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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (46 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—Imagino que unas cuantas decapitaciones serían ejemplificadoras para el Estado Mayor —apuntó Ulath—. Si acabamos con cuatro o cinco generales, los demás se pondrán a raya.

—Con la mayor brevedad —convino, sonriendo, Tynian.

—Mantened la espada bien afilada, Ulath —aconsejó Wargun.

—Sí, majestad.

—El único problema que queda por resolver es qué vamos a hacer con Lycheas —declaró el conde de Lenda.

—Ya lo he decidido —aseveró Wargun—. Lo ahorcaré en cuanto lleguemos a Cimmura.

—Una idea espléndida —aprobó Lenda—, pero creo que deberíamos planteárnoslo seriamente. Sabéis que Annias es el padre del príncipe regente, ¿no es cierto?

—Eso me dijo Sparhawk, pero me tiene sin cuidado quién sea su padre; de todas maneras voy a colgarlo.

—No osaría aventurar el grado de afecto que profesa Annias por su hijo, pero realmente adoptó delicadas medidas para ponerlo en el trono de Elenia. Podría suceder que las órdenes militantes lo utilicen a su favor al llegar a Chyrellos. La amenaza de someterlo a tortura tal vez decidiría a Annias a evacuar sus tropas de Chyrellos para que la elección pueda proseguir sin su interferencia.

—Estáis despojando el asunto de toda diversión, Lenda —se lamentó Wargun, Frunció el entrecejo—. Sin embargo, es probable que os halléis en lo cierto. De acuerdo, cuando lleguemos a Cimmura, lo arrojaremos a las mazmorras… junto a sus aduladores. ¿Estáis dispuesto a tomar a vuestro cargo el palacio?

—Si así lo desea su majestad —suspiró Lenda—. Pero ¿no serían más indicados Sparhawk o Vanion?

—Tal vez, pero los necesitaré en Arcium. ¿Qué opináis, Obler?

—Tengo una confianza absoluta en el conde de Lenda —repuso el monarca.

—Haré cuanto pueda, majestades —prometió Lenda—, pero no olvidéis que me estoy haciendo viejo.

—Sois tan viejo como yo, amigo mío —señaló Obler—, y nadie se ha ofrecido a relevarme de mis responsabilidades.

—Bien, decidido pues —zanjó Wargun—. Concretemos. Marcharemos rumbo sur hasta Cimmura, meteremos entre rejas a Lycheas y obligaremos al Estado Mayor a sumar su ejército al nuestro. Asimismo podríamos reclutar a los soldados eclesiásticos. Después nos reuniremos con Soros y Bergsten en la frontera arciana, nos dirigiremos a Larium, cercaremos a los rendoreños y los exterminaremos a todos.

—¿No es ello algo excesivo, majestad? —objetó Lenda.

—No, de hecho no lo es. Quiero que se sucedan como mínimo diez generaciones antes de que vuelva a rebrotar la herejía eshandista. —Dedicó una torcida sonrisa a Sparhawk—. Si obráis lealmente, amigo mío, incluso os dejaré matar a Martel.

—Os lo agradecería, majestad —repuso Sparhawk.

—Oh, querido —se lamentó Sephrenia.

—Es un acto que forzosamente ha de llevar a cabo, señora —adujo Wargun—. Obler, ¿están vuestras huestes dispuestas para partir?

—Sólo aguardan la orden, Wargun.

—Perfecto. Si no tenéis nada más que proponer, podemos emprender camino hacia Elenia mañana.

—Como os parezca —asintió el rey Obler.

Wargun se puso en pie y estiró los músculos, bostezando.

—Vamos a acostarnos pues —propuso—. Mañana nos levantaremos temprano.

Al poco rato, Sparhawk y sus amigos se reunieron en la habitación de Vanion para darle cuenta detallada de lo sucedido en Lamorkand y Kelosia.

Cuando hubieron terminado Vanion miró con curiosidad a Flauta.

—¿Y qué papel representas tú en todo esto?

—Me enviaron para prestar ayuda —respondió, encogiéndose de hombros, la pequeña.

—¿De Estiria?

—En cierto modo sí.

—¿Y cuál es esa tarea que habías de realizar aquí en Acie?

—Ya la he llevado a cabo, Vanion. Sephrenia y yo debíamos hablar con un estirio aquí. Lo vimos en la calle de camino a palacio y nos ocupamos de ello.

—¿Qué debíais decirle que fuera más importante que la recuperación del Bhelliom?

—Habíamos de preparar a Estiria para lo que va a suceder.

—¿Te refieres a la invasión de los rendoreños?

—Oh, eso es una nadería, Vanion. Esto es muchísimo más grave.

—¿Vais a ir a Thalesia entonces? —preguntó Vanion a Sparhawk.

—Aun cuando debiera caminar sobre las aguas para llegar allí —repuso el caballero.

—De acuerdo. Haré cuanto esté en mis manos para propiciaros la salida de la ciudad. Hay algo que me preocupa, sin embargo. Si os marcháis todos, Wargun va a advertir vuestra partida. Sparhawk y uno o dos de vosotros podrían ausentarse sin poner en aviso a Wargun.

Flauta se encaminó al centro de la habitación y los recorrió con la mirada.

—Sparhawk —dijo, señalando— y Kurik. Sephrenia y yo… y Talen.

—¡Eso es absurdo! —se indignó Bevier—. Sparhawk necesitará caballeros si ha de enfrentarse a Ghwerig.

—Sparhawk y Kurik pueden encargarse de ello —replicó la niña con aire de suficiencia.

—¿No será peligroso llevar a Flauta? —preguntó Vanion a Sparhawk.

—Es posible, pero ella es la única que conoce el camino hasta la cueva de Ghwerig.

—¿Por qué Talen? —inquirió Kurik.

—Hay algo que debe hacer en Emsat —respondió Flauta.

—Lo siento, amigos —se excusó Sparhawk ante los otros caballeros—, pero nos hemos comprometido tácitamente a actuar según sus dictados.

—¿Os marcharéis ahora? —quiso saber Vanion.

—No, hemos de esperar a Talen.

—Bien. Sephrenia, id a buscar la espada de Olven.

—Pero…

—Hacedlo, Sephrenia. No discutáis conmigo, por favor.

—Sí, querido —asintió con un suspiro.

Después de que la estiria le entregó la espada, Vanion se encontraba tan débil que apenas se sostenía en pie.

—Vais a acabar con vuestra vida si seguís así —le advirtió la mujer.

—Todo el mundo muere por una causa u otra. Escuchadme, caballeros —indicó—. Tengo una tropa de pandion conmigo. Los que os quedéis aquí podéis confundiros entre ellos cuando partamos. Lenda y Obler son bastante viejos. Propondré a Wargun que viajen en un carruaje y que él cabalgue junto a ellos. De ese modo no le será fácil contar cabezas. Intentaré mantenerlo ocupado. —Miró a Sparhawk—. Un día o dos es probablemente todo el tiempo de ventaja que podré facilitaros —se excusó.

—Será suficiente —afirmó Sparhawk—. Lo más seguro es que Wargun piense que he regresado al lago Venne y enviará a mis perseguidores en esa dirección.

—El único problema que queda por resolver es sacaros de palacio —observó Vanion.

—Yo me ocuparé de eso —le aseguró Flauta.

—¿Cómo?

—Maaagia —replicó, alargando cómicamente la palabra y haciendo girar los dedos frente a él.

—¿Cómo nos las arreglaríamos antes sin ti? —bromeó el preceptor.

—Bastante mal, me imagino —apuntó la pequeña con altivez.

Una hora más tarde Talen se escabulló dentro de la habitación.

—¿Algún contratiempo? —le preguntó Kurik.

—No. —Talen hizo un gesto de indiferencia—. He conseguido algunos contactos y he encontrado un sitio donde escondernos.

—¿Contactos? —inquirió Vanion—. ¿Con quién?

—Unos cuantos ladrones, varios mendigos y un par de asesinos. Ellos me han llevado hasta el hombre que controla los bajos fondos de Acie. Como le debe algunos favores a Platime, se ha mostrado muy solícito cuando he mencionado su nombre.

—Vives en un extraño mundo —comentó Vanion.

—No más que el que habitáis vos, mi señor —contestó Talen con una extravagante reverencia.

—Ello podría resultar enteramente cierto, Sparhawk —apuntó Vanion—. Cabe la posibilidad de que todos seamos ladrones y bandidos, cuando uno se para a pensarlo. Y bien —preguntó a Talen—, ¿dónde está ese escondrijo?

—Preferiría no decirlo —repuso evasivamente Talen—. Sois un personaje oficial, y he dado mi palabra.

—¿Existe el honor en vuestra profesión?

—Por supuesto, mi señor, aunque no está basado en ningún código caballeresco, sino en procurar que no le corten a uno el cuello.

—Tenéis un hijo muy espabilado, Kurik —apreció Kalten.

—Teníais que decirlo, ¿no, Kalten? —exclamó mordazmente Kurik.

—¿Os avergonzáis de mí, padre? —preguntó, cabizbajo, Talen con un hilillo de voz.

—No. Talen —respondió Kurik—, de veras que no. —Rodeó el hombro del muchacho con su recio brazo—. Éste es mi hijo, Talen —anunció desafiante—, y, si alguien tiene algo que objetar, será un placer para mí darle satisfacción, y podemos dejar a un lado esa insensata prohibición de que la nobleza y el vulgo peleen entre sí.

—No seáis necio, Kurik —replicó Tynian con una amplia sonrisa—. Mi enhorabuena a los dos.

Los otros caballeros se congregaron en torno al fornido escudero y su hijo, dándoles palmadas en los hombros y felicitándolos.

Talen los miró a todos con ojos repentinamente anegados en lágrimas por la emoción del inesperado reconocimiento y luego corrió hacia Sephrenia, se hincó de rodillas y hundió, sollozando, la cara en su regazo.

Flauta sonreía.

Capítulo 23

Era la misma melodía extrañamente adormecedora que Flauta había interpretado en los muelles de Vardenais y fuera del castillo pandion de Cimmura.

—¿Qué está haciendo ahora? —susurró Talen a Sparhawk mientras permanecían agazapados tras la balaustrada del gran porche levantado delante del palacio del rey Obler.

—Está durmiendo a los centinelas —respondió Sparhawk, sin detenerse en dar más aclaraciones—. No nos harán caso cuando pasemos. —Sparhawk llevaba su cota de malla y una capa de viaje.

—¿Estáis seguro de ello? —inquirió dubitativamente Talen.

—He visto cómo daba resultado varias veces.

Flauta se irguió y comenzó a descender la amplia escalera que conducía al patio. Todavía con el instrumento en la mano, Flauta les hizo señas para que la siguieran.

—Vamos —indicó Sparhawk, levantándose.

—Sparhawk —le avisó Talen—, estáis a la vista.

—No pasa nada, Talen. No nos van a prestar ninguna atención.

—¿Queréis decir que no nos ven?

—Sí pueden vernos —le explicó Sephrenia—, al menos con los ojos, pero nuestra presencia carece de significado para ellos.

Sparhawk los condujo al patio en pos de Flauta.

Uno de los soldados thalesianos apostado al pie de los escalones apenas si les dedicó una ojeada con mirada apagada e indiferente.

—Esto me pone los nervios de punta —susurró Talen.

—No tienes por qué hablar en voz baja, Talen —le aseguró Sephrenia.

—¿Tampoco nos oyen?

—Nos oyen perfectamente, pero no registran nuestras voces.

—No os importaría que me preparara para echar a correr, ¿verdad?

—No es necesario.

—Aun así lo haré.

—Cálmate, Talen —recomendó Sephrenia—. Estás poniendo trabas al trabajo de Flauta.

Se dirigieron a los establos, ensillaron los caballos y los sacaron al patio al tiempo que Flauta continuaba tocando el caramillo. Después salieron por la puerta, delante de los impasibles centinelas del rey Obler y la patrulla del rey Wargun que vigilaba fuera del palacio.

—¿Por dónde vamos? —preguntó Kurik a su hijo.

—Por ese callejón que hay allá adelante.

—¿Está muy lejos ese sitio?

—Hay que atravesar media ciudad. A Meland no le gusta estar demasiado cerca de palacio porque estas calles están patrulladas.

—¿Meland?

—Nuestro anfitrión. Controla a los ladrones y mendigos aquí en Acie.

—¿Es de fiar?

—Por supuesto que no, Kurik. Es un ladrón. Pero no nos traicionará. He solicitado derecho de asilo de bandidos. Está obligado a acogernos y ocultarnos de cualquiera que nos busque. Si se hubiera negado, habría tenido que responder de ello ante Platime en el próximo consejo de ladrones en Chyrellos.

—Hay todo un mundo ante nosotros del que lo ignoramos todo —comentó Kurik a Sparhawk.

—Ya me había percatado de ello —respondió Sparhawk.

El chiquillo los guió por las sinuosas calles de Acie hasta un barrio pobre no muy alejado de las puertas de la ciudad.

—Quedaos aquí —les indicó al llegar a una sórdida taberna. Entró y volvió a salir al cabo de un momento con un hombre cuyo aspecto semejaba el de un hurón—. Él se ocupará de nuestros caballos.

—Tened cuidado con éste, compadre —le advirtió Sparhawk al entregarle las riendas de
Faran
—. Es juguetón.
Faran
, pórtate bien.

Faran
sacudió las orejas con irritación y Sparhawk retiró la lanza de Aldreas de la falda de la silla.

Talen los llevó al interior de la taberna, iluminado por humeantes velas de sebo y ocupado por largas y rayadas mesas y destartalados bancos en los que se sentaban varios hombres de ruda apariencia. Ninguno de ellos dedicó especial atención a Sparhawk y sus amigos a pesar de la vivacidad de su mirada. Talen se encaminó a la escalera del fondo.

—Es arriba —les informó.

El gran ático al que daba la escalera le resultó curiosamente familiar a Sparhawk. Entre su escaso mobiliario se contaban jergones de paja en el suelo junto a las paredes, en distribución similar a los del sótano que utilizaba Platime allá en Cimmura.

Meland era un hombre delgado, con una terrible cicatriz en la mejilla izquierda. Estaba sentado delante de una mesa con una hoja de papel y un tintero y un montón de joyas al lado de su mano izquierda, de las que al parecer trazaba el inventario.

—Meland —anunció Talen, acercándose—, éstos son los amigos de quienes os he hablado.

—Creía que habías dicho que serían diez. —Meland tenía una voz gangosa y desagradable.

—Se han modificado los planes. Éste es Sparhawk, el responsable, por así decirlo.

Meland emitió un gruñido.

—¿Cuánto tiempo pensáis estar aquí? —preguntó sin ceremonias a Sparhawk.

—Si consigo encontrar un barco, sólo hasta mañana.

—No tendréis dificultades en encontrarlo. Hay navíos de toda Eosia occidental en el puerto, thalesianos, arcianos, elenios e incluso algunos de Cammoria.

—¿Están abiertas de noche las puertas de la ciudad?

—Por lo general no, pero, como hay ese ejército acampado afuera de las murallas, los soldados entran y salen y las puertas están abiertas. —Meland miró con desaprobación al caballero—. Si vais a bajar al puerto, será mejor que no llevéis esa malla… ni la espada. Talen dice que queréis pasar inadvertido y la gente de allí recordaría a alguien vestido de esa guisa. Hay algunas ropas colgadas en esos clavos de ahí. Buscad algo de vuestra talla. —El tono de Meland era brusco.

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