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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (51 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—Ahora —le indicó Flauta—, apuntad con la lanza la pared del acantilado.

Sparhawk levantó el brazo, cumpliendo sus instrucciones.

—Caminad hasta que la lanza toque la pared.

Dio dos pasos y notó que la punta del arma estaba en contacto con la inquebrantable roca.

—Liberad el poder… a través de la lanza.

Se concentró, reuniendo la fuerza que lo embargaba. El anillo de su mano izquierda parecía palpitar. Entonces hizo fluir el poder a lo largo del asta hacia el ancho hierro.

La roca de apariencia maciza que se alzaba ante él tembló un segundo y después desapareció, dejando al descubierto una abertura de irregulares contornos.

—Y aquí está —dijo Flauta con un triunfal susurro—. La cueva de Ghwerig. Vayamos en su busca.

Capítulo 25

La cueva tenía el penetrante olor a la prolongada humedad de la tierra y la piedra, y se oía el incesante goteo del agua en algún punto en las tinieblas.

—¿Dónde es más probable que esté? —susurró Sparhawk a Flauta.

—Miraremos primero en la cámara del tesoro —repuso ésta—. Le gusta contemplar su botín. Está allá abajo —dijo, señalando la boca de un pasadizo.

—Está totalmente oscuro —observó Sparhawk.

—Yo me ocuparé de eso —aseguró Sephrenia.

—Pero con discreción —advirtió Flauta—. No sabemos dónde está exactamente Ghwerig y él es capaz de oír y de detectar la magia. —Miró detenidamente a Sephrenia—. ¿Os encontráis bien? —preguntó.

—Ya no es tan duro como antes —respondió Sephrenia, cambiando la espada de sir Gared a su mano derecha.

—Bien. Yo no podré hacer nada allá adentro. De lo contrario, Ghwerig reconocería mi voz. Vos habréis de encargaros de casi todo.

—Puedo hacerlo —afirmó Sephrenia, a despecho de la fatiga que evidenciaba su voz. Alzó la espada—. Ya que debo acarrearla, también podría servirme de ella. —Murmuró unas palabras, realizó un contenido gesto con la mano izquierda y la punta de la hoja comenzó a refulgir tenuemente—. No es que sea mucha luz —señaló—, pero habremos de conformarnos con ella. Si incrementara el brillo, Ghwerig lo vería.

Con la espada en alto, se adentró en la galería. La reluciente punta de metal semejaba casi una luciérnaga entre la opresiva oscuridad, pero su tenue resplandor les permitía hallar el camino y evitar los obstáculos del accidentado suelo por el que transitaban.

Después de un recoveco, el pasadizo adquirió una pronunciada pendiente y se curvó hacia la izquierda. Tras haber recorrido varios metros, Sparhawk cayó en la cuenta de que no se trataba de una galería natural, sino de un pasaje excavado en la piedra que descendía interminablemente en espiral.

—¿Cómo pudo construir esto Ghwerig? —preguntó a Flauta.

—Se valió del Bhelliom. El antiguo pasillo es mucho más largo, y muy empinado. Ghwerig está tan contrahecho que solía tardar días para salir de la cueva.

Siguieron caminando con el mayor sigilo posible, atravesaron una amplia caverna con bóvedas erizadas de estalactitas de caliza que goteaban continuamente y volvieron a adentrarse en un pasadizo de piedra. De tanto en tanto, su débil luz turbaba el reposo de una colonia de murciélagos colgados del techo y las criaturas escapaban en lóbregas nubes, chillando y agitando frenéticamente las alas.

—Detesto los murciélagos —dijo Kurik, soltando un juramento.

—No os harán daño —musitó Flauta—. Un murciélago nunca choca con las personas, ni siquiera en la más completa oscuridad.

—¿Tan buena vista tienen?

—No, pero sí un oído muy fino.

—¿Lo sabes todo? —El susurro de Kurik tenía un tono algo gruñón.

—Todavía no —replicó con calma la niña—, pero lo intento. ¿Tenéis algo de comer? Tengo un poco de hambre, no sé por qué.

—Un poco de buey seco —respondió Kurik, buscando debajo de la túnica que cubría su chaleco de cuero negro—, aunque está muy salado.

—Hay agua en abundancia en esta cueva. —Tomó el duro pedazo de buey que le tendía el escudero y lo mordió—. Está un tanto salado —admitió, engullendo con esfuerzo.

Continuaron andando y a poco advirtieron al frente una luz cuyo tenue resplandor fue intensificándose a medida que avanzaban por la galería en espiral.

—Su cámara del tesoro está allá adelante —susurró Flauta—. Voy a echar un vistazo. —Se alejó a rastras y regresó un momento después—. Está allí —les comunicó, esbozando una sonrisa.

—¿Ha encendido él tanta luz? —musitó Kurik.

—No. Viene del exterior. Hay un arroyo que cae directamente a la caverna y por él entra la luz del sol a determinadas horas del día. —Ahora hablaba en un tono de voz normal—. El ruido de la cascada amortiguará nuestras voces.

Habló un momento con Sephrenia y ésta, realizando un gesto afirmativo, apagó el destello de la punta de la lanza con dos dedos e inició un encantamiento.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Sparhawk a Flauta.

—Ghwerig está hablando solo —repuso— y es posible que diga algo que nos resulte útil. Como habla la lengua de los trolls, Sephrenia está realizando algo que nos permitirá comprenderlo.

—¿Quieres decir que hará que hable en elenio?

—No. El encantamiento no va destinado a él. —Esbozó la picara sonrisa característica en ella—. Estáis aprendiendo muchas cosas, Sparhawk. Ahora entenderéis el idioma troll…, al menos durante un rato.

Cuando Sephrenia hubo liberado el hechizo, la capacidad auditiva de Sparhawk se incrementó de modo insospechado. El impetuoso sonido de la cascada que se vertía en la caverna se convirtió en casi un bramido, entre cuyo fragor se distinguía con claridad el ronco murmullo de Ghwerig.

—Aguardaremos un rato aquí —les indicó Flauta—. Dado que Ghwerig es un marginado, habla solo casi continuamente y expresa todo cuanto le viene a la mente. Podemos enterarnos de muchas cosas escuchando. Oh, por cierto, tiene la corona de Sarak, y el Bhelliom aún está prendido en ella.

Sparhawk sintió una súbita excitación. El objeto que había buscado durante tanto tiempo se hallaba a menos de un centenar de pasos de distancia.

—¿Qué hace? —preguntó a Flauta.

—Está sentado al borde de la sima que la caída de agua ha horadado en la roca, con todos sus tesoros amontonados en torno a sí. Está limpiando las manchas de turba del Bhelliom con la lengua; por eso no podemos entender lo que dice ahora. Acerquémonos un poco más, pero sin llegar a la boca de la galería.

Descendieron con cautela en dirección a la luz y se detuvieron a unos metros de la salida. Los destellos que proyectaba la cascada relucían con una especie de parpadeo líquido, atravesados por una cinta de color semejante a un arco iris.

—¡Ladrones! ¡Bandidos! —Su voz era mucho más rasposa que la que podía brotar de cualquier garganta elenia o estiria—. Sucia. Está toda sucia. —Oyeron otra vez el sonido de baboseo que indicaba que el troll enano lamía su tesoro—. Los ladrones están todos muertos ahora. —Ghwerig emitió una desagradable risa ahogada—. Todos muertos. Ghwerig no está muerto y su rosa ha venido por fin a casa.

—Parece como si estuviera loco —murmuró Kurik.

—Siempre lo ha estado —afirmó Flauta—. Su mente es tan retorcida como su cuerpo.

—¡Háblale a Ghwerig, rosa azul! —ordenó la monstruosidad. Entonces profirió, aullando, un terrible juramento dirigido a la diosa estiria Aphrael—. ¡Devuelve los anillos! ¡Devuelve los anillos! ¡Bhelliom no habla a Ghwerig si Ghwerig no tiene los anillos! —Sonó un gimoteo y Sparhawk advirtió con repulsión que Ghwerig estaba llorando—. Solo —se lamentó el troll—. ¡Ghwerig está tan solo!

Sparhawk experimentó un doloroso arrebato de compasión por el deforme enano.

—No hagáis eso —le prohibió bruscamente Flauta—. Os pondrá en condición de inferioridad al enfrentaros a él. Vos sois nuestra única esperanza ahora, Sparhawk, y vuestro corazón debe ser duro como una piedra.

Entonces Ghwerig habló unos momentos en términos tan viles que no existían en la lengua elenia palabras para traducirlos.

—Está invocando a los dioses troll —explicó Flauta. Ladeó la cabeza—. Escuchad —dijo vivamente—. Los dioses están respondiéndole.

El mudo fragor de la cascada pareció modificar su tono, tornándose más profundo, más resonante.

—Habremos de darle muerte muy pronto —dedujo la niña con escalofriante pragmatismo—. Todavía tiene algunos fragmentos del zafiro original en su taller. Los dioses troll le han aconsejado que modele unos nuevos anillos. Después ellos les infundirán la fuerza para acceder al poder del Bhelliom. Llegado ese punto, dispondrá de la capacidad de destruirnos.

Ghwerig emitió una repugnante risa contenida.

—Ghwerig vencerte, Azash. Azash es un dios, pero Ghwerig vencerlo. Azash ni siquiera verá el Bhelliom ahora.

—¿Cabe la posibilidad de que Azash lo oiga? —inquirió Sparhawk.

—Es probable —repuso con calma Sephrenia—. Azash conoce el sonido de su propio nombre y escucha cuando alguien lo interpela.

—Los hombres nadaban en el lago buscando a Bhelliom —siguió divagando Ghwerig—. El bicho de Azash espiaba desde las hierbas y los veía. Los hombres se fueron. El bicho trajo a los hombres sin cerebro. Los hombres entraron en el agua. Muchos se ahogaron. Un hombre encontró el Bhelliom y Ghwerig mató al hombre y le quitó la rosa azul. ¿Quiere Azash el Bhelliom? Que Azash venga a ver a Ghwerig. Azash se asará en el fuego de los dioses troll. Ghwerig nunca ha comido carne de un dios y no sabe qué gusto tiene.

En las profundidades de la tierra sonó un retumbo y el techo de la cueva pareció estremecerse.

—No hay duda de que Azash lo ha oído —infirió Sephrenia—. Esta deforme criatura de ahí casi es digna de admiración. Jamás nadie ha proferido esa clase de insulto a la cara de uno de los dioses mayores.

—¿Está enfadado Azash con Ghwerig? —decía el troll—. ¿O acaso Azash tiembla de miedo? Ghwerig tiene a Bhelliom ahora. Pronto fabricará anillos. Entonces Ghwerig no necesitará dioses troll. Asará a Azash en el fuego de Bhelliom. Lo asará lentamente para que quede jugoso. Ghwerig comerá a Azash. ¿Quién va a rezar a Azash cuando Azash esté dentro de la barriga de Ghwerig?

El estruendo se oyó acompañado esa vez de secos crujidos de las piedras que se partían en las entrañas de la tierra.

—Está arriesgándose mucho, ¿no os parece? —comentó Kurik con voz tensa—. Azash no es el tipo de dios con el que se pueda jugar.

—Los dioses troll protegen a Ghwerig —replicó Sephrenia—. Ni siquiera Azash osaría enfrentarse a ellos.

—¡Ladrones! ¡Todos unos ladrones! —vociferó el troll—. ¡Aphrael robó los anillos! ¡Adian de Thalesia robó el Bhelliom! ¡Ahora Azash y Sparhawk de Elenia intentan volver a robárselo a Ghwerig! ¡Habla a Ghwerig, rosa azul! ¡Ghwerig está tan solo!

—¿Cómo se ha enterado de mi existencia? —Sparhawk estaba perplejo por la amplia información de que disponía el troll enano.

—Los dioses troll son viejos y muy sabios —respondió Sephrenia—. Suceden muy pocas cosas en el mundo de las que ellos no tengan conocimiento, y están dispuestos a revelarlas a aquellos que los sirven… cobrándose un precio.

—¿Qué clase de precio satisfaría a un dios?

—Rogad por que nunca hayáis de saberlo, querido —contestó, estremeciéndose.

—Ghwerig pasó diez años esculpiendo uno de los pétalos, rosa azul. Ghwerig quiere a la rosa azul. —Masculló algo que resultó inaudible—. Anillos. Ghwerig hará anillos para que Bhelliom vuelva a hablar. Quemar a Azash en el fuego de Bhelliom. Quemar a Sparhawk en el fuego de Bhelliom. Quemar a Aphrael en el fuego de Bhelliom. Todos quemados. Todos quemados. Después Ghwerig comerá.

—Creo que ha llegado la hora de actuar —dijo con ceño torvo Sparhawk—. De ningún modo querría que llegara a su taller. —Se llevó la mano a la espada.

—Usad la lanza —le recomendó Flauta—. Puede arrebataros la espada de la mano, pero la lanza tiene suficiente poder para mantenerlo a raya. Por favor, noble padre mío, tratad de conservar la vida. Os necesito.

—Lo procuro fervientemente —replicó el caballero.

—¿Padre? —preguntó Kurik, sorprendido.

—Es una fórmula estiria de tratamiento —le explicó de forma apresurada Sephrenia, mirando de soslayo a Flauta—. Guarda relación con el respeto… y el amor.

Entonces Sparhawk hizo algo que muy pocas veces había hecho antes. Juntó las palmas de las manos en el pecho y dedicó una reverencia a la extraña niña estiria.

Flauta batió palmas con júbilo y, precipitándose en sus brazos, le dio un sonoro beso con su boquita de piñón.

—Padre —dijo.

Sparhawk no sabía a qué atribuir su embarazo. El beso de Flauta no era el de una niña.

—¿Qué dureza tiene la cabeza de un troll? —preguntó bruscamente Kurik a Flauta, tan turbado como Sparhawk por la desenfadada muestra de afecto de la pequeña que parecía impropia de su edad, al tiempo que hacía oscilar su brutal maza de metal.

—Es muy, muy dura —respondió Flauta.

—Ya sabemos que está contrahecho —continuó Kurik—. ¿Cómo tiene las piernas?

—Débiles. Apenas si le sirven para permanecer de pie.

—Bien, Sparhawk —propuso Kurik con tono de profesional—. Yo me situaré en uno de sus costados y lo golpearé en las rodillas, caderas y tobillos con esto. —Hizo girar con un silbido la maza—. Si consigo derribarlo, clavadle la lanza en las entrañas y yo trataré de machacarle la cabeza.

—¿Debéis ser tan gráficamente explícito? —se quejó Sephrenia.

—Éste es un asunto de trabajo, pequeña madre —le recordó Sparhawk—. Hemos de saber exactamente la táctica que vamos a utilizar, de modo que no os entrometáis en ello. De acuerdo, Kurik, vamos. —Se dirigió con paso resuelto a la boca de la galería y entró en la caverna sin realizar intento alguno por mantenerse oculto.

Aquél era un lugar maravilloso. El techo estaba cubierto por sombras púrpura y en el centro se abría una insondable sima en cuya oquedad resonaba sin cesar el fragor del agua que en ella se precipitaba en borboteante cascada. Las paredes, que se prolongaban hasta donde alcanzaba la vista, resplandecían con motas y vetas de oro y con gemas más valiosas que las de los reyes, a las que arrancaba destellos la cambiante e irisada luz.

El deforme troll enano, peludo y grotesco, permanecía agazapado al borde del abismo, rodeado de pilas de pedazos de oro puro y montones de gemas de todos los matices y colores. Con la mano derecha Ghwerig asía la manchada corona del rey Sarak, rematada con el Bhelliom, la rosa de zafiro. La joya parecía refulgir con la luz que recibía de los rayos que caían con la cascada. Sparhawk observó por primera vez el objeto más preciado de la tierra y por un momento lo invadió una especie de estupor. Después avanzó, rodeando la antigua lanza con la mano izquierda. Ignoraba si el hechizo de Sephrenia facilitaría al grotesco troll la comprensión de sus palabras, pero se sentía moralmente impelido a hablar. No se avenía con su naturaleza dar muerte a traición a aquella deforme monstruosidad.

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