—¿Cuál es el mejor camino para ir al puerto?
—Salid por la puerta norte. Hay un camino de carros que conduce al agua y se bifurca del camino principal a la izquierda a un kilómetro de la ciudad.
—Gracias, compadre —dijo Sparhawk.
Meland volvió a gruñir y se sumió nuevamente en su tarea de catalogación.
—Kurik y yo iremos al puerto —comunicó Sparhawk a Sephrenia—. Será preferible que os quedéis aquí con los niños.
—Como queráis —respondió la mujer.
Sparhawk encontró un jubón algo andrajoso, el cual se vistió en sustitución de la cota de malla y, dejando la espada, volvió a ponerse la misma capa.
—¿Dónde está vuestra gente? —preguntaba Talen a Meland.
—Es de noche —repuso Meland—. Están afuera trabajando… o al menos eso deberían hacer.
Sparhawk y Kurik bajaron a la taberna.
—¿Queréis que vaya a buscar los caballos? —inquirió Kurik.
—No. Iremos a pie. La gente se fija más en los jinetes.
—De acuerdo.
Dejaron atrás la ciudad por el camino principal hasta el camino de carros indicado por Meland y luego caminaron hasta el puerto.
—Parece un lugar sórdido —señaló Sparhawk, mirando los establecimientos que bordeaban los muelles.
—Los puertos suelen serlo —afirmó Kurik—. Preguntemos. —Se dirigió a un viandante que tenía apariencia de marinero—. Buscamos un barco que vaya a Thalesia —anunció, volviendo a adoptar el acento que había utilizado en Venne—. Decidme, amigo, ¿podríais por ventura decirnos si hay por aquí una taberna donde se reúnen los capitanes de barco?
—Mirad en La Campana y el Ancla —respondió el marinero—. Está por allí a un par de calles…, justo al lado del agua.
—Gracias, amigo.
Sparhawk y Kurik se encaminaron hacia los largos muelles que se asomaban a las oscuras aguas cubiertas de desperdicios del golfo de Acie.
—Sparhawk —señaló Kurik, deteniéndose de repente—, ¿no os suena de algo ese barco que está al final del embarcadero?
—Esos mástiles me resultan algo familiares —convino Sparhawk—. Vayamos a observarlo de cerca.
—Es cammoriano —afirmó Kurik mientras se aproximaban.
—¿Cómo lo sabes?
—Por las jarcias y la inclinación de los mástiles.
—No pensarás… —Sparhawk se calló entonces, mirando incrédulamente el nombre del navío pintado en la proa—. Bueno, no cabe duda —dijo—. Éste es el barco del capitán Sorgi. ¿Qué está haciendo tan al norte?
—¿Por qué no lo buscamos y se lo preguntamos? Si se trata realmente de Sorgi y no de alguien que le compró el barco, él podría dar solución a nuestro problema.
—Con tal que vaya a navegar en la dirección que nos interesa. Vayamos a La Campana y el Ancla.
—¿Recordáis todos los detalles de la historia que le contasteis a Sorgi?
—Los suficientes para no delatarme, creo.
La Campana y el Ancla era una taberna limpia y tranquila, como correspondía a un lugar frecuentado por capitanes de navío, los cuales solían ofrecer un marcado contraste con los ruidosos locales a que acudían los marineros, con frecuencia pendencieros. Sparhawk y Kurik entraron y permanecieron unos instantes junto a la puerta, observando.
—Ahí —anunció Kurik, señalando un fornido individuo de pelo rizado y canoso que bebía con un grupo de hombres con aspecto de acaudalados en una mesa de un rincón—. Es Sorgi, seguro.
Sparhawk miró al hombre que los había trasladado de Madel, en Cammoria, a Cippria, en Rendor, y asintió en silencio.
—Caminemos por allí —propuso—. Sería mejor que nos viera él primero. —Atravesaron la sala, esforzándose por adoptar el ademán de quien mira en derredor sin perseguir nada en concreto.
—¡Vaya, que me quede ciego si ése no es maese Cluff! —exclamó Sorgi—. ¿Qué hacéis aquí en Deira? Pensaba que os quedaríais en Rendor hasta que todos esos primos se cansaran de buscaros.
—Hombre, me parece que es el capitán Sorgi —dijo con simulada sorpresa Sparhawk a Kurik.
—Sentaos con nosotros —invitó amistosamente Sorgi—. Traed a vuestro criado también.
—Sois muy amable, capitán —murmuró Sparhawk, tomando asiento junto a los marinos.
—¿Qué os ocurrió, amigo mío? —inquirió Sorgi.
Sparhawk puso cara de pesar.
—Los primos me siguieron el rastro de algún modo —respondió—. Tuve la suerte de ver a uno de ellos en una calle de Cimmura antes de que él me descubriera, y me marché de inmediato. He vagado de un sitio a otro desde entonces.
—Maese Cluff tiene un pequeño problema —informó riendo Sorgi a sus compañeros—. Cometió el error de cortejar a una heredera antes de verle la cara. La dama resultó ser extremadamente fea y él huyó despavorido.
—Bueno, tampoco estaba exactamente despavorido, capitán —objetó Sparhawk—. Sin embargo, confieso que tuve los pelos de punta durante cerca de una semana.
—El caso es que —prosiguió Sorgi, sonriendo— la dama tiene una multitud de primos que llevan meses persiguiendo al pobre maese Cluff y si lo atrapan lo llevarán a Cammoria y lo obligarán a casarse con ella.
—Me parece que antes me suicidaría —observó Sparhawk con voz pesarosa—. Pero ¿qué hacéis vos en estas tierras norteñas, capitán? Creía que hacíais el trayecto del estrecho de Arcium y el mar Interior.
—Me hallaba en el puerto de Zenga, en la costa sur de Cammoria —explicó Sorgi—, cuando se me presentó la ocasión de comprar un cargamento de satén y brocados. No hay demanda para esa clase de mercancía en Rendor, pues ya sabéis que todos llevan esas horribles túnicas negras. El mejor mercado para las telas cammorianas está en Thalesia, lo cual no parece avenirse con el clima, pero a las damas thalesianas les entusiasman los satenes y los brocados. Espero obtener espléndidas ganancias con la transacción.
Sparhawk sintió un acceso de júbilo.
—¿Vais a Thalesia pues? —inquirió—. ¿Tendríais espacio para unos cuantos pasajeros?
—¿Queréis ir a Thalesia, maese Cluff? —preguntó, algo sorprendido, Sorgi.
—Me da igual a donde vaya, capitán Sorgi —contestó Sparhawk con tono desesperado—. Tengo un grupo de primos siguiéndome los pasos a menos de dos días de camino. Si fuera a Thalesia, tal vez podría esconderme en las montañas.
—Yo iría con cuidado, amigo —le aconsejó uno de los capitanes—. Hay bandidos en las montañas de Thalesia… por no mencionar a los trolls.
—Puedo burlar a los asesinos, y los trolls no serán más feos que la dama en cuestión —repuso Sparhawk, simulando estremecerse—. ¿Qué decís, capitán Sorgi? —rogó—. ¿Volveréis a sacarme de apuros?
—¿El mismo precio? —inquirió astutamente Sorgi.
—Lo que pidáis —respondió Sparhawk con aparente desesperación.
—Trato hecho pues, maese Cluff. Mi barco está en la punta del tercer embarcadero contando desde aquí. Zarparemos hacia Emsat con la marea de la mañana.
—Allí estaré, capitán Sorgi —prometió Sparhawk—. Ahora, si nos excusáis, mi criado y yo debemos ir a preparar el equipaje. —Se puso en pie y tendió la mano al marino—. Me habéis salvado una vez más, capitán —manifestó con genuina gratitud. Después él y Kurik abandonaron la taberna.
Kurik fruncía el entrecejo cuando caminaban por la calle.
—¿No tenéis la sensación de que alguien está manipulando los acontecimientos? —preguntó.
—¿A qué te refieres?
—¿No es extraño que hayamos topado con Sorgi de nuevo…, el único hombre con quien podemos contar para sacarnos del atolladero? ¿Y no es aún más raro que se dirija precisamente a Thalesia…, al mismo sitio adonde queremos ir?
—Creo que te dejas llevar por imaginaciones, Kurik. Ya lo has oído. Es perfectamente lógico que se encuentre aquí.
—Pero ¿justo en el momento adecuado en que podíamos encontrarlo nosotros?
Ésa era una pregunta algo más perturbadora.
—Se lo comentaremos a Flauta cuando hayamos regresado a la ciudad —propuso.
—¿Creéis que podría ser ella la que mueve los hilos?
—En realidad no, pero ella es la única persona que conozco que sería capaz de preparar circunstancias como ésta…, aunque dudo que ni siquiera ella podría arreglar algo así.
Mas, una vez de vuelta al ático situado sobre la sórdida taberna no tuvieron ocasión de hablar con Flauta, puesto que frente a Meland se hallaba sentado un individuo de poblada barba, vestido con una anodina capa que les resultó conocido. Era Platime, que regateaba afanosamente con su anfitrión.
—Sparhawk —lo saludó a voz en grito el corpulento rufián.
Sparhawk lo observó un tanto asombrado.
—¿Qué hacéis aquí en Acie, Platime?
—Varias cosas en realidad —respondió Platime—. Meland y yo siempre comerciamos con joyas robadas. Él vende lo que yo robo en Cimmura y yo hago lo mismo con su botín. Como la gente suele reconocer sus propias pertenencias, es más seguro colocarlas en otra ciudad.
—Esta pieza no vale el precio que exigís, Platime —declaró sin miramientos Meland, asiendo un brazalete con piedras engastadas.
—Bien, hacedme una oferta —sugirió Platime.
—¿Otra coincidencia, Sparhawk? —preguntó suspicazmente Kurik.
—Ya lo veremos —replicó el caballero.
—El conde de Lenda se encuentra en Acie, Sparhawk —declaró Platime con aire grave—. Es el hombre más honesto del consejo real y está asistiendo a una especie de conferencia en palacio. Algo está tramándose y quiero saber de qué se trata. No me gustan las sorpresas.
—Yo puedo informaros de lo que sucede —manifestó Sparhawk.
—¿De veras? —Platime parecía algo sorprendido.
—Si el precio es correcto. —Sparhawk esbozó una sonrisa.
—¿Dinero?
—No, algo más valioso. Yo he estado presente en la conferencia de que habláis. Estaréis al corriente de la guerra que se libra en Arcium, ¿no es cierto?
—Naturalmente.
—¿Y no propagaréis la información que os voy a dar?
Platime hizo una señal a Meland para que se alejara de la mesa. Luego miró a Sparhawk y sonrió.
—Sólo me valdré de ella para los negocios, amigo mío.
No era aquélla una respuesta del todo tranquilizadora.
—Habéis profesado cierto grado de patriotismo en el pasado —apuntó cautelosamente Sparhawk.
—De vez en cuando me asaltan tales sentimientos —admitió a desgana Platime—. Siempre que no se interpongan con la obtención de honestas ganancias.
—Bien, necesito vuestra colaboración.
—¿Qué os proponéis? —preguntó con recelo Platime.
—Mis amigos y yo intentamos restaurar a la reina Ehlana en el trono.
—Hace tiempo que lo procuráis, Sparhawk, pero ¿realmente es capaz esa pálida muchacha de gobernar un reino?
—Creo que sí está capacitada, y yo la apoyaré en todo momento.
—Eso da algunas garantías. ¿Qué vais a hacer con el bastardo Lycheas?
—El rey Wargun quiere ahorcarlo.
—Por lo general no apruebo la horca, pero en el caso de Lycheas haría una excepción. ¿Creéis que podría llegar a hacer un trato con Ehlana?
—Yo no arriesgaría dinero apostando por ello.
—Valía la pena intentarlo —explicó, sonriendo, Platime—. Decidle sólo a mi reina que soy su más fiel servidor y ella y yo ya concretaremos más tarde los detalles.
—Sois un tunante, Platime.
—Nunca he pretendido ser lo contrario. Bien, Sparhawk, ¿qué es lo que precisáis? Cooperaré con vos… hasta cierto punto.
—Más que nada necesito información. ¿Conocéis a Kalten?
—¿Vuestro amigo? Por supuesto.
—Se encuentra en palacio en estos momentos. Ataviaos con algo que os dé una apariencia respetable, id allí y preguntad por él. Llegad a un acuerdo con él para transferirle información. Tengo entendido que disponéis de medios para enteraros de gran parte de lo que sucede en el mundo conocido.
—¿Os interesaría saber qué ocurre ahora mismo en el imperio Tamul?
—No. Por ahora ya tengo suficientes quebraderos de cabeza con lo que acontece en Eosia. Ya nos ocuparemos del continente daresiano en su momento.
—Sois ambicioso, amigo mío.
—No tanto. Por el momento sólo quiero restablecer a nuestra reina en su trono.
—Contribuiré a ello —aseguró Platime—. Cualquier cosa con tal de librarnos de Lycheas y Annias.
—En ese caso todos perseguimos el mismo fin. Hablad con Kalten. Él dispondrá los medios para que le paséis la información para después transferirla a otras personas.
—Me estáis convirtiendo en un espía, Sparhawk —observó Platime con voz quejumbrosa.
—Es una profesión tan honorable como la de ladrón.
—Lo sé. Lo que ignoro, no obstante, es si resulta igual de lucrativa. ¿Adónde iréis vos?
—Hemos de ir a Thalesia.
—¿Al propio reino de Wargun? ¿Después de que acabáis de escapar de su lado? Sparhawk, sois más valeroso o bien más estúpido de lo que os consideraba.
—¿Sabíais pues que nos habíamos escabullido de palacio?
—Talen me lo ha dicho. —Platime reflexionó un momento—. Supongo que desembarcaréis en Emsat, ¿no es así?
—Ésa es la intención de nuestro capitán.
—Talen, ven aquí —llamó Platime.
—¿Para qué? —replicó con descaro el chiquillo.
—¿Todavía no le habéis quitado esa mala costumbre, Sparhawk? —preguntó acremente Platime.
—Sólo era para recordar los viejos tiempos, Platime —dijo Talen con una sonrisa.
—Escucha con atención —indicó Platime al muchacho—. Cuando llegues a Emsat, busca a un hombre llamado Stragen. Él es el que organiza las cosas allí…, como lo hago yo en Cimmura y Meland aquí en Acie. Él estará en condiciones de suministrarte la ayuda que necesitéis.
—De acuerdo —convino Talen.
—Pensáis en todo, ¿no es cierto, Platime? —señaló Sparhawk.
—En mi oficio, uno no puede descuidarse o de lo contrario acaba mal.
Llegaron al puerto al día siguiente, poco después del alba, y tras cargar los caballos subieron a bordo.
—Veo que habéis tomado otro criado a vuestro servicio, maese Cluff —observó Sorgi al ver a Talen.
—Es el hijo menor de mi ayudante —respondió Sparhawk, haciendo honor a la verdad.
—Sólo para demostraros la amistad que os profeso, maese Cluff, no os cobraré una tarifa añadida por el chico. Y, ya que he mencionado el tema, ¿por qué no arreglamos las cuentas antes de zarpar?
Sparhawk se llevó la mano a la bolsa con un suspiro.
Tuvieron un buen viento en popa al abandonar el golfo de Acie y bordear el promontorio que se alzaba más al norte. Después se adentraron en el estrecho de Thalesia y perdieron la tierra de vista. Sparhawk se quedó en cubierta conversando con Sorgi.