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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (48 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—¿Cuánto calculáis que tardaremos en llegar a Emsat? —preguntó al marino de pelo rizado.

—Seguramente atracaremos mañana al mediodía —repuso Sorgi—, si se mantiene el viento. Arriaremos velas y echaremos anclas esta noche. No estoy tan familiarizado con estas aguas como con las del mar Interior y el estrecho de Arcium, de modo que prefiero no correr riesgos.

—Me agrada la prudencia en el capitán de un barco en el que navego —aprobó Sparhawk—. Oh, hablando de prudencia, ¿creéis que podríamos encontrar alguna cala apartada antes de llegar a Emsat? Las ciudades me ponen muy nervioso, no sé por qué.

Sorgi se echó a reír.

—Veis a esos primos por todas partes, ¿eh, maese Cluff? ¿Es por eso que vais armado? —Sorgi lanzó una significativa ojeada a la cota de malla y la espada de Sparhawk.

—En mis circunstancias, toda preocupación es buena.

—Os encontraremos una cala, maese Cluff. La costa de Thalesia es una larga ensenada apartada. Localizaremos una tranquila playa y os dejaremos en ella para que podáis escabulliros hacia el norte a visitar los trolls sin el inconveniente de que esos primos os anden pisando los talones.

—Os lo agradezco, capitán Sorgi.

—¡Eh, tú! —gritó Sorgi a uno de los marineros de la arboladura—. ¡Mira lo que haces! ¡Estás ahí arriba para trabajar, no para pensar en las musarañas!

Sparhawk caminó por la cubierta y se acodó en la barandilla, contemplando distraídamente las olas de intenso azul que refulgían bajo el sol. Los interrogantes planteados por Kurik le habían producido desasosiego. ¿Habían sido meras coincidencias los fortuitos encuentros con Sorgi y Platime? ¿Por qué habían de encontrarse ambos en Acie en el tiempo preciso en que Sparhawk y sus amigos habían logrado huir de palacio? Si Flauta podía modificar el tiempo, ¿era también capaz de extender su influencia a lugares extremadamente distantes para atraer a las personas que necesitaban en el momento oportuno? ¿Hasta dónde llegaba su poder?

Como si sus pensamientos la hubieran convocado, Flauta subió por la escalera de toldilla y miró en derredor. Sparhawk atravesó la cubierta y se acercó a ella.

—Tengo un par de preguntas que hacerte —le anunció.

—Ya me parecía.

—¿Has tenido algo que ver con la presencia de Platime y Sorgi en Acie?

—No personalmente.

—¿Pero sabías que estarían allí?

—Los tratos son más fluidos con las personas que ya nos conocen, Sparhawk. Formulé algunas peticiones y ciertos miembros de mi familia concretaron los detalles.

—Otra vez mencionas a tu familia. ¿Qué es exactamente…?

—¿Qué demonios es eso? —exclamó la niña, apuntando a estribor.

Sparhawk miró hacia donde señalaba y vio cómo, de la superficie encrespada, surgía una enorme cola plana que volvió a sumergirse levantando una gran nube de rocío.

—Una ballena, me parece —respondió.

—¿Se hacen tan grandes los peces?

—No creo que sea en realidad un pez…, al menos eso he oído.

—¡Está cantando! —señaló Flauta, batiendo palmas con alborozo.

—Yo no oigo nada.

—No estáis escuchando, Sparhawk. —La pequeña corrió hacia la popa y se asomó.

—¡Flauta! —gritó Sparhawk—. ¡Ten cuidado! —Se precipitó hacia la barandilla para sostenerla.

—Dejadme —lo conminó Flauta.

Entonces se llevó el caramillo a los labios, pero un repentino bandazo del barco lo hizo caer al mar.

—¡Oh, caramba! —exclamó. Luego hizo una mueca—. Oh, bueno, de todas maneras lo sabríais tarde o temprano.

Alzó la carita, y el sonido que brotó de su garganta fue el mismo que emitía aquella tosca flauta de pastor. Sparhawk estaba estupefacto. El instrumento no había sido más que un camuflaje. Lo que habían oído durante todo aquel tiempo había sido el sonido de la propia voz de Flauta. Su canción se elevaba sobre las olas.

La ballena volvió a emerger y se giró ligeramente de costado para fijar su enorme ojo en la niña. Flauta le dedicó su vibrante canto. La enorme criatura se acercó nadando y uno de los vigías gritó alarmado:

—¡Hay ballenas aquí, capitán Sorgi!

Una tras otra, fueron surgiendo más ballenas de las profundidades, como si respondieran a la canción de la niña. El barco se balanceó en la estela que habían dejado mientras los animales se congregaban en torno a la popa, proyectando al aire grandes surtidores por los orificios nasales de la cabeza.

Un marinero se acercó con ojos despavoridos asiendo un largo arpón.

—Oh, no seáis tonto —le dijo Flauta—. Sólo están jugando.

—Eh…, Flauta —propuso con voz temerosa Sparhawk—, ¿no crees que deberías decirles que se vayan a casa? —Mientras hablaba cayó en la cuenta de lo absurdo de su propuesta, pues las ballenas estaban ya en su casa.

—Pero me gusta verlas —protestó la pequeña—. Son hermosas.

—Sí, lo sé, pero las ballenas no son apropiadas como mascotas. En cuanto lleguemos a Thalesia te compraré un gatito. Por favor, Flauta, despídete de tus ballenas y hazlas marchar. Están entorpeciéndonos la marcha.

—Oh. —Su semblante reflejaba desilusión—. De acuerdo pues.

Volvió a elevar la voz con una peculiar nota de vibrante pesar. Las ballenas se apartaron y luego se oyó el choque de sus vastas aletas, que convirtieron en espumosos jirones la superficie del mar.

Sparhawk miró en torno a sí. Los marineros observaban boquiabiertos a la niña. Sería extremadamente difícil darles una explicación creíble en ese momento.

—¿Por qué no volvemos a la cabina y comemos? —sugirió.

—Está bien —convino Flauta. Entonces le tendió los brazos—. Podéis llevarme si queréis.

Dado que ésa era la manera más rápida de alejarla de las curiosas miradas de la tripulación de Sorgi, Sparhawk la levantó y se la llevó en brazos por la escalera de toldilla.

—De veras me gustaría que no os pusierais esto —dijo ella, rozando su cota de malla con una diminuta uña—. Huele muy mal.

—En mi oficio, es necesario. Es una protección, ¿comprendes?

—Existen otros modos de protegerse, Sparhawk, y no resultan tan ofensivos.

Al llegar a la cabina, hallaron a Sephrenia sentada con semblante pálido y consternado y una espada de ceremonia en el regazo. Kurik se encontraba a su lado con la mirada algo extraviada.

—Era sir Gared, Sparhawk —le informó en voz baja—. Ha atravesado la puerta como si no estuviera ahí y le ha entregado la espada a Sephrenia.

Sparhawk sintió una oleada de dolor, dado que Gared había sido amigo suyo. Después se enderezó con un suspiro. Si todo iba bien, aquélla sería la última espada que Sephrenia se vería obligada a acarrear.

—Flauta —inquirió—, ¿puedes ayudarla a conciliar el sueño?

La niña asintió con expresión grave.

Sparhawk tomó en brazos a Sephrenia, que parecía liviana como una pluma, la llevó a su litera y la tendió suavemente en ella. Flauta se acercó y comenzó a cantar una especie de nana. Sephrenia suspiró y cerró los ojos.

—Necesita descanso —señaló Sparhawk a Flauta—. Será un duro viaje a caballo hasta encontrar la cueva de Ghwerig. Mantenla dormida hasta que avistemos la costa de Thalesia.

—Por supuesto, querido.

Alcanzaron la costa thalesiana hacia mediodía del día siguiente y el capitán Sorgi puso el barco al pairo en una pequeña cala situada al oeste de la ciudad portuaria de Emsat.

—No tenéis idea de hasta qué punto aprecio vuestra ayuda, capitán —agradeció Sparhawk a Sorgi mientras él y los demás se disponían a desembarcar.

—Ha sido un placer, maese Cluff —contestó Sorgi—. Los solteros hemos de ser solidarios en estas cuestiones.

Sparhawk respondió con una sonrisa.

El reducido grupo hizo bajar los caballos por una larga pasarela hasta la playa y luego montaron, al tiempo que los marineros maniobraban con cuidado para sacar el barco de la cala.

—¿Queréis venir conmigo a Emsat? —preguntó Talen—. Yo he de ir a hablar con Stragen.

—Será mejor que no —repuso Sparhawk—. Wargun ha tenido tiempo de enviar un mensajero a Emsat, y yo soy una persona fácil de describir e identificar.

—Yo lo acompañaré —se ofreció Kurik—. De todas formas necesitaremos provisiones.

—De acuerdo. Retirémonos a la espesura y preparemos antes el campamento para la noche.

Tras instalarse en un pequeño claro del bosque, Kurik y Talen partieron alrededor de media tarde.

Sephrenia, sentada junto al fuego con semblante macilento y demacrado, sostenía entre los brazos la espada de sir Gared.

—Me temo que esto no será fácil para vos —advirtió pesarosamente Sparhawk—. Deberemos cabalgar aprisa si queremos llegar a la cueva antes de que Ghwerig selle la entrada. ¿Existe algún método mediante el cual podríais transferirme la espada de Gared?

—No, querido. No estabais presente en la sala del trono. Únicamente puede hacerse cargo de la espada de Gared uno de los que estaban allí cuando invocamos el hechizo.

—Lo sospechaba. Supongo que habré de preparar la cena.

Kurik y Talen regresaron sobre la medianoche.

—¿Algún contratiempo? —inquirió Sparhawk.

—Nada digno de mención —respondió Talen—. El nombre de Platime abre toda clase de puertas. Stragen nos ha prevenido de que la zona rural del norte de Emsat está infestada de bandidos. Nos proporcionará una escolta armada y caballos de reserva… Los caballos han sido idea mía.

—Podemos avanzar más rápido si reponemos los caballos cada hora aproximadamente —explicó Kurik—. Stragen también enviará provisiones junto con los hombres que nos acompañarán.

—¿Veis qué agradable es tener amigos, Sparhawk? —preguntó con descaro Talen, a lo cual hizo caso omiso Sparhawk.

—¿Vendrán aquí los hombres de Stragen? —inquirió.

—No —repuso Talen—. Nos reuniremos con ellos antes del amanecer en el camino que va en dirección norte a poco más de un kilómetro de Emsat. —Miró en derredor—. ¿Qué hay para cenar? Me muero de hambre.

Capítulo 24

Emprendieron camino con las primeras luces del día y, rodeando el bosque que poblaba la zona norte de Emsat, se detuvieron a corta distancia del camino.

—Espero que ese Stragen mantenga su palabra —murmuró Kurik a Talen—. Nunca he estado en Thalesia y no me seduce la idea de cabalgar en una región hostil sin saber lo que ocurre.

—Podemos fiarnos de Stragen, padre —le aseguró Talen—. Los ladrones thalesianos tienen su propio sentido del honor. Son los cammorianos de quienes se ha de recelar. Se estafarían entre ellos si encontraran la manera de sacar algún provecho.

—Caballero —llamó quedamente una voz entre los árboles.

Sparhawk dirigió al instante la mano a la espada.

—No es preciso que hagáis eso, mi señor —aseveró la voz—. Venimos de parte de Stragen. Hay bandidos en esas colinas y nuestra misión es protegeros a su paso.

—Salid a la luz pues, compadre —instó Sparhawk.

—Compadre —repitió el hombre, soltando una carcajada—. Me gusta eso. Llegan muy lejos vuestras relaciones de compadrazgo, compadre.

—Hasta medio mundo últimamente —reconoció Sparhawk.

—Bienvenido a Thalesia pues, compadre. —El hombre que surgió de las sombras tenía el cabello rubio claro y la barba rasurada, vestía toscamente y llevaba una pica de aspecto brutal en la mano y un hacha colgada en la silla de la montura—. Stragen dice que queréis ir al norte. Os escoltaremos hasta Heid.

—¿Será suficiente? —preguntó Sparhawk a Flauta.

—Enteramente —respondió ésta—. Dejaremos el camino poco más de un kilómetro más allá de esa ciudad.

—¿Recibís órdenes de una niña? —se extrañó el rubio thalesiano.

—Ella conoce el camino hacia el lugar adonde nos dirigimos —repuso Sparhawk—. No hay que discutir nunca con el guía.

—Seguramente es una gran verdad, sir Sparhawk. Me llamo Tel…, por si os interesa saberlo. Tengo una docena de hombres y caballos de repuesto… Y las provisiones que solicitó vuestro escudero Kurik. —Se pasó la mano por la cara—. Esto me tiene un tanto desconcertado, caballero —confesó—. Nunca he visto a Stragen tan ansioso por satisfacer las demandas de un desconocido.

—¿Habéis oído hablar de Platime? —le preguntó Talen.

Tel miró vivamente al chiquillo.

—¿El jefe de Cimmura? —inquirió.

—El mismo —contestó Talen—. Stragen le debe algunos favores a Platime, y yo trabajo para Platime.

—Oh, ya entiendo. El día sigue su curso, caballero —recordó a Sparhawk—. ¿Por qué no partimos hacia Heid?

—¿Por qué no? —convino Sparhawk.

Los hombres que se hallaban bajo el mando de Tel iban vestidos con anodinas prendas campesinas y empuñaban armas en cuyo uso parecían diestros. Todos eran rubios sin excepción y tenían el tosco semblante de las gentes a quienes tienen sin cuidado los placeres más refinados de la vida.

Al salir el sol aligeraron el paso. Sparhawk era consciente de que Tel y sus matones entorpecerían su marcha, pero se felicitaba por la protección adicional que ellos representaban para Sephrenia y Flauta, dada la inquietud que había experimentado por su vulnerabilidad ante una posible emboscada entre montañas.

Pasaron velozmente tierras de cultivo con granjas diseminadas en los márgenes del camino en una región poblada en la que no había que recelar un ataque. El peligro vendría más tarde, al llegar a la cordillera. Cabalgaron sin tregua ese día, cubriendo considerable terreno, acamparon a cierta distancia del camino y volvieron a emprender la marcha de madrugada.

—Estoy comenzando a cansarme de ir a caballo —admitió Kurik cuando se ponían en camino con el alba.

—Pensaba que a estas alturas ya estarías habituado —apuntó Sparhawk.

—Sparhawk, llevamos seis meses cabalgando casi sin cesar. Me parece que estoy desgastando la silla.

—Te compraré una nueva.

—¿Para que me entretenga moldeándola? No, gracias.

El paisaje se tornó ondulante, revelando las verdes montañas al fondo.

—Sí me permitís una sugerencia, sir Sparhawk —propuso Tel—, ¿por qué no acampamos antes de llegar a las colinas? Allá arriba hay bandidos y un ataque nocturno sería más molesto. Sin embargo, dudo mucho que bajen hasta este llano.

A pesar de la irritación que le producía tal demora. Sparhawk hubo de admitir que Tel no andaba desacertado. La seguridad de Sephrenia y Flauta era muchísimo más importante que cualquier limitación arbitraria de tiempo.

Pernoctaron en un pequeño valle elegido por los hombres de Tel, que demostraban ser auténticos expertos en encontrar parajes resguardados.

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