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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (44 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—Sí, señora —contestó el thalesiano con una leve sonrisa.

—Me gustaría que dejarais de comportaros así —se quejó la pequeña—. Oh, por cierto, de camino a la tienda de Wargun, pedid a alguien que nos traiga la cena.

—¿Qué quieres comer?

—No estaría mal cabrito, pero me conformaré con cualquier cosa que no sea cerdo.

Llegaron a Agnak al atardecer del día siguiente y plantaron su enorme campamento. Las autoridades locales se apresuraron a cerrar las puertas de la ciudad. El rey Wargun insistió en que Sparhawk y los otros caballeros de la Iglesia lo acompañaran a la puerta norte bajo la bandera de tregua.

—Soy Wargun de Thalesia —tronó ante las murallas—. El rey Soros viene conmigo…, al igual que estos caballeros de la Iglesia. El reino de Arcium ha sido invadido por los rendoreños y yo exhorto a todo hombre capacitado que tenga fe en Dios a contribuir a nuestros esfuerzos para erradicar la herejía eshandista. No estoy aquí para causaros molestias, amigos míos, pero, si esta puerta no se ha abierto cuando se ponga el sol, reduciré a escombros vuestras murallas y os haré salir para que podáis contemplar cómo vuestra ciudad arde hasta convertirse en cenizas.

—¿Creéis que lo han oído? —preguntó Kalten.

—Seguramente lo han oído hasta en Chyrellos —repuso Tynian—. Vuestro rey tiene una voz realmente penetrante, sir Ulath.

—En Thalesia quedan muy alejadas entre sí las cimas de las montañas —contestó Ulath encogiéndose de hombros—. Hay que hablar muy alto si se quiere que lo escuchen a uno.

El rey Wargun esbozó una torcida sonrisa.

—¿Alguno desea apostar si se abrirá o no esta puerta antes de que el sol se oculte detrás de esa colina? —los animó.

—Somos caballeros de la Iglesia, majestad —le recordó Bevier—. Dado que hacemos voto de pobreza, no nos hallamos en posición de apostar dinero.

El monarca prorrumpió en carcajadas.

La puerta de la ciudad se abrió vacilante.

—¡Sabía que comprenderían mi punto de vista! —exclamó con alborozo Wargun, disponiéndose a entrar en la ciudad—. ¿Dónde encontraré a vuestro alcalde? —preguntó a uno de los temblorosos guardas de la puerta.

—C…, creo que está en la sala del consejo, majestad —tartamudeó el guardia—. Seguramente escondido en la bodega.

—Sed un buen chico e id a buscarlo.

—De inmediato, majestad. —El hombre arrojó la pica al suelo y salió corriendo por la calle.

—Me gustan los lamorquianos —declaró con jovialidad Wargun—. Siempre están ansiosos por complacerlo a uno.

El alcalde era un hombre gordinflón que llegó sudando copiosamente detrás del guardia.

—Necesitaré alojamiento conveniente para el rey Soros, para mí mismo y para nuestro séquito, excelencia —le informó Wargun—. Ello no representará un gran inconveniente para vuestros ciudadanos, pues de todos modos pasarán la noche en vela equipándose para sumarse a la campaña militar.

—Como ordene Su Majestad —repuso con voz aguda el edil.

—¿Veis lo que os decía de los lamorquianos? —dijo Wargun—. Soros no tendrá más que dar un paseo por aquí. Dejará el reino entero sin hombres en una semana… si no se para a rezar con excesiva frecuencia. ¿Por qué no vamos a algún sitio a tomar un trago mientras su excelencia nos vacía una docena de casas?

Tras consultar con el rey Soros y el patriarca Bergsten a la mañana siguiente, Wargun tomó una tropa de caballería thalesiana y partió con ella en dirección oeste. Sparhawk cabalgaba a su lado mientras el sol refulgía en el lago y una ligera brisa les acariciaba el rostro.

—Supongo que seguís decidido a no contarme qué estabais haciendo en Kelosia —sondeó Wargun a Sparhawk.

El monarca thalesiano parecía relativamente sobrio aquella mañana y por ello Sparhawk resolvió tentar su humor.

—Estaréis informado sobre la enfermedad de la reina Ehlana —comenzó.

—Todo el mundo lo sabe. Por esa razón su primo bastardo trata de hacerse con el poder.

—Es algo más complejo, majestad. Finalmente hemos averiguado la causa de su dolencia. Como el primado Annias necesitaba acceder al tesoro, la envenenó.

—¿Cómo?

—Annias carece de escrúpulos y haría cualquier cosa para ascender al archiprelado.

—Ese hombre es un canalla —gruñó Wargun.

—Lo cierto es que hemos descubierto una posible cura para Ehlana en la que interviene el uso de la magia, y para ponerla en práctica necesitamos un talismán concreto que se encuentra en el lago Venne.

—¿Qué es ese talismán? —inquirió Wargun, entornando los ojos.

—Es una especie de ornamento —respondió evasivamente Sparhawk.

—¿Realmente depositáis tanta confianza en todas esas insensateces de la magia?

—He visto cómo daba resultados en varias ocasiones, majestad. Sea como fuere, ése es el motivo por el que nos resistimos cuando insististeis en que os acompañáramos. No era nuestra intención ser irrespetuosos. La vida de Ehlana se mantiene gracias a un hechizo, pero sus efectos tienen una duración limitada. Si ella muere, Lycheas ascenderá al trono.

—No si yo puedo evitarlo. No quiero que un trono de Eosia esté ocupado por un hombre que no conoce a su propio padre.

—A mí tampoco me resulta atractiva la idea, pero creo que Lycheas sabe de hecho quién es su padre.

—¿Oh? ¿Quién es? ¿Lo sabéis?

—El primado Annias.

A Wargun se le desorbitó la mirada.

—¿Estáis seguro de ello?

Sparhawk asintió con la cabeza.

—Lo sé de buena tinta. Fue el espectro del rey Aldreas quien me lo contó. Su hermana era un tanto libertina.

Wargun hizo la señal de protección contra el maligno, un gesto campesino que resultaba bastante extraño en la persona de un monarca.

—¿Un espectro decís? La palabra de un fantasma no tiene valor en ningún tribunal, Sparhawk.

—No me proponía llevarlo ante los tribunales, majestad —replicó con ceño torvo Sparhawk, apoyando la mano en la empuñadura de la espada—. Tan pronto como disponga de tiempo, los culpables comparecerán ante una más alta instancia.

—Bien pensado —aprobó Wargun—. Sin embargo, no hubiera pensado que un eclesiástico sucumbiera a los encantos de Arissa.

—Arissa puede ser muy persuasiva a veces. Por otra parte, esta campaña que habéis emprendido guarda relación con otra de las estratagemas de Annias. Abrigo fundadas sospechas de que la invasión rendoreña está encabezada por un hombre llamado Martel. Martel trabaja para Annias y ha realizado diversas tentativas de provocar disturbios para alejar de Chyrellos a los caballeros de la Iglesia durante las elecciones. Dado que nuestros preceptores podrían probablemente impedir que Annias subiera al trono del archiprelado, ha de mantenerlos al margen.

—Ese hombre es una serpiente.

—Es una descripción bastante ajustada.

—Me habéis dado mucho en qué pensar esta mañana, Sparhawk. Meditaré sobre ello y conversaremos un poco después.

Los ojos de Sparhawk se iluminaron súbitamente.

—No alentéis excesivas esperanzas —agregó el monarca—. Todavía opino que voy a necesitaros al llegar a Arcium. Además, las órdenes militares ya han emprendido la marcha hacia el sur. Vos sois el brazo derecho de Vanion y me parece que él os echaría de menos si os mantuvierais al margen.

El tiempo y la distancia parecieron arrastrarse interminablemente mientras cabalgaban hacia el oeste. Volvieron a entrar en Kelosia y prosiguieron camino por infinitas llanuras bajo la brillante luz de estío.

Una noche, cuando todavía se hallaban a cierta distancia de la frontera con Deira, Kalten increpó a Flauta.

—Creía que habías asegurado que ibas a acortar la duración de este viaje —señaló con tono acusador.

—Y lo he hecho —repuso ésta.

—¿De veras? —replicó sarcásticamente el caballero—. Llevamos una semana de camino y aún no hemos llegado siquiera a Deira.

—En realidad, Kalten, sólo llevamos viajando dos días. Debo hacer que parezca más largo para que Wargun no sospeche nada.

Kalten la observó con incredulidad.

—Querría hacerte otra pregunta, Flauta —intervino Tynian—. Allá en el lago, estabas anhelante por atrapar a Ghwerig y arrebatarle el Bhelliom. Después cambiaste de improviso de parecer y dijiste que debías ir a Acie. ¿Qué sucedió?

—Recibí un mensaje de mi familia —explicó la niña—, indicándome la tarea que debía atender en Acie antes de reemprender la búsqueda del Bhelliom. —Torció el gesto—. Seguramente yo misma habría llegado a la misma conclusión.

—Volvamos al tema anterior —instó con impaciencia Kalten—. ¿Cómo has concentrado el tiempo de la manera que afirmas haberlo hecho?

—Existen diversos métodos —respondió evasivamente la pequeña Flauta.

—Yo no seguiría intentándolo, Kalten —aconsejó Sephrenia—. Si no vais a comprender lo que ha realizado, ¿por qué preocuparos de ello? Además, si continuáis haciéndole preguntas, tal vez decida contestarlas y sin duda las respuestas no serían de vuestro agrado.

Capítulo 22

Pareció que habían tardado dos semanas más en llegar a las estribaciones de las montañas que dominaban Acie, la triste y escasamente atractiva capital de Deira, que se encaramaba en un erosionado acantilado, asomada al viejo puerto y al largo y angosto golfo de Acie. Flauta les advirtió aquella tarde, no obstante, de que tan sólo habían transcurrido cinco días desde que dejaron Agnak. La mayoría de ellos resolvieron dar crédito a sus palabras, pero sir Bevier, de mentalidad marcadamente racional y elenia, la interrogó acerca de la viabilidad de ese supuesto milagro. Sus explicaciones fueron pacientes, aunque terriblemente incomprensibles. Bevier se excusó al fin y salió un rato afuera de la tienda para contemplar las estrellas y restablecer sus relaciones con las cosas que siempre había considerado inmutables y eternas.

—¿Habéis entendido algo de lo que ha dicho? —le preguntó Tynian cuando regresó, pálido y sudoroso, a la tienda.

—Un poco —repuso Bevier, tomando asiento—. Sólo algún atisbo. —Observó a Flauta con ojos temerosos—. Creo que tal vez el patriarca Ortzel estaba en lo cierto. No deberíamos tener tratos con ese pueblo estirio para el que nada es sagrado.

Flauta cruzó la tienda sobre sus piececillos manchados de hierba y posó una consoladora mano en su mejilla.

—Querido Bevier —dijo con dulzura—, tan serio y tan devoto. Hemos de dirigirnos a Thalesia sin tardanza… tan pronto como termine lo que debo hacer en Acie. Simplemente no disponíamos de tiempo para atravesar medio continente al paso reglamentario. Por eso modifiqué las cosas.

—Comprendo los motivos —concedió el arciano—, pero…

—Jamás os causaré daño, creedme, ni consentiré que os hieran otros, pero debéis intentar no ser tan rígido. Es muy difícil explicaros las cosas si mantenéis esa postura. ¿Os conforta saberlo?

—Apenas.

La niña se puso de puntillas y le dio un beso.

—Veamos —inquirió con voz animada—, ¿volvemos a ser amigos?

—Obra como te parezca, Flauta —cedió Bevier, dedicándole una tierna, casi tímida, sonrisa—. No puedo refutar a un tiempo tus argumentos y tus besos.

—¡Es un buen chico! —exclamó arrobada la pequeña.

—Nosotros también tenemos un concepto parecido de él —aseguró Ulath— y ya tenemos algunos planes respecto a su futuro.

—Vos, en cambio —acusó al caballero genidio—, distáis mucho de ser un buen chico.

—Lo sé —admitió éste, impertérrito—, y no os imagináis la decepción que tuvo por ello mi madre… y también alguna que otra dama.

La niña le asestó una sombría mirada y se alejó murmurando para sí en estirio. Sparhawk, que reconoció algunas de las palabras, se preguntó si ella conocía su verdadero significado.

Siguiendo lo que ya se había transformado en una costumbre, Wargun pidió a Sparhawk que cabalgara junto a él al día siguiente mientras descendían las largas y rocosas laderas de las montañas deiranas en dirección a la costa.

—Debería salir más a menudo —le confió el rey de Thalesia—. Después de casi tres semanas cabalgando desde Agnak, debería estar a punto de caer del caballo, pero me siento como si hubiera estado viajando unos pocos días.

—Quizá se debe a las montañas —sugirió prudentemente Sparhawk—. El aire de las montañas siempre resulta vigorizante.

—Tal vez sea eso —acordó Wargun.

—¿Habéis reflexionado sobre la conversación que mantuvimos hace unos días, majestad? —preguntó con cautela Sparhawk.

—He tenido mucho en qué pensar, Sparhawk. Vuestra inquietud por la reina Ehlana es digna de aprecio, pero, desde un punto de vista político, lo primordial ahora es aplastar la invasión rendoreña. Entonces los preceptores de las órdenes militantes podrán regresar a Chyrellos y poner freno a las ambiciones del primado Annias. Si Annias no consigue el título de archiprelado, el bastardo Lycheas no tendrá ninguna posibilidad de ascender al trono de Elenia. Soy consciente de que es una decisión delicada, pero la política es un juego arriesgado.

Poco después, cuando Wargun conferenciaba con el comandante de su tropa, Sparhawk refirió el resumen de su conversación a sus compañeros.

—No es más razonable cuando está sobrio, ¿eh? —señaló Kalten.

—Desde su propia perspectiva, tiene razón —observó Tynian—. La situación aconseja centrar todos los esfuerzos con objeto de que los preceptores puedan volver a Chyrellos antes de que fallezca Clovunus. Existe, no obstante, otra posibilidad. Ahora estamos en Deira, en el reino del rey Obler, un sabio anciano que tal vez anule las órdenes de Wargun si le exponemos nuestro caso.

—Yo no dejaría la vida de Ehlana pendiente de esa azarosa posibilidad —objetó Sparhawk antes de volver grupas para reunirse con Wargun.

A pesar del tiempo real que, según aseguraba Flauta, había consumido el viaje, a Sparhawk lo roía la impaciencia. La aparente lentitud de su marcha le resultaba lacerante y, por más que su mente aceptara tales afirmaciones, no lograba controlar sus emociones. Veinte días son veinte días para la percepción de los sentidos, y los de Sparhawk se hallaban a esas alturas tan tensos como un alambre. Se sumió en sombrías cavilaciones. Los acontecimientos se habían torcido tan repetidamente que ya se le antojaban premoniciones. Comenzó a considerar el futuro encuentro con Ghwerig con mucha más incertidumbre respecto a su resultado.

Hacia mediodía llegaron a Acie, la capital del reino de Deira, en cuyos alrededores acampaba el ejército arciano con la bulliciosa actividad de los preparativos de la marcha en dirección sur.

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