conozco el terreno. Viví allá arriba durante más de cinco años. Por eso me envió Stragen. Iré a echar un vistazo en esa curva de delante.

Bajó del caballo y, empuñando la pica, corrió encorvado; justo antes de llegar al recodo, desapareció entre la maleza para surgir al cabo de un momento, realizando incomprensibles gestos.

—Son tres —interpretó el arquero—. Vienen al trote. —Aprestó una flecha y alzó el arco.

—Protege a Sephrenia —indicó Sparhawk a Kurik, desenvainando la espada.

El primer hombre que asomó en la curva cayó del caballo con una flecha en la garganta. Sparhawk agitó las riendas y
Faran
partió a la carga.

El caballero derribó de una estocada a uno de los otros dos forajidos, que observaban aturdidos a su compañero, y el otro se dio a la fuga. Pero Tel salió de entre los matorrales y lo ensartó con la pica.

—¡Tras los caballos! —ordenó Tel a sus subalternos—. ¡No dejéis que regresen a donde están escondidos los otros bandidos!

Los hombres de Stragen galoparon en pos de las monturas y volvieron con ellas al cabo de unos minutos.

—Un trabajo limpio —apreció Tel, recuperando la pica clavada en el cadáver tendido en el camino—. Sin gritos ni supervivientes. —Hizo girar el cuerpo con el pie—. Lo conozco —dijo—. Los otros dos deben de ser nuevos. Las expectativas de vida de un salteador de caminos no son muy altas, de modo que Dorga ha de buscar nuevos reclutas con harta frecuencia.

—¿Dorga? —inquirió Sparhawk, desmontando.

—Es el jefe de esta banda. Nunca me cayó muy simpático. Es demasiado arrogante.

—Arrastrémoslos bajo los arbustos —propuso Sparhawk—. No querría que los viera la niña.

—De acuerdo.

Después de ocultar los cadáveres, Sparhawk retrocedió e indicó por señas a Sephrenia y Kurik que siguieran adelante.

Cabalgaron con cautela.

—Puede que esto resulte más sencillo de lo que esperaba —comentó Tel—. Me parece que se distribuyen en grupos muy reducidos para poder abarcar un trecho más largo. Deberíamos entrar en ese bosque de la izquierda. Hay un saliente rocoso a la derecha y Dorga suele apostar allí unos cuantos arqueros. Una vez que lo hayamos pasado, enviaré unos cuantos hombres para que los rodeen y den cuenta de ellos.

—¿Es ello realmente necesario? —preguntó Sephrenia.

—Me limito a seguir el consejo de sir Sparhawk, señora —respondió Tel—. No dejes enemigos con vida detrás de ti…, en especial si van armados con arcos. Lo cierto es que no me conviene que me claven una flecha por la espalda, y tampoco a vos.

Cabalgaron por la floresta hasta llegar al punto indicado y prosiguieron con paso muy lento. Uno de los hombres de Tel se arrastró hasta el linde de los árboles y regresó a los pocos minutos.

—Hay dos —anunció en voz baja—. Están a unos cincuenta pasos de altura en la roca.

—Llévate un par de hombres —ordenó Tel—. El camino está cubierto de maleza unos doscientos pasos más adelante. Cruzadlo por allí y subid por el peñasco debajo de ellos. Procurad que no hagan ningún ruido.

El rubio matón de incipiente barba sonrió, hizo una señal a dos de sus compañeros y se alejó.

—Había olvidado lo divertido de esta vida —comentó Tel—. Al menos cuando hace buen tiempo. Sin embargo, es desastrosa con los rigores del invierno.

Habían recorrido algo menos de un kilómetro cuando les dieron alcance los tres rufianes.

—¿Algún problema? —inquirió Tel.

—Estaban medio dormidos —informó, riendo entre dientes, uno de ellos—. Ahora están todos completamente dormidos.

—Bien. —Tel dirigió la vista en torno a sí—. Ahora podemos galopar tranquilos, Sparhawk. Los márgenes del camino están demasiado despejados a lo largo de unos cuantos kilómetros como para tender emboscadas.

Galoparon casi hasta mediodía, cuando llegaron a la cresta de la cadena, donde Tel ordenó un alto.

—El tramo siguiente puede ser peligroso —advirtió a Sparhawk—. El camino discurre por un barranco y no hay modo de dar un rodeo aquí. Éste es uno de los emplazamientos favoritos de Dorga, por lo que es muy probable que haya apostado varios hombres allí. En mi opinión, lo mejor será atravesarlo a galope tendido, puesto que un arquero tiene ciertas dificultades en apuntar desde lo alto a un objetivo en movimiento… Al menos, eso me sucedía siempre a mí.

—¿Qué distancia media hasta la salida del barranco?

—Algo más de un kilómetro.

—¿Y estaremos visibles todo el trecho?

—Mas o menos, sí.

—No nos queda otra opción, ¿no es cierto?

—No a menos que queráis aguardar a que anochezca, con lo cual sería doblemente peligroso recorrer el resto del camino hasta Heid.

—De acuerdo —decidió Sparhawk—. Dado que conocéis el terreno, iréis el primero. —Descolgó el escudo de la silla y se lo ciñó al brazo—. Sephrenia, cabalgad tras de mí. Os cubriré a vos y a Flauta con el escudo. Abrid la marcha, Tel.

Su desenfrenada carrera por el barranco tomó por sorpresa a los bandidos ocultos. Sparhawk oyó algunos gritos de asombro, y una flecha cayó a cierta distancia detrás de ellos.

—¡Dispersaos! —gritó Tel—. ¡No cabalguéis pegados!

Siguieron avanzando al galope mientras las flechas silbaban ya entre ellos. Uno de los proyectiles se quebró contra el escudo que Sparhawk sostenía protectoramente sobre Sephrenia y Flauta. Oyó un grito estrangulado y se volvió. Uno de los hombres de Tel oscilaba en la silla, con los ojos desencajados por el dolor. Entonces dobló el cuerpo y cayó pesadamente al suelo.

—¡No os detengáis! —ordenó Tel—. ¡Ya casi estamos a salvo!

Un poco más adelante el camino salía del barranco, cruzaba un bosquecillo y serpenteaba por la abrupta pared de un acantilado, asomado a una profunda garganta.

Desde las alturas del barranco caían aún algunas flechas, pero iban ya a parar lejos de ellos.

Galoparon entre la arboleda y comenzaron a bordear la cuesta del acantilado.

—¡No os paréis! —ordenó de nuevo Tel—. Les haremos creer que vamos a seguir corriendo por aquí.

Continuaron galopando y al poco rato el saliente sobre el que se asentaba el camino viró bruscamente hacia el punto donde terminaba la pared del acantilado para precipitarse en marcada pendiente en el interior del bosque. Tel refrenó su jadeante montura.

—Éste parece un buen emplazamiento —anunció—. Dado que el camino se estrecha allá atrás, sólo podrán arremeter de dos en dos.

—¿De veras creéis que intentarán seguirnos? —preguntó Kurik.

—Conozco a Dorga. Aunque ignore quiénes somos, su empeño será ahora evitar que lo denunciemos a las autoridades de Heid. A Dorga lo pone muy nervioso la idea de que se organicen batidas por estas montañas. Tienen unas horcas infalibles en Heid.

—¿Es seguro ese bosque de allá abajo? —inquirió Sparhawk, señalando hacia adelante.

Tel efectuó un gesto afirmativo.

—La maleza es demasiado espesa para tender una celada efectiva. Ese barranco era el último tramo verdaderamente delicado de esta parte de las montañas.

—Sephrenia —indicó Sparhawk—, id allí, Kurik, ve con ella.

Kurik hizo ademán de protestar, pero finalmente condujo sin replicar a Sephrenia y los niños hacia el abrigo de la floresta.

—Llegarán enseguida —pronosticó Tel—. Hemos pasado ante ellos a galope tendido y tratarán de darnos alcance. —Dirigió la mirada al rufián del arco—. ¿Con cuánta rapidez eres capaz de tirar?

—Puedo disparar tres flechas a la vez.

—Inténtalo con cuatro. No importa si les das a los caballos. Así caerán por el acantilado y se llevarán a los jinetes con ellos. Mata a todos los que puedas y luego nosotros pasaremos a la carga. ¿Os parece bien la idea, Sparhawk?

—Parece factible —acordó Sparhawk. Agitó el escudo prendido en el brazo izquierdo y a continuación desenvainó la espada.

Entonces oyeron el rápido repiqueteo de los cascos de los caballos aproximándose por el rocoso saliente del otro lado de la pronunciada curva. El arquero de Tel desmontó y colgó su carcaj de flechas en un arbolillo que crecía en el margen del camino.

—Esto va a costaros un cuarto de corona por cabeza, Tel —señaló con calma, sacando una saeta de la aljaba y aprestándola en el arco—. Las buenas flechas salen caras.

—Pásale la factura a Stragen —sugirió Tel.

—Stragen tarda mucho en pagar, así que preferiría que vos me lo abonarais y discutierais con él.

—De acuerdo —concedió Tel, algo enfurruñado.

—Ahí vienen —anunció con calma uno de los matones.

Los dos primeros salteadores que doblaron la curva probablemente no alcanzaron a verlos, pues el lacónico arquero que trabajaba para Tel era tan bueno como presumía. Los malhechores cayeron del caballo, uno a la vera del camino y el otro rodando hacia la garganta. Sus monturas corrieron unos cuantos metros hasta ver a los hombres de Tel que les cerraban el paso.

El arquero erró uno de los tiros dirigidos a la siguiente pareja que apareció tras la curva.

—Ha hurtado el cuerpo —dijo—. Veamos cómo trata de esquivar ésta.

Volvió a tensar el arco y acertó al bandido en plena frente. El hombre dio una voltereta y quedó tendido, moviendo espasmódicamente las piernas.

Después los bandoleros doblaron la curva en tropel y el arquero les disparó varias saetas.

—Será mejor que salgáis a su encuentro ahora, Tel —aconsejó—. Vienen demasiado deprisa.

—¡A la carga! —gritó Tel, colocándose la pica bajo el brazo con un gesto que guardaba curiosas reminiscencias con el que utilizaban los caballeros. Los hombres de Tel disponían de un peculiar surtido de armas, pero las manejaban con profesionalidad.

Dado que
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era con mucho el caballo más rápido y resistente, Sparhawk tomó la delantera a los demás y arremetió solo en el centro del sorprendido grupo, propinando amplias estocadas a diestro y siniestro que hallaban escasa resistencia, habida cuenta de que sus destinatarios no llevaban malla que los protegiera. Un par de ellos realizaron vanos intentos de alzar herrumbrosas espadas para contener sus implacables golpes, pero Sparhawk era un experto espadachín capaz de alterar el curso de su acometida, y ambos cayeron chillando al camino, atenazando con la mano izquierda los muñones de sus brazos derechos.

Un hombre de barba rojiza que cabalgaba en retaguardia volvió grupas para huir y entonces Tel pasó al galope junto a Sparhawk, con los rubios cabellos al viento y la pica bajada, y desapareció persiguiéndolo por la curva.

Los rufianes de Tel se sumaron a la pelea y dieron cuenta de los bandoleros con brutal eficiencia.

Sparhawk dobló el recodo al trote, y allí yacía el hombre de barba pelirroja, con la pica de Tel ensartada en la espalda. Tel desmontó y se puso en cuclillas junto al bandido herido de muerte.

—No ha salido tan bien esta vez, ¿eh, Dorga?, dijo en tono casi amistoso—. Ya te advertí hace tiempo que acorralar a los viajeros era una profesión arriesgada.

Después arrancó la pica de la espalda de su antiguo jefe y, sin inmutarse en lo más mínimo, lo arrojó de un puntapié sobre el borde del acantilado. El desesperado alarido de Dorga resonó, amortiguado, en las profundidades del cañón.

—Bien —comentó Tel a Sparhawk—, me parece que esto ya es asunto concluido. Bajemos al bosque. Aún queda un largo trecho hasta Heid.

Los hombres de Tel limpiaban el camino mediante el sencillo método de arrojar los cuerpos de los salteadores muertos y heridos al precipicio.

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